El eslabón podrido

Crítica de Diego Lerer - Otros Cines

Nada es lo que parece

El director de La memoria del muerto, Parapolicial Negro, apuntes para una prehistoria de la Triple A y El sistema Gorevisión: Cine Z, micropolítica y rocanrol narra un drama de pueblo chico / infierno grande con resultados más que auspiciosos.

Un pequeño pueblo en el medio del campo es casi el prototípico ambiente donde uno imagina bucólicas tardes tomando mate ante la caída del sol, unas guitarras sonando en el fondo y una fonda en la que beber una ginebra con amigos. Todo eso está en El eslabón podrido, pero -ya de entrada-, en un flash forward a una escena que tendrá lugar bastante después, nos queda claro que no todo es tan folclórico en El Escondido, el nombre de por sí ominoso que tiene el lugar donde transcurren los hechos en el nuevo film de Valentín Javier Diment.

De a poco queda claro que esa calma chicha podría romperse fácilmente. Luis Ziembrowski encarna a Raúlo, un hombre con un retraso mental que se encarga de repartir leña en el pueblo de no más de veinte casas. Su madre Ercilia (la gran Marilú Marini) es una anciana dura y recia que parece conocer los secretos de todos y cada uno de los que están ahí. Y su hermana Roberta (Paula Brasca) trabaja en el prostíbulo del pueblo y, siendo la más joven y bella, es la favorita allí. Todos han usado sus servicios salvo Sicilio (Germán de Silva), ya que su esposa, también prostituta del lugar (Marta Haller), no lo deja porque sabe que su interés por ella supera lo puramente sexual. Pero Ercilia además se lo tiene prohibido a su hija ya que supone que si tiene sexo con todos los hombres del pueblo la terminarán matando.

Con un elenco que incluye, además, en papeles menores a Sergio Boris, Lola Berthet, Susana Pampín y el propio realizador (como el cura del pueblo), El eslabón podrido va revelando de a poco su juego. En una secuencia de montaje musical queda claro hacia dónde va: unos acordes folclóricos casi de postal turística acompañan una serie de actividades non sanctas que van teniendo lugar allí. Pero el caos recién empieza a desatarse cuando Ercilia muere y la tenue estabilidad perversa y secreta del pueblo desaparece hasta convertirse, literalmente, en un baño de sangre.

Durante buena parte de su metraje El eslabón podrido es más una comedia negra, casi un cuento pícaro, que una película de terror hecha y derecha. Pero ese flash forward (convenientemente movido hacia el principio del relato) advierte de entrada que el horror llegará. Diment va manteniendo las distintas aristas del relato -en especial las ligadas a la familia protagónica y a la "amenaza" que representa Sicilio- en movimiento, pero no es sino hasta la muerte de la anciana que las anclas se sueltan y los actos más crueles, perversos y desagradables empiezan a cometerse, con una inesperada vuelta de tuerca incluída.

Negra por donde se la mire, anticlerical, perversa y nihilista, con altas dosis de sexo para la media local, un elenco con nombres importantes y una cuidadísima producción (tanto en lo fotográfico como en lo relacionado a los efectos especiales), El eslabón podrido puede no ser una película de terror en el sentido más convencional y clásico de la palabra -o al menos no hasta el final--, pero su combinación de géneros la convierte en una historia más universal y no sólo para un público "especializado". Eso sí, la sangre que no se derramó durante buena parte del relato chorreará a mares sobre el final. Están advertidos...