El conjuro 2

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

El viejito que no se quería ir

Secuela del éxito de 2013, los investigadores paranormales redoblan la apuesta, ahora con una familia en Londres.

Lorraine y Ed Warren, investigadores de hechos paranormales y pareja en la vida real, ya nos mostraron cómo lidiar con espíritus malignos en El conjuro, una de las mejores expresiones del cine de terror que se vio en los últimos años. De la mano del mismo director, el malayo James Wan, que supo ser el artífice de la primera El juego del miedo, pero también de la última Rápidos y furiosos, Ed y Lorraine vuelven al ataque para salvar a otra familia de una casa embrujada.

Tanto en aquella oportunidad como en ésta, lo que se cuenta se basa en historias reales, un hándicap que paga mucho a la hora de creer o reventar.

El caso los lleva a Inglaterra, también en los años ’70. Una madre que cría sola en los suburbios de Enfield a sus cuatro hijitos ante la desaparición del padre (se fue con otra mujer), la cuestión es que los fenómenos paranormales aterran y alteran a la familia, que no tiene dinero y muchos creen que están armando todo para conseguir una mejor vivienda.

Por supuesto que están equivocados.

El espíritu de un atormentado anciano se sienta en un destarlatado sillón en el living, y desde allí, bueno, ya conocen y sino imagínense lo que puede hacer a una de las niñas del hogar, ya que asegura que esa casa es suya y las amenazas son varias.

A nadie se le ocurre tirar, quemar, hacer desaparecer el sillón, pero bueno, se ve que no era una opción viable. Y ya aprendimos que mudarse tampoco resuelve el asunto.

Wan apela a que el espectador ya conoce o se ha familiarizado con Lorraine, por lo que se centra también en sus premoniciones -nunca falla esta mujer- y la suerte que pueden correr ella o su devoto marido, de patillas largas y devoto de Elvis Presley. Ella de entrada, cuando resuelve el caso de Amityville en el prólogo, ve algo inquietante, que tendrá coletazos posteriores.

Lo cierto es que durante los 133 minutos no hay uno solo que no mantenga en vilo al espectador. Wan no apela a atrocidades, y tal vez con el look setentoso, la película hasta se parece a los relatos de horror de aquellos tiempos. Vera Farmiga y Patrick Wilson hacen creíble lo increíble, lo cual en un filme de este género no es precisamente poco.