El infiltrado

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Lavando y sufriendo

Bryan Cranston es el agente que se jugó la vida para apresar al cartel de Medellín en este potente drama.

La historia es real, aunque por momentos parezca surgida la de la más afiebrada mente de un guionista alucinado. Robert Mazur fue un agente encubierto, que en los años ‘80 se hizo pasar como un lavador de dinero que provenía de los carteles de la droga, para atrapar a los cabecillas del Cartel de Medellín, que regenteaba el colombiano Pablo Escobar.

La película de Brad Furman (Culpable o inocente, con Matthew McConaughey) se estructura en ese medio tan peligroso y resbaladizo -el del tráfico de estupefacientes-, pero también en otro igualmente escurridizo como es el del personaje que asume una doble identidad.

Porque Mazur no es, no fue, el típico agente que el cine y la televisión estadounidense nos ha venido mostrando. Es audaz, sí, pero es un esposo amante y padre de familia, no la pasa bien en medio de las fiestas de mujeres y cocaína, no se deja sobornar ni pisa el palito.

Lo que a veces le cuesta a Mazur es no creerse demasiado en serio ser Bob Muzella, el lavador.

Mazur advierte que más que ir tras la droga, deberían buscar dónde está el dinero que se mueve en ese mercado. De allí el plan y, también el resultado por todos conocido.

Cuánto hay de hechos y cuánto de ficción habría que preguntárselo a Mazur, o a la madre del director, Ellen Brown Furman, que ofició de guionista.

Pero las situaciones por las que atravesó el agente federal parecen brotar de una fuente inagotable de obstáculos y contrariedades varias. Desde inventarse una novia con la que está comprometido para zafar de tener sexo con una prostituta regalada por los narcos, para no ser infiel a su esposa, a pasar un “casting” en el que podría ganarse una bala en la cabeza.

Bryan Cranston es conocido por su personaje en Breaking Bad. De fabricante de metanfetamina pasa aquí a combatir en la guerra con la droga. Pero Cranston (60) ha sabido cambiar de personajes arquetípicos como de vestuario (y además de esos raros peinados nuevos), ya en la ganadora del Oscar Argo como en la última Godzilla o en Trumbo (y será el tetrapléjico de la versión hollywoodense de Amigos intocables). Su cambio de registro es admirable, y ayuda a que la tensión constante sea cada vez más agobiadora.

No está solo en ello, ya que John Leguizamo (su compañero), Diane Kruger (su falsa novia) y una irreconocible Amy Ryan como su jefa corren parejo en este filme que combina drama, crimen y thriller en medidas sumamente justas.