El cuento de las comadrejas

Crítica de Matias Seoane - Alta Peli

Fuera de moda

Hace varias décadas que Mara Ordaz (Graciela Borges) no es la estrella que supo ser. Poco a poco fue olvidada por el público y la industria, hasta quedar finalmente recluida en una alejada mansión junto a lo más parecido a una familia que alguna vez tuvo: su marido, su cuñado, y el marido de su mejor amiga, quienes fueron a su vez director y guionista de muchos de sus éxitos.

La relación con ellos es áspera en el mejor de los casos. Fueron sus esposas a quienes invitó a vivir con ella, y ahora que ya no están no puede sacárselos de encima.

Ni siquiera la relación con su marido es buena: supieron tener un sincero amor cuando ambos actuaban, hasta que un accidente lo dejó en silla de ruedas.

Y mientras ella añora sus épocas de gloria, los tres hombres disfrutan sus años de vejez con una ácida amistad que les permite decir las más terribles barbaridades sin ofenderse; y aunque recuerdan con cariño los años en que trabajaban en cine, parecen bastante conformes con la vida tranquila que llevan en el campo.

Pero como ellos mismos remarcan, nada puede ser tan tranquilo. Asi, un día aparece en su puerta una joven pareja que se manifiesta admiradora de Mara. Con el ego reanimado, ella recibe de buena gana la idea de que aún tiene algo para ofrecer al mundo y que no puede hacerlo desde este exilio autoimpuesto. Para eso debería vender la propiedad y mudarse de regreso a la ciudad, un proyecto que lógicamente no hace feliz a los otros habitantes de la mansión.

Bichitos

Aunque la base de la historia y sus personajes es la misma, no son pocos los cambios propuestos por El  Cuento de las Comadrejas respecto de la obra original. En un giro que balancea más los protagonismos y reduce la fuerte carga misógina que tenía originalmente, la nueva Mara tiene un carácter mucho más fuerte que la anterior, con una lengua filosa que le hace frente sin amedrantarse a las ironías de los varones de la casa .

Es incluso más insoportable en su divismo, pero su ego se ve justificado y es el rasgo explotado por el joven empresario que busca concretar su negocio e impulsar una trama un poco más compleja, aunque sigue dejando en el centro de todo a los personajes. Siempre bordeando la caricatura, se destaca el trabajo de Graciela Borges encarnando a una estrella ególatra que podrá haber sido olvidada pero no perdió nada de su carisma. Es el único personaje con algunas facetas, logra meter en un mismo cuerpo -y de forma creíble- a esa persona con hambre de adulación que al mismo tiempo puede expresar un tierno afecto por su marido o un frío desinterés por vidas ajenas.

Al mismo tiempo es la única que muestra algo de evolución al final de la trama, transformándose por los eventos que vive, mientras que el resto del elenco hace lo que puede con los personajes lineales que les tocan: gente que no abunda en facetas, quedando inmediatamente claro que son todos miserables en distintos grados, y donde el único que podría salvarse de esa categoría es porque está al borde de ser directamente estúpido, un rasgo bien conocido como incompatible con la maldad. O al menos con la capacidad de ejercerla.

Todo lo bueno de El Cuento de las Comadrejas viene de la mano de su elenco. Despojada del carisma de sus intérpretes y de la gracia de algunos retruques, la narración se revela chata y poco consistente. Los intentos dramáticos no causan gran empatía, y los momentos que buscan generar algún misterio están tan remarcados que se ven venir a lo lejos.

Esta nueva e inflada versión de la historia intenta abarcar otros varios temas de forma superficial, sin terminar de enfocarse más que en establecer una cadena de chistes que no dejen momento para el silencio. Varias de esas situaciones son sin duda graciosas, pero a la narración en conjunto le juega en contra tanta explicación de todo lo que vemos, esa necesidad de que siempre alguno de los personajes esté diciendo algo inteligente por más que quede inverosímil y solo le falte guiñar un ojo a cámara; algo que de todas formas prácticamente sucede un par de veces.

Y justamente el cambio más importante respecto a la del ´76 es el tono: recuerda más al artificio clásico de la sitcom de fin de siglo que a la sutileza irónica de la comedia negra, porque la mayoría de los chistes son retruques verbales muy precisos y poco naturales. Esta velocidad en los diálogos choca con la rigidez del resto de la puesta, la cual es prolija pero estática. Todo acompaña sin estorbar aunque claramente solo importan los diálogos; el resto queda relegado a ser un marco para ellos.

Como añadidura que entretiene pero resulta irrelevante para la historia, aprovecha que ahora sean todos personajes vinculados al mundo del cine para hacer algunos chistes internos y referencias que bordean la ruptura de la cuarta pared. De ahí surgen varios de los mejores momentos, pero incluso eso dura poco y eventualmente se vuelve demasiado autorreferencial; o al menos eso se siente al ver tan remarcado el premio Oscar, la mención repetida del ignotoprimer largometraje del director, o la no muy velada expectativa de ser reconocido en la historia junto a gente como Mario Soffici o José Martínez Suárez.

No digo nada nuevo diciendo que el humor es algo muy personal y sé que mucha gente se divertirá con El Cuento de las Comadrejas, pero con el historial de los involucrados en esta gran producción, era esperable una buena pulida que le dé síntesis y se sienta menos tosca.