El muerto cuenta su historia

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Mujeres al poder
Esta comedia fantástica tiene altibajos, pero vale la pena ver a la dupla cómica que forman Diego Gentile y Damián Dreizik.

De a poco, el cine argentino de terror va saliendo del ghetto en el que estuvo confinado durante tanto tiempo. Con Mala carne y ¡Malditos sean!, Fabián Forte se convirtió en uno de los referentes locales del género, y ahora, después del paréntesis en su carrera que fueron el thriller La corporación y las comedias mainstream Socios por accidente 1 y 2, reincide con El muerto cuenta su historia, una comedia negra con elementos fantásticos y de terror.

Todo está sostenido por una dupla que es un hallazgo. Diego Gentile ya había mostrado su potencial en el episodio del casamiento de Relatos salvajes, y forma una pareja cómica notable junto a esa gloria nunca del todo aprovechada que es Damián Dreizik. Ellos dos son socios en una agencia publicitaria; Angel (Gentile) es un mujeriego que le es infiel a su esposa (Moro Anghileri) con la complicidad de Eddie (Dreizik), facilitador y encubridor de sus pirateadas. Hasta que ambos caen en las redes de una secta de brujas vampíricas que, en su afán de imponer el matriarcado en el mundo, esclavizan hombres, inhiben sus conductas machistas y los ponen a su servicio.

Cuando mejor funciona la película es en las escenas en las que hay mayor interacción entre Gentile y Dreizik, sobre todo en las cargadas al esnobismo del mundillo publicitario y sus pretensiones artísticas (“si hubiera sabido lo que nos iba a pasar, hubiera visto menos películas de Wes Anderson y más de Carpenter”, dice Angel). La cuestión se embarra cuando se va de registro: tanto hacia un humor grotesco pasado de rosca, como cuando se toma en serio esa trama fantástica que exige demasiadas explicaciones y conlleva poco logradas intrigas.

Hay, además, una bajada de línea feminista que está demasiado subrayada, y sobre la que indefectiblemente el guión vuelve una y otra vez porque de eso trata la historia, pero que quizá podría haber sido un poco más sutil y más tratada en broma, por más correcta y acorde a los tiempos del “Ni una menos” que sea.