Infiltrado del KKKlan

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Contra la derecha psicótica

A decir verdad deberíamos retrotraernos hasta la década del 90 para encontrar una película de Spike Lee tan certera y apasionante como Infiltrado del KKKlan (BlacKkKlansman, 2018), una pequeña obra maestra que sintetiza no sólo el ideario de izquierda de siempre del realizador y guionista norteamericano sino también su militancia concreta en el ámbito del cine en pos de denunciar los diversos crímenes de la derecha en el poder y subrayar la necesidad de una toma de conciencia por parte de los marginados sociales para expulsar definitivamente a los monstruos neoliberales y sus amiguitos fascistas, conservadores, cristianos, racistas, hambreadores, antisemitas, corruptos, homofóbicos y misóginos de los enclaves económico, comunal, político, financiero y mediático. A través de una premisa muy simple, centrada en el caso verídico de un policía negro que en los 70 se infiltró -con la ayuda de un compañero judío- en la filial de Colorado Springs del Ku Klux Klan, el film pone de manifiesto los prejuicios y miserias hiper arraigados en la sociedad estadounidense.

El protagonista es Ron Stallworth (John David Washington), quien fue el primer oficial de color del Departamento de Policía de Colorado y por ello tuvo que soportar agravios y vejaciones varias por parte de sus cofrades blancos. Asignado en primera instancia a la sala de registros, rápidamente pide trabajar de encubierto y así es destinado a colarse en un mitin en torno a Kwame Ture (Corey Hawkins), militante histórico del movimiento de derechos civiles y genial orador vinculado a las Panteras Negras, en el que conoce a Patrice Dumas (Laura Harrier), presidente de una organización universitaria de estudiantes negros y futura pareja de Stallworth. Luego es transferido por el Jefe Bridges (Robert John Burke) a Inteligencia y producto de un aviso en un diario en el que el Ku Klux Klan buscaba nuevos miembros, decide llamar por teléfono y hacerse pasar por un supremacista blanco/ neonazi en lo que será el inicio de una introducción de lo más bizarra encarada por el susodicho y Flip Zimmerman (Adam Driver), su compañero hebreo en toda la mascarada.

La investigación por un lado permite descubrir que algunos integrantes pertenecen además a la milicia oficial norteamericana y que la rama local del clan estaba planeando un ataque, y por otro lado genera situaciones descabelladas como la estrecha relación que Stallworth construye con David Duke (Topher Grace), máxima autoridad del período dentro del cónclave fascista, que el negro sea considerado para encabezar la filial de Colorado Springs y el mismo hecho de que Zimmerman se la pase disparando armas e insultando a toda minoría habida y por haber rodeado de antisemitas que desconocen por completo su origen. A nivel general la propuesta funciona como una versión negociada/ intermedia entre la vertiente indie de la carrera de Lee, con escenas extensas que desparraman una verborragia florida y muy avasallante, y el costado más mainstream de su cine, vía secuencias más acordes con los engranajes del thriller de espionaje aunque con un fuerte dejo de comedia social e irónica tracción a un humor muy negro y planteos tan absurdos como verosímiles.

Fiel a su estilo, aquí el director incluye detalles metadiscursivos maravillosos como ese comienzo con un tal Doctor Kennebrew Beauregard (Alec Baldwin) -símil Donald Trump- en plena filmación de un corto propagandístico bien ridículo de extrema derecha, la conversación entre Stallworth y Dumas sobre clásicos del blaxploitation, y esa proyección de El Nacimiento de una Nación (The Birth of a Nation, 1915), de D.W. Griffith, durante la ceremonia de inducción formal de Ron, con los muchachos y muchachas del Ku Klux Klan celebrando la andanada de delirios segregacionistas y mentirosos del opus. Infiltrado del KKKlan examina tópicos de ardiente actualidad como los abusos policiales de toda índole (violencia, agresiones sexuales, intimidación, etc.), la naturalización del odio disfrazado de vanidad u orgullo (el ultraje verbal permanente aparece siempre bajo el manto de la denigración de un enemigo caprichoso escogido a dedo) y el fetiche facilista de “seguir la corriente” a escala social (la pasividad es la principal cómplice en momentos de injusticia).

Otro elemento a destacar -y uno muy importante, por cierto- es el excelente desempeño del elenco en general y los dos actores cruciales en particular, ya que Washington y Driver rankean como uno de los mejores dúos protagónicos en mucho tiempo del séptimo arte, ambos logrando un influjo interpretativo prodigioso que se balancea con gran eficacia entre la tragedia más irrefrenable y una carcajada apenas contenida, lo que de por sí constituye el tono macro del relato. La película es en simultáneo uno de los ejemplos más inteligentes y oportunos del cine reciente de izquierda, un neoclásico de Lee que de inmediato pasa a estar allá arriba en el podio con Haz lo Correcto (Do the Right Thing, 1989) y Malcolm X (1992), y finalmente una alegoría de los tiempos que corren haciendo foco sobre todo en la execrable manifestación “Unite the Right” de agosto de 2017 en la que engendros de la derecha psicótica del norte se juntaron en Charlottesville, en Virginia, dando por resultado aquel triste episodio en el que un burgués neoconfederado atropelló con su auto a un grupo de contramanifestantes matando a Heather Heyer, una militante de izquierda de 32 años…