El cuento de las comadrejas

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

La nueva película de Juan José Campanella, "El cuento de las comadrejas", representa un cambio parcial en la filmografía del afamado realizador de "El secreto de sus ojos". No es fácil dar vuelta la página una vez que se tocó el cielo con las manos. Algo de eso pareciera ser lo que sucede con el Campanella post la ganadora del gran premio de la Academia. Alzarse con un taquillazo y un Oscar bajo el brazo lo colocó en una posición en la cual no es sencillo encarar un nuevo proyecto ¿Esperando que la fórmula se repita?
Si bien en el medio dirigió "Metegol" (que pasó más desapercibida de lo esperado), y tuvo algunos proyectos en TV y teatro de suerte dispar, "El cuento de las comadrejas"significaba la vuelta fuerte al cine de uno de los dos directores que nos dio un Oscar.
Esa es la expectativa del público, ¿y la propia? Aquí el director se mete en un terreno complicado, no sólo adaptar un clásico u obra de culto del cine nacional; sino cambiar el estilo que forjó en sus cinco películas previas hechas en Argentina.
Esta historia de cuatro personajes de la tercera edad contra dos despiadados jóvenes, lo alejan de ese timing barrial, el código urbano, localista, que marcó desde "El mismo amor, la misma lluvia" y mantuvo aún en el cine de género ("El secreto de sus ojos" y "Metegol"). Esta vez se presenta un universo cerrado, de clase alta, con códigos que dejan afuera de la identificación al espectador promedio, y toda una estructura que responde a un estilo de cine que no es lo conocido de Campanella, ni en películas ni en otros formatos ¿A quién apunta sus guiños?
Las primeras imágenes nos ubican en situación. Mara Ordaz (Graciela Borges) fue una estrella del cine argentino clásico, de la época dorada, el star system. Mediante un compilado que incluye varias películas de la propia Borges disimuladas, vemos un repaso a lo "Cinema Paradiso".
En la actualidad, Mara es una mujer olvidada por el público y encerrada en su mansión de la cual se resguarda de ese olvido. Como si entre esas paredes se respirase un aire distinto que en los exteriores. No vive sola, la acompañan su marido Pedro de Córdova (Luís Brandoni), un actor que vivió siempre bajo la sombra de Mara, y Norberto Imbert y Martín Saravia (Oscar Martínez y Marcos Mundstock, respectivamente), el director y el guionista de las películas de Mara y Pedro.
Entre los cuatro mantienen una convivencia extraña en la cual se lanzan dardos de todo tipo (los metafóricos y los literales), se desprecian, pero también mantienen una armonía simbiótica. Armonía que, como lo advierte el propio Norberto en uno de sus muchos diálogos expositivos, sólo puede ser rota por la presencia de los villanos.
¿Quiénes son los villanos? Dos jóvenes agentes de bienes raíces, Francisco Goumard (Nicolás Francella) y Bárbara Otamendi (Clara Lago), que con la excusa de un accidente arriban a la mansión y tientan a Mara e intentan persuadir al resto para vendérselas a cambio de regresar a Mara a un departamento céntrico que la ubique en el centro de la escena otra vez.
A partir de entonces, se arman los bandos, Norberto y Martín por un lado; Mara por el suyo; Francisco Bárbara engatusando y seduciendo para su beneficio; y Pedro como un alma en pena tironeada. Al igual que Los muchachos de antes no usaban arsénico, El cuento de las comadrejas es una comedia con tintes negros, y personajes que bordean lo paródico.
En la comparación entre ambas, la original de José Martínez Suárez sale ganando por varios sentidos; pero principalmente por dos factores fundamentales, es mucho más negra, ácida, y genuina, que su adaptación.
Suárez le imprimió a su película una lectura de su coyuntura (la pre dictadura, el conservadurismo apartado peleándose entre sí y temeroso de lo nuevo – lectura del peronismo –, el caos a la vuelta de la esquina) que esta obviamente no posee. Partiendo de ahí, las circunstancias son diferentes. "El cuento de las comadrejas" es más complaciente, sus personajes terminan siendo más simpáticos que sórdidos, y la relación entre los personajes mayores no es tan oscura como en el original, todo es más previsible.
Barroca, esta realización recuerda a cierto cine que acá representa Marcos Carnevale, aquel abstraído de la realidad cotidiana argentina. Sobre todo a "Tocar el cielo", "Inseparables", y especialmente "El gusto de los otros". La estructura de diálogos se siente acartonada, ¿teatral?, demasiado estructurada, efecto más marcado en su primer tercio, hasta que entramos en su juego.
Todo huele a un aire bucólico, de un antaño no definido. También tiene algunas dificultades con las fechas ¿Mara fue estrella de cine mudo? ¿Qué edad tiene? Sobre la mesa, Campanella ¿quiere alejarse de su cine?, pero vuelve a recaer sobre el guiño emotivo y el mensaje complaciente (respetemos a los viejos, la modernidad nunca tendrá el corazón de otros tiempos) que lo caracterizan, generando un híbrido.
En este juego, Graciela Borges es quien más se luce con una película hecha a su medida (muy cuidada y con unos bellísimos planos, incluido un fundido de su cara con sus películas) y en la que ella sorprende con bríos y un brillo diferente a ese personaje más sutil al que nos tiene acostumbrado. Es la más mordáz y graciosa del conjunto.
Quizás algo de esto lo demostró en Dos hermanos, pero acá explota. Los halagos también van para Clara Lago, con un correcto tono argentino que ya le conocimos en "Al final del túnel", y un tono justo para hacer una villana seductora en un estilo caricaturesco, como villana de Disney.
Brandoni sale airoso de un personaje diferente y difícil, cargado de patetismo y sufrido. Martínez se repite; y a Mundstock parece difícil sacarlo del decir discursivo a lo Les Luthiers. Nicolás Francella cada vez más parecido a su padre, una correcta elección de casting, aunque pasa inadvertido.
También hay que destacar que Campanella siempre le da lugar a intérpretes secundarios. En este caso, una sola escena le alcanza a la talentosa Maru Zapata para lucirse.
Hay algo más que hace ruido en "El cuento de las comadrejas", una estatuilla, que no es un Oscar, pero se le parece mucho, ubicada en el centro de la película, y el centro de esa mansión. Ese galardón tiene múltiples lecturas.
Es el centro de disputas entre los personajes, un desencadenante, y también es un objeto de peso en la realización. Lo mismo sucede con un código de ruptura de la cuarta pared, con flashes de autoconsciencia o guiño de estar en una película. Recurso que a veces funciona, y otras suena a ombliguismo injustificado.
"El cuento de las comadrejas" habla de cine, dice ser para cinéfilos, hace referencias explícitas, se enorgullece de pertenecer a ese mundo de artistas. Una simple lectura deja entrever un deseo de pertenencia del realizador. La forma de regresar de Campanella, el post Oscar, parece querer reclamar un lugar de pertenencia. Cuando en una misma oración nombra a la panacea de directores argentinos, pareciera pedirnos que lo incluyamos ahí, en ese grupo selecto.
En definitiva, hablamos de un mundo muy autorreferencial, con un chiste interno hacia la filmografía del director y que es su título menos conocido (¿un “todos deberían conocer mi obra”?), y varios parlamentos en los que él pareciera hablar por boca de los personajes. Debajo de todo ese ropaje, se encuentra una película siempre entretenida, con varios momentos que sacan una sonrisa, y un apartado técnico profesional (descontado una innecesaria y extraña obsesión por los primeros planos y los juegos con el fondo).
El cuento de las comadrejas es el regreso al cine de un director con mucho para decir, sobre todo de sí mismo, y en la cual, detrás de todo ese lenguaje entrega un producto menor pero eficaz en su promesa de una comedia de alto nivel comercial.
No está mal, pero Martínez Suárez respira tranquilo, su legado sigue intacto.