El emperador de Paris

Crítica de Santiago Balestra - Alta Peli

El Emperador de París, un entretenido policial de época con mucha modernidad en su tono.

Jean Francois Richet obtuvo cierto reconocimiento siendo el realizador de la bastante aceptable remake de Asalto al Precinto 13 de John Carpenter. Desde entonces su nombre estuvo asociado a policiales, que si bien tenían guiones bordeando en lo disperso eran por lo menos claros en sus ideas y dueños de una gran riqueza visual, así como de potentes actuaciones. El Emperador de París lleva todo esto pero a la Francia napoleónica, como escenario de una trama policial con un pulso indefectiblemente moderno.

Un Elliot Ness Parisino

Incluso con su procedencia histórica, el desarrollo narrativo de la película no es muy distinto al de la gran mayoría de las películas norteamericanas, e incluso tiene una línea de acción bastante clara: para conseguir un indulto, un criminal se ofrece a ayudar al ministro de justicia metiendo en la cárcel a los criminales más buscados de París.

Así de sencillo es, sin mucho rebusque. Es por esta sencillez argumental que la película puede profundizar mucho en la idiosincrasia tanto del protagonista como de los hombres a su cargo, lo que los hace queribles por la fidelidad a sus propios códigos. Claro está, todo dicho en estrictos términos cinematográficos; la fidelidad histórica es otro cantar.

Curiosamente, a nivel temático El Emperador de París parece proponer que quienes deben ejercer la justicia no conocen mucho de las calles de París, mientras que los ladrones, ex-presidiarios, prostitutas y caza fortunas sí lo hacen. Principalmente porque las autoridades no están dispuestas a ensuciarse las manos, mientras que ellos sí, consiguiendo mejores resultados que los agentes del orden. Irónicamente también muestra cómo estos últimos reciben todos los honores, mientras que los primeros no obtienen casi nada excepto trabas burocráticas.

Podemos estar en acuerdo o desacuerdo sobre la construcción o fluidez de su narración, pero lo que provoca decir que estamos hablando de un policial de época con un pulso moderno, es la manera con que Jean Francois Richet escenifica los tiroteos con pistolas de chispa. Piénsenlo un poco: por su mecanismo que permite un solo disparo, las herramientas necesarias para recargar y el tiempo para hacerlo, el prospecto de un tiroteo con un arma de esta naturaleza lleva a la comedia solo por su concepto.

Sin embargo, la puesta en escena de Richet le busca la vuelta. Hace que los personajes lleven más de una pistola a la vez y los hace cubrirse y moverse estratégicamente para que cada disparo cuente. Si la escena tiene muchos objetivos a los cuales disparar, se puede prolongar una escena sin que parezca aburrida. Ya que el arma no necesita recarga cuando el protagonista mata a un hombre, toma la del muerto y sigue disparando; de nuevo por la simple lógica que encierra el concepto de un tiroteo con armas de esta naturaleza. Pero Richet sabe que si esto es entre dos pierde la seriedad, por lo tanto lo reduce a una pelea con cuchillos y/o espadas.