El otro lado del éxito

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

El espejo

Algo del orden de la perfección, sobre todo desde el casting, se ostenta en la primera escena, en aquella en la que se presentan a los personajes: Valentine (Kristen Stewart) es la asistente de María Ender (Juliette Binoche), una actriz famosa en viaje a recibir un premio otorgado a Wilhelm Melchior, autor y director teatral, quien fuese su mentor en los albores de su carrera hace más de 20 años. Todo cambia con la noticia de la muerte repentina de quien fuera su maestro, ahora devenido en su amigo. En esta sola escena los cambios de registro y de humor en ambos personajes anticiparan lo que terminará siendo un duelo actoral de altísimo vuelo.

Valentina no sólo es la asistente para cuestiones de índole administrativa y organización de la vida de la diva, es su correlato con la realidad, su barrera protectora con la prensa, la del buen criterio para la selección de personajes para el desarrollo profesional de María, y al mismo tiempo es su “sparring” en el aprendizaje de los textos de los personajes a interpretar.

En ese devenir llega la propuesta de realizar esa obra de teatro que la lanzara a la fama, pero ahora en el papel de la mujer mayor. “La Serpiente de Maloha” trata de la relación entre Helena, una mujer poderosa ya entrada en años quien cae subyugada por la joven Sigryd, que termina por posicionarse como imprescindible para Helena.

Es a partir de esta premisa que el filme termina por estructurarse como en un juego de dobleces y de relación especular entre los ensayos de la obra y la realidad que viven ambos personajes.

Si en la producción iraní, “El Espejo” (1997) lo especular de la vida dentro del cine o viceversa se daba por un posible quiebre narrativo pero no de la historia que está contando, aquí todo se construye como en un juego de espejos donde la realidad y la ficción se entremezclan, se confunden y va desplegándose como una gran caja de Pandora, o como quien juega con matrioshkas, las famosas muñecas rusas unas adentro de otras hasta que la pequeñez se hace indivisible, y este es el tema subyacente del texto que el director Olivier Assayas intenta radiografiar con su obra.

También utiliza, en pos de su intención, la relación que se establece entre María y la joven estrella Jo-Ann Ellis (Chloe Grace Moretz), quien interpretará al personaje que otrora la lanzara a la fama a ella, casi en las antípodas una de la otra.

De esta manera da pie a expandir a otros temas de vital importancia para el desarrollo de la narración, esos que hacen que la trama avance sobre seguro, a priori no aparecen como temas centrales, como la pérdida de la juventud, el miedo a la madurez, la inclusión de la puesta en escena en la vida cotidiana, la relación entre deseo, goce y creatividad, todo termina por ser un gran reflejo de la realidad cotidiana de los personajes.

Es así que la dependencia entre actriz y asistente va escalando en energía, al principio con sutilezas para luego asentarla de manera violenta, el espectador no sabrá si pensarlo como que es un ensayo de la obra o si se está estableciendo otros códigos entre ambas mujeres.

El director elige montar su película de manera heterodoxa, casi caprichosa, donde las escenas se acaban porque ya expusieron todo, en el que los cambios de escenario sirven para un impasse, para darle otra cadencia, las escenas en Sils Maria, un lugar majestuoso dentro de los Alpes Suizos, no sólo le dan otro tono y otro ritmo al filme, sino que da nombre a la obra de teatro y al nombre original del filme, sin dejar de lado el doblez discursivo.

“La Serpiente de Maloha” es el nombre que se le otorga a una formación de nubes que recorre la base de las montañas algunas veces al año, es un fenómeno que termina teniendo la forma de una serpiente. María quiere ser testigo de esto, por lo que se instala en ese recóndito lugar de Suiza. El realizador utiliza estos espacios naturales de gran belleza, y es en los únicos momentos donde se hace presente de manera fehaciente la música, toda una selección de temas barrocos que generan mucha paz, tanto para los personajes como para el espectador.

En el resto del metraje el silencio es su mayor apoyo, o mejor dicho, el sonido ambiente que esta trabajado de manera tal que aparezca como ensordecedor.

El relato casi se detiene, se encierra en estos dos personajes, los otros, incluido el de Jo-An Ellis sirven como parámetro, como enunciado de que aquello que están viviendo no es sólo su propio universo construido en una posible ficción.

Un obra atrapa por su estructura, por los diálogos, por los temas que desarrolla, por las bellísimas imágenes en fotografías con excelso gusto, y por las actuaciones de las tres mujeres, ya que si bien el papel de la joven Chloe es menor en cuanto al tiempo en pantalla, no queda relegada en cuanto a performance.