El hombre que conocía el infinito

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

La biopic del genio matemático indio Srinivasa Ramanujan resulta una propuesta demasiado esquemática y manipuladora.

Las biopics sobre genios que deben sobrellevar situaciones extremas siguen siendo furor en el cine contemporáneo. Tras Alan Turing en El Código Enigma y Stephen Hawkins en La teoría del todo, ahora es el turno en la bastante más convencional El hombre que conocía el infinito de reconstruir la historia de Srinivasa Ramanujan, joven autodidacta de la India que revolucionó las matemáticas modernas.

Con una estética que no difiere demasiado de Slumdog Millionaire o la saga de El exótico Hotel Marigold (en las que también aparecía el omnipresente Dev Patel), El hombre que conocía el infinito está ambientada entre 1914 y 1920. En el inicio vemos a Ramanujan viviendo a los 25 años en la más absoluta pobreza y sin trabajo. Poco a poco, irá mejorando su situación, consigue un puesto como contador y una austera casa para convivir con su esposa Janaki (Devika Bhise). Pero su golpe de suerte llega cuando un brillante y excéntrico profesor de Cambridge llamado G. H. Hardy (Jeremy Irons) se interesa en sus hallazgos, lo recibe en el Inglaterra y se convierte en su mentor durante cinco años, período en el que logró cambiar las matemáticas para siempre.

Sin llegar a extremos irritantes, la película peca de todos los problemas que el espectador podrá sospechar de antemano: una pizca de pintoresquismo, otro poco de paternalismo primermundista, bastante didactismo y una tendencia a la frase célebre y aleccionadora que le quitan capacidad de empatía y disfrute. El golpe de gracia es un cierre melodramático propio de un culebrón televisivo.

En síntesis, una combinación entre el crowdpleaser y el tearjerker (entre el “te tiene que gustar” y el “te tiene que emocionar”) que encontrará seguramente algunos adeptos, pero que quienes apuestan por un cine más sobrio, más austero, menos demagógico y menos manipulador preferirán evitar.