El destino de Júpiter

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

Complicadísimo tratar de catalogar, y mucho más de calificar, la nueva película de los creadores de “Matrix” (The Matrix, 1999). Si esta mega producción de los hermanos Wachowski fuera una parodia basada en aventuras espaciales o con toques de ciencia ficción al estilo de “Spaceballs” (1987) o un episodio de “Robot Chicken” sería una gran propuesta, pero su problema principal es que no lo es, ¿o si?

“El Destino de Júpiter” (Jupiter Ascending, 2015) termina siendo un film demasiado rebuscado dentro de la sencillez de su trama, tan colmada de elementos comunes al género (ni siquiera voy a llamarlos “homenajes”, digámosle referencias), que desvía la atención sobre lo que realmente ocurre en la pantalla.

Soy la primera en celebrar la originalidad, mucho más cuando se trata de géneros tan copados como la ciencia ficción, pero ¿puede llamarse “original” cuando sólo se trata de la suma de un montón de elementos conocidos?

Durante dos horas de película, cargada de acción non-stop, peleas, persecuciones, planetas extraños, criaturas aún más extrañas, abejas, un poquito de romance y un largo etcétera (sí, pasa de todo), los Wachowski nos pasean por un repertorio que evoca desde “La Guerra de las Galaxias” hasta “La Cenicienta”, de “El Mago de Oz” a “Volver al Futuro”, pasando por “Brazil”, “Los Juegos del Hambre” y cuanta película de superhéroes se les ocurra. Si esto es bueno o malo, la verdad no lo sé, así que voy a dejar que ustedes decidan. Igualmente, el film no deja de entretener y nos arranca una sonrisa (irónica) a cada minuto.

La cosa viene más o menos así. Jupiter Jones (Mila Kunis) lleva una vida poco glamorosa dedicada a limpiar las casas de gente rica y afortunada. Hija de padres rusos, sin nacionalidad ni futuro, pronto descubre que su destino podría ser mucho más interesante que el de frotar inodoros durante todo el día.

Jupiter tampoco tiene mucha suerte para el amor, pero sí un código genético que llama la atención de los tres herederos de la casa Abrasax, tres hermanitos que se reparten la posesión de los diferentes planetas del universo de donde sacan la materia prima para el producto más comercializado de la galaxia.

Al descubrirse la identidad de la muchacha comienza una feroz cacería que involucra a varios mercenarios intergalácticos y al rastreador más eficiente que se conoce: Caine Wise (Channing Tatum), un ex militar genéticamente modificado y medio albino, una extraña mezcla de ADN humano y lobo capaz de rastrear cualquier gen, venga de donde venga. Una cruza de Wolverine y Daryl Dixon con las orejitas de Legolas, como para que se hagan una idea.

Caine tiene la misión de llevar a Jupiter ante Balem Abrasax (Eddie Redmayne) -el mayor de la familia-, un tirano con pocas pulgas que tiene sus propios planes para el futuro de la chica. Pero tanto Kalique (Tuppence Middleton) como Titus (Douglas Booth) –los más jóvenes en la línea sucesora- también tienen ganas de sacar una tajadita de la nueva heredera del planeta más codiciado de todo -la Tierra-, lo que arma un flor de quilombo intergaláctico que involucra naves estrambóticas, lagartos alados y unos cuantos trámites burocráticos.

Ante todo, Jones tiene que asimilar el hecho de que existe vida inteligente en otros planetas y que estamos rodeados de alienígenas aunque no nos demos cuenta de ello. Aceptar su nuevo estatus real y salir a recorrer la galaxia de la mano de estos extraños. De la noche a la mañana, la ingenua mucamita se transforma en una heroína capaz de patear traseros como si hubiese sido entrenada por las fuerzas especiales, uno de los tantos detalles sin sentido que podríamos pasar por alto en este mar de incongruencias.

Podemos conjeturar que mucho de “El Destino de Júpiter” quedó tirado en la sala de montaje, tal vez, para hacer una película más llevadera y no una ópera espacial de más de tres horas de duración. Se nota el apuro por cerrar esta historia, pero los cabos sueltos y las incoherencias la dañan bastante si uno se pone detallista con la trama y los personajes que, como si fuera poco, tienen menos química que el spinoff de “Breaking Bad”.

¿Es una mala película? No del todo. ¿Es una buena película? No, para nada. Lana y Andy hicieron realidad todas sus fantasías cinematográficas y las vomitaron sobre este film donde desde el minuto cero se exagera las formas (por ejemplo, un simple asalto se transforma en el ataque de un grupo comando), donde la mitad de los interrogantes no obtienen respuestas y, al mismo tiempo, se sobre explican tantos detalles que uno termina mareado y restándoles interés porque en el fondo no importan: nombres, lugares, razas, eventos y fechas que no llegamos a computar porque no nos dan el tiempo suficiente.

“El Destino de Júpiter” (Jupiter Ascending, 2015) es una película que no aburre -eso no se le puede negar- gracias a que deja de lado la filosofía New Age de “Cloud Atlas: La Red Invisible” (Cloud Atlas, 2012), pero ni se acerca a su calidad visual. Ni hablar de compararla con la trilogía que catapultó a los Wachowski a la fama, al menos que tengamos en cuenta las mil y una piruetas aéreas que realizan los protagonistas a la hora de enzarzarse en una pelea.

Jupiter es la Cenicienta de esta fantasía espacial (hasta tiene hermanastros malvados, je), aunque sea casi imposible creer que esta piba se dedique a limpiar baños, incluso, después del desenlace de la historia. Uno de los tantos momentos “WTF?” que tiene la película, que no pienso listar para no spoilerarles la diversión.

Más allá de la espectacularidad de sus escenarios, el vestuario y los efectos especiales, “El Destino de Júpiter” no logra conmover desde lo visual, cortesía de un millón de pantallas verdes e incontables horas de trabajo para los magos del CGI. Hasta la música nos remite a la nueva trilogía de George Lucas, convirtiéndola en uno de los peores trabajos de Michael Giacchino (“Los Increíbles”, “Up”, “Super 8”) hasta la fecha.

Admito que estoy desilusionada y, aunque no esperaba una maravilla, duele ver el resultado final de la nueva obra de esta dupla que supo redefinir el género a finales de la década del noventa. Sólo recomendada para amantes incondicionales de la ciencia ficción descerebrada, de los romances fugaces que hacen honor al mejor cuento de hadas, admiradores del torso desnudo de Channing Tatum y morbosos que gustan de ver a Terry Gilliam “homenajeándose” a sí mismo.