El otro lado del éxito

Crítica de Fernando López - La Nación

Atrayente juego de espejos

El paso del tiempo, el arte del actor, sus máscaras y sus inseguridades, los complejos lazos entre su ser real y los personajes de ficción que representa o con la imagen que ha ido construyendo de sí mismo en su relación con el mundo, más una observación crítica del ambiente (el del cine) en que se desarrolla este fascinante juego de espejos son algunos de los elementos con los que Olivier Assayas ha construido en Clouds of Sils Maria, aquí rebautizada El otro lado del éxito, un film en el que el autor de Los destinos sentimentales, Irma Vep y Las horas del verano se muestra particularmente inspirado.

Pocas historias exhiben tantas capas y subtextos como ésta, y pocas pueden articularlos (y entretejer tantos niveles de ficción o de realidad con tanta precisión y equilibrio). El complejo relato gira básicamente sobre una actriz famosa y ya madura que se ve desafiada a interpretar la misma historia de su debut, veinte años atrás, pero ya no en el papel que la convirtió en estrella, el de la jovencita ambiciosa, Sigrid, cuyo encanto seduce a una mujer madura hasta el punto de conducirla al suicidio, sino en el de la que termina siendo su víctima, Helena.

El film comienza en un tren, donde la actriz Maria Enders, en la plenitud de su gloria (Juliette Binoche, admirable), y su asistente- secretaria-confidente, dama de compañía y compañera de tragos Valentine (Kristen Stewart, justa ganadora de un César), viajan a Zurich para asistir a un homenaje a Wilhelm Melchior, el director de aquel film, y por lo tanto también el Pigmalión de la protagonista. Allí a Maria le propondrán la nueva versión y, dada su edad, el obligado cambio de rol. Para el ensayo de las escenas, que domina el medular segundo tercio del film, contará con la servicial Valentine, que le dará las réplicas como Sigrid en una rara mezcla de amabilidad y celos. Puestas en el compromiso de representar a Helena y Sigrid, la puesta en abismo gana aquí otro espesor; ya no son solamente los personajes, sino las propias actrices (la prestigiosa y consagrada Binoche y Kristen Stewart, la juvenil estrella de la serie de Crepúsculo) a las que se sumará poco más tarde quien encarnará a la nueva Sigrid, la conflictuada Jo-Ann Ellis (que ha ganado notoriedad en el Hollywood de la ficción como intérprete de superproducciones y grandes éxitos de acción o historias de vampiros) y es representada por Chloe Grace Moretz, vista entre nosotros en 500 días sin ella.

A través de ellas, Assayas no sólo enriquece su retrato de la protagonista, sino que se interna en la descripcion de las relaciones entre mujeres, expone sus puntos de vista sobre el cine de hoy, multiplica los ecos y las referencias cinematográficas entre las que no faltan Bergman (Persona), Antonioni (La aventura), Mankiewicz (La malvada) ni una -paródica- a los X-Men. También extiende las dimensiones de su historia (el juego entre un nivel y otro es incesante) y lleva la puesta en abismo hasta hacerla infinita, algo que evoca el efecto de poner un espejo frente a otro espejo.

Es cierto que el espesor de sus contenidos (las citas, incluida la de un cortometraje de 1924, Phénomène nuageux de Maloja, de Arnold Fanck) o la repetida apelación a toda clase de tecnologías actuales: iPod, iPhone, Skype, YouTube y la tendencia al palimpsesto que muestran muchas de sus escenas se arriesga al sobrepeso, pero no puede sino destacarse la inteligente construcción del relato, la fluidez de la puesta en escena y la imponente belleza de las imágenes que la sensible cámara de Yorick Le Saux sabe captar en el imponente enclave suizo de Sils Maria, donde Nietzsche pasó varias temporadas en busca de alivio para sus neuralgias.