El implacable

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Explosiones, atentados, guerras, elementos a través de los cuales cinematográficamente exorcizar pero también moralizar. El implacable es, antes que una mirada dolorida, una variación en clave sofisticada del ojo por ojo. No es ninguna novedad, el cine norteamericano tiene una larga tradición al respecto; lo que en todo caso puede promover "sorpresa" es el rol algo dramático de Jackie Chan, en la piel de un padre que pierde a su hija en un atentado terrorista en Londres. A partir de allí, el asedio del hombre sobre un ministro (Pierce Brosnan), de vínculo pasado con la misma célula irlandesa que se adjudica el hecho.

Entre los enredos diplomáticos y la atención a la imagen pública, lo que emerge es el pasado de este chino de vida aguerrida, que ve actualizar los mismos hechos crueles aparentemente superados. La alusión a Vietnam incide en el drama y lo justifica, en tanto Chan encarnando un Rambo de rasgos orientales. Por otra parte, el conflicto entre Irlanda e Inglaterra se inscribe entre los extremismos y la corrección discursiva del funcionario de moral maleable que interpreta Brosnan, quien comenzará a ser asediado por este padre apacible pero peligroso, que le pide los nombres de los responsables, convencido de que él los sabe.

El enfrentamiento se traduce como duelo entre el hombre solo y el hombre custodiado, mientras se complejiza el devenir de los atentados. Mientras sucede esta persecución esquiva, los terroristas son vistos por el espectador no hay misterio sobre ellos ni sobre sus rostros.

Ahora bien, es llamativa la figuración que de la prensa el film promueve, contenida en la figura de un periodista distraído, que sabrá ofrendar su herramienta de trabajo ‑su ordenador‑ a las fuerzas del orden. Esa sujeción, de por sí, significa abdicación. Tal elemento es sintomáticamente perverso, pero lo que de veras corroe al film por entero es el beneplácito que exhibe sobre la justicia por mano propia, corporizada en un viejo soldado (Chan) que vuelve a poner las cosas en su sitio. Lo hace de una manera tal que culmina por promover palabras de agradecimiento: "con él tenemos una gran deuda". Estas palabras estarán puestas en boca del oficial que comanda agentes que no dudan en utilizar la tortura así como el disparo en tanto resolución final. Se podría pensar, llegado ese momento de muerte innecesaria (muy fuerte, llamativa), en cierto matiz irónico, pero no es así, sino que funciona como una aserción fatal.