Escuadrón Suicida

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Hay veces que los problemas de las películas exceden a su propia narrativa. Por usar un término cinematográfico, son problemas que suceden “fuera de campo”, aún fuera del campo de la propia ficción. Estos son elementos que, cualquier crítico que se precie sabe, deberían exceder el territorio de la crítica, estar fuera del alcance del análisis. Pongamos, por caso, HEAVEN’S GATE, del recientemente fallecido Michael Cimino. La mala prensa previa a su estreno que tuvo esa película fue tal –exceso de gastos, un director descontrolado, un estudio fundido, etc, etc– que terminó colándose en la recepción crítica. Reestrenada mucho tiempo después, con esas noticias hoy como parte de la historia y el folclore de Hollywood, la película fue considerada una obra maestra. El detrás de escena de la industria es una fuente tan enorme de información y conflictos que, si fuéramos a analizar las películas solo por lo que sucede ahí, jamás se ejercería una verdadera crítica de cine.

Este viene a cuento de ESCUADRON SUICIDA. Sí, sabemos que era una apuesta de Warner por impulsar un poco más su universo de superhéroes. Sabemos que después de las malas críticas y las buenas pero no espectaculares cifras de BATMAN VS. SUPERMAN la película pasó a ser, más que necesaria, una tabla de salvación para ese mismo universo que arrancó con el pie izquierdo. Y que por eso fue reeditada, se volvieron a filmar escenas y se armó una campaña de marketing que intentó venderla en la línea “superhéroes de segunda línea que pocos conocen pero que son divertidos e irreverentes” que le dio tan buen resultado a GUARDIANES DE LA GALAXIA y DEADPOOL. Pero la película nunca fue pensada así, ya que se armó casi en paralelo a BvS y, siendo dirigida por el why-so-serious David Ayer, no necesariamente iba a incluir un tono irónico, camp y/o canchero. Y era más probable que los intentos por volverla otra cosa no hicieran más que generar un raro engendro.

A juzgar por los resultados cinematográficos, ya todo eso deja de importar y lo que queda es una película sombría, rudimentaria, por momentos aburrida, narrativamente bastante confusa y con algunos momentos de levedad que no logra ser convincente casi nunca. Es una película que tarda un buen rato en presentar a su larga cadena de personajes que, salvo para los fans de DC Comics, son prácticamente desconocidos para la mayoría de la gente. Y lo hace de manera mecánica, con una cancioncita ad hoc para cada uno y en algunos casos (como los de Deadshot y Harley Quinn) hasta los presenta dos veces, con un Batman que aparece de tanto en tanto para recordarnos –como si hiciera falta– que todo esto pertenece a su universo.

A tal punto es confusa la película de ahí en adelante que el Joker (que pintaba ser una parte importante de la película, interpretado por Jared Leto) aparece junto a Harley un par de veces para luego borrarse casi por completo del filme, cuya trama central –utilizar a esta serie de villanos para combatir a un villano aún peor– resulta tediosa e incomprensible la mayor parte del tiempo. Lo que es más llamativo es la aparente incapacidad de Ayer, un director que ha sabido crear películas intensas y violentas, de armar escenas realmente potentes. Tal vez se trató de una mala elección de director: el realizador de EN LA MIRA y CORAZONES DE HIERRO suele hacer películas más realistas (policiales, bélicas) en las que la acción está circunscripta a cierta plausibilidad. En este universo de maníacos metahumanos está, digamos, un poco perdido en medio del vestuario y los efectos.

No hace falta saber los problemas o decisiones de producción para darse cuenta que toda la larga secuencia de enfrentamiento final entre nuestro grupo de antihéroes y la villana en cuestión está pobremente estructurada y filmada sin ningún vuelo creativo. El mejor momento de la película, de hecho, es el menos ligado a la trama: es una charla en un bar que varios de los protagonistas (además de Will Smith y Margot Robbie están Jay Hernández como el fogoso Diablo, Jay Courtney como el Capitán Boomerang y Adewale Akinnuoye-Agbaje como el monstruoso Killer Croc, todos “supervisados” por Joel Kinnaman como el Coronel Rick Flag y Viola Davis como Amanda Waller) tienen antes de encarar el desafío final que es detener a esa inexplicable criatura llamada Cara Delevingne (perdón, June Moon transformada en, bueno, algo que ya verán). Es un breve momento de humanidad que parece escaparse del formato prestablecido y que encuentra algo parecido a un contenido emocional real, uno que va más allá que el trauma o el “talón de aquiles” de manual que cada antihéroe tiene.

Tras dos horas de rutinaria exposición, confuso desarrollo y decepcionante enfrentamiento final a uno le queda la impresión que ninguna de las versiones posibles de la película (la de Ayer, la del estudio, la consensuada por ambos o la que podría haber hecho el siempre amable y simpático guardia del edificio de Warner local) podía ser realmente buena. No hay verdadera creatividad, no hay imaginación, el humor casi nunca funciona. Y más allá de algunos buenos momentos que entrega por lo general la pícara y a la vez aniñada Robbie, ESCUADRON SUICIDA es mucho menos que la suma de sus destartaladas metapartes.