El eslabón podrido

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Pueblo chico infierno grande, reza el famoso refrán; y sí que El Escondido es un verdadero polvorín a punto de convertirse en infierno.
El director Valentín Javier Diment, con una interesante trayectoria en el cine de género; recorre en El Eslabón podrido una gran película de género que, como los buenos platos, se cuece lento hasta que en su punto justo quede con un sabor delicioso.
El Escondido es un típico pueblito del interior del país, muy pocos habitantes, todos se conocen entre sí, se maneja una tónica particular. La primera escena, a modo de flashforward ya nos adelanta que algo malo va a pasar.
En ese pueblo vive Ercilla (la enorme Marilú Marini), una anciana curandera, con sus dos hijos, Roberta (Paula Brasca) y Raulo (Luís Ziembrowski).
Ercilla posee un grado avanzado de senilidad, se pierde en su mente, se olvida quién es y cree ser una niña; pero los rencores no se olvidan. Roberta, es la prostituta más solicitada del prostíbulo que parece ser el corazón del pueblo, hay que mantener a la familia. Por su parte, Raulo tiene capacidades mentales reducidas, es retraído, callado; lo usan para los mandados de todos, lo tratan como si no se diera cuenta, pero él observa.
Sobre esta mecánica de pueblo gira el eje de El Eslabón Podrido. Un pueblo con secretos e hipocresías, falsas cordialidades, en donde algunos dicen tener morales altas de la boca para afuera. Pero hay algo más, en su demencia premonitoria, Ercilla le advierte a Roberta que si se acuesta con todos los hombres del pueblo va a morir, como una maldición, o porque ya no les va a ser útil.
El guion de Martín Blousson, Sebastián Cortés, Germán Val, y el propio Diment pone su ojo sobre los personajes. Cada habitante de El escondido tiene sus características, y se les resalta su negritud, el desprecio natural que generan. Hombres y mujeres, jóvenes y mayores, todos tienen algo que los hace pertenecer a ese infierno.
Sin necesidad de jugar todas sus cartas en la primera mano, se nos ofrece una comedia incómoda, negrísima, llena de puteadas y localismos, nuestra como el pan con mate cocido. La risa que emana en cada escena es natural sin recurrir al gag o al golpe de efecto, como un grotesco delicado lleno de matices y detalles.
Es en ese juego de contrastes en donde las interpretaciones juegan un rol fundamental, y el elenco, con varias figuras conocidas (podríamos nombrar además de los mencionados a Lola Berthet, Sergio Boris, Susana Pampín, Germán Da Silva, Marta Haller, Luís Aranosky, y hasta el propio Diment) halla un tono exacto en el conjunto, haciendo creíble la familiaridad y los rencores que se tienen entre sí. Cada uno aprovecha su momento para otorgar diálogos punzantes y no lucir exagerados, aunque sus personajes los lleven al límite.
La fotografía a cargo de Fernando Marticorena se complementa con la música de Sebastián Diaz para envolver el ambiente negro y extraño y sacar el mejor provecho de las locaciones. Todo esto, personajes, clima e imágenes en un combo que el director sabe articular a la perfección para mantener el interés y dejarnos expectantes aguardando el cero de la bomba.
Diment sabe de cine de género, la peleó desde abajo con el documental ficcionado Parapolicial Negro y el exponente de terror puro La memoria del muerto, y hasta documentó la pulsión por el cine a pulmón en la excelente El sistema Gorevision. Esa mano para aprovechar los recursos se nota en El Eslabón Podrido en donde cada detalle cuenta y en donde cada locación pareciera más inmensa de lo que es. El guion, en el que se nota la mano fuerte del director y sus orígenes, abraza la esencia del cine estilo clase B y en él se hace fuerte, con variantes para que nadie salga defraudado.
Todo es un goce, desde poder ver la minuciosa interpretación de esa brillante actriz que es Marilú Marini, hasta los aplausos que arrastra Luis Ziembrowski con su Raulo in crescendo.
Los amantes del cine de género más puro puede que se hallen algo desorientados en el primer tramo del film, mientras todo va tomando forma, cuando los silencios, el sonido ambiente y el clima íntimo toma la escena para que comprendamos cada una de las actitudes. Pero ellos también tendrán su recompensa, y con creces, a modo de una fiesta que no van a olvidar.
Diment crea mucho más que un entretenimiento para los amantes del género, ofrece un film molesto, sucio, y con interesantes sub lecturas. También subvierte los hechos y entrega lo que puede ser el inicio de algo mucho más extenso, ojalá que de eso se trate.
El Eslabón Podrido es otro ladrillo más en la construcción de un cine de género con raigambre nacional. Pero no es cualquier ladrillo, es de esos que sirven de pilar poderoso en la construcción de algo que puede ser gigante. Depende de los espectadores que así sea; es un proyecto que bien vale acompañar y aplaudir con convicción como uno de los mejores films nacionales del año.