El libro de imagen

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

La nueva película del mítico realizador de “Sin aliento” es una fascinante exploración audiovisual que abreva en la historia del cine y en la situación política del mundo árabe.

En LE LIVRE D’IMAGE, Jean-Luc Godard continúa con su exploración política de los materiales cinematográficos y su exploración material de la política cinematográfica. Este juego de palabras –propio de los que suelen aparecer en sus películas– se refleja claramente aquí al punto que bien podría hablarse de dos filmes en uno. Volviendo a usar un godardismo de ocasión: está el filme ue discute las ideas de lo que es el cine y el que discute lo que es el cine de las ideas.

En el primero hay un trabajo sobre la disociación entre el sonido y la imagen, un intento de reeducar al espectador respecto a cómo esas categorías se establecen y se pueden, fácilmente, desestabilizar. Es un recorrido por escenas que JLG considera claves de la historia del cine pero trabajando el montaje (el visual pero especialmente el sonoro) en plan deforme, disperso, desconectando las referencias visuales de las sonoras, inusualmente atronadoras y cacofónicas.

En paralelo, Godard avanza sobre líneas temáticas que se han vuelto constitutivas de su cine, especialmente en las últimas décadas, algunas ligadas a la relación entre Occidente y el mundo árabe. En este aspecto los disparadores lanzados por el cineasta son inusualmente claros y hasta didácticos. Sin embargo, visualmente, el realizador apuesta allí a crear planos de una electrónica y extraña belleza, de colores saturados que tornan al filme en un ejercicio impresionista a partir de la deformación del registro digital.

Lo temático se sostiene (¿cómo se relaciona Europa con el mundo árabe? ¿Puede entenderlo sin las limitaciones de su propia concepción el mundo?) en el que acaso sea el segmento de mayor consistencia tonal de larga duración de sus últimos filmes. En esos momentos, esa loca energía de desarmar el cine hace una pausa, se frena y mira el mundo pixelarse, de a poco, de la misma manera que envejecen y se resquebrajan sus manos, las que (des)hacen el cine mientras intentan (re)hacer el mundo.