El Crazy Che

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

La vida, casi como una ficción

Un documental de espionaje sobre un señor muy particular: Guillermo Gaede, o Bill, nacido en Lanús, con un padre defensor del nazismo. Bill vivió en Estados Unidos más de una vez y no siempre en libertad. Fue empleado de Entel, trabajó en tecnología informática y en espionaje industrial. Sus actos fueron tomados en cuenta para crear una ley en Estados Unidos. Pasó secretos de un lado a otro, del capitalismo al comunismo y viceversa. Sus compromisos con uno y otro bando se movían por una convicción que podía cambiar impulsado, por ejemplo, por una desilusión, como pasó cuando conoció el comunismo in situ.

Es decir, no se trata de un fanático. Sí, en todo caso, de un apasionado que entiende la vida casi como una ficción, como una aventura desdramatizada. Porque, ya sea por su talante o por la construcción de este film, esta vida que parece una farsa increíble nos lleva a pensar que todo el mundo y su organización son farsas increíbles: es el poder que tienen las películas convencidas y convincentes.

El Crazy Che tenía un riesgo de armado claro: la monotonía que acecha ante tamaña cantidad de información sobre intercambios de información. En ocasiones, en el segmento central, El Crazy Che puede llegar a empantanarse, pero no por lentitud, sino por su abrumadora riqueza argumental que pesa a veces en demasía.

De todos modos, Iacouzzi y Chehebar, los directores -y montajistas, y guionistas, y productores-, aciertan en un planteo preocupado por la riqueza de recursos, como las entrevistas que no niegan el absurdo -la cuñada y el hermano aportan frases cortas que funcionan de forma cómica- y los audios y videos de archivo que trabajan sobre una realidad tan increíble que funcionan casi como efectos especiales, en términos de llevar esta historia a un estatuto casi fantástico. Las animaciones, en tanto, operan en el mismo sentido y agregan un relieve de cómic a esta historia sobre un señor (ingeniero, hacker, espía, etcétera) extraordinario que entierra cosas en los bosques de Ezeiza o camina por el centro de Fráncfort con la misma imperturbable actitud del que conoce la absurdidad del mundo y sabe enfrentarla con una mueca humorística y con la frase de Baroja: "El nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando".