El cuento de las comadrejas

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

Una obra con todo para ser un éxito y ganar el derecho de ia nominación al Oscar

El paso del tiempo dentro del mundo de la cinematografía, que superó largamente los cien años de vida, permite que las historias previamente escritas puedan reciclarse, adquirir otro punto de vista o reversionarlas por haber sido buenas, originales o ingeniosas. Con “El cuento de las comadrejas” sucede esto. El galardonado director Juan José Campanella, previo a su salto a la popularidad, redactó un primer guión de esta película basada en la obra de José Martínez Suárez “Los muchachos de antes no usaban arsénico” (1976), pero luego, lo guardó en un cajón hasta una mejor ocasión. Por eso ahora, sale a la luz un film que no sólo homenajea al estrenado apenas unos días más tarde de haber ocurrido el golpe militar, sino que, también, a un clásico como “El ocaso de una vida” (1950).

Mara (Graciela Borges) es una actriz retirada que permanece recluida en una mansión mal conservada, ubicada en las afueras de la ciudad. Junto a ella la habitan también su marido Pedro (Luis Brandoni), que fue actor y permanece en silla de ruedas luego de haber sufrido un accidente, Martín (Marcos Mundstock), guionista de la mayoría de sus películas.y Norberto (Oscar Martínez), director de cine. Los cuatro viven una vida monótona, aburrida, sin lujos, ni privaciones. Con sus pensiones les alcanza para pasar una vejez apacible, sin sobresaltos económicos. Pero Mara añora su pasado glorioso, de fama y reconocimiento, hasta obtuvo un premio internacional como mejor actriz, al que venera día a día.

Pero la parsimonia se altera sorpresivamente cuando llega a la casa una pareja de jóvenes integrada por Bárbara (Clara Lago) y Francisco (Nicolás Francella). Ellos son simpáticos, sofisticados, encantadores y aduladores. Aunque, como se sabe, tanta dulzura empalaga y bajo esas máscaras que transmiten pura amabilidad en realidad esconden otros intereses que provocarán enfrentamientos entre los cuatro artistas, y con los visitantes, también.

Aquí se ve la mano del realizador para contar una historia de misterio, drama, melancolía, reproches, dolor, reclamos, decadencia, seducción, ambiciones, mercantilismo, etc., donde cada escena tiene su razón de ser. La narración, basada en un conflicto central, que actúa como eje donde gira un elenco coral, permite que ellos se luzcan durante los momentos que les toca participar. El respeto de Campanella hacia los actores es fundamental. Le dio a cada uno de ellos una personalidad muy bien definida, que se complementan perfectamente. Las disputas aumentan la tensión del relato, hasta último momento no se sabe quién resultará el triunfador de una contienda compaginada con mucho ritmo, en el que la muy buena música, de cuando ellos eran jóvenes, sobresale y destaca. Sin embargo, nada de lo descripto tendría valor sino fuese por el humor negro con el que está hecha. Tiene el timing justo, en el que se maneja la sutileza y la elegancia con maestría. Permite que el clima sea distendido frente a lo que podría ser muy dramático y profundo, si el género elegido era otro.

Es preferible no ahondar demasiado en el nudo de la trama, sólo trazar un panorama, para permitirle al espectador que aprecie, se sorprenda y disfrute de una película que tiene todo para ser un éxito y una casi segura nominación a los premios Oscar