El mundo según Barney

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Cuando los excesos pasan factura

“El mundo según Barney” es una película que es mejor no subestimar, porque si se mira con atención, presenta muchos aspectos interesantes que tienen que ver no sólo con toda una vida, la vida del personaje protagónico, sino con una época, el espíritu de esa época, una generación que lleva la marca de un estilo de vida que se comprometió, quizás sin pensarlo demasiado, con una expansión de la conciencia hacia límites desconocidos, y muchas veces, sin pasaje de retorno.

El joven Barney (Paul Giamatti), hijo de un policía judío de personalidad carismática (Dustin Hoffman), fue hippie en los setenta, vivió y sufrió el amor libre, se casó con una joven borderline que pronto lo deja viudo mediante suicidio, se vuelve a casar con una mujer de familia acomodada, pensando en la conveniencia, pero casi al mismo tiempo se enamora de la mujer de su vida, a quien perseguirá hasta alcanzarla.

Fiel, a pesar de las íntimas traiciones, a un grupo de amigos también fronterizos, que gastan su vida rápidamente inmolándola en el abuso de drogas, alcohol y sexo descontrolado, Barney se las ingenió para navegar sobre aguas revoltosas y pese a todo, mantener el rumbo de su nave. Es productor de televisión y sabe cómo manejar su negocio. Mientras sus amigos andan a la deriva, él mantiene su cable a tierra, aunque se permite algunas excentricidades, sobre todo, en cuestiones afectivas.

Por momentos parece caprichoso, tirano con los que ama, egoísta, sin embargo, es capaz de gestos nobles, de entrega desinteresada y siempre está cuando lo necesitan.

Un tipo simpático, medio loco, pero sentimental, al fin y al cabo.

Las cosas se le ponen más turbias de lo que hubiera imaginado cuando su mejor amigo desaparece en circunstancias muy confusas y Barney es acosado por un policía que lo acusa de asesinato, y aunque nunca puede probarlo, escribe un libro con su tesis, con el solo fin de manchar el nombre de su sospechoso.

De modo que el protagonista está sometido a un cúmulo de presiones que tratará de sobrellevar, intentando mantener el control de su vida, y al mismo tiempo, encontrar las respuestas que también a él lo trastornan. Estaba tan borracho que no recuerda qué pasó con su amigo al momento de desaparecer y se ve que la duda lo perturba.

Al momento actual, se ha divorciado también de la madre de sus hijos, la mujer de su vida, su tercera esposa y está solo. Los primeros signos de decadencia física empiezan a manifestarse y pronto se le diagnosticará una enfermedad degenerativa progresiva que va sumiendo su mente en una nebulosa.

El talento de Dustin

Pese a los esfuerzos por mantenerse al frente del timón, no podrá con sus propios límites y ya en el final de su vida, aun cuando algunos misterios logren revelarse, se sugiere que muchos secretos se irán con él, perdidos en su memoria destruida por la enfermedad.

Es una película que apela a los raccontos de manera insistente, con la intención de reconstruir el hilo de la historia íntima del personaje, aunque la narración tropiece precisamente con esos paréntesis en que no se sabe a ciencia cierta qué ha ocurrido, ni cómo han experimentado los acontecimientos los otros personajes. Es solo el punto de vista del protagonista, que como tal, es incompleto y lleno de zonas grises. Aunque al mismo tiempo, es una historia que se parece a la de mucha gente de esa generación, que decidió vivir la vida con intensidad, forzando los límites.

El plus de calidad lo aporta Hoffman, el veterano actor hollywoodense, quien con su talento le sube la calificación al filme.