El muñeco diabólico

Crítica de Néstor Burtone - Otros Cines

El año de los regresos (Rocky Balboa en Creed II: Defendiendo el legado, Mary Poppins, Dumbo, Aladdin, Godzilla, M.I.B. Hombres de Negro, Toy Story 4, la inminente El Rey León y sigue la lista) alcanza con El muñeco diabólico uno de sus puntos más altos. Lejos de la lavada de cara de la mayoría de esas películas, la nueva versión de la historia de Chucky propone una ampliación de sentidos respecto a la original.

Ya desde el comienzo queda claro que aquí no habrá una mera réplica de lo ocurrido hace 30 años (la película original data de 1988). Si antes el puntapié era un asesino en serie que en plena agonía trasladaba su alma a la criaturita de plástico mediante un rito vudú, ahora todo es consecuencia de la “venganza” de un empleado vietnamita que, luego de ser echado por baja productividad, deshabilita los protocolos de seguridad de los muñecos Buddi.

Los Buddi son un auténtico furor de ventas en tiendas de regalos y supermercados. En uno de estos últimos trabaja Karen (Aubrey Plaza), madre de un chico solitario y con problemas auditivos llamado Andy (Gabriel Bateman), a quien un muñeco podría significarle algo de compañía. La madre -chantajeo a un jefe mediante- consigue un ejemplar devuelto por un cliente.

El porqué de esa devolución se develará apenas el autodenominado Chucky (voz de Mark Harmill) llegue a casa. Allí actuará a imagen y semejanza de Andy, y también intentará cumplirle todos los deseos. El problema es que el sistema electrónico interno interpreta sus dichos de forma literal. Así, cuando Andy se queje del novio de mamá, el hombre aparecerá muerto. Lo mismo que el gato familiar.

Mucho más cerca del tecno-thriller crítico de Black Mirror que de la búsqueda de sustos del terror contemporáneo, El muñeco diabólico abraza también la comedia negra y por momentos desaforada, sobre todo en la larga secuencia central que transcurre en un supermercado. Allí, en pleno salvajismo consumista, Chucky se convierte en una criatura digna de la imaginación de George A. Romero. Tanto es así que, si en lugar de un muñeco fuera un zombie, estaríamos hablando de una remake no reconocida de El amanecer de los muertos.