Negocios de familia La esperada nueva película de Pablo Trapero, en competencia por el León de Oro de la 72 Mostra de Venecia, bucea sobre uno de los casos policiales más resonantes de la década del 80: los Puccio. Una red familiar de la residencial zona de San Isidro que se dedicaba al secuestro extorsivo de personas cercanas a su propio entorno. La historia real que vincula a Arquímedes Puccio y a su hijo Alejandro como los principales cabecillas de una organización familiar vinculada al secuestro extorsivo es llevada al cine por Pablo Trapero a partir de una investigación propia centrada en el periodo comprendido entre los años 82 y 85. Arquímedes era un contador que llegó a ser vice cónsul gracias a sus vínculos con el gobierno militar que gobernaba el país. Alejandro, fue un famoso rugbier perteneciente al mítico club CASI e integrante de Los Pumas. El clan familiar se completaba con Epifanía Ángeles Calvo, la esposa de Arquímedes y madre de cinco hijos: Guillermo, Maguila, Silvia, Adriana y por supuesto Alejandro. En julio de 1982 Ricardo Manoukian, de 23 años, fue secuestrado y pese a que su familia pagó el rescate el joven fue hallado muerto con tres disparos en la cabeza. En mayo de 1983 Eduardo Aulet también fue secuestrado cuando iba en auto al trabajo. Su familia pagó, pero Aulet fue asesinado y su cuerpo hallado varios años después. En junio de 1984, Emilio Naum detuvo su vehículo al ver que Arquímedes le hacía señas, pero el empresario ni siquiera llegó a ser capturado, porque al darse cuenta de lo que sucedía intentó escapar y fue asesinado de un balazo en la cabeza. El último de los secuestros que llegaron a perpetrar fue el de Nélida Bollini de Prado que fue rescatada por la policía. Todas las víctimas tenían relación con la familia, y en el caso de los dos primeros el nexo cercano era Alejandro. En El Clan (2015) Trapero apuesta al thriller y el melodrama para narrar, más que los hechos delictivos propiamente dichos, la relación dentro de ese núcleo familiar, pero con el eje puesto en el vinculo entre Arquímedes y Alejandro. La película muestra a un padre manipulador, sin ningún tipo de pruritos a la hora de salirse con la suya para persuadir a que su hijo lo acompañe en sus crímenes. Pero también a un joven ambicioso que duda pero que no rechaza su parte del botín y a una familia que prefiere “no saber” para poder mantener un estilo de vida. Trapero narra la historia de manera fragmentada, con un montaje alternado de las temporalidades, para así evitar dejar libres los cabos sueltos que de por sí tiene la historia real, y dándole el único punto de vista de la trama a Arquímedes y Alejandro. Se muestra a la familia cómplice, al menos sabiendo lo que sucedía, pero no hasta donde sabía y cuál era su grado de participación. La utilización del fuera de foco también puede ser visto como una alusión a que se cuenta hasta donde se conoce, dando a entender que hay una zona negra que se desconoce. El contexto histórico, de vital importancia, aparece a través de imágenes de archivos en discursos televisivos o recortes de periódicos. Toda la carga actoral está puesta en Guillermo Francella y Peter Lanzani que componen dos personajes totalmente creíbles, llenos de matices y con personalidades muy definidas y opuestas. La naturalidad con la que manejan cada situación es notable. También hay que destacar los parecidos físicos logrados, gran trabajo de maquillaje de Araceli Farace, como la labor del resto del elenco, entre ellos Lili Popovich y un casting de jóvenes actores que se revelan en cada uno de sus personajes. Un rol importante dentro de la película es el uso de la música, en la mayoría de las escenas se escuchan canciones de la época, quitándole dramatismo a las secuencias más intensas, y a su vez intercalándolas con otras o apelando al fuera de campo. Por ejemplo el asesinato de uno de los secuestrados se alterna con una escena de sexo en un auto entre Alejandro y su novia. Una vez más Trapero vuelve a filmar una escena sexual con la maestría que nos tiene acostumbrados. El Clan tiene todo para ser un éxito. No solo por contar con protagonistas de peso como Francella y Lanzani y una historia con todos los ingredientes para ser llevada al cine, sino principalmente por la forma que Trapero eligió para contarla y ponerla en escena. Un thriller melodramático con algunos guiños al cine de Luis Buñuel.
En el nombre del padre El clan, la nueva película de Pablo Trapero, está basada en hechos reales ocurridos en Argentina en la primera mitad de la década de los ochenta. Para cualquier espectador argentino de más de cuarenta años, los nombres y las situaciones resultarán más que familiares, aun cuando no se recuerden todos los detalles. Para un espectador de otro país o de mucha menos edad, la historia será toda novedad. En ambos casos, creo que queda claro, que la película funciona. Estar basada en hechos reales es un gancho muy fuerte debido a las enormes repercusiones que tuvo el caso en su momento. El clan tal vez no sea solo la película más importante del año sino también una de las más taquilleras. Pero que realmente importa es que se trata de un film excelente. Arquímedes Puccio vivía con su familia en, San Isidro, zona norte del Conurbano bonaerense, su hijo era un jugador de rugby muy popular dentro de su club y la familia vivía integrada a la sociedad más allá del trabajo de Arquímedes para el servicio de inteligencia de la Fuerza Aérea. Pero la película ya muestra el final de la historia, o casi, cuando la policía irrumpe en el hogar de los Puccio, donde de manera insólita tenía secuestrada a una de sus víctimas. Está claro que la historia pedía a gritos ser llevada al cine. Incluso ahora está por estrenarse una miniserie para la televisión argentina. Tan única es la historia que sin problemas un grupo de guionistas norteamericanos podrían tomarla y convertirla en una serie de varias temporadas. Ojalá lo hagan, aunque solo sea tomando el punto de partida. El espectador no tiene la obligación de investigar el tema, aunque le prometo que luego de ver la película querrá saberlo todo. Tampoco falta un libro, así que la experiencia puede hacerse completa leyendo el libro que acaba de salir, escrito por Rodolfo Palacios. Pero también debe decirse ya que hay muchas cosas que nunca se supieron, por lo cual –y por suerte- el cine hace el resto. Que la película esté basada en hechos reales no la hace ni mejor ni peor, por lo cual pasemos a analizarla como si se tratara de un guión salido de la imaginación de alguien sin base alguna en hechos reales. Pablo Trapero tiene una probada filmografía que va desde su contundente debut en Mundo grúa a sus films más populares, como Carancho y Elefante blanco. Film tras film ha ido creciendo como narrador, sin desprenderse de su estética original. Lejos, El clan es su película más clásica, no solo por una fluidez narrativa absoluta, sino por la forma en que se relaciona con el espectador. El clan no resulta ardua para el espectador acostumbrado a un cine tradicional y no tiene tampoco la sordidez visual de sus films anteriores. Los personajes son sórdidos, siniestros, monstruosos, pero a nivel narrativo se trata de su film más amable. Sus tonos oscuros en la luz siguen intactos, así como también los largos planos y la forma de encuadran que lo vinculan fácilmente con sus últimos films. Sin virtuosismos notorios (pero igualmente virtuosos) Trapero narra de forma brillante. Sí, la historia parece contarse sola, pero no se cuenta sola, necesita de un director de gran nivel. Porque cuando las cosas parecen tan servidas es cuando un mediocre es capaz de arruinar todo. Puntualmente hemos tenido varios ejemplos en el cine argentino. Ese pulso narrativo, esa sobriedad se extiende a todos los aspectos de El clan. Aunque vaya a ser una película popular, Trapero no carga ninguna tinta, sino que deja que las cosas se produzcan. Cada escena tiene el peso suficiente como para moverse, un exceso la llevaría al desastre. Esa es la diferencia entre el cine del montón y el buen cine. No hay excesos melodramáticos, no hay grandes estridencias, pero el espectador está al borde de la butaca de principio a fin. Todo esto se aplica al elenco y al protagonista, Guillermo Francella. Su Arquímedes Puccio es legendario. Una vez, imaginemos que no es un personaje real, imaginemos que es un invento. En realidad es un invento, porque en la piel de Francella cobra una dimensión única, que le pertenece a este actor y a esta película. ¿Cómo interpreta a un monstruo que no se cree tal? ¿Cómo seguir a un personaje que hace tan espantoso con la misma naturalidad con la que puede llevar adelante un negocio o cualquier otro trabajo? Puccio, padre de familia católico, miembro respetado de la comunidad, ayuda a su hija con la tarea a la vez que planifica horribles crímenes dentro de la misma casa donde vive con su familia. Hay que ponerse en la piel de un personaje así y Guillermo Francella lo consigue. Sí, no hay dudas de que Trapero debe ser en parte el responsable de esta sobriedad siniestra, de esta frialdad inquietante. Pero es Francella el amo y señor de la mejor actuación de su carrera y de uno de esos roles destinados a queda en la historia de nuestro cine. Esto sin quitarle tampoco valor a la gran actuación de Peter Lanzani, que está perfecto también. Los actores están bien, los personajes están bien. Cada personaje, aun los secundarios son interesantes. La familia, ese núcleo sobre el cual se ha construido la sociedad, es mostrada con todas las locuras, las lealtades, los miedos y las complicidades de cualquier familia, pero en este caso girando alrededor de horrendos crímenes. Sorprenderá a muchos la inteligencia y el buen gusto con el cual se puede contar una historia tan terrible. No debería, así se han hechos miles de obras maestras de la historia del cine. No hay que hacer films horribles para contar historias que lo son. El clan es una película inolvidable. Una vez vista, pueden ir y buscar más información sobre el tema. Pero en lo que se refiere al cine, a una obra profunda y compleja, tienen todo lo que necesitan en la película, no se necesita más.
Un par de ojos celestes miran sin pestañear denotando una frialdad e impasibilidad temibles. Esos ojos pertenecen a Guillermo Francella, el protagonista de El Clan, quien interpreta impecablemente a Arquímedes Puccio en la última película de Pablo Trapero. El film, basado en hechos reales, narra la conocida historia de la familia Puccio, quienes se dedicaban al secuestro y asesinato en la década del 80. Trapero muestra con destreza y agilidad cómo era la dinámica en esa casa de San Isidro, a la vez hogar de la familia Puccio e infierno de sus víctimas, las cuales pasaban sus días en el sótano hasta que sus seres queridos pagaban el rescate, para luego ser asesinadas a sangre fría. Aunque la película muestra los secuestros y su logística, el tema central es la relación de Arquímedes con su hijo mayor Alejandro, interpretado por Peter Lanzani, quien redondea una gran actuación. Se ve cómo Arquímedes lo presiona, lo doblega y lo manipula constantemente. Es la lucha de dos egos, el padre contra el hijo, una relación marcada por el delito. La actuación de Francella es tan visceral, tan creíble que el Francella que todos conocen desaparece y el terrorífico Arquímedes se materializa en su lugar. Recién cuando los créditos finales comienzan a aparecer se cae en la cuenta de que ese de ahí con pelo blanco como la nieve y una mirada dura y vacía era Francella actuando. La época en la que sucede todo tiene gran importancia para los hechos, y por eso la reproducción del contexto resulta crucial. El viaje a la realidad de los 80 se produce fácilmente gracias al vestuario, la música de bandas como Serú Girán y Virus, y el uso de grabaciones de Galtieri y otros importantes personajes de entonces. Contando una historia casi increíble y que dejó una marca en la historia argentina, El Clan se presenta como la película argentina del año. Trapero narra la historia de los Puccio de manera precisa y atrapante, dándole al ambiente un tinte siniestro con sus paralelismos entre la vida “normal” de la familia y los crímenes cometidos en simultáneo. Luego de ver el film, el espectador tendrá ganas de saber más de los infames Puccio y -seguramente- no podrá sacarse de la cabeza el semblante serio y la mirada penetrante de Francella.
Detrás de las caretas de una familia bien constituida en hogar, patria e iglesia, los Puccio escondían el horror de una práctica casi deportiva durante la dictadura militar: el secuestro seguido de muerte. Trapero usa el soundtrack (David Lee Roth, Virus) y las imágenes de archivo (Alfonsín, Galtieri) para retratar el momento bisagra que significó la transición entre la dictadura y la democracia, por lo cual se ahorra tener que explicar los motivos detrás de la acciones. El contexto lo explica absolutamente todo. Los asesinatos de Manoukian y Aulet (pese a que sus familias habían pagado el rescate) y el de Naum que intentó escapar y también fue asesinado son el nudo de la historia cuyo desenlace es el último de los secuestros que llegaron a perpetrar, el de Bollini de Prado que fue rescatada por la policía. Luego de eso el film muestra el entramado judicial de un hombre que se creía impune y una situación de la vida real que resultó cinematográfica y que Trapero elige para cerrar el film. Filmada con un pulso clásico, sobrio y ayudado por el formato anamórfico, Trapero presenta un film comercial pero profundo donde se supera como director en forma y calidad. Una gran producción en todos los niveles, una fantástica recreación de época y vestuario coronado por excelentes actuaciones. El Francella que conocemos desaparece debajo del rostro frío de Arquímedes Puccio y provoca rechazo y miedo a la vez, y la actuación de Peter Lanzani resulta una revelación componiendo al perturbadísimo Alejandro Puccio. Una historia que genera interés y escalofríos aún 30 años después de sucedida, contada de manera atrapante y dirigida a las masas que seguro colmarán los cines argentinos.
La película reconstruye lo que fue la familia Puccio. Una familia que parecía “perfecta” para la sociedad, para el paquete barrio de San Isidro. El film cuenta la historia de todos los integrantes, y en donde toda la familia era cómplice del secuestro y asesinato de personas en la década del ´80. Se cree que los Puccio mataron a docenas de personas, pero la película -explicó Trapero- se concentra en cuatro casos de 1982, 1983, 1984 y 1985. “Eso significa que abordamos los dos últimos años de la dictadura y los dos primeros de la Democracia”, aclara. El film pone el contexto histórico para que las nuevas generaciones también vean lo que sucedía en la Argentina y para otros, rememorarlo. Trapero muestra a la perfección ese momento, y en todos los aspectos: vestuario, una imagen con colores que nos llevan a esa época, porque Trapero está en los detalles. También hay que destacar los parecido físicos que lograron los personajes. Son excelentes las interpretaciones de Guillermo Francella (Arquímedes Puccio), que no se reconoce en pantalla: frío y extraño, poco sociable, distinto en su totalidad, metido en la piel de Arquímedes. Y Peter Lanzani (Alejandro Puccio, hijo mayor), luciéndose y sorprendiendo a los espectadores, un impecable papel, que le cambiará el curso de su carrera. ÉI interpreta a aquella estrella del club de rugby CASI, y jugador del seleccionado Los Pumas. También se someterá a la voluntad de su padre para identificar posibles candidatos, sirviéndose de su popularidad para no levantar sospechas. La música también cumple un rol importante dentro del film, canciones de la época que atenúan un poco las intensas y dramáticas escenas. Un guión difícil a la hora de escribir y describir qué hacían los Puccio puertas adentro ¿Cómo funcionaban dentro de esas cuatro paredes, mientras en el sótano tenían a víctimas secuestradas? Como dice el slogan: la realidad supera a la ficción.
La banalidad del mal Eran personas normales, a pesar de los actos que cometieron. Actos que devuelven la imagen, deforme y brutal, de los años previos a la democracia. Un mundo con servicios en lenta retirada, vicios palpables, y una insana vocación por ocultarlos. En ese marco de clase media alta de San Isidro a principios de los ´80, el foco está puesto en el funcionamiento de una familia, particular y emblemática. Coordenadas muy precisas para Trapero, que apuesta por primera vez a seguir los lineamientos de una historia basada en hechos reales. Una novedad que enmascara su obsesión de siempre, meterse con las instituciones para analizarlas desde adentro. Y lo hace con las armas habituales, rigor narrativo y planos largos y cuidadosamente coreografiados, hasta llegar a una escena final que no conviene adelantar pero que dará que hablar y quizás genere polémica. Película incómoda de ver y de hacer. Todo queda en familia, desde la Rotisería devenida dólares mediante en local top de venta de artículos náuticos hasta el negocio real de secuestrar amigos y conocidos. Hay un afán casi didáctico por retratar cada caso, con nombres y fechas, como para que todo quede claro, pero el centro es el melodrama familiar de un hijo que no puede, no sabe o no quiere escapar de la órbita de su padre aunque lo cuestione (es notable el trabajo de Lanzani para encarar un personaje vulnerable y ambiguo). Arquímedes Puccio se mueve bien en su mundo, y Francella se esfuerza por desactivar sus rasgos distintivos y componer a ese personaje antipático y manipulador pero que la vez se muestra amable y comprensivo con los suyos. El resto de la familia no interviene demasiado pero acompaña cómplice. Sus motivaciones quedan en segundo plano. Más interesante es la exposición de los vínculos de Puccio con militares y con otras bandas de secuestradores que operaban en ese momento, y que le daban la libertad necesaria para actuar de esa manera en apariencia tan temeraria. Ese entramado de complicidades explica en cierta forma una historia que, si no fuera cierta, sería inverosímil. Pero todo es posible cuando todos deciden mirar para otro lado.
Un producto de incuestionable perfección visual y actoral. Incluso para los que no vivimos en la época que ocurrieron los escalofriantes crímenes en los que se basa, la historia de El Clan ya prometía desde sus primeras imágenes atraer a un público masivo. Si bien el resultado a nivel visual y actoral es definitivamente incuestionable, y a pesar de poseer ciertos tropiezos estructurales a nivel guion, estamos sin lugar a dudas ante el plato fuerte que tiene para ofrecer la producción nacional de este año. Crónica de un arresto anunciado El Clan está ambientada en la Argentina de los ’80 y cuenta la historia de la familia Puccio, cuyo patriarca Arquímedes era la cabeza de un grupo que se especializaba en secuestros extorsivos. Cobraban el rescate, pero la víctima no volvía a salvo; estas eran ejecutadas, dado a que podían reconocer a sus captores. La película abarca los cuatro crímenes por los que fueron ajusticiados en la vida real, así como el círculo íntimo de los Puccio, con particular énfasis en la relación manipuladora entre Arquímedes y su hijo Alejandro, quien su fama de Rugbier era la tapadera principal, por no decir el gran nexo con y de los secuestrados. A nivel guion, tengo sentimientos encontrados con El Clan. Las escenas por separado están tratadas con mucha solidez. En particular aquellas que describen la dinámica familiar, la turbia relación entre padre e hijo, la enemistad entre las dos hermanas, la subtrama con la novia de Alejandro, la vida de Alejandro en el CASI. Todo eso esta tratado con un mantenido pulso dramático. No obstante, cuando veo las escenas como un todo siento que hay un desorden, una falta de progresión, a la cual cada tanto le insuflan los crímenes a relatar para que no pierda tracción. Dicha tracción la recupera plenamente en el desenlace, a partir del arresto en concreto de los Puccio, donde la película termina llegando a suficiente buen puerto. A pesar de los desacuerdos estructurales que pueda yo tener, no puedo negar que las escenas fueron investigadas y pensadas hasta en el más mínimo detalle. Una narración más clásica la hubiera ayudado muchísimo. El ojo detallista de Pablo Trapero A pesar de las reservas que pueda tener con su estructura narrativa, queda fuera de toda discusión que El Clan tiene una factura técnica impagable. La fotografía y cámara en formato Cinemascope es de mucho cuidado y total riqueza, adornada por esos planos secuencia al estilo de Carancho, que Trapero casi siempre reserva para filmar, con mucha eficacia, los secuestros en cuestión. La dirección de arte es de un extremo detalle; nos sumerge en esa época desde el más amplio de los papeles tapices de la casa de los Puccio hasta minúsculos detalles como los anteojos que se venden en la tienda que la familia usa como fachada. Esto también se traduce al vestuario de los personajes, que debo afirmar la última vez que vi a alguien vestir de esa forma fue en las fotos de mi niñez. Precisión milimétrica sin fisuras. El montaje, mas como yuxtaposición de planos que como progresión narrativa, es una herramienta utilizada con mucha precisión y sentido del espectáculo que alcanza picos de notable lucidez cuando esta emparejada con la música. La secuencia en donde se alterna una escena de sexo con la ejecución de uno de los secuestrados es reminiscente al mejor Scorsese. La influencia del gran Marty también se siente en cómo la música preexistente juega un rol fundamental para no solo ambientar las escenas, sino subrayar mediante las letras lo que le ocurre a los personajes. Otra cosa que me gustaría destacar es el uso del sonido. Pocas películas nacionales he visto donde a este apartado se le de tanta prioridad en lo sensorial. Uno capta las muchas historias que ocurren en esa casa. Las que tenemos delante de nuestros ojos, y aquellas que Trapero nos pone muy subyacentemente; como si escucháramos dos historias al mismo tiempo. En el apartado actoral todos los intérpretes entregan interpretaciones decentes, y no tengo otra cosa más para criticar. Un laburo a la altura de las circunstancias. Pero también, me tengo que detener en los dos protagonistas de esta historia: Guillermo Francella y Peter Lanzani. Guillermo Francella es sin lugar a dudas el punto más alto a nivel interpretativo que ofrece la película. Su Arquímedes Puccio asusta cada vez que aparece; tanto cuando esta calmo como cuando tiene ataques de ira. La composición de Guillermo Francella es perfecta y directamente sin fisuras. La suya es, sin lugar a dudas, la mejor actuación en cine de lo que va de este año. Puedo equivocarme, pero si me preguntan, para mí, el Premio Sur al Mejor Actor ya tiene dueño. Peter Lanzani, por otro lado, aunque no es una revelación rimbombante, puede notarse que dejó todo en la cancha cinematográfica con su papel de Alejandro Puccio. Comete algunas incredibilidades, cierto, pero no son suficientes para manchar el que es sin lugar a dudas un logrado trabajo interpretativo; un paso en la dirección correcta que lo pondrá en la mira de más y mejores trabajos, jugados y complejos como los de esta película. Conclusión El Clan posee una factura técnica y actoral cuya calidad esta fuera de toda discusión. Aunque tenga mis reservas sobre la estructura del guión, la historia ofrece instancias dramáticas dignas para el lucimiento de sus actores. Si quiere ver a un Guillermo Francella radicalmente distinto, le propongo que le dé una oportunidad.
Encuentro con el Diablo El director de Mundo grúa, El bonaerense, Leonera, Carancho y Elefante Blanco ratifica su categoría narrativa con esta reconstrucción de la fascinante, sórdida y trágica historia de los Puccio, queribles vecinos de San Isidro que en verdad llevaban una doble vida secuestrando a integrantes de familias adineradas entre fines de la dictadura militar y los primeros años de la democracia. El eje del film es la relación padre-hijo entre Arquímedes (Guillermo Francella) y Alejandro (Peter Lanzani); y, si bien no todas las múltiples capas del relato funcionan con la misma intensidad y fluidez, el resultado final es bastante convincente y con todos los atributos como para convertirse en el éxito comercial del año para el cine argentino. Que Pablo Trapero es un sólido e intenso narrador no es algo que vaya a descubrirse recién ahora y El clan no hace otra cosa que ratificar esa virtud. Con el correr de su carrera, las películas de este referente insoslayable del Nuevo Cine Argentino de los años ’90 han crecido en dimensiones de producción, en ambiciones artísticas, en popularidad de sus protagonistas y en resultados comerciales hasta convertirse hoy en unos de los directores más consolidados de la industria. Sí, el creador de la influyente Mundo grúa es hoy el establishment, pero un establishment mucho más interesante que el de hace dos décadas. Ya no está Ricardo Darín como en Carancho o Elefante Blanco, pero Trapero recurrió a otra de las pocas estrellas del cine argentino como Guillermo Francella para que interpretara a Arquímedes Puccio, patriarca del tristemente célebre clan del título, responsable de varios secuestros seguidos de muerte (la banda asesinaba a sangre fría a sus víctimas luego de cobrar los rescates), y a una figura televisiva de enorme llegada entre los adolescentes como Peter Lanzani para que encarnara a Alejandro, uno de los cinco hijos, famoso también por integrar el equipo del CASI mientras participaba de las actividades delictivas familiares. Lo bueno de El clan es que se puede disfrutar conociendo o no en detalle la historia de los Puccio, esos vecinos “ejemplares” de San Isidro que en su propia casa mantenía ocultos a sus secuestrados. En ese sentido, el plano secuencia incluido también en el trailer del film, que arranca mostrando la aparentemente banal dinámica familiar para terminar en el horror de la privación de la libertad, sirve como resumen, como ejemplo perfecto de la doble vida, de la esquizofrenia de estos personajes. Si bien Trapero hizo un recorte de la profusa actividad delictiva de los Puccio (se concentra en los casos de Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet, Emilio Naum y el fallido secuestro final de Nélida Bollini de Prado), propone una compleja estructura que va y viene en el tiempo entre fines de la dictadura militar y la primavera alfonsinista, un entramado de hechos políticos (que incluye un uso no del todo convincente de materiales de archivo de varios discursos) y viñetas que permiten esbozar un panorama sobre las bandas (ahí aparece un par de veces la figura de Aníbal Gordon) que operaban con la cobertura (y algo más) de las propias fuerza de seguridad en épocas de violencia e impunidad. Estas múltiples capas del relato no siempre funcionan con la misma fluidez, precisión, rigor y profundidad, pero al menos le dan a la película una dimensión que va más allá del simple policial. Si bien los 110 minutos del film tienen una apuesta coral (además de los padres había cinco hijos), Trapero concentra buena parte de la narración en la relación padre-hijo, adoptando en varios momentos el punto de vista de Alejandro, el único con que el espectador puede identificarse al menos parcialmente (era un deportista consagrado, estaba de novio, tenía emprendimientos comerciales como una casa de artículos náuticos). El resto, es puro infierno sociopolítico, familiar e individual de un(os) psicópata(s). La película tiene un innegable profesionalismo en todos los rubros, una impecable reconstrucción de época (en términos visuales Trapero y su DF Julián Apezteguía apelan a lentes anamórficos y a una paleta de colores que dan un look “nostálgico”), pero no siempre crece y, por momentos, parece una mera acumulación de eventos e incluso con algunos problemas de estructura. Recién sobre la segunda mitad (y sobre todo cerca del final) El clan alcanza un espesor y una tensión que se extraña en varios pasajes. Otra decisión artística llamativa por parte de Trapero tiene que ver con la abundante selección musical que le sirve de base para varios clips (incluso como fondo de diversos golpes de la banda): Sunny Afternoon, de los Kinks; I’m Just a Gigolo, de David Lee Roth; Wadu-Wadu, de Virus; y la aquí explícita Encuentro con el Diablo, de Serú Girán, entre otras. Más allá de sus múltiples logros y algunas carencias, El clan le devuelve al cine argentino la posibilidad de acercarse a su trágica historia de una manera potente, inteligente y, a su manera, entretenida. La producción de Hollywood nos ha bombardeado (para bien o para mal) con la reconstrucción de casos reales. Trapero reinventa la trágica, fascinante y sórdida existencia de los Puccio con interesantes recursos cinematográficos. Bienvenido sea.
El padre más allá de la familia El clan Puccio es tristemente célebre en la historia argentina debido a que se trató de una familia que durante los años ochenta -en pleno inicio de la primavera radical, y del retorno de la democracia- secuestraba a grandes empresarios o personas de la clase alta, los mantenía cautivos en su propio hogar, pedía rescate, y luego, aunque las familias realizaran los pagos, asesinaba a sus víctimas. Hablo de familia delictiva, ya que si bien el líder e ideólogo de los macabros planes era Arquímedes Puccio (aquí interpretado por Guillermo Francella), casi todos los demás miembros de la familia, tenían mayor o menor participación en dichas actividades criminales. En el nuevo film de Pablo Trapero (Mundo Grúa, Leonera, Elefante Blanco, etc), se muestran sólo cuatro de los casos de secuestro que Puccio tiene en su haber (si bien hay rumores de que sus delitos comienzan en los setenta), los cuales luego lo llevan a juicio. Dichos casos son el de Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet, Emilio Naum y el de Nélida Bollini de Prado, por el que la familia cae presa. No estoy spoileando nada al revelar esto, justamente porque la intención de Trapero no es centrarse en las víctimas ni en los crímenes propiamente dichos, sino en el interior mismo del “clan”. Así, además de conocer al frío y calculador Arquímedes, vemos su cotidianeidad, sus hábitos, y el trato a su esposa (Lili Popovich) e hijas (Giselle Motta y Antonia Bengoechea). Sin embargo, el foco está puesto en la relación distante con sus hijos varones: Guillermo (el joven Franco Masini), “Maguila” (Gastón Cocchiarale), el hijo pródigo que regresa para ser la mano derecha de su padre, y sobre todo Alex (Peter Lanzani), su hijo mayor. De esta manera, más allá de mostrar la dureza de Arquímedes, la película presenta a Alex, jugador estrella del club de rugby CASI, y ex miembro de Los Pumas, como el primer aliado del patriarca. Si bien, al parecer –y tal como se lo caracteriza aquí- su participación en los secuestros fue forzada por su padre –que constantemente lo manipulaba-, o bien, fue para conseguir la aprobación de éste. Probablemente este personaje, y sus dilemas morales que lo llevan a cuestionar su participación en el oscuro negocio familiar, para cambiar y dedicarse a una vida tranquila junto a su novia, sea el único que genera algo cercano a la empatía, y además, el personaje que mayor interés causa. Trapero construye una historia que atrapa desde el minuto uno, y más allá de lo perverso y monstruoso que está contando, logra una narración –con varias fragmentaciones y saltos temporales- que se equilibra entre el interior de la vida familiar, y la vida criminal. Esto lo hace sin acudir a lugares comunes, o sin ser condescendiente con ningún tipo de visión facilista de los hechos. La música –bien ochentosa- también es digna de destacarse ya que cumple un rol fundamental dentro del film, al aminorar y bajar un poco la intensidad o el sentimentalismo de ciertas escenas. En cuanto a las labores actorales, lo de Guillermo Francella es sublime. Lejana a cualquier interpretación que el actor haya realizado, y con el doble reto de ponerse en la piel de una persona real, que además goza de una expresión contante que bordea lo frío, seco y siniestro, él cumple a la perfección con un papel que acaso quedará en su trayectoria actoral como el mejor de su carrera. Aplausos aparte para Peter Lanzani –yo no daba dos pesos por él- pero me sorprendió gratamente en su debut cinematográfico al ejercer un papel hiper complejo, por la pluralidad de emociones que el personaje atraviesa, dándole un plus imprescindible al film. El resto del elenco, acompaña muy bien a este gran dúo protagónico pero ninguno se destaca demasiado. En síntesis, El clan tiene todo para ser el film argentino del año, además de un éxito de taquilla, ya que si bien se trata de un cine más popular, y accesible que al que nos tiene –o tenía- acostumbrados Trapero, el resultado final es sorprendente y grandioso.
“Ojo, no es lo que parece”, solía rematar Guillermo Francella en un sketch de su programa humorístico Poné a Francella, cuando se hacía pasar por gay para acercarse a su voluptuosa vecina (Luciana Salazar). La versión menos picaresca y más tenebrosa de esa máxima también lo tiene como protagonista al actor, ahora desde la pantalla grande, de la mano de Pablo Trapero en El Clan. A principios de los ’80, los Puccio eran una familia respetable de San Isidro. Un modelo a imitar, visto desde afuera. Sin embargo, Arquímedes (Francella), el padre y principal figura de autoridad en la casa, resultó el funesto abanderado de una doble vida: se desempeñaba como líder de un grupo dedicado a secuestrar familiares de gente poderosa y pedir rescate a cambio de una buena cantidad de dinero, para después ejecutar a los cautivos. Una actividad que les deportaba dinero y la protección de figuras de la política (por entonces, las fuerzas militares seguían en el gobierno). Desde Mundo Grúa, su ópera prima, Trapero le imprime a su cine un fuerte anclaje a la vida real. Aquí vuelve a mostrar el costado más duro del mundo que nos rodea, pero basándose en un conocido hecho verídico. Y si bien ya había coqueteado con el thriller en Carancho, aquí se sumerge en un relato policial sin jamás descuidar el punto de vista de estas personas, evitando la demonización y concentrándose en explorar la psiquis de los principales involucrados: Arquímides y su hijo Alejandro (Peter Lanzani), destacado rugbier y uno de sus principales cómplices. Una vez más el director utiliza elaborados planos secuencia que permiten un mayor lucimiento del elenco y una destreza visual al servicio de la historia. Basta con mencionar uno en el que Arquímides recorre su casa con una bandeja de comida, durante un clima familiar común y corriente, para terminar en el baño donde tiene como prisionero a una de sus víctimas; dos mundos en un mismo plano. Además, hay una fuerte influencia de Martin Scorsese: montaje que mezcla situaciones truculentas con música de Virus y David Lee Roth, entre otros, y hasta calca -de manera respetuosa y asumida, eso sí- una escena de Buenos Muchachos. De esta manera, El Clan se aleja de las convenciones de otros films basados en casos policiales, como Pasajeros de una Pesadilla, de Fernando Ayala, sobre el parricidio cometido por los hermanos Schoklender, y El Caso María Soledad, a cargo de Héctor Olivera, e incluso de la más reciente El Niño de Barro, sobre los asesinatos del Petiso Orejudo a principios del siglo XX. Francella contaba con un solo personaje macabro en su carrera, en Historia de un Trepador, justamente su debut televisivo. Pero su caracterización de Arquímedes Puccio lo acerca a la composición de Hannibal Lecter por parte de Anthony Hopkins en El Silencio de los Inocentes. Un individuo gélido, cerebral, que jamás parpadea, capaz de barrer la calle tan tranquilo como cuando pide rescates a los parientes de los secuestrados. Un rol que permite mostrar la versatilidad del intérprete que supo hacer reír a generaciones. Peter Lanzani es el segundo actor que carga con el peso de la película, y aunque no tenía experiencia ni en cine ni en papeles de este estilo, está a la altura del desafío: con economía de recursos, transmite la oscuridad y la complejidad de un muchacho que, entrando en la adultez, comienza a sentir el peso de los crímenes que lo rodean. No menos destacadas son las labores de quienes conforman este inusual núcleo familiar: Lili Popovich (Epifanía), Giselle Motta (Silvia), Gastón Cocchiarale (Maguila), Antonia Bengoechea (Adriana) y Franco Masini (Guillermo). Tan cercana como perturbadora, El Clan rememora uno de los episodios más nefastos de la historia argentina reciente, y confirma a Pablo Trapero como uno de los cineastas argentinos más arriesgados. Además, de nuevo en un sentido retorcido, se aplica otra clásica frase de Guillermo Francella, ahora de La Familia Benvenuto: “Al final, lo primero es la familia”.
No cabe duda de que Pablo Trapero, uno de los pocos verdaderos autores de cine en la Argentina, era la persona indicada para contar la historia del clan Puccio. Las películas del realizador son (salvo Mundo Grúa, una de las mayores obras maestras del cine contemporáneo), viajes donde un personaje que ya lleva en sí algo diabólico en ciernes hace su recorrido por el Infierno; y como sabemos, del Infierno no se sale. Aquí es Alex (Peter Lanzani) y su guía es su padre Arquímedes (Guillermo Francella), quien hace honor a aquello de que el mejor truco del Diablo es fingir que no existe. Se nota en la factura del film que Trapero quiere mucho a su historia, que le interesa hasta lo mínimo y que le ha costado mucho dejar algo afuera. Que la pelea entre la construcción fría del relato cinematográfico en busca de máxima efectividad emotiva y la necesidad de reflejar todos los costados posibles de un mundo se ha resuelto en un empate. Es por eso que secuencias incluso brillantes como las de los dos primeros secuestros o del asesinato de Naum se sienten también algo frías. Si la película es la tensión entre un punto de vista humano pero corruptible (Alex) y otro inhumano y absolutamente corruptor (Arquímedes), domina el segundo. Nunca pierde el interés, Francella realmente hace un gran trabajo y la última media hora es cine en estado puro. Pero don Puccio ha metido la cola y esterilizado parte de la emoción.
A fines de los años ´80 en Inglaterra causó mucha conmoción la historia de Fred West, un asesino serial que en complicidad con su esposa llegó a torturar y asesinar cerca de 12 mujeres jóvenes. Los hechos ocurrieron en un barrio residencial de Gloucester donde los West eran vistos por el resto de los vecinos como una familia normal y corriente de clase media. Ninguna persona que vivió cerca de estos delincuentes jamás llegó a imaginar los hechos terribles que sucedieron en la casa del matrimonio. Argentina no es una país con un gran historial de asesinos seriales, pero los homicidos del clan Puccio representan una de las crónicas policiales más escolofriantes que surgieron en las últimas décadas y tiene varios puntos en común con los casos de otros célebres psicópatas internacionales. Al igual que los West en Inglaterra, los Puccio operaron con total impunidad durante unos cuantos años sin despertar las mínimas sospechas de los vecinos de San Isidro. La particularidad de esta historia es que se trató de una familia que se dedicaba a secuestrar y asesinar a personas allegadas a su círculo social. El lugar donde tenían cautivas a las víctimas se encontraba en el centro urbano del barrio y uno de sus integrantes era una estrella juvenil de rugby que se destacaba en Los Pumas. En su nueva película, el director Pablo Trapero presenta una excelente reconstruccióm de este caso que sobresale por el trabajo de sus dos protagonistas y el realismo con el que se trabajaron los hechos. El film narra la historia tal cual sucedió sin agregarle situaciones ficticias con el fin de aportarle un mayor dramatismo al argumento. Me interesa destacar esto ya que no es algo común de encontrar en el cine, donde las películas sobre estos temas por lo general suelen tomarse numerosas libertades para hacer más atractiva la propuesta. Trapero utiliza en su narración material de archivo con discursos del entonces presidente Raúl Alfonsín que juegan un papel clave a la hora de darle un contexto histórico a la trama del film. Para el espectador que no conocía en detalle el caso Puccio, este elemento es fundamental para entender el escenario político y social que se vivía en el país a mediados de los años ´80. Guillermo Francella hace rato que viene ofreciendo muy buenos trabajos en roles dramáticos, pero acá brinda una de las interpretaciones más impactantes de su carrera. El actor se metió de lleno en la piel del líder de la banda de secuestradores, Arquímedes Puccio, y a lo largo del film tiene varios momentos brillantes donde lo podemos ver en algunas situaciones perturbadoras. Creo que la mayor virtud de su trabajo pasa por el hecho que el espectador al ver su trabajo llega a olvidarse que es Francella. Algo similar ocurre con Peter Lanzani, la gran revelación de esta película. Un actor que la gran mayoría de los espectadores lo reconocemos por sus labores en series juveniles y acá demuestra que es un artista que está para mucho más que protagonizar programas televisivos de Cris Morena. Su interpretación del rugbier Alejandro Puccio es impecable y la dupla que formó con Francella es el corazón de esta película. La relación enfermiza que tienen estos dos personajes entre sí siempre fue uno de los elementos más fascinantes de esta historia que Trapero trabajó muy bien en el guión. A través del genero del thriller, El clan reconstruye el caso Puccio con un film intenso y atrapante que sobresale además por la reconstrucción realista que presenta de los años ´80 y una gran banda de sonido. Presten atención al uso que hace el director del tema de Creedence, "Tombstone Shadow", en una escena fantástica. Disfruté mucho de este film y creo que se destaca entre los grandes estrenos del cine nacional que merece su recomendación.
Una familia fuera de foco Con recursos técnicos como el "fuera de foco" para mostrar a una familia monstruosa, y temas conocidos de la época usados como fondo en las escenas de violencia, la película de Trapero es un thriller que alterna el antes, el durante y el después de un caso que tuvo amplia repercusión pública. Comprendida entre 1982 y 1985, la nueva película del director Pablo Trapero, El Clan, cuenta la historia real de la familia Puccio, que involucró a Arquímedes Puccio y a su hijo Alejandro como los principales cabecillas de una organización familiar vinculada al secuestro extorsivo y el asesinato. En segundo plano, pero no con menos complicidad por optar por el silencio, están su esposa Epifanía Ángeles Calvo -en la ficción encarnada por Lili Popovich-, esposa de Arquímedes y madre de los otros cuatro hijos: Guillermo, Maguila, Silvia y Adriana. El Clan es una historia de terror en la que el silencio encamina a los personajes hacia un laberinto de violencia, saña y muerte. Una casa como cualquiera, unos vecinos tranquilos de clase media alta y un sótano que escondìa a sus víctimas luego de ejecutar un plan pensado y orquestado para no dejar detalles librados al azar. Las víctimas fueron Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet, Emilio Naum y Nélida Bollini de Prado, quien fuera la única rescatada con vida por la policía. Con recursos técnicos como el "fuera de foco" para mostrar a una familia atípica y monstruosa, y temas conocidos de la época usados como fondo en las escenas de violencia, la película de Trapero es un sólido thriller que alterna su línea narrativa entre el antes, el durante y el después de un caso que tuvo amplia repercusión pública. Trapero va armando un rompecabezas que une a Puccio con militares y bandas que operaban en ese momento, y que le daban la impunidad necesaria para su accionar delictivo, entre el pedido de rescate a los familiares y la ejecución rápida. El film pone el acento en la relación entre el padre, Arquímedes -Guillermo Francella- y su hijo Alejandro -Peter Lanzani en un auspicioso debut en el cine-, un rugbier del club Los Pumas que aparentemente lleva la vida normal de un chico de su edad, pero arrastra impotencia y culpa por su actividad. Francella continúa con el cambio actoral que viene mostrando en sus últimos trabajos, componiendo con convicción y presencia amenazante a un hombre frío, esquivo, un lobo disfrazado de cordero que no parpadea y no duda a la hora de tomar decisiones. Su labor es uno de los pilares de la propuesta que también encuentra buenos trabajos del elenco más joven: Franco Masini como Guillermo, Giselle Motta como Silvia y Antonia Bengoechea como Adriana, además de la novia de Alejandro interpretada por Stefanìa Koessl. La ambición, el despertar sexual, las cenas, el negocio de wind surf y la presencia de un televisor como elemento de unión familiar sirven como la antesala para un final abrupto y contundente. En tanto, lo cotidiano se transforma en una realidad pesadillesca.
Cada momento histórico tiene su caso policial que queda en la memoria colectiva. En este caso, la vuelta a la democracia de la mano de Alfonsín, con un aparato represor todavía intacto y mano de obra desocupada. Y en ese marco, Arquímedes Puccio organiza un clan con su propia familia, un caso tan extraño que se estudia en criminología. El acierto de Pablo Trapero, no sólo su lenguaje cercano a la urgencia del policial, con un buen montaje, sino que el guion, fruto de una profunda investigación, devela que Puccio padre tenía protección aún en democraci. También que Alejandro, el rugbier, se debatía entre la culpa y la ambición, y que el resto de la familia, víctima y victimaria, sabía perfectamente qué ocurría en esa casa. Por momentos, los inserts de la realidad de Alfonsín se sienten extraños y la primera parte no tiene una gran fluidez, aunque el final se encamina con fuerza. Una mención aparte merece el elenco: Guillermo Francella se luce en el registro ajustado y medido de un verdadero monstruo y Peter Lanzani une la frescura, la oscuridad y el miedo de su criatura. Tendrá un seguro éxito.
Cuando a principios de los ochenta del siglo pasado el caso Puccio explotó en los medios de comunicación, con su serie de secuestros extorsivos y muerte, lo que primero escandalizó al a opinión pública fue la total impunidad con la que se manejaron, y , principalmente, la frialdad con la que calcularon cada uno de sus pasos. Y sobre este último punto es sobre el que Pablo Trapero trabajará en “El Clan” (Argentina, 2015) una producción cuidada de época, en la que lo ominoso de la familia, lo siniestro que fue tiñendo cada una de las relaciones sociales del grupo se deriva de la mente criminal de Arquímedes Puccio (Guillermo Francella). Trapero decide concentrarse en la casa, en el detalle de las estudiadas oraciones que este asesino predicaba antes de cada una de las cenas y almuerzos, porque sabe que justamente es mucho más efectivo que generar un discurso en el que sólo a partir de la narración textual de los hechos se hubiese terminado de generar una narración cronológica básica en la que la interpretación quedaría opacada por la realidad. La casuística descomprimida por la potenciación de los climas. En algunas escenas Trapero parece decir que detrás de las paredes que albergó al clan, con mayor o menor participación de cada uno de los miembros, hubiera una responsabilidad mucho mayor, la de aquellos que aún sabiendo lo oscuro que estaba pasando puertas adentro callaron para poder seguir avanzando en planes personales. O sino cómo se explica que más allá que Arquímedes fuese el ejecutor, en la complicidad con su joven hijo Alex (Peter Lanzani) cada uno de los secuestros pudieron realizarse? Esto es porque en la información y selección exhaustiva de cada una de las víctimas, una mecánica del terror se desplegaba en la que ningún detalle quedó librado al azar, hasta, claro está, el momento en el que Alex empieza a titubear. Trapero decide narrar esta etapa más culposa, por decirlo de alguna manera, del joven, con una elaborada puesta en escena en la que prima los primeros planos hacia Alex para tratar de comprender la pesadilla interior en la que está viviendo, y también decide ir acrecentado la tensión entre éste y su padre con una economía de recursos en las que sólo los gestos, y no las palabras, irán marcando la clara separación entre ambos sobre el devenir de sus actos. “El Clan” escapa al lugar común de la narración sobre hechos reales, generando claustrofóbicas atmósferas en las que se puede sentir la respiración de cada uno de los actores cuando la cámara se reposa en algunas escenas idílicas familiares contraponiéndolas con el horror que pasaban las víctimas de la familia. Hay algún exceso musical, con justamente temas que no pertenecen al período relatado, que dispersan la atención sobre la narración, pero gracias a la solvencia del duelo entre Francella y Lanzani son superada con creces. “El Clan” podría haber elegido un lugar de displicencia narrativa, pero se escapa de él durante todo el metraje, y ese es el punto más interesante de un filme que, a 30 años del primero de los secuestros extorsivos que realizaron los Puccio, viene a traer a la agenda, una vez más, el emergente de una sociedad sometida que permitió algunos de los crímenes más aberrantes, con la complicidad de una institución sucia de sangre y que por alguna cuestión que escapa al raciocinio, también decidió mirar hacia otro lugar para no hacerse cargo del monstruo que ella misma creó.
Un expediente judicial, el N°232, una familia como principal culpable de una seguidilla de secuestros y asesinatos en San Isidro, Norte de la Provincia de Buenos Aires. Ellos son el denominado "Clan Puccio". No fueron ficción sino una pesadilla que se desató en los años en que la Argentina volvía a la democracia. Este año se cumplen justo 30 años de la detención de Arquímedes Puccio, Alejandro, Maguila, Epifanía, Adriana y Mónica (novia de Alejandro). El director encargado de narrar esta historia es Pablo Trapero, que nos tiene acostumbrados a un cine que muestra procesos sociales en personas que quedan al margen, que son marginales, que viven en ámbitos en donde se produce el descarte. Aquí, en "El Clan", se pone el foco en una familia, aparentemente de buen pasar: Arquímedes, el padre, es contador, a la vez hace "trabajos" para la Secretaría de Inteligencia del gobierno militar, todos los ven como una buena persona que sale cada tanto a barrer la vereda, tiempo después se descubrirá que esto es más que limpieza. Alejandro es un joven talentoso para el rugby, ganador con su equipo, se sueña en Los Pumas, se tienta con la propuesta de su padre para participar de actividades que serán peligrosas aunque darán sus réditos económicos. Epifanía, su madre y el resto de la familia, acompañan lo que sucede. Ella prepara arroz con pollo, cenan todos juntos y bendicen la comida. Epifanía separa una porción y la llevan al sótano, donde espera la primera víctima de los Puccio: Eduardo Manoukian. Lo más terrible es que los secuestrados eran amigos o conocidos de los victimarios. El doble juego de apariencias es lo que los cubrió con un manto de inocencia por muchos años, los hijos más pequeños de la familia empezaron a notar que había cosas que escuchaban que los angustiaba. Las decisiones se empiezan a precipitar... Las actuaciones de Guillermo Francella, como Arquímedes Puccio, y sobre todo la de Peter Lanzani, como Alejandro, son impresionantes. En el caso de Francella, por el estudio de los gestos, las actitudes, la frialdad y la manipulación de su personaje sobre sus allegados que no les permite verlo el ambicioso criminal que realmente es. Su personalidad hace que "las primeras víctimas de Arquímides sean su mujer y sus hijos", según comentó Trapero, quien investigo la historia de los Puccio a través de testimonios surgidos de los expedientes judiciales, de los jueces de la causa y de algunos familiares de secuestrados, los pocos que quisieron hablar y aportar datos. Uno de los hermanos Puccio, apodado Maguila, se fugó de la cárcel y nadie sabe dónde se encuentra. No pudieron rastrearlo. Guillermo, el hijo menor, tampoco quiso hablar. El Alejandro Puccio que recrea Peter Lanzani muestra todos los sentimientos encontrados que le produce ser el nexo con las víctimas y hacer como si no supiera nada. Se enamora, y el amor llega tarde, ya está muy implicado en los planes de su padre. Todo eso se ve en su rostro y en la cárcel que se va construyendo y que complicará su vida futura (los que conocen o han leído sobre esta familia saben cuál fue su destino). Para la ambientación en la década de los 80 se realizó un trabajo de postproducción para borrar ciertas cosas que no eran de esa manera o edificios que no existían, se le dio un tinte como de Instragram a los colores, la banda sonora, aunque en su mayoría suene en inglés, no va a molestar, al contrario enriquecerá el tratamiento cinematográfico. El plato fuerte de las canciones está en el final con "Encuentro Con El Diablo" de Serú Girán, es la mejor radiografía del patriarca Arquímedes. Se han elegido ciertos recortes periodísticos de la época. Me impactó el "nunca más" de Alfonsín en el Juicio a las juntas militares, como nunca más a la violencia de todo tipo y según Pablo Trapero, el hecho de que haya existido "el clan" es un producto derivado de esos años de dictadura que permitieron que gente inescrupulosa siguiera utilizando métodos de terror para sus propios intereses camuflándose por el silencio de los que podían hablar y no lo hacían o porque quedaron pegadas las anteojeras que nos protegen del miedo en situaciones tan extremas. También habrá algunas escenas de programas de la época: "Mesa de Noticias", "Semanario Insólito", etc. Es la segunda coproducción de El Deseo, la empresa de los Almodóvar, que depositó su confianza en Damián Szifrón y sus "Relatos Salvajes", K & S Films y se agrega Matanza Cine. Y la película, que se estrena simultáneamente en todo el país este jueves 13 y aunque no entró en la competición del Festival de Cannes (Trapero se entusiasmó en la Sala de Montaje y no llegó para esta primera competencia), se metió en el Festival de Venecia y es posible que tenga chances de ganar algún premio. En el comienzo, tal vez por este tema de la edición, es un poco caótica, más parecido a "El Bonaerense", cuando se encarrila la acción, tiene más de "Mundo Grúa" o la excente "Elefante Blanco". Es una película violenta, no es truculenta. Para los que se interesen en los misterios de las mentes criminales y porque esto es un hecho basado en la realidad, una muy terrible y que ojalá no se vuelva a repetir.
El peso de la crónica histórica sobre la construcción ficcional en ‘El Clan’ La nueva película de Pablo Trapero está basada en los crímenes cometidos por la familia Puccio. Este dato impulsa la totalidad de la campaña de prensa del film no sólo en la búsqueda de acaparar público (hay muy pocos ejemplos de films basados en crímenes/criminales reales en el cine argentino por lo que es un gancho interesante) sino además porque es necesario que ese público esté orientado aunque sea mínimamente hacia la historia de los Puccio para que la película funcione a un nivel emocional. Si separáramos la última cinta de Trapero del hecho real y, más aún, si lo desconociéramos, no nos veríamos para nada afectados por lo la historia, ya que el universo que se construye tiene poco peso dramático propio. El ejercicio es tratar a la película como tal, separándola de cualquier contexto histórico o técnico que esté por fuera de los límites del film. O sea, es pensar El Clan en su carácter autónomo para luego, si se quiere, agregarle datos referentes a otros niveles (contexto histórico de la diégesis, contexto histórico del estreno, filmografía del director, etc.). El Clan no funciona como hecho autónomo porque no plantea un punto de vista autoral sobre lo que se está narrando. Durante el metraje, la focalización se mueve entre Arquímedes y Alejandro pero la elección de los momentos en los cuales se corre esta focalización no parecen responder a una lógica narrativa que se haga cargo de esto más que por el hecho de dar dinamismo al relato. Otra decisión, cuyo resultado atenta contra la historia, es la de estructurar la narración a partir de algunos acentos dados por secuencias de montaje paralelo acompañadas de música extradiegética. Estos “clips musicales” sólo parecen ocupar ese lugar para dar paso a alguna que otra elipsis temporal y, una vez más, otorgar cierto dinamismo a costa de romper el acercamiento emocional hacia los personajes. La lógica interna de esas secuencias funciona, pero están enmarcadas en una película que usa (y a veces abusa) de la cámara móvil para lograr un acercamiento de “retrato documental” al interior de la familia; entonces, el contraste rompe completamente la organización establecida desde el plano inicial. El Clan es la película menos comprometida de Pablo Trapero. Lo nuevo de Trapero es su obra menos comprometida. Es la única en donde no se plantean grises en la construcción de los personajes ni se intenta reflexionar sobre su visión del mundo. El Zapa en El Bonaerense y Julia en Leonera se enfrentaban al ingreso a un mundo con reglas que les eran desconocidas. El desafío era transformarse para adaptarse sin dejar de ser lo que eran en esencia. Sosa en Carancho ya se había transformado hacía rato y entendía que la única forma de dormir por las noches era establecerse reglas morales propias que justificaran sus actos. ¿Qué hay de todo esto en el Arquímedes de El Clan? ¿En qué momento lo vemos intentando adaptarse a ese mundo desconocido que para él es la vida en democracia? ¿Cuáles son sus grises? Todo ser humano tiene diferentes dimensiones, todos, de alguna u otra forma, justifican sus actos; excepto Arquímedes, porque Trapero no pudo separarse de las crónicas policiales. El mecanismo mismo del cine permite que el espectador empatice con cualquier personaje por más siniestro que sea, y de ahí se desprende su poder de reflexión, al permitirnos pensar desde el lugar del otro. Lamentablemente, El Clan no nos habilita esa posibilidad. Mucho se va a hablar de la actuación de Guillermo Francella, de la pericia para manejar la steady cam, del plano final de la película y del trabajo de investigación de Trapero. Me gustaría recordar que los crímenes de Ed Gein inspiraron obras tan diversas como Psicosis, La Masacre de Texas y El Silencio de los Inocentes. Nadie las consideró malas películas por no respetar a rajatabla el hecho del cual partieron. Ninguno de nosotros se quejaría de que Gein no manejaba un hotel. En el extremo opuesto, nadie entiende la densidad del universo de una película como Argo por conocer el caso. Todos sabemos (espero) que el cine es cine. Agradecemos que por 2 horas nos sumerja en mundos posibles, nos entretenga y nos dé material para pensar. Tal vez el problema no sea de la película, tal vez deberíamos reflexionar si estamos listos como espectadores para aceptar poéticas a partir de la memoria histórica sin caer en la literalidad extrema y la recreación televisiva. El póster promocional de El Clan reza: “La realidad supera a la ficción”. Una pena que esta vez sea cierto.
Viaje a la intimidad familiar de los Puccio La última película de Pablo Trapero se centra en la historia real de esta familia de San Isidro, sobre todo en el vínculo padre-hijo, que secuestró y ejecutó gente cercana a su círculo social. Aunque haya días y años que delimitan períodos, épocas, los procesos históricos no empiezan ni terminan en una fecha determinada y en general tienen una prolongación que se va extinguiendo a medida que son superados por otro suceso. El clan se asienta sobre esta premisa para contar desde adentro la historia real de los Puccio, una banda que secuestraba gente cercana a su círculo social y luego los ejecutaba para no dejar rastros. La modalidad y la propia existencia de un personaje como Arquímedes Puccio como un siniestro pater familias que encabezaba esta modalidad delictiva, confirmaba el modus operandi de los grupos de tareas de la dictadura que siguieron trabajando, en los primeros años de la vuelta de la democracia, la primavera alfonsinista. Pablo Trapero (Elefante blanco, Carancho, Leonera, El bonaerense, Mundo grúa), uno de los pilares de la renovación del cine argentino, desde siempre mostró un talento especial para la narración y a la hora de abordar la historia, eligió contarla desde las entrañas mismas de ese hogar de clase media de San Isidro y en particular, desde la relación entre Arquímedes (Guillermo Francella), mano de obra desocupada a partir de 1983 que seguía manteniendo vínculos con los militares y con "colegas" como Aníbal Gordon; y su hijo Alejandro (Peter Lanzani), un rugbier exitoso, comerciante de artículos náuticos, novio dedicado, que marcaba a las posibles víctimas. El clan es un viaje a esa intimidad familiar que en su casa convivía casi sin contradicciones con los secuestrados. En ese sentido, el plano secuencia que va desde la cocina y la cámara que sigue a la bandeja con un plato de comida hasta el baño adonde está alojado un prisionero, es una soberbia lección de cine, al igual que la bienvenida a uno de los chicos que estaba en el exterior, luego un corte y a continuación el recién llegado ya participando activamente en la curiosa actividad familiar. El film da cuenta de la locura de los Puccio y sobre todo del padre, un psicópata que primero sojuzgó a su propia familia -establecida, querida por su comunidad- y después fue por sus víctimas de afuera. Y claro, la puesta se asienta en la escalofriante composición que hace Francella de Arquímedes, a partir de una mirada glacial que esconde una cuota monstruosa de violencia y en el trabajo de Lanzani, en un papel que le permitió mostrar un amplio abanico interpretativo para dar vida a esa especie de ángel oscuro que fue Alejandro Puccio. Una historia extraordinaria que El clan da cuenta de manera precisa, con los recursos del thriller melodramático, a partir de un caso real que bien podría ser de la órbita de los fantástico.
La verdadera casa del horror La del clan Puccio es una historia argentina oscura, ominosa, con resonancias y misterios que persisten. Pablo Trapero fue hábil para detectar el potencial cinematográfico de ese exótico entramado tejido alrededor de un relato que parece pensado directamente para la ficción: una familia religiosa y con vínculos estrechos con el cerrado y elitista mundo del rugby de la zona norte de Buenos Aires, dedicada a recaudar fortunas a partir de un sistema de secuestros extorsivos armado con un nivel de impunidad y precariedad en las estrategias que, visto a la distancia, asombra. Ahí está una de las primeras claves de la película: el registro certero de la distancia que la sociedad argentina ha recorrido en los últimos treinta años de vida institucional. La historia del clan Puccio puede observarse hoy como coletazo evidente de una lógica de funcionamiento social que la dictadura selló a fuego: la violencia como herramienta de disciplinamiento y progreso económico, el ocultamiento, la falsedad, la omisión y la complicidad como espíritu de época. El film nos sitúa en un contexto claro con apenas un par de apuntes: en el inicio, un afiebrado discurso del general Galtieri; más adelante, las pistas del final de una etapa, sintetizado en el resquebrajamiento del vínculo entre Arquímedes Puccio y un paradigmático comodoro que opera desde las sombras (ese comodoro es uno, pero podría ser muchos otros, nos dice Trapero). Pero lo que duplica el valor de la película es su capacidad por volar por encima de esa lectura política -valiosa, definida- y transformarse en un thriller nervioso y atrapante, una virtud notable si se toma en cuenta que, de una manera u otra, con mayor o menor detalle, casi todos conocemos su desenlace. Se ha hablado muchas veces de la fluidez narrativa de las películas de Trapero, y El clan impulsa a rendirse ante las concluyentes pruebas. La narración tiene, efectivamente, un ritmo vertiginoso, todo lo que ocurre importa, los enigmas se revelan armónicamente, los juegos con la temporalidad del relato colaboran para clarificarlo y enriquecerlo, la idea del montaje paralelo entre una escena de sexo y otra completamente virulenta sobrevive al riesgo de la obviedad. A ese dominio envidiable de los recursos cinematográficos, Trapero le añade más condimentos: una inspirada recreación de época, el excelente trabajo de caracterización de Guillermo Francella (mérito de Araceli Farace), la introducción sutil del melodrama amoroso y un creativo uso de la banda sonora -con la inoxidable "Sunny Afternoon", de los Kinks como estrella- que ayuda al mismo tiempo a situar cronológicamente y a descomprimir, a aligerar el ambiente cuando la densidad se hace difícil de tolerar (una herramienta que Martin Scorsese, referencia ineludible para Trapero, ha usado con mucha solvencia a lo largo de su carrera). Pero además Trapero se ratifica como gran director de actores: consigue que el debut en cine de Peter Lanzani (como el rugbier Alejandro Puccio) sea sólido, convincente, que los secundarios se luzcan y que Francella descuelle en el mejor papel de su carrera, elaborando con precisión milimétrica a un psicótico enigmático y siniestro que entiende la paternidad como chantaje e inquieta por lo que deja latente: una faceta monstruosa que puede anidar en los lugares menos sospechados.
Algo habían hecho Francella y Peter Lanzani son Arquímedes y Alejandro Puccio en el drama con tintes de thriller de Trapero. El muy difundido trailer de la película es una acabada síntesis, también del comportamiento de la familia Puccio, la que integra el clan del título al que se suman otros delincuentes. Es un plano secuencia en el que el papá (Arquímedes Puccio, interpretado por Guillermo Francella) recoge en una bandeja la cena que llevará, escaleras arriba. Pasa por los cuartos de los hijos, avisándoles que la comida pronto estará lista, y al final de su recorrido, abre una puerta y el espectador se encuentra con un joven que grita, encapuchado y encadenado en el baño. No por conocida la sórdida historia de esta familia que secuestraba gente adinerada, la tenía en su casa, cobraba el rescate y los asesinaba, deja de generar tensión genuina en la platea. Más aún, seguramente muchos/as de los espectadores/as que irán al cine atraídos/as por Peter Lanzani, que interpreta excepcionalmente a Alejandro, uno de los cinco hijos de Arquímedes y Epifanía, la descubrirán ahora y no podrán salir de su asombro. Los Puccio integraban una familia de clase media de San Isidro. Una familia de barrio, respetada, con hijos rugbiers, en particular Alejandro, wing del CASI y de Los Pumas. El que tenía los contactos y trabajaba en la SIDE era Arquímedes. El accionar del clan fue entre los últimos años de la dictadura militar y los primeros de la primavera alfonsinista. Los Puccio sabían que tenían protección, pero igual se movían con pies de plomo. Pablo Trapero eligió centrarse en la relación padre e hijo. En definitiva, la única manera de entrar en la familia y sentir alguna empatía con un personaje es con Alejandro, que es expuesto como utilizado por Arquímedes, y como el que se quiere rebelar de tanta locura. Pero, se sabe, Alex no se abrió del clan. Y allí va Trapero, mostrando contradicciones dentro de la tragedia, desnudando hipocresías -a veces de un brochazo, cuando ha sabido ser más sutil- y generando esa incomodidad en el espectador. ¿Queremos que lo atrapen a Alex, o no? En esa construcción del personaje radica la diferencia del Diablo encarnado por Francella y el ángel caído que es Lanzani. Mientras el primero es rígido hasta en su postura en la mesa, incapaz de pestañear, el segundo es, decididamente, menos frío y más humano. Un joven con un futuro prometedor -en el rugby; en su local de artículos de deportes náuticos; en la familia que con su novia planifica- que por eso se gana rápido al público. Lanzani -toda una revelación- y Francella mantienen un duelo actoral, de tensiones invariables. Pero cuando Arquímedes “se saca”, Francella mete miedo. Y en serio. Trapero, un narrador como pocos en el ámbito local, que creció de aquel inicial Nuevo Cine Argentino hasta transformarse, hoy en un realizador del mejor cine que combina lo artístico con su pata comercial, apela a la banda de sonido con temas de la época, que van de Serú Girán a Virus pasando por Creedence. Y genera pequeñas viñetas que pueden recortarse, casi como videoclips. La funcionalidad de la música, entonces, las actuaciones convincentes, la cámara de Julián Apezteguía, el cuidado de la producción, todo hace a un combo que convierte a El Clan en la película argentina (más esperada) del año.
Una encarnación del mal absoluto El nuevo film del director de Carancho carece de la intensidad que el caso narrado sugiere. Guillermo Francella compone a Arquímedes Puccio como un monstruo gélido y perturbador, en tanto el resto del elenco oscila entre la tibieza y la opacidad. El caso es bien conocido y en las últimas semanas la inminencia del estreno de El clan –una de las novedades argentinas del año que generó más expectativas– permitió refrescarlo largamente. Entre julio de 1982 y agosto de 1985, los Puccio, una familia de San Isidro, mantuvieron secuestradas en su casa a cuatro personas, cobrando rescate por las tres primeras. En tiempos de dictadura, se presume que el pater familias, Arquímedes –contador, ex peronista de derecha, ex miembro del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea y ex integrante, según se cree, de la Triple A– debía contar con alguna mano amiga dentro de las fuerzas de seguridad. Un detalle particularmente siniestro es que todos los secuestrados eran conocidos de la familia. Los dos primeros, compañeros de su hijo mayor, Alejandro, jugador de Primera del CASI que además pasó por Los Pumas.Todo un paradigma de aquello que se mantiene oculto y no se quiere ver, el clan Puccio ofrece mucha miga dramática, política y hasta mítica, apareciendo como encarnación perfecta de lo que Freud entendía por “lo siniestro”, producto de la represión interna en el seno familiar. Domina la escena de El clan, tal como en la realidad, Arquímedes Puccio, a quien Guillermo Francella compone, de acuerdo a las indicaciones del guionista y realizador, como un gélido, perturbador as de la maquinación. Como corresponde, este cerebro del crimen siempre piensa antes que el espectador: cuando en las primeras escenas comienza a tipear un documento que lleva inscripto el logo “Frente de Liberación Nacional”, no se sabe qué está haciendo ni para qué. Con lo cual se pone al espectador en el lugar de los vecinos, que al destaparse el caso reaccionaron con estupor.Otra vez a cargo del guión en solitario, tras la partida del equipo de coguionistas que lo acompañó en las tres películas previas (Leonera, Carancho y Elefante blanco), en la película que en semanas más participará de la competencia oficial de Venecia Trapero hace uso extensivo de las elipsis. Algunas de ellas dan fluidez al relato, meten al espectador de cabeza en una violencia súbita y lo obligan a completar lo que queda fuera de campo. A Trapero le bastan un par de referencias políticas de la época para que el carácter metonímico de esa familia, representación a escala de la Argentina de la dictadura, se desprenda sin subrayados. En lugar de filmar la escena en que Arquímedes convence a Alejandro de participar de su plan criminal, la opción del realizador de Mundo grúa (ir directamente y sin preaviso a la escena del primer secuestro) cumple de modo inmejorable con todas esas funciones. Sumamente funcional es también la escena en la que Alejandro (el debutante Peter Lanzani, proveniente del estrellato televisivo) atiende la rotisería familiar, sugiriendo una forma de esclavitud que pronto adquirirá visos más siniestros. A su vez se establece en un solo plano la situación económica de los Puccio y su asimetría con lo que podría llamarse “familia CASI”.Otras elipsis, en cambio, privan de información esencial. Toda la referente al pasado político lejano e inmediato de Arquímedes, sobre todo. Aparece en una reunión de altos mandos de la Fuerza Aérea y uno se pregunta qué hace ahí. Otro tanto sucede cuando se ve, en su estudio, un retrato de Perón. O más cerca del final, cuando va a visitar a la cárcel a Aníbal Gordon. Sólo quienes hayan oído hablar de este último sabrán que era un miembro activo de las Tres A. Aun así no queda claro si Puccio también era miembro o sólo “amigo”. Estas incógnitas sin respuesta hacen flaquear una “pata política” que el film –que empieza con Alfonsín declarando que los tiempos de la represión ilegal ya nunca volverían– se ocupa de señalar.En términos estrictos de puesta en escena, El clan carece de intensidad. Lo cual resulta particularmente llamativo, teniendo en cuenta los hechos que narra. Por más elipsis que se practiquen, una situación familiar como la del caso, con miembros de la familia participando de una serie de crímenes y otros de su negación, necesariamente debería dejar ver zonas de quiebre, fallas, grietas. Aquí, más allá de unos nervios excesivos en una de las hijas, la súbita toma de conciencia de otra y el estallido final de Alejandro, esos signos de locura no se registran. El tratamiento de los personajes y actuaciones es notoriamente asimétrico, con Francella componiendo un monstruo absoluto (lo cual le resta complejidad dramática) y el resto del elenco oscilando, desde los papeles de más peso hasta los más ocasionales, entre la tibieza, la opacidad y el escaso relieve.Teniendo en cuenta el dominio del plano, el encuadre y el montaje que Trapero venía mostrando en forma creciente en sus películas previas, llama la atención que también en ese aspecto El clan sea lograda sólo en ocasiones: la escena del primer secuestro o un plano secuencia que liga la cena familiar con la habitación del secuestro. Predomina una funcionalidad amarronada, de a ratos confusa visualmente (la escena del copamiento policial) y a veces crasamente fallida, como ese trabajoso montaje paralelo entre el castigo a una mujer secuestrada y una escena de sexo en un auto, que parece copiar mecánicamente una similar en El bonaerense.
EL CLAN retrata la historia real detrás de los crímenes cometidos por la familia Puccio en la década del ochenta. Liderados por el padre de familia Arquímedes, los Puccio secuestraron y mataron empresarios convirtiendo el sótano de su casa en pleno San Isidro en un verdadero aguantadero del horror. Pablo Trapero, dirige con pulso firme, esta película sórdida, oscura y truculenta, logrando una reconstrucción de época impresionante. Guillermo Francella como el líder de El Clan consigue una caracterización física de antología. Sus mejores momentos interpretativos se dan cuando solo utiliza su mirada y sus gestos, componiendo un ser terrorífico, en cambio cuando su personaje habla o se pone explicativo pierde un poco de fuerza. El que se destaca y mucho es Peter Lanzani, el joven en la piel de Alejandro Puccio, logra lo que parece imposible, que el espectador pueda empatizar con un ser odioso, cruel y traicionero. Ingresando en el cine de género, Trapero no reniega de su marca de autor, para brindar un espectáculo cinematográfico entretenido y contundente.
Crítica emitida por radio.
Publicada en edición impresa.
Sí, la realidad supera la ficción Conozco dos personas que tuvieron oportunidad de estar frente a frente con Arquímedes Puccio cuando ya estaba en la cárcel. Ambas, por separado, dijeron lo mismo: “era un tipo que te daba escalofríos con sólo verlo”. Se podría decir que había un aura alrededor de ese personaje, un aura siniestra, casi inabarcable y difícil de explicar. Era alguien irreal y a la vez potentemente real, y el enigma imposible de descifrar que emanaba de su persona y el núcleo familiar que supo construir a su alrededor lo hacía retorcidamente atractivo. El desafío que tenía Pablo Trapero en El clan era trasladar esas nociones a la pantalla grande, hacer de lo siniestro, de lo horroroso, del quiebre de la institución familiar, realidad cinematográfica. Lamentablemente, la vara le queda demasiado alta. No es por falta de ambición que las cosas le salen mal a Trapero, sino todo lo contrario. Incluso se podría decir que son esas ambiciones las que se convierten en los principales obstáculos. Es que El clan es, en dos aspectos claves, un debut para el realizador: es su primera película basada en hechos reales y, esencialmente, sobre la dictadura, porque lo que plantea es que Arquímedes Puccio (Guillermo Francella en una actuación sólida, pero no extraordinaria como seguro se va a decir por todos lados) pudo hacer del secuestro un negocio familiar, manteniendo en cautiverio en su propia casa a integrantes de familias ricas y poderosas que incluso pertenecían al entorno y/o el barrio que habitaba, desempeñándose casi a la vista de todos, bajo el paraguas que le daban sus contactos establecidos como parte de esa red de grupos de tareas que comenzó con la Triple A durante los años del tercer gobierno peronista, siguió durante el Proceso y trató de reformularse con la vuelta de la democracia y la primavera alfonsinista. En mi texto sobre Leonera para el dossier sobre Trapero que hicimos en FANCINEMA, afirmaba que el cine del realizador se ha ido sosteniendo en sus últimos films en la fe y confianza que puede generar en el espectador a partir de las virtudes formales que va desplegando: de ahí que el público debe aceptar una suma de arbitrariedades y cabos sueltos en pos de seguir adelante con los relatos, amparándose en lo que consiguen transmitir los cuerpos en acción, y no tanto las otras modalidades discursivas. El clan es una nueva instancia de este juego de tensiones pero es la más malograda de todas, porque desde el mismísimo inicio con imágenes de archivo, Trapero acumula discursividad en todos los frentes, remarcando en exceso todo lo que pretende decir, que encima es mucho: tenemos la tesis política sobre las continuidades establecidas entre la dictadura y la democracia; el clima de época donde la frivolidad de las clases pudientes de San Isidro conviven con la oscuridad del accionar de los Puccio; esa familia que en sus cruces de acciones directas e indirectas, de complicidades, omisiones y silencios reproduce a escala menor lo que sucedía con los distintos sectores de la sociedad argentina en los setentas y ochentas; y finalmente el vínculo paterno filial entre Arquímedes y Alejandro Puccio, que arranca como una relación marcada por la lealtad y la manipulación, para ir decantando en un claro enfrentamiento de voluntades, con el hijo buscando salirse del negocio familiar. Sin embargo, rara vez el film consigue hacer fluir todas estas tramas y tópicos de la manera apropiada, porque pierde de vista algo esencial, que son los personajes. Tanto Arquímedes como Alejandro son construcciones estereotipadas y vacías, que necesitan desmedidamente de lo que decida poner el espectador en ellos, inclusive del conocimiento previo que se pueda tener sobre los hechos verídicos. Dentro de su esquematismo paternalista de manual, Arquímedes por lo menos tiene una coherencia, es alguien que no cambia, que sostiene sus manipulaciones e hipocresías hasta el final, pero los giros de Alejandro son difíciles de creer; y esto se traslada a sus hermanos, que pasan de estar alejados a ser partícipes de los crímenes, o actuar con total naturalidad frente al hecho de tener a un hombre secuestrado en el baño de la casa a no poder soportar tener a una mujer mayor en el sótano, sin que haya un tránsito claro que expliquen los cambios de actitud. ¿Quiénes eran en verdad los Puccio? ¿Por qué eran así? ¿Cuál fue el proceso por el cual establecieron una serie de lazos que permitieron que el crimen, el homicidio y el horror se convirtieran en algo cotidiano? El clan no responde a ninguna de esas respuestas, pero no porque quiera dejarlas sin responder a propósito, sino porque no puede, o más bien porque elige una multitud de respuestas, casi todas equivocadas, trazando un panorama de época pero olvidándose de darles espesor a sus habitantes. Esta vacuidad termina incluso afectando la ya habitual capacidad formal de Trapero. Donde más se aprecia esto es en los numerosos planos secuencia, particularmente los desarrollados durante las escenas de los secuestros: la música inunda todo, imponiéndose a la imagen, sin enriquecer la narración, sino banalizándola. De esta forma, El clan va perdiendo todo su potencial, aplastada por su propia superficialidad y encontrando apenas por momentos el tono apropiado, cuando se dejan de lado los diálogos impostados y las bajadas de línea históricas para dejar que sean los cuerpos los que se expresen, encontrando como único camino la violencia (llama la atención que Trapero no se haya dado cuenta de que la mejor forma de hablar de la historia argentina es dejando que el discurso pase por lo corporal). De ahí que el slogan con el que se publicita El clan -“la realidad supera la ficción”- termine siendo tan atractivo como desafortunado: es que la ficción que construyó Trapero es notoriamente superada por la realidad de los hechos.
Con una gran movida de prensa y una gran expectativa, llega a los cines El clan, la película de Pablo Trapero que intenta retratar la posible intimidad de una de las más perversas historias familiares que conocimos en la Argentina, la de la familia Puccio. Con un elenco encabezado por Guillermo Francella, y en el primer secundario el debutante en cine Peter Lanzani, Trapero nos sumerge en una tesis sobre cómo podían ser las relaciones dentro de la familia en cuestión. Dedicando la completa atención de El clan únicamente a los vínculos entre los personajes, el director y guionista nos evita toda la trama policial y la investigación, y nos mete de lleno al clima tenso y las vicisitudes de los integrantes de una familia que cada vez se involucra más en una actividad marginal que los va consumiendo por dentro al mismo tiempo que les brinda la estabilidad económica que tanto disfrutan. El clima de El Clan es asfixiante, sin que los hechos que se muestran sean todo lo truculentos que deberían ser, el relato nos sumerge casi de inmediato en la sensación de volatilidad que, particularmente el personaje compuesto por Lanzani, debería sentir respecto a la forma de vida que llevaban, y el joven actor, sin destacarse demasiado, hace una labor correcta, que permite al espectador empatizar con el personaje al mismo tiempo que lo detesta. La actuación de Guillermo Francella está muy bien lograda, pero tampoco es deslumbrante. La composición de Arquímedes Puccio es un poco estereotipada en algunos momentos, y en otros, las conocidas muletillas actorales del protagonista, salen a la luz, frenando un poco el verosímil, por estar siempre asociadas a la faceta cómica del mismo. Excelente por otro lado la labor del director de fotografía, quien logra en cámara un clima sórdido, a la vez que familiar, casi como si esta familia patriarcal fuese una clásica familia italoamericana común y corriente, aunque siempre este presente el aura oscura y escalofriante que genera la mirada de Arquímedes sobre el resto de la familia. La mezcla de sonido es otro aspecto impactante del film, con un trabajo que se aleja muchas veces del sonido natural y se pone en el lugar de las emociones de los protagonistas. El montaje es muy atrayente al principio, pero a la tercer escena en la cual el código se repite, se vuelve previsible y reiterativo, perdiendo el gran atractivo que generó en un principio. El clan se perfila como el estreno nacional más importante del año, la taquilla seguramente la acompañara, y en definitiva, es un producto que vale la pena ver.
El clan, one of the most anticipated Argentine releases of the year, is a study in vileness One of the most anticipated local releases of the year, El Clan is based on the story of the Puccios, a peculiar family that may surely have a next-door feel while harbouring unspeakable secrets of the sinister kind. And that’s an understatement. The film is proudly running in the official competition of the upcoming Venice Film Festival, alongside the new films by Marco Bellochio, Atom Egoyan, Alexander Sokurov, and Amos Gitai, among others. Both a layered character study and a precise crime chronicle, El Clan (The Clan) explores the actions of a family of human monsters, set against the background of the last military dictatorship. “El Clan focuses on a nefarious family against the backdrop of a military dictatorship. It’s hell within hell itself. Perfect material for a dark and original thriller,” said Agustín Almodóvar, co-producer with his brother Pedro and their company El deseo — and alongside Argentine companies K&S and La Matanza Cine — of the latest film by renowned filmmaker Pablo Trapero. This well-to-do family from the posh suburbs of San Isidro during the 1980s ran a very lucrative and brutal business. On the one hand, the Puccios were good all Catholics who went to mass on Sunday, won the approval of their friends and neighbours, and lead a seemingly normal life. Alejandro Puccio, the eldest son, was a remarkable rugby player and a handsome charmer. All in all, they were a respected family that everyone held dear. At the same time, the Puccios would kidnap wealthy businessman or their relatives — sometimes even Alejandro’s own friends — hold them in their house for ransom and then murder them instead of letting them go after their ransoms were paid. Talk about duality. This is the first time in 17 years that an Argentine film is featured in the Golden Lion competition — the last one was Fernando “Pino” Solanas’s La nube. It’s not the first time for Trapero, who, back in 1999, presented his debut feature Mundo grúa (Crane World) and won the Critics’ Week Prize. In 2004, his Familia rodante (Rolling Family) was featured in the Orizzonti section. Trapero also sat on the jury in 2012. In a really striking performance filled with nuances, with a masterful command of the subtlest gestures, popular TV, theatre and cinema actor Guillermo Francella plays the lead as patriarch Arquímedes Puccio, an icy man with a hell of a temper, almost completely unaffectionate and very stern. A man who felt neither guilt nor remorse for his crimes and, in fact, not once admitted to having killed any of his victims. This is the type of man who would constantly wash his home’s sidewalk in a seemingly casual manner, but with a hidden agenda: he’d do it to find out if the yelling of the kidnapped victims coming from his house — he would lock them in a bathroom — could in fact be heard by passers-by. And Francella embodies his traits just as well, if not better, as when he played an alcoholic assistant in a police investigation in Juan José Campanella’s Oscar winning film El secreto de sus ojos (The Secret in Their Eyes). Young singer and actor Peter Lanzani makes his film debut as Alejandro, the eldest son of the clan, and delivers a performance that may not be as nuanced as Francella’s but is yet convincing and well-tuned enough to deliver a character with a dark soul, a good looking façade, and a perverse relationship with a heinous father. Although father and son were the actual perpetrators of the crimes, the mother, two daughters and two other brothers were, to some extent, accomplices — just like the retired colonel Rodolfo Victoriano Franco and two other men. First, during the 1976-1983 dictatorship, Arquímedes Puccio was a member of the SIDE, the Triple A, and provided “room and board” for those disappeared by the military. But when the military left the government and democracy returned, Puccio could no longer claim the immunity he had enjoyed before. So he started “working on his own” and targeted his future victims, that is to say, rugby player Ricardo Manoukian, engineer Eduardo Aulet, businessman Emilio Naum, and businesswoman Nélida Bollini de Prado. The woman was the only survivor. El Clan accomplishes several things at once. First, it’s an accurate metaphor for the evil of those obscure years, with one family and their demons closely connected to those of the infamous military dictatorship. Just like the Puccios held their victims in a bathroom and passers-by didn’t know what was going on — or at least pretended they didn’t, or most likely both — the military held illegally detained prisoners in clandestine centres and society at large didn’t know what was going on — or didn’t want to know, or most likely both. In many ways, it’s impossible to think of the Puccios without thinking of the military dictatorship. Secondly, Trapero casts a very comprehensive gaze upon the duality of this family. It would have been very easy to portray them as out-of-these-world monsters, but it wouldn’t have been true. The nature of the Puccios was far more complex that what could be seen at first sight, and the switching between their family life and their criminal one is meticulously expressed in seemingly minor signs. You have to remember that the evil is in the details. And thirdly, while El Clan is a solid thriller, you can also see it as a horror feature, one where the monster lurks behind a familiar and friendly façade. A study in what sinister is all about, if you will. El Clan (Argentina, 2015). Written and directed by Pablo Trapero. With Guillermo Francella, Peter Lanzani, Lili Popovich, Gastón Cocchiarale, Franco Masini, Giselle Motta. Cinematography: Julián Apezteguía. Editing: Pablo Trapero, Alejandro Carrillo Penovi (SAE). Running time: 108 minutes.
En la semana en que se cumplen 30 años de la caída de los Puccio se estrena El Clan, film que confirma la importancia de Pablo Trapero como uno de los mayores referentes de la industria nacional. El realizador, una de las voces más destacadas del llamado Nuevo Cine Argentino, hace años que hizo una transición notable hacia un cine masivo pero sin perder un ápice de su estilo. El presupuesto creció de forma exponencial, así como también las figuras que pudo convocar para que encabezaran sus películas, pero sus producciones continúan mostrándose como relatos intensos y brutales sobre sujetos que viven en los márgenes de la sociedad. Y eso lo convierte en el director ideal para llevar a la gran pantalla la vida de esta infame familia, una de las historias más fascinantes y negras de la, a veces, tristemente célebre historia de nuestro país. Desde los primeros minutos quedarán establecidas en forma férrea las líneas que el cineasta seguirá para retratar el caso. Hay una utilización de documentos históricos, en la forma de discursos de primeros mandatarios, para reflejar la época en la que se vivía. La narrativa va hacia atrás y adelante en el tiempo durante algunos de los años más delicados de nuestra memoria reciente, en el período de cambio de la más sangrienta dictadura argentina hacia la primavera alfonsinista. Es quizás el punto menos trabajado y por eso el más débil de su film, pero uno que sirve para dar un contexto sociopolítico a las actividades delictivas de la banda liderada por Arquímedes Puccio. Es que el enfoque de su película es, primordialmente, sobre dos cuestiones: el accionar de la familia puertas afuera y el que se da puertas adentro. El caso generó un impacto que todavía persiste no solo por el hecho de los crímenes en sí, sino por quiénes los cometieron. Los Puccio se presentaban como un típico grupo familiar de una de las zonas de mayores ingresos del país. No hay mejor ejemplo que retrate esto que la situación de Alex, uno de los hijos mayores, un joven plenamente integrado en la comunidad, con una popularidad creciente en el barrio. A la hora de escribir el guión, Trapero tuvo acceso a los documentos de la época, a testimonios de quienes conocieron a fondo el caso y a familiares de víctimas, con lo que hay una exhaustiva construcción de la imagen que se daba hacia fuera. Es un aspecto con el que el realizador siente la comodidad del registro histórico y se nota una mayor fortaleza en comparación con la relación intrafamiliar. Es poco lo que se sabe en concreto acerca de la vida puertas adentro, con lo que el director decide concentrar su atención en el vínculo entre los dos personajes centrales. Arquímedes es un hombre de alma negra y sangre fría, que impone su respeto sobre mujer e hijos por tratarse del proveedor de la casa. Alejandro, un muchacho que el film se ocupa de demostrar una y otra vez que tenía otras opciones para su vida, lo sigue en su lento descenso hacia el abismo y de ninguna manera cuestiona lo que su padre exige o plantea. Hay un gran trabajo de Guillermo Francella en la piel de este oscuro individuo, una figura siniestra de hablar pausado y buenos modos, que genera terror en espectador e hijos en su tranquila forma de expresar lo indecible. Peter Lanzani, por su parte, tiene un firme debut en cine, con un papel que no lo exige en forma permanente pero cuya angustia va en perpetuo aumento y se siente. Es mérito de ambos que haya identificación con el joven –que de ninguna forma es inocente-, así como también se genere un odio hipnótico y magnético hacia el patriarca. Trapero le saca el mayor provecho posible al equipo de producción con el que cuenta –el mismo de Relatos Salvajes- y obtiene otro buen exponente para una filmografía repleta de trabajos notables, con un buen uso de la música y con una fotografía que ayuda a resaltar la época trabajada. Es cierto que no está del todo afianzada en lo general –como se dijo, la cuestión sociopolítica no termina de funcionar-, pero compensa con creces en la mirada íntima, especialmente en términos de la presentación de la familia hacia el mundo y en la relación del padre con su hijo Alex. Vale señalar también que, por momentos, se desearía un poco más de desarrollo sobre el resto del grupo –Maguila vuelve después de meses de vivir en el exterior y se convierte en parte de las actividades delictivas sin miramientos, un hijo se va del hogar y no se percibe demasiada consecuencia-, más allá de que la mano de Arquímedes sobre el cuello de Alex sea suficiente como para tener dimensión de su potencia opresora. Y no se puede dejar sin mención la espectacularidad de la última media hora del film, un desenlace de tensión creciente en la que se sucede una poderosa secuencia detrás de la otra, hasta llegar a un final intenso capaz de cortar el aliento.
Muchas ganas tenía de ver El clan, porque es una historia muy fuerte y que muchos no conocen. Cuando anunciaron a Francella en el papel fue una sorpresa, no porque Guillermo no tenga calidad actoral, pero costaba imaginarolo en el papel de un gran hijo de puta. Y ahora luego de ver la película creo que si en el juicio en realidad estaba Francella habilitaban la pena de muerte en nuestro país. Francella ES la película. Su actuación es soberbia. El personaje creado es increíble y además cuesta ver al actor que todos conocemos. No es sólo una transformación física, su composición lejos de todo lo que hizo, incluso del desbigotado de El secreto de sus ojos es para aplaudir de pie. Pero no está solo, el elenco de la familia está realmente muy bien. Párrafo aparte para Peter Lanzani: ganamos un actor. Excelente composición de un personaje que muestran con muchas contradicciones, pero partícipe absoluto. Destacable el ritmo que mayormente le puso Trapero a la película, yendo a los casos directos, mezclando un poco los tiempos, usando planos secuencias largos y hasta efectos especiales en uno de los momentos conocidos más particulares de la historia de esta familia. Son muy buenas las referencias históricas que se van viendo. Quizás le sobran algunos minutos o el ritmo de los últimos 30 minutos sea algo variable. El clan es una película dura, porque la historia así lo exigía. No es para disfrutar al verla, pero si al analizarla como película. Cine argentino 100% profesional.
Pensar en crimen organizado me remonta indefectiblemente a películas de gánsteres y cosas así; los típicos guiones americanos que retratan historias verídicas como la de Capone o ficticias como la de Corleone. Pero a fin de cuentas, se trata de miembros de una misma familia o personas que se vuelven muy cercanas y unidas entre sí como para cometer aberraciones fundadas en ofertas que a simple vista son imposibles de rechazar. El asunto es que estos hechos lamentables suceden en miles de lugares, incluida nuestra República Argentina. Desde tiempos inciertos que la ley abre expedientes sobre causas judiciales que muchas veces quedan en el limbo por diferentes motivos, aunque casi siempre se trata de la impunidad, la tergiversación y la corrupción. Corrían los años 80 cuando Arquímedes Puccio perpetró sus planes más viles, ya bajo el gobierno democrático de Alfonsín, pero con una clara inclinación hacia lo militar. Claro, el líder de la banda y comandante de una familia de siete integrantes, contaba ya con un prontuario en el tráfico de armas, además de un puesto en los servicios de inteligencia de ese entonces, lo cual lo mantenía muy cerca del comodoro de turno. Así, caminando en puntillas y sin levantar sospechas, el señor se fue forrando en dólares, producto de secuestros extorsivos a personas pertenecientes a la clase alta. Muy fácil… Los vigilaba, averiguaba su cachet, preparaba el terreno y zas, los hijos del dinero eran tragados por la tierra y trasladados en baúles motorizados a la mismísima casa de la familia Puccio, en donde eran víctimas de maltratos y torturas que incluían el envío de falsos testimonios de bienestar a sus seres queridos. De esa manera, “los buenos” dejaban el botín donde se les indicaba y aguardaban la tan ansiada liberación, una liberación que jamás llegaba y que acababa enterrada en fosas improvisadas y con varios tiros en la cabeza. Pero si hablamos de víctimas, no podemos obviar al propio grupo familiar de Arquímedes, ya que tres de ellos estaban involucrados directamente con estos crímenes. En especial el hijo mayor, Alex Puccio, el rugbier del “CASI” que sacó el mayor beneficio monetario durante años. Sin embargo, llevaban una tormentosa vida de sometimientos, cometiendo el pecado de la omisión y el silencio, además de ser cómplices del horror. Y sí, era raro que en un barrio como San Isidro ocurrieran estas cosas, por eso todos los del círculo se preguntaban qué estaba sucediendo. Lo que no sabían era que pasaban todos los días por la puerta de aquella casa que albergaba un famoso sótano donde el clan se reunía y donde funcionaba el cautiverio, mientras arriba todos cenaban en paz, hacían sus labores y se comían el verso de que no pasaba nada raro, particularmente los dos integrantes menores de edad. Nadie sospechaba de ese vecino canoso que raramente pestañeaba y barría todos los días -a cualquier hora- la vereda del negocio de artículos náuticos que les pertenecía, con el fin de aplacar cualquier grito que asomara de la oscuridad. Todo lo que te acabo de contar está presente de manera exquisita y manejado de taquito con el pulso perfecto de Pablo Trapero en su último film. Esta historia verídica que conmocionó a todos recayó sobre Guillermo Francella en el rol principal (irreconocible en todo sentido) y Pedro Lanzani como el “elegido” por papá. Al ritmo de una banda sonora magnética y escenas que conservan una sutil calma en medio del caos que se desarrollaba en días comunes y corrientes, ambas actuaciones derrochan talento, a la vez que provocan escalofríos a una comunidad que fue muy golpeada por una dictadura como para recibir semejante baldazo de agua fría. Abrumadora, hipnotizante, poderosa; todos los elementos de El Clan están en armonía. Tanto la película como la historia tuvieron su final, sí, pero hay un “continuará” implícito en el misterio que estas desagradables personas llevarán consigo siempre, a sus tumbas o a dondequiera que estén, porque negaron todo y plantearon ese enorme interrogante de cómo una familia unida y aparentemente estable pudo formar parte de ese circo cruel que se vivió durante un lapso no del todo comprobado en Martín y Omar 544.
Las películas sobre casos policiales célebres son armas de doble filo. A favor, claro, tienen el hecho de que la fama de esos casos las hacen comercialmente atractivas y “vendibles”. En contra le juega el hecho de que, bueno, si el caso es famoso todos más o menos saben que pasó y cómo terminó. El desafío en casos como EL CLAN es encontrar un eje que le permita a la película escaparse –o explayarse– a partir de esa situación. Y Pablo Trapero lo encontró en su filme sobre el Caso Puccio. Es cierto que para muchos que tienen menos de 40 años el célebre caso de la familia Puccio es más conocido como un titular que por sus más turbios detalles, y por eso –a diferencia de muchas notas y entrevistas que he leído que cuentan la historia hasta el último detalle como si todo el mundo supiera exactamente lo que pasó– trataré de no “spoilear” sus acontecimientos principales. Lo que queda claro desde el principio es que el filme asume cierto conocimiento de parte del espectador y arranca con la detención del líder de la familia. Pero también queda claro que la intención es ir de allí hacia otro lugar, a uno que tal vez ni siquiera la propia película sepa que está yendo. clan2EL CLAN no arranca bien. Tiene una serie de idas y vueltas en el tiempo que la vuelven confusa para los que no estén al día con las mutaciones de la Argentina entre 1982 y 1985, y demasiado obvia para los que sí lo estamos. En un punto, ese subrayado es innecesario: el caso de la familia Puccio, es cierto, deja en evidencia las diferencias entre la Argentina de la dictadura y la de la democracia, pero el ida y vuelta entre discursos de Alfonsín y Galtieri más los propios tiempos de comienzo y final de la saga Puccio (al menos de la etapa que se narra aquí) plantan una bandera preocupante ya que da la impresión de que la película intentará cargarse con la mochila de usar el caso para contar un capítulo importante de La Historia Argentina. Y que lo hará en mayúsculas… Pero, por suerte, es solo un momento. Una vez que la película se saca esa carga de representar una época política de la Argentina, puede dedicarse a contar su historia, dejando a eso como marco, como “contenedor” que no explica todo, claro, pero que contextualiza el mundo en el que nos adentramos. Los Puccio eran, según se cuenta en el filme, una familia más o menos normal de San Isidro: con un local comercial, muchos hijos (los varones jugaban al rugby, claro) y una aparente armonía a prueba de sospechas. Pero tenían algunos secretos. Uno de ellos era que realizaban secuestros extorsivos. El otro, lo veremos más adelante… clan1Arquímedes Puccio era un miembro de ese extraño universo que por entonces se daba en llamar “mano de obra desocupada” de la dictadura, gente que había empezado a utilizar para su beneficio económico personal metodologías usadas por repugnantes motivos políticos. Y, a su manera, por la negación o participando, su familia era cómplice de este sistema. En especial, Alejandro Puccio, su segundo hijo varón (el mayor, “Maguila”, se había ido a jugar al rugby a Nueva Zelandia, evidentemente para escapar de ese disimulado infierno). Alejandro no sólo colaboraba con su padre en la tarea –a disgusto y con dudas, pero no podía oponerse a la poderosa figura de Arquímedes– sino que hasta les conseguía las víctimas. El primer logro de EL CLAN es contar la película desde adentro de la vida de la familia. No hay policías ni investigadores ni periodistas siguiendo pistas. Lo que al filme le interesa es la mecánica familiar, los espacios y los secretos que poseen los miembros de una familia, con sus tensiones internas, su forma de relacionarse y de decirse (o no) las cosas, sus miedos y zonas de riesgo, hasta sus alegrías. Y es ahí –no en la narración del caso por caso, no en el “así era la Argentina entonces”– donde la película crece, donde se nota la mano de Trapero, un realizador que a lo largo de su carrera ha hecho de las relaciones familiares su tema principal. clan4MUNDO GRUA era, después de todo, un filme sobre la relación entre un padre y su hijo, y si uno va más atrás encontrará que NEGOCIOS, un corto suyo de 1995, también se centra en un padre y un hijo que tienen un local comercial en el Gran Buenos Aires. En FAMILIA RODANTE, EL BONAERENSE y NACIDO Y CRIADO el tema familiar sigue siendo central y, aún en menor medida, sigue apareciendo en las películas posteriores. Es cierto que ninguna de las familias de esas películas hacía secuestros extorsivos, pero la mirada es la misma: la lógica de la mayoría de las cosas en sus películas “se cocina” en casa, a partir de lo que somos en el día a día familiar. Especialmente –como es el caso de los jóvenes Puccio– cuando somos menores y vivimos con nuestros padres. La película es, entonces, sobre Alejandro y la relación con su padre, sobre su imposibilidad de escaparse de ese sistema por la pesada figura de Arquímedes y por su propia “tentación” de participar en un negocio que daba evidentes ganancias. Alejandro –muy bien interpretado por Peter Lanzani– es de algún modo el representante de la audiencia en este infierno ya que su propia negación y silencio (el de muchos, entonces) lo vuelve un curioso héroe de la trama: sabemos que es culpable, pero la película intenta involucrarnos en su lógica interna, en entender porqué no pudo salir de esa maquinaria macabra. clan3Y ahí es donde entra, para mí, el tema más interesante de la película, que tiene que ver con una cuestión, digamos, de clase. Por decirlo de otro modo: en gran medida las actividades de Arquímedes, sus secuaces y el propio Alejandro estaban motivadas por una suerte de resentimiento social de una familia de clase media alta que no pertenecía a la elite de San Isidro (a los que se muestra con una vida lujosa, de fiestas, yates y grandes caserones) sino que, por el contrario, tenían que “trabajar” para conseguir ese acceso. El trabajo podía ser legal o no, pero lo importante –para Alejandro especialmente que, con culpa, entregaba víctimas– era poder pertenecer a esa elite, como sea. Eso le impide salirse. Y más cuando aparece una novia de por medio… Es una zona compleja de analizar la de las diferencias de clases sociales entre los ideólogos y los ejecutores durante el Proceso, entre los participantes de los Servicios de Inteligencia, la clase media “aspiracional”, los militares y la elite económica. Sin meterse demasiado en eso, casi de soslayo, la película husmea una zona enrarecida de la historia política argentina, no tan clara como la que se subraya entre la dictadura y la democracia. Es ahí, siento yo, donde Trapero tiene algo para decir, pero casi sin decirlo. Si bien algunos críticos a los que le molesta que el Nuevo Cine Argentino que Trapero ayudó a fundar haya hablado poco y nada sobre la historia política argentina en sus películas, creo que EL CLAN lo hace, pero no de la manera que la propia película invita a ser leída sino de otra, más sinuosa y ambigua. A211R6MUEs un eje que también siempre estuvo en el cine de Trapero. Desde “El Rulo” de MUNDO GRUA a la chica de clase media metida en una cárcel de LEONERA, ese choque social es un motivo reiterado en las películas de este cineasta que estudió cine en la FUC, a kilómetros (y años luz en otros sentidos) de distancia de su negocio familiar en San Justo. Acaso inconscientemente, ese eje resuena permanentemente en EL CLAN y es el que permite, de algún modo, que Trapero y el espectador se identifiquen con Alejandro y su particular forma de negación. Es cierto que para que eso exista tiene que existir también una figura temeraria como la de Arquímedes, monstruo que Guillermo Francella construye con filosa precisión en el que tal vez sea el mejor trabajo de su carrera, trabajo en el que el actor debió actuar contra su propia imagen. Si algo tiene a su favor Francella es su capacidad de empatía con un simple arquear de cejas o movimiento de labios y aquí debía hacer su absoluto opuesto. Y la transformación es notable, logrando convertir a Arquímedes en un personaje de temer, tan alienado como frío, tan mecánico como falsamente amable. Una mezcla de cínico con psicótico. A todo esto, casi no es necesario decirlo, EL CLAN funciona en sus elementos más básicos: está muy bien narrada (más allá de ciertos baches ya clásicos en el sistema narrativo algo lagunero de Trapero), es técnica y actoralmente irreprochable, y tiene la suficiente tensión y suspenso como para transformarse en un éxito comercial. Que el “cine industrial” argentino haya llegado a un nivel como para no tener que hablar demasiado de estas cosas es un logro en sí mismo, uno que tal vez las nuevas generaciones no lleguen a apreciar tanto como los que crecimos con otro cine nacional. A la vez, que ese cine de factura industrial pueda seguir teniendo una impronta autoral permite pensar que dilucidar qué es el cine nacional de hoy no consiste, simplemente, en hacer una lectura binaria independiente vs. industrial, sino que el asunto es bastante más complicado de lo que aparenta. Como la propia película…
Hamlet en San Isidro ‘El clan’, la potente película de Pablo Trapero sobre el Clan Puccio, permanece en la memoria mucho después de los títulos finales. Es curiosa la filmografía de Pablo Trapero. A partir de Leonera, pero fundamentalmente a partir de Carancho –sus tres o cuatro últimas películas, de ocho en total– abandonó del todo el cine pequeño, de hallazgo de personajes, con sus actores fetiche –no profesionales como Luis “El Rulo” Margani, su propia abuela Graciana Chironi o el folklorista Tomás Lipán– y se abocó de lleno al cine industrial, de género, protagonizado por estrellas (Darín, Francella, un forzado Rodrigo Santoro) y que si bien pasa por festivales tiene la mira puesta principalmente en la taquilla. Y lo curioso es que Trapero, viniendo del cine independiente, logra en sus últimas películas una potencia narrativa que envidiaría el más profesional de los directores industriales. El clan es un paso más en esa dirección, quizás el paso más fuerte y decisivo. En primer lugar, porque es la primera de sus películas que se basa en un caso policial real a la manera de las películas testimoniales de los '80, con las que, en sus peores momentos, guarda no pocas similitudes. Y también por la elección de los protagonistas: Guillermo Francella y Peter Lanzani. Francella continúa en su veta de “actor serio” –que cualquiera con cierta sensibilidad podía percibir que habitaba en él–, que inauguró en El secreto de sus ojos, pero acá da un paso más y encarna al villano. Un Arquímedes Puccio tranquilo y letal, cínico y educado, que sólo en un par de momentos explota con violencia. Esos son los momentos en los que Francella flaquea. La revelación, en cambio, es Peter Lanzani. Confieso que no lo conocía en su faceta de actor (nunca ví Casi ángeles) y sólo una vez lo entrevisté y ví su show como miembro de la banda TeenAngels. Era un enigma y me sorprendió: su Alejandro Puccio es un ser atormentado sobre el que pesa una pena constante que se puede percibir aún cuando se chamuya a una mujer, se divierte con amigos o juega al rugby. La historia y el cast se unen a una dirección que se luce con varios planos secuencia –ninguno tan espectacular como aquel inolvidable de Elefante blanco– y un soundtrack fuerte y un poco invasivo (con canciones de The Kinks, Serú Girán y Virus) para redondear una película que aún con sus altibajos permanece en la memoria por muchas horas. Trapero elige centrarse en la mirada de Alejandro Puccio, el hijo mayor del clan, para indagar el que quizás sea el misterio más profundo de esta historia: cómo el patriarca Arquímedes pudo envolver a toda su familia en esa trama de secuestros y asesinatos. El eje es ése y la película gana en concisión e intensidad al hacer alusión apenas oblicuamente a otras cuestiones: la investigación policial, la participación del resto de la banda y de la familia, la vida social sanisidrense (quizás eso se extraña un poco). El resultado es bastante polémico porque la mirada termina siendo, hasta cierto punto, bastante benevolente con Alejandro. En la realidad no se sabe si Alejandro estuvo presente durante el asesinato de la primera víctima, Ricardo Manoukian. En el libro de Rodolfo Palacios, El clan Puccio, Guillermo Manoukian, hermano de Ricardo, dice que él cree que lo mataron entre Alejandro, Arquímedes y Guillermo Fernández Laborda, otro de los cómplices (interpretado por Luis Armesto), porque el cadáver tenía tres tiros y porque el que más lo necesitaba muerto era Alejandro. En la película, Trapero decide no dejar ese misterio y absuelve a Alejandro de esa muerte otorgándole incluso el beneficio de ignorarla y de enterarse de ella por comentarios en el club. Pero no importa la realidad. Este movimiento deliberado dota a la película de un tono de tragedia shakespereana en la que Alejandro no es un villano sino una especie de príncipe Hamlet que se vuelve loco luego de dos o tres palabras de su padre, que en este caso no es un fantasma sino un monstruo de carne y hueso. Y al ser una tragedia, ese final tan potente –lo mejor de la película– es a la vez sorpresivo y perfectamente lógico. El clan tiene algunos problemas. El tono intimista está invadido por referencias a la realidad política. Es cierto que la historia tiene muchos puntos de contacto con los estertores de la dictadura y los primeros años de la democracia, en los que la llamada “mano de obra desocupada” hacía estragos, pero acá es donde Trapero no da el tono y la película parece, como dije antes, una testimonial de los años '80 al estilo Juan Carlos Desanzo. Pasaba lo mismo en las escenas de la curia de Elefante blanco. Trapero no es Santiago Mitre –aunque Mitre coguionó tres de sus películas– y cuando los actores hablan de “temas importantes” o debaten “la realidad social”, quedan más parecidos a los del Viejo Cine Argentino que a los más naturales y creíbles de El estudiante o La patota. Aún con sus defectos, El clan va de menor a mayor y deja un regusto perdurable en el cuerpo y en la cabeza. Es posible que tenga que ver con la potencia de la historia, que obviamente precede a la película. Pero hay que ser justos: Trapero tiene el talento como para que esa potencia no se pierda en la pantalla.
PABLO TRAPERO CREA CLIMAS ESTREMECEDORES AL CENTRARSE EN LOS VÍNCULOS FAMILIARES DE LOS PUCCIO EN "EL CLAN" Francella, formidable patriarca del mal Lo primero que hay que decir sobre "El clan" es que nadie que vea por primera vez a Guillermo Francella creería que el protagonista pudiera haber tenido antes una carrera como comediante. Es que el papel del secuestrador y padre de familia Arquímedes Puccio está tan bien actuado por Francella, que realmente consigue provocar una sensación tan aberrante como los crímenes llevados a cabo por el personaje. Sin dudas, Francella es un gran actor dramático y el personaje que compone en "El clan" es un gran villano, no sólo por sus actividades horribles de secuestrar gente de dinero y luego matarla a pesar de haber recibido el rescate, sino por el detalle sin precedentes de hacer que toda su familia participe de estos crímenes, lo que lo convierte en una especie de patriarca del mal. El director Pablo Trapero se preocupa especialmente por ubicar al espectador en la época en la que transcurren los hechos a través de un largo prólogo en el que se ve tanto a Alfonsín en material de archivo pronunciándose contra los crímenes de la dictadura como a Galtieri anunciando la derrota en las Malvinas. No queda claro del todo cuál era la actividad previa de Puccio pero sí que forma parte de lo que por entonces se denominaba "la mano de obra desocupada" y que contaba con algún tipo de protección o sensación de impunidad por un cierto "comodoro" que aparece intermitentemente a lo largo del film. Este vínculo con el antiguo poder ahora en caída queda más claro en una escena que aporta una mirada más amplia sobre el Caso Puccio, la visita de Arquímedes a Aníbal Gordon en la cárcel (el asesino está interpretado por un excelente Fernando Miró). Obviamente, dado que se basa en hechos reales y muy difundidos a través de las décadas, éste es el tipo de film en el que el espectador podría sentir que ya sabe todo lo que va a pasar. En parte puede ser así, pero Trapero se enfoca en la relación de Arquímedes con su familia, es decir sus cómplices, y en este sentido desarrolla un terrible clima que aprovecha especialmente en todo lo que tiene que ver con uno de sus hijos, Alejandro, el que cae más bajo al ayudar a secuestrar a sus propios amigos y compañeros del equipo de rugby Los Pumas (la actuación de Peter Lanzani también es uno de los puntos fuertes del film). Tal vez porque la historia se conoce, el director no se propone describir el accionar de la Policía que finalmente puso fuera de combate al clan. Y tal vez por eso, y sobre todo en su primera mitad, el film tiene pulso más de drama que de policial, con el suspenso tensándose a medida que se avanza hacia el desenlace, cuando los planes de los Puccio no salen tal cual se los había diseñado. Muchas veces el director atenúa el suspenso al utilizar distintos temas musicales a manera de clips, por ejemplo un clásico de The Kinks, "Sunny Afternoon" cuya letra tiene que ver con las familias de clase alta venidas a menos. Esto se repite otras veces en escenas clave que podrían haber resultado más fuertes con otra estrategia narrativa. Otro detalle que llama la atención en un film que aborda un tema real tan crudo es que haya hecho todo lo posible por aligerar el impacto visual de las cosas infernales que se desprenden de la historia, empezando por el hecho de que la cámara casi no entre a los escondites donde están prisioneros de forma subhumana las víctimas del clan. En todo caso, ésta es una película ya de por sí bastante fuerte y, especialmente para el final, Trapero se guarda algunos de los momentos temibles, con una escena que merece destacarse en una antología del cine policial argentino.
Una historia que nos invita a reflexionar sobre nuestro pasado reciente. Se encuentra basada en una historia real: la de la familia Puccio, que tuvo una fuerte repercusión en la Argentina cuando se conocieron sus vidas y secretos. Esta era una familia querible y acomodada de San Isidro de la que nadie sospechaba, menos aun de lo que sucedía en el interior de esa casa (acá se cumple el dicho las apariencias engañan). Durante los años ochenta cometieron varios secuestros, cobraban el rescate y sus víctimas nunca regresaban con vida porque eran asesinadas. Este caso que conmocionó a todo el periodismo, distintos medios de comunicación, a varias personas y fue un hecho que causó gran estupor. Ahora llega de manera comprometida de la mano del prestigioso cineasta Trapero por primera vez al cine. Guillermo Francella interpreta a Arquímedes Puccio, líder del clan, y Peter Lanzani, en su debut cinematográfico, se pone en la piel de su hijo Alejandro, entonces jugador estrella del equipo de rugby del CASI y del seleccionado argentino Los Pumas. Elogiado y querido por todos sus compañeros y entrenadores. Nadie sospechaba que se escondía detrás de esos rostros. Dentro de su desarrollo (1982 a 1985) se van mostrando etapas de la Argentina, entre fines de la dictadura militar y el comienzo de la democracia con los discursos del Presidente Alfonsín y una serie de hechos políticos. Se va mostrando material de archivo, con distintos discursos, (se intercalando dentro de su narración) figuras militares, violencia, impunidad y hasta aparece la figura de Aníbal Gordon, entre otros. Trapero es un buen narrador, con claridad va mostrando a un matrimonio padre de cinco hijos, católicos, la relación entre ellos, el horror que se encontraba encerrado en las paredes de esa casa y como cada uno de ellos lo vivían. Está la relación padre e hijos y en especial entre Arquímedes y Alex seres oscuros siniestros, con sus gestos miradas, silencios y acciones. Se movilizaban con total libertad por todas partes, hasta utilizaban su auto con patente y operaban en su hogar. El film está muy cuidado, con una impecable reconstrucción de época, algunos planos secuencias interesantes, situaciones claustrofóbicas, una buena paleta de colores que le da los climas necesarios, al igual que los temas musicales (“Encuentro con el diablo”, “Sunny Afternoon”, entre otros) fueron elegidos por sus letras que están relacionados con la trama. Por momentos cae un poco. Las interpretaciones son correctas acompañan, pero hay dos para destacar nuevamente la de Francella, su mirada fuerte sin pestañar, un ser despreciable, psicópata, un monstruo y por el lado de Lanzani logra está a la altura de las circunstancias y se enfrentó a un gran desafío en su debut cinematográfico. La fortuna es que se encuentra protagonizada por Francella, dirigida por Trapero, muchos conocen la historia otros no tanto y no es casualidad que se estrena en agosto al igual que “Relatos salvajes” es un mes apropiado, en este caso en 267 salas de todo el país y en formato digital.
Cuando la familia es lo primero He aquí donde comienza la magia del cine, donde un Guillermo Francella irreconocible, tanto en lo físico: con el pelo totalmente blanco, sin barba facial y con una prominente panza, como desde lo psicológico, sangre fría, calculador, manipulador, se pone en los zapatos de Arquímedes Puccio. Francella da su primer gran papel siniestro en la pantalla grande, y vaya que lo consigue. La otra sorpresa del film viene de la mano de Peter Lanzani, quien en su debut en el séptimo arte con el rol de Alejandro Puccio, es el personaje encargado de darle la perspectiva necesaria al espectador acerca de los hechos en los cuales es cómplice de su padre, pero es también él quien durante el film tiene la responsabilidad de transmitir el viaje emocional que atraviesa. Es la mirada de Alejandro la que más está en juego. Además de un elenco solidísimo que integra a la familia Puccio con Lili Popovich, en el rol de Epifanía, esposa de Arquímedes; Giselle Motta como Silvia Puccio(hija) , Gastón Cocchiarale como el hermano mayor de Alejandro, Maguila; Antonia Bengoechea como Adriana Puccio (hija) y Franco Masini como Guillermo Puccio, el menor de los hermanos. Pablo Trapero logra una gran mixtura entre lo oscuro de las escenas y su musicalización animada a cargo de, por ejemplo, Virus y David Lee Roth (Just A Gigolo). También mezcla, de manera correcta la coexistencia de dos dimensiones completamenteEl clan 3 diferentes, la escena familiar, con el pollo al horno con arroz que sale del horno y la madre llamando a sentarse a la mesa, mientras Arquímedes se va con una porción de ese pollo camino al baño familiar, en el que una de sus víctimas encadenada y con la cabeza tapada, espera su libertad una vez concretada la transacción. Si bien el film consigue plasmar grandes momentos de cotidianidad y rutina, fieles al estilo Trapero, la forma en que las escenas están hilvanadas reflejan cierta falta de encadenado entre ellas. Por separado, las secuencias son sólidas y se nota lo bien pensadas que están, pero en forma conjunta, integral, el ritmo utilizado termina por desinflar al largometraje y tal vez un paising más clásico hubiese sumado más a la causa. En líneas generales, El Clan es la película argentina del año por varias razones: es material nuevo de Pablo Trapero (Elefante Blanco 2012 – Carancho 2010), es el primer protagónico fuera de serie de Guillermo Francella, el primer papel en un largometraje -y con buenos signos vitales- de Peter Lanzani, y además el film cuenta con el apoyo económico de la cadena 20th Century Fox.
Lo primero es la familia Por estos días se cumplen 30 años del momento en que la policía irrumpió en la casa de los Puccio y liberó a la empresaria Nélida Bollini de Prado, que permaneció secuestrada por más de un mes en la casona de San Isidro donde vivía la familia encabezada por el hasta entonces respetado contador Arquímedes. El caso acaparó la atención pública y se convirtió en tapa de las principales publicaciones allá por la década de 1980, pero ahora el relato volvió a estar en boca de todos cuando el director Pablo Trapero puso el ojo en la historia para llevarla a la pantalla grande, al mismo tiempo que se espera una miniserie en los próximos días. Entrevista con el director de "El Clan", Pablo Trapero: "Viví esa época como una ficción" Arquímedes Puccio fue conocido por liderar una banda que se encargaba de secuestrar y asesinar personas, aprovechando los contactos con el gobierno militar para operar con impunidad. Pero Arquímedes no actuaba solo, su familia, formada por su mujer y cinco hijos, también estaba involucrada en los secuestros, aunque con diferentes grados de responsabilidad. En El Clan, Trapero hace foco en los últimos años de los Puccio antes de ser descubiertos, haciendo más hincapié en la relación familiar que en los hechos delictivos. La trama se centra en el jefe del clan y su hijo mayor, interpretados respectivamente por un impecable Guillermo Francella y por Peter Lanzani, que se pone al hombro la película y se destaca por lejos entre el reparto. Uno de los aciertos del filme está en que no es necesario conocer el caso para entenderlo y disfrutarlo, y lo más probable es que al salir del cine sea incontenible el impulso de buscar más información sobre los hechos. El director de Elefante Blanco pone en contexto al espectador con los datos históricos justos y necesarios, apelando a noticieros y diarios de esos años, además de contar con una muy buena recreación de la época. Lo mismo ocurre con la música, que termina de anclar al espectador en los '80, aunque en este aspecto el recurso por momentos resulta excesivo. Y si bien es cierto que ayuda a contrarrestar tanto dramatismo, al mismo tiempo es agotador. El Clan reproduce un permanente contraste entre la vida en apariencia normal de la familia, con sus conversaciones triviales en la cena, la tarea de los chicos, los logros deportivos del hijo mayor o las aspiraciones de ascenso social, y la crueldad con que se desarrollan los secuestros y asesinatos a unos cuartos de distancia. Es en el personaje de Alejandro en el que recaen con mayor fuerza los conflictos fruto de esta doble vida, ya que debe lidiar con la presión de su padre por formar parte del negocio familiar pero al mismo tiempo con su vida amorosa y sus aspiraciones como jugador de rugby. La película de Trapero, que va y viene en el tiempo para ir sumando y develando información a lo largo de la trama, se luce más en la segunda mitad que en la primera. El ritmo y la tensión crecen significativamente cuando promedia el filme y llegan al final con un desenlace impactante.
"El clan": La casa del horror En la historia de nuestro país hay crímenes -y criminales- que (lamentablemente) dejaron su huella. Ya sea por la brutalidad de los hechos o la conmoción que causaron, quedaron marcados a fuego en la memoria de la gente. Eso es exactamente lo que pasó con la familia Puccio. La familia estaba conformada por Arquímides, el padre; Epifanía; la madre, y sus cinco hijos: Alejandro, Silvia, Daniel, Guillermo y Adriana. Todos vivían en pleno centro de San Isidro, en una casa de dos pisos en donde abajo funcionaba el negocio "Hobby Wind", propiedad de Alejandro, que vendía artículos de windsurf y esquí. Arquímides junto con un par de cómplices y la ayuda de Alejandro, y después de Daniel -apodado Maguila-, se dedicaban a secuestran empresarios, cobrar el rescate y asesinarlos. Entre 1982 y 1985 sus víctimas fueron Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet, Emilio Naum y Nélida Bollini de Prado, quien se salvó de tener el mismo destino trágico que los anteriores gracias a que sus familiares hicieron la denuncia a la policía y lograron atraparlos. Tanto Arquímides como Alejandro fueron condenados a reclusión perpetua pero jamás admitieron ser los autores de los secuestros y asesinatos. El Clan (2015), la nueva película de Pablo Trapero, se encarga de contar su historia. El film comienza en los primeros años de la década del ochenta y nos muestra a un Arquímides Puccio (Guillermo Francella) vinculado a las esferas del poder militar del momento. Es un hombre callado, pensativo, atento a todo lo que pasa a su alrededor. A la par conocemos a Alejandro (Peter Lanzani), el hijo mayor, jugador de rugby del CASI y de Los Pumas. "Alex", como lo llaman, tiene un futuro promisorio. Detrás de esta numerosa e ideal familia se esconde un oscuro secreto del que todos los miembros, en mayor o menor medida, son cómplices. Pablo Trapero no sólo se dedica a dirigir este largometraje sino que también es el encargado del guión. El mismo realizador declaró que siempre tuvo ganas de llevar a la pantalla grande la historia y se encargó de investigar mucho sobre el tema cuando tuvo luz verde para hacerla. El director de Carancho (2009) hace un gran trabajo recreando la época y las locaciones, teniendo en cuenta que es algo tan conocido para los argentinos. Extraña un poco sí la elección que hace de algunas canciones extranjeras para musicalizar, porque si bien eran de la época despegan bastante al espectador de un film tan "nacional". Otro punto es todo el contexto político que presenta y que amaga con explorar pero no lo hace. Un punto extremadamente interesante de la historia también era tratar de explicar cómo llegó esta familia a vivir rutinariamente todos los días teniendo a un secuestrado en su sótano, pero nunca va por ese lado (o se intenta dar una explicación) en la historia. Hubiese sido extremadamente rico. Sí se centra en la supuesta relación tensa entre padre e hijo mayor. Y hablando de las actuaciones, mucho se hablará de la de Francella y su representación de Puccio como un hombre siniestro y frío, pero el actor casi bordea la caricatura y todo el tiempo da la sensación que se va a ir de eje. No es, para nada, su mejor papel dramático. No logra transmitir en su plenitud a este ser tan complejo e increíble. Lanzani, en su debut en la pantalla grande, sorprende bastante y esta a la altura de lo que se esperaba. Cumple con creces. Se escapa una gran oportunidad para contar una de las historias policiales más intrigantes, tristes y dolorosas que vivió este país. Vale la pena el intento, esperemos que la próxima vez mejore.
El Cacique Arquímedes Puccio -Guillermo Francella- utiliza en el adentro y el afuera el mismo modus operandi: la extorsión. Extorsión a su hijo Alejandro –Peter Lanzani, sorpresa absoluta- con el manejo de la culpa y la manipulación meticulosa de su rol de hijo ante un padre todopoderoso. Y la familia también sometida a la mirada gélida de ese despiadado y calculador proveedor y protector. El Clan (2015) es en la filmografía de Pablo Trapero una de las películas que más tela da para cortar, desde el punto de vista formal y de las características propias que hacen al cine del realizador argentino. El montaje fragmentado que utiliza como recurso cinematográfico la elipsis para ocupar la franja entre 1982 y 1985, a veces desacomoda al espectador, pero eso no obedece a un problema en sí mismo, porque el ritmo del relato se sostiene pese a los cortes abruptos en el montaje. Quizás, ese es el único punto débil del film, porque el resto, léase: reparto, rubros técnicos y dirección, son irreprochables. La dialéctica que se juega en El Clan es la de padres que hace lo imposible por liberar a sus hijos y la de padres que hacen lo imposible por quitarles su libertad, porque en eso se destaca la familia Puccio, en el sometimiento desde la complicidad de la esposa de Arquímedes. Alejandro es el pivot, también es el único que parece entender lo enfermizo detrás de los proyectos de su padre. Y el contexto, para el que Trapero elige desde la puesta en escena, la radio y la televisión, aparece bajo un apunte mediático con el espectador Arquímedes y su gesto de desaprobación para dejar en claro el uso de la metonimia y no abusar del subrayado textual. La ambientación ochentosa en la que una rigurosa selección musical acompaña los climas es funcional al modo en que el director de Elefante Blanco decidió contar el ascenso y descenso de los Puccio, en el convulsionado país de aquellas épocas. El detalle, por ejemplo, de los teléfonos naranjas de Entel y la impunidad con que se moviliza Arquímedes y su tropa habla a las claras del poder que manejaba –o que creía manejar-. La génesis del mal o el encuentro con el diablo, como reza el tema de Serú Girán, están ahí, vivas en el seno familiar y en la fachada perfecta de un barrio residencial ante los ojos de cualquiera que intentara escudriñar por detrás de la cerradura. Los gritos del sótano en medio de la cena o los llantos a la hora de escribir cartas como prueba de vida reflejan la perversión en un estado puro, y Trapero a eso le puso imágenes.
En los sótanos del horror Es como si la realidad lo hubiera opacado. Su cine (“Leonera”, “El bonaerense”, “Carancho”, “Elefante blanco”) es intenso. Cárceles, villas, selvas, suburbios pesados todo fue retratado con fuerza y realismo. Aquí disponía de un cuento de terror perfecto, una fábula negra llena de claroscuros tenebrosos: la doble vida de una familia que figuraba en el catálogo social de San Isidro y que fue llevada de la mano hacia el infierno por un jefe demoníaco. La historia de los Puccio es tan horrorosa que con solo retratarla se orilla el terror. Pero los hechos reales no potenciarlo la mirada de Trapero. Al contrario, la fueron debilitando. Nunca su cine fue tan frio. En toda la primera parte, el horror es apenas una referencia lejana. Ni en la casa ni en los secuestros las imágenes conmocionan. No hay clima. Atrapa, pero no es intenso. Recién en la última parte aparece Trapero y su mejor cine: enérgico, con seres grises, zonas oscuras y escenas bien resueltas. Pero ni la decisión de usar material documental para poner esta empresa criminal en el contexto del final ominoso de la dictadura, ni la voluntad de dejar en penumbras el vínculo de Arquímedes con un comodoro, logran articularse de la mejor manera. Todo suma pero nada se integra. Lo que queda es un desfile de personajes unidimensionales, sin aristas ni carnadura, sostenidos por la trama de una historia increíble. En el centro de esta historia recargada de crueldad están Arquímedes y su hijo Alejandro, buenos trabajos de Francella y Lanzani. Desde la intimidad de esa familia Trapero quiere retratar el final de la dictadura. Por eso habla de dominación, barbarie, encubrimiento y gente que no quiere escuchar gritos de dolor
LO PRIMERO ES LA FAMILIA Algunos recordamos la frase con la que Francella cerraba cada emisión de La familia Benvenuto, icónica telecomedia de principios de los noventa: “lo primero es la familia”. Quién iba a decir que tres décadas más tarde el mismo Francella volvería a sentarse a la mesa bajo el mismo lema pero esta vez como Arquímedes Puccio, el pater familias y cerebro del “clan Puccio”, conocido por el secuestro y asesinato de Ricardo Manoukian, Emilio Naum y Eduardo Aulet. A años luz de su Guille Benvenuto, y en la que es la mejor interpretación de su carrera (tanto en cine como en TV), el Arquímedes de Francella es una suerte de Tywin Lannister del conurbano, un témpano que apenas puede sonreír, un experto a la hora de meter culpa, infalible a la hora de evitar que su descendencia abandone el “negocio familiar”. En El clan, el director de Leonera y Carancho intenta articular lo social, lo familiar y lo singular. La tarea no es sencilla: Trapero falla echando mano al siempre innecesario subrayado y por ello su última película peca de irregular, dejando lo mejor para el final. En este ir de menor a mayor, lo peorcito es el ida y vuelta entre 1982 y 1985 mediante la utilización de fragmentos de discursos de Galtieri y Alfonsín en un intento por mostrar “dos Argentinas” que, si bien contextualiza el momento en que los Puccio hacían de las suyas, viene cargado de cierta opulencia. Al mismo tiempo, la banda sonora (que incluye temas ochentosos de Virus y Serú Girán) y algunos efectos de sonido están puestos al servicio de remarcar la atmósfera asfixiante de la casita del horror sanisidrense donde vivían los miembros del clan. En varios pasajes del film, a Alejandro (Peter Lanzani), el segundo de los hijos de Arquímedes, se lo ve ahogado, metafórica y literalmente, por la ominosa figura de ese “monstruo” que barre la vereda en pijama y short como cualquier vecino pero que, puertas adentro, no duda a la hora de torturar a sus víctimas. Lo mejor del noveno largometraje de Trapero aparece no en lo macro ni en lo micro, sino en ese entre que se teje entre Arquímedes y su principal rehén: Alejandro. La necesidad del padre de pertenecer a la clase alta, la tibia desobediencia del hijo, sus mínimos movimientos a la hora de intentar armar su propia historia. Parece imposible que algo quede por fuera, el encierro extremo demanda salidas extremas y el policial deviene tragedia. Pese a sus baches narrativos, Trapero sigue demostrando que sabe filmar. Ya inmerso en el cine de género e industrial y próximo a competir en la 72ª Mostra de Venecia (también participará fuera de competencia en los festivales de Toronto y San Sebastián), continúa entregando travellings notables. Que no pueda decirse lo mismo de cierto montaje paralelo que el lector sabrá reconocer es apenas un dato. El que ya es el éxito comercial argentino del año va de la mano con algo que los Benvenuto no nos advertían. Aquello que Milan Kundera deja bien claro en La insoportable levedad del ser: la idea de que la familia puede ser un campo de concentración.//?z
El nuevo film de Pablo Trapero está basado en los hechos verídicos protagonizados por la familia Puccio en la decada del '80. El Clan tiene como protagonistas a Guillermo Francella, Peter Lanzani y la debutante Stefanía Koessl. Esta superproducción argentina fue hecha para superar a otras películas como Relatos Salvajes y El Secreto de Sus Ojos en lo que a taquilla respecta. El Clan retrata los secuestros perpetrados por Arquímedes Puccio (Francella) y compañía, pero también se centra en la tensa relación entre el mismo Arquímedes y su hijo Alejandro (Lanzani), todo esto enmarcado en la época de la última dictadura militar y la vuelta a la democracia. El film cuenta con una edición segura y con una buena ambientación de época que, junto con el material de archivo de la época, sirve para transportar al espectador a esa caótica era de la Argentina y entender cómo pudo operar esta familia sin mayores problemas de la manera en que lo hizo. Más allá de que los eventos reales son más que interesantes, el largometraje de Trapero sufre de cierta falta de tensión en algunos pasajes, tampoco ayudan las actuaciones de Francella y Lanzani, que a pesar de cumplir con sus roles, no pueden aportar algo más allá de lo correcto. El Clan es un buen film que, con algunas correcciones, podría haber sido mucho más.
Padre padrone Esta producción, basada en hechos reales acaecidos en la Argentina a mediados de la década del ‘80, es sin duda uno de las mejores que se estrenaron este año en la cartelera vernácula, lo que no es poco decir. Su nivel de construcción, su acertado manejo de los tiempos, la dirección de arte escudriñada hasta el mínimo detalle; la fotografía con la consabida preferencia por los tonos oscuros que tiene el director, la elección de los planos, el montaje, (con inclusión de material de archivo, si bien no imprescindible, son de algún modo esclarecedores), sumado a los excelsos encuadres, en esta oportunidad de manera empática al montaje, muy del orden del clasicismo, porque el texto así lo requería. El diseño de sonido establecido, buscado incluyendo de manera intencional y condicional una magnifica banda de sonido, con temas no sólo contemporáneos a la historia, sino en función de complementar al relato. Por supuesto que la vedette parece querer instalarse en las actuaciones, Tal como decía Jean Claude Carriere en su texto “La película que no se ve” (Paidos), “Napoleón ya tiene para siempre el rostro de Marlon Brando….”, a partir de ahora se podría decir que Arquímedes Puccio tendrá, desde el imaginario popular, el rostro de Guillermo Francella, tal la maravillosa composición que hace del personaje el actor argentino, personaje siniestro, sórdido, de una frialdad absoluta, un déspota más que un padre. Su contrapunto, al mismo tiempo que su partenaire, no le va en saga. ¿Será que desconocía al actor? Qué puedo decir, que me sorprendió más gratamente la interpretación de Peter Lanzani, con mucha variedad de recursos actorales que van desde la mirada, o la expresión facial, hasta el manejo del cuerpo, de manera alternada o simultanea, circulando por un sinfín de sensaciones, emociones encontradas, o en contradicción. Él es en esta ficción Alejandro Puccio, el hijo mayor de la familia. En realidad todo el elenco tiene una performance notable, y cuando algo de este orden sucede, entonces es dable reconocer como hacedor al director del filme. Pablo Trapero ya había dado muestras de ser un gran narrador, posiblemente reconocido como gran pintor de lo lúgubre, creador de climas de manera insoslayable. Sin embargo en ésta última producción circula por otros andariveles, construye un filme que se deja ver. Como si los hechos sucedieran de manera natural, estamos viendo una realización, pero al mismo tiempo nos lo hace vivenciar. Por lo cual comienza a perder importancia el origen de la historia, real, ficción, recreación, da igual, para los que vivimos en la Argentina en esos años, los que nos sorprendimos con la noticia en su momento, el disparador trae recuerdos inmediatos, para aquellos que no, nada les quedará a medias tintas. La obra está estructurada como una gran analepsia, comienza casi por el final del relato y seguidamente retoma sobre el principio de la historia, y se estructura de manera progresiva, con algún racconto necesario sobre la prosecución de la primera escena, sin saltos, ni melodramas, ni golpes bajos. Espacialmente nos encontramos en la localidad de San Isidro (en una zona que por entonces todavía se conocía como primer cordón industrial, hoy de pobreza), Argentina, provincia de Buenos Aires, comienzos de los años ‘80. La muy bien construida imagen de una típica familia del tradicional San Isidro no era más que una fachada, en esa casa, común y corriente, se oculta un siniestro clan dedicado al secuestro y asesinato de personas. Arquímedes, es el líder, planifica los operativos, manipulando a Alejandro, su hijo mayor, estrella del club de rugby CASI, jugador del mítico seleccionado Los Pumas, lo somete a voluntad: su padre le exige identificar a los posibles candidatos y se aprovecha de su reputación para que no desconfíen. No todos los integrantes de la familia son cómplices, algunos ignorantes de los sucesos, (no hay peor ciego que el que no quiere ver), otros, como ejemplo la esposa de Arquímedes, es en mayor o menor medida encubridora de este accionar macabro, al mismo tiempo haciendo usufructúo del dinero de los rescates, Todos integrantes de una familia católica observante: menos pregunta Dios y perdona, tal como reza un dicho popular español. Si bien la mayor parte del filme se apoya en desarrollar la relación de ese padre con ese hijo, todos los elementos que componen el núcleo familiar termina por desplegar el interrogante eterno: ¿Eva Braum era inocente? PD: Ya vislumbro la versión yankee de “El Clan”, pero sin Marlon Brando.
El clan y algunas comparaciones El cine es una de las artes que más invita a reflexionar sobre el arte y a confrontar lo mucho que se ha dicho de él. Se pueden filmar películas y también se puede hacer cine. Cuando esto ocurre el arte comparece. Y para hacer cine hay que quererlo, sentirlo, respirarlo y plasmarlo. Y esto es Trapero. En las películas que dirige, siempre esta él, aun cuando se rodee de los lujos de una producción de resonancia internacional, que le asegura inserción en otros ámbitos (Almodóvar), o la distribución de una de las máquinas de la industria mundial (Fox). Y aunque acuda a un actor que hoy es sinónimo de taquilla. No importa, siempre está Trapero. Eso pasa con cualquiera de los grandes nombres de la historia del cine: filmen lo que filmen, su mano aparece, aunque estén encorsetados por las rigideces de los géneros y/o en las exigencias de los grandes estudios (Howard Hawks, Raoul Walsh, y tantos otros). La primera escena de la historia de la trayectoria delictiva de la familia Puccio, ya enmarca toda la obra: el Presidente Alfonsín hablando ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, luego de la entrega del Informe conocido como “Nunca más”. Trapero desde allí y empleando a los Puccio nos cuenta la historia argentina reciente y también exhibe la parte oscura de nuestra alma colectiva, que aun sobrevive. Los quiebres constantes a la linealidad cronológica, subrayan ese dramático corsi y ricorsi que padecemos. Nada queda atrás. Pero no es un relato frío, sino intenso, que genera pulsiones. Hay momentos trascendentales que están soberbiamente filmados: el acto sexual entre el rugbier Puccio y su novia, en un Ford Falcon, contrastado o completado con violencias del pasado de la familia, vejaciones presentes o anticipos del fin de la historia. Una suerte de ballet de imágenes de una enorme violencia. Como siempre se compara, vale imaginar lo soberbia que hubiese sido "La Patota" en manos de Trapero y lo patética que en cambio ha sido en el Mitrismo que la prohijó y promovió. Un guión excelentemente construido (requisito fundamental de cualquier buena película), obliga a una puesta muy delicada, para lograr una reconstrucción histórica tan opresiva como la historia que se cuenta. Hasta luce elocuente el detalle de las banderitas argentinas sobre los canapés que acompañan el brindis de un siniestro comodoro. También se advierte la mano del director en el manejo del excelente cuerpo de actores. Sin duda Francella no es solo un nombre taquillero: es un gran actor, que puede cambiar de máscaras y desaparecer tras ellas (lo que Darin no logra). Pero todos los integrantes de la familia juegan sus papeles con igual intensidad: construyen juntos las diversas caras de la perversidad de un clan familiar, que es la imagen de una Argentina siniestra. Que ahoga y que sobrevive, con gestos parecidos a la secuencia feroz del tubo de oxígeno. La música, los lugares, todo concurre a transmitir una densa atmosfera, que vivimos y respiramos durante décadas y que hoy, en el embriague de banalidad que transitamos, la pensamos como pasado. Sin embargo está ahí. Por eso precisamente Trapero la cuenta. Su filmografía siempre exhibió esa coherencia. Volviendo a la comparación: tiene lo que Santiago Mitre no conservó, después de la excelente “El Estudiante”, quizás cayó en la trampa de su apellido. En cambio, Trapero siempre levanta catedrales con barro.
Un gran Francella para una gran historia Arquímedes Puccio lidera una banda dedicada a los secuestros extorsivos. Las víctimas son retenidas en su casa, lo que convierte en cómplices a los miembros de su familia. En especial a su hijo Alejandro, un rugbista prestigioso que forma parte de las tenebrosas operaciones. Arquímedes Puccio es una máscara que reza antes de comer, ayuda a su hija con las tareas escolares y rara vez pierde el autocontrol. Jamás pestañea. Puccio es un monstruo contemporáneo, un huérfano del terrorismo de Estado que hace lo único que sabe: secuestrar, torturar, matar. Cuando le sueltan la mano, por obra y gracia de la bendita democracia, no entiende qué está pasando. Pero sigue en la suya. No hay otra lógica en su vida ni en la de su familia, a la que arrastra al infierno con mirada de hierro. Componer ese personaje fue el mayor desafío en la carrera de Guillermo Francella y lo hizo con una precisión fenomenal. El Puccio de Francella habla con el cuerpo y con los ojos, es un huracán perverso y reprimido. La fiereza de sus demonios se expresa, por ejemplo, por medio de la rabia con la que barre la vereda. Admirable. La madurez del Pablo Trapero narrador recorre “El clan” de punta a punta. Es una gran película de Trapero, implacable en su ritmo y en la progresión dramática, profunda y austera en detalles a la vez. Trapero cuenta una historia real y cercana con una fuerte mirada política (excelente la contraposición de los discursos de Alfonsín y de Galtieri), pero sin perder el foco: la relación padre-hijo. Ese juego de sumisión, de conveniencias, de lo no dicho, en el que Alejandro pretende ser una víctima de Arquímedes para huir de la culpa. Pero no hay perfectos asesinos en “El clan”. La selección musical -clásicos del rock argentino y del internacional- es una marca de época que Trapero emplea con mucha inteligencia y buen gusto. Las canciones acompañan la puesta en escena -gran trabajo de iluminación de Julián Apezteguia-, muy bien ajustada a esos turbulentos inicios de los 80. Peter Lanzani está apenas correcto como Alejandro Puccio. No hay puntos altos en las actuaciones, a excepción del cinismo que dibuja Fernando Miró en la piel de Aníbal Gordon, otro monstruo en cuyo reflejo Arquímedes no supo mirarse a tiempo.
Pasajeros de otra pesadilla Si se la ve sólo como la recreación ligeramente sensacionalista de un hecho policial resonante, como una opaca aunque esmerada reconstrucción de acontecimientos que sacudieron a la sociedad argentina a comienzos de los ‘80, como una historia de instancias violentas protagonizada por actores populares, puede decirse que El clan es un eficaz entretenimiento dirigido a espectadores de clase media, acostumbrados a consumir con gusto fórmulas del thriller estadounidense y a regodearse con delitos de los que dan cuenta a diario los noticiarios televisivos (de hecho, hubo algunos aplausos y familias enteras, con niños y hasta bebés, en la función a la que asistí). La duda es por qué o para qué se hizo (y se hizo así) El clan, al margen de las legítimas aspiraciones comerciales. Es que, con su ya octavo largometraje, Pablo Trapero (1971, San Justo, pcia. de Bs As.), desentendiéndose de logros conquistados por colegas de su generación y por él mismo, retoma vicios del viejo cine argentino y, en ese camino, recurre a soluciones ideológicamente equívocas. En su cine, a Trapero siempre se lo vio interesado en transitar espacios con reglas propias y principios de autoridad bien instalados, que se transgreden con distintas consecuencias. Los mismos podrían resumirse con expresiones que definen a conocidas instituciones: la Policía, la Iglesia, el Sistema Penitenciario, el Trabajo, la Familia. Parece haber algo de fascinación en él por estos ámbitos que implican alguna forma de protección o de refugio, así como parecen seducirlo ciertos desmanes o indiferencia frente a la ley, no por una posición rebelde ante el sistema sino para jugar con la incorrección política (o, en el mejor de los casos, para señalar debilidades gestadas en el seno mismo de esas organizaciones). Esas características, puestas en juego en sus películas anteriores como director (Mundo grúa, El bonaerense, Familia rodante, Nacido y criado, Leonera, Carancho, Elefante blanco), convergen en este nuevo film en torno a una acaudalada y respetada familia de San Isidro, los Puccio, que entre 1982 y 1985 se dedicó a secuestrar personas pidiendo dinero a sus familiares para su liberación, con detalles estremecedores, como el hecho de que se trataba en todos los casos de conocidos del núcleo familiar, que los mantenían prisioneros en su propia casa mientras desarrollaban su vida con aparente normalidad, y que no dudaban en matarlos después de recibir el dinero. El clan no parece peocuparse por encauzar discusiones hacia los contactos de la Policía con el poder político-económico de turno, las dificultades que atravesó nuestro país en su transición a la democracia, la impunidad con la que acostumbran conducirse sectores pudientes, u otras cuestiones de índole igualmente delicado, como si le bastaran los previsibles comentarios del público sobre la insensibilidad de los Puccio a la salida del cine. En su transcurso, que se da medio a los saltos, asoman elementos propios de la época y otros no tanto (como algunas palabras, o la exhibición en TV en 1985 de un film como En retirada), además de numerosas canciones (aunque Trapero no se muestra aquí tan creativo en la elección y utilización de la música como en sus anteriores films) y pantallazos informativos cruzando todo el tiempo la realidad cotidiana de Arquímedes Puccio, su mujer y sus hijos. Algunos dinámicos planos secuencia, una que otra elipsis certera y un efectismo técnicamente bien resuelto hacia el final, figuran entre los méritos de El clan, cuyo éxito seguramente se agiganta gracias a esa antigua costumbre de ver prestigio y adultez en cualquier película que aborde acontecimientos de la historia política o policial con profesionalismo, cierta crudeza y actores conocidos. Y a propósito de esto último, hay que decir que en Guillermo Francella se intuye Arquímedes Puccio en dos o tres momentos –en los que pierde los cabales ante su hijo Alejandro (Peter Lanzani)–, pero la mayor parte del tiempo se ve simplemente a Francella canoso y serio. Hay también entrelíneas que, aunque pueden pasar inadvertidas, no parecen inocuas. Un comentario acerca de la poca duración de los gobiernos radicales en Argentina y fragmentos documentales como el elegido para abrir la película, tienden a trazar una mirada positiva sobre el gobierno de Raúl Alfonsín, algo por lo menos curioso en el cine argentino de los últimos años. Más ambiguo, y menos afortunado, es el intento de igualar los maltratos de la perversa familia hacia las víctimas con los de la Policía hacia los Puccio y los propios secuestrados, como lo sugiere el repetido gesto de darle un cigarrillo encendido a la mujer encerrada. Algunas decisiones de Trapero hacen que el nuevo cine argentino (o como quiera llamarse a ese soplo de vitalidad y frescura que renovó nuestra cinematografía unos años atrás) retroceda demasiados casilleros. La información brindada sin disimulo por diálogos entre los personajes, textos explicativos (antes, durante y después), e incluso imágenes que casualmente aparecen en la pantalla de un televisor o en tapas de revista, son recursos perezosos. La inconvicción de algunos actores jóvenes (notoriamente Franco Masini y Steffania Koessl, como el hermano menor y la novia de Alejandro) es un lastre del que nuestro cine se había liberado, precisamente, de la mano de películas como Mundo grúa (1999). La elección misma del tema, acudiendo a lo brindado por (y confundiéndose con) la crónica periodística, huele a cine del pasado, sobre todo porque El clan no se arriesga a ir más allá de lo que se sabe, entibiando responsabilidades y complicidades familiares, eludiendo motivaciones posibles y dejando totalmente fuera de campo lo que viven, piensan o sospechan personajes cercanos, por ejemplo los políticos de la época y las familias de los secuestrados. Rémoras todas que recuerdan a un film como Pasajeros de una pesadilla (1984, Fernando Ayala, sobre los Schoklender): el film de Ayala, inclusive, a pesar de su ramplonería (y con el auxilio de sus actores), transmitía el clima de locura y desesperación de esa otra familia pesadillesca mejor que lo que hace con la suya El clan, producto de esta época de cámara en mano y planos como pestañeos. De la misma manera, la iniciativa de Trapero guionista de destacar a Alejandro/Lanzani como alguien que convive con el Mal con relativa inocencia y hasta sorpresa, trae a la memoria a la Alicia/Norma Aleandro de La historia oficial (1984, Luis Puenzo). Agitada representación de trágicos hechos reales y no mucho más que eso, El clan –curiosa y peligrosamente– a las víctimas las muestra poco y casi siempre de lejos o de espaldas. En este sentido, la idea de vincular (montaje paralelo mediante y con el fin de acrecentar la adrenalina) una escena de sexo furioso con otra en la que se maltrata y asesina a un prisionero, parece ir demasiado lejos.
Finalmente llegó el día del estreno de esta gran película argentina que estoy seguro te va a sorprender desde la realización e interpretación de los actores, pero sobre todo, te va a perturbar, así como le sucedió a muchos en los 80´s ante el destape de la noticia de los Puccio. Pablo Trapero ("Elefante Blanco", "Leonera", "El Bonaerense", "Carancho" y más) nos entrega una película que te va a hacer sentir, durante todo el trayecto, sentimientos encontrados. Lo más interesante es que la historia no se queda en las casi dos horas que dura, sino que te la vas a llevar a casa y seguramente dará para debate. Hablando del elenco, Guillermo Francella interpreta a Arquímedes - el patriarca de la casa - de una forma excepcional, de quien te aseguro, vas a sentir miedo. Un personaje que no pestañea, vive al límite, tiene una relación muy particular con su familia y que decide matar sin problema alguno... todo eso lo demuestra en su actuación (un aplauso para Guillermo). Alejandro, hijo de Puccio, interpretado por Lanzani, es otra de las grandes sorpresas de la película... una actuación impecable de parte de Peter, quien mas allá de su lenguaje corporal, dice, y mucho, con su mirada. La familia, encabezada por Lili Popovich y el resto de los hijos, Gastón Cocchiarale, Giselle Motta, Franco Massini y Antonia Begoechea, son reales, creíbles y perfectos en sus roles. En síntesis ¿Qué estas esperando para ir a verla? Te aseguro que es una gran película, oscura y perturbadora, que tenes que ver sí o sí.
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La angustia corroe el alma La película menos inspirada de un gran director igual puede tener algo perturbador. Lo que no quiere decir necesariamente que se trate de una buena película. Más bien puede ser lo contrario. El clan, la última película de Pablo Trapero, un paso más en la dirección de un cine con vocación masiva que incluya una fuerte marca autoral, esa combinación que el director argentino parece empeñado en alcanzar desde hace años, quizá muy especialmente desde Leonera, resulta tan fallida como misteriosa. Cuando uno termina de ver El clan, la historia de los crímenes de la familia Puccio sigue siendo un enigma, detalle que por cierto no mejora la película. Trapero tenía todo para esgrimir otra clase de misterio: de qué modo y por qué las bestias se transforman en bestias, y cómo su condición de tales convive con las formas burguesas y el ejercicio de una ciudadanía más o menos sensata y respetable para los extraños a la familia. Puccio venía aparentemente de ejercer actividades pesadas en tiempos de la última dictadura argentina y luego se transformó en cuentapropista del crimen secuestrando y matando personas, acaso un poco protegido por algunos de sus amigos que se reciclaron y siguieron ocupando cargos en las fuerzas de seguridad una vez comenzado el período democrático. Pero en la película no se establece nunca en forma cabal la relación que los Puccio tenían con sus víctimas. Trapero no se preocupa por aclarar si pertenecían a un mismo círculo social, si frecuentaban los mismos lugares, si tenían puntos específicos de contacto. Hay algunas referencias menores relacionadas con que algunas de las personas secuestradas eran conocidas de los miembros de la familia, especialmente en el mundo del rugby al que pertenecía Alex, el hijo mayor, pero no se describe con claridad qué lugar ocupaban exactamente en la sociedad de San Isidro de los primeros años ochenta que la película recorre. ¿Había una cuestión de clase flotando en la decisión de secuestrar a esas personas y no a otras con igual o más dinero? ¿Puccio veía prosperar a sus pares mientras su fortuna declinaba, perdía ascendencia en la sociedad sanisidrense después de haberse construido a sí mismo desde un origen poco o nada aristocrático? No se sabe. No se ve actuar a los Puccio con las víctimas antes de que estas se conviertan en tales, no se sabe mayormente si unos y otros comparten fiestas, clubes, lugares casuales de encuentro. Arquímedes Puccio está casi siempre en su casa, barriendo la vereda del negocio familiar, comiendo con su familia u ocupándose de las tareas escolares de sus hijos. La película no explica con claridad la operatoria de los secuestros, solo lo mínimo; algún diálogo donde Puccio estudia los movimientos de las presas y da alguna indicación a sus hijos (primero Alex, después Maguila) y a sus colaboradores, un par de tipos de avería, probablemente viejos compañeros de andanzas. De modo que El clan no termina de funcionar como thriller. Puccio quiere dinero, eso es obvio. ¿Tiene alguna otra motivación? ¿Envidia? ¿Algún rencor secreto? No lo sabemos. Las víctimas parecen elegidas al azar; Puccio es una máquina que solo parece vivir para su tarea, su trabajo extra, con el que hace el verdadero dinero y pone negocios. Una situación dramática relevante podría haber sido observar cómo en la normalidad vive el horror. El plano secuencia que es parte fundamental del trailer oficial de la película demuestra que esa era con toda probabilidad una de las ideas centrales de El clan. La escena muestra a Puccio, interpretado por un concentrado y relativamente medido Guillermo Francella, llevando un plato de comida en una bandeja desde la cocina, pasando por el living, subiendo al segundo piso, pasando por delante del cuarto de su hija menor (la integrante más chica de la familia, la única que presuntamente ignora lo que ocurre en la casa), luego por un segundo cuarto vacío, cuya puerta cierra a su paso, para desembocar finalmente en el baño donde está maniatada y con los ojos vendados la víctima. La metáfora no puede ser más clara: en lo doméstico habita el horror. Pero, veamos: ¿es una declaración general, como cuando Hitchcock afirmaba que había que devolver el asesinato al seno de la familia, donde pertenecía de pleno derecho? Trapero se muestra más modesto y parece confinar su figura retórica, montada en una secuencia muy bien realizada y elocuente, solo al universo de la película y de esa familia que habita en ella. El director tiene un monstruo, o quizá más de uno, pero las implicaciones monstruosos de su historia permanecen vaporosas y se pierden en la tensión evidente de los momentos calientes de la película: los operativos de secuestros propiamente dichos, la tirantez ocasional de Puccio con Alex; la irrupción de la policía en la casa. El uso de la música, especialmente las canciones que marcan la época, produce un contrapunto un poco fatuo con la violencia al modo de Scorsese, como si Trapero buscara imprimir sobre las escenas una adrenalina extra para sorprender al espectador con un deleite inopinado que lo haga establecer cierta empatía incómoda con los secuestradores. Hay dos secuencias bien logradas en ese registro: un secuestro fallido que concluye antes de tiempo y el final, donde el tono trágico se precipita definitivamente sobre la película. Respecto de la falta de un universo cohesionado en el que conviven el horror y la cotidianeidad, eso que el trailer prometía, o que por lo menos demostraba que sabía que tenía como posibilidad, es probable que haya que achacarla a los titubeos proverbiales de Trapero para diseñar situaciones de “normalidad”. No hace falta decir que Trapero es un muy buen director, uno de los mejores; pero su mundo es siempre el de los seres dañados, desconcertados, que se ven obligados a aprender todo de nuevo. No ha habido rasgos de normalidad verdadera en casi ninguna de sus películas, por lo menos no en el sentido cotidiano más taxativo, con gente reunida alrededor de una mesa viviendo un día común y corriente. Esa clase de cosa se nota que al director le cuesta muchísimo, sencillamente no se siente cómodo con ellas. En Nacido y criado, la “parte burguesa” de la historia es débil, suena falsa, poco creíble. El blanco de los ambientes tiene incluso una gravedad clínica, la escena de sexo no destila felicidad ni gozo (al margen, Trapero es quizá el director que mejor filma el sexo en el cine argentino), como si el matrimonio estuviera ya destruido, antes de la tragedia que divide el relato en dos. La película gana después, con la pantalla anchísima atrapando a su personaje en los paisajes alucinatorios del sur argentino: está perdido, no sabe qué paso. La aventura del protagonista es también la del espectador, que aprende cosas del mismo modo en que lo hace el primero, ese tema magnifico del cine de Trapero que tal vez encontraba su expresión máxima en El bonaerense. En El clan, en cambio, no se aprende nada. Los personajes están ya inmersos en la historia. El espectador no ve lo que ellos ven; no miran al mismo tiempo que ellos. No sabe si son psicópatas, si a su modo son víctimas de un sistema de relaciones institucionalizadas donde la pertenencia social lo es todo; no sabe si lo único que quieren es dinero. Solo ve esa familia, el clan, inmerso en su mónada; sus integrantes están aislados del mundo que los rodea salvo por los breves apuntes del éxito deportivo de Alex. Cuando el chico se pone de novio, ya ha juntado una cantidad de plata grande y empieza a dejarse ganar por la conciencia acerca de lo terrible de su situación, el padre intenta ponerlo en caja diciendo: “Vos cobraste la plata ¿y ahora te querés borrar? ¿Quién te convirtió en el crack del rugby, el que todos admiran? Yo lo hice. Yo”. Desgraciadamente tampoco vimos eso. La relación de dependencia de la familia con el padre tenemos que darla por supuesta, no asistimos a ella, no está construida cinematográficamente (salvo en una breve escena en la que el padre acompaña al hijo a comprar zapatos, Alex quiere unos, pero luego delante del vendedor elige los que le ha indicado el padre). Respecto del probable temor reverencial del resto de la familia hacia la figura paterna no vemos nada. Siempre es la palabra del personaje de Puccio versus imágenes que faltan. En definitiva, no sabemos nada. Ese escamoteo –de motivaciones, de imágenes, de pistas acerca de cómo los personajes están donde están, como se convirtieron en lo que son – se extiende de una manera descorazonadora a toda la película. La última víctima, la señora que levantan una noche caminando tranquilamente por la calle, parece haberse convertido en víctima de casualidad. ¿Era, otra vez, un personaje encumbrado de la sociedad de San Isidro? La película se pierde las implicancias que podrían desprenderse del contexto social, esa sombra siempre al margen, que solo accede a manifestarse torpemente en su fase histórica, cuando unos pocos carteles dispersos brindan alguna clase de información acerca del momento institucional del país, acaso queriendo ubicar al espectador en el tiempo como si se tratara de una crónica en la cual únicamente el dolor tiene la última palabra. La película luce apurada, va a toda velocidad hacia la tragedia, eso lo vemos bien, en la que el peso de la figura del padre destruye directamente al hijo. Trapero se muestra dispuesto a pulsar una cuerda nueva, en la que la frialdad del horror parece contaminar cada escena, incluso aquellas que deberían representar la normalidad de la familia: los diálogos no cuajan del todo, las actuaciones no siempre dan el peso. Hay una sensación de incomodidad no deseada en esos momentos, por lo cual, cuando lo terrible se manifiesta al final del pasillo no se produce el contraste que el plano secuencia del trailer imaginaba, ese recorrido que empezaba, acaso no casualmente, en la cocina con un plato de pollo y terminaba en el baño, con un hombre desahuciado. De algún modo, sin embargo, El clan se las arregla para ofrecer chispazos perturbadores con su confusión narrativa, o en sus alardes en la banda sonora que incluyen varias canciones célebres (una novedad casi absoluta en el cine argentino), como Just A Gigoló en la versión de David Lee Roth, un tema de Creedence o el omnisciente Sunny Afternoon de los Kinks, que aparece dos veces con su letra, y una tercera vez en un ominoso remix con su introducción estirada e intervenida que acompaña el plano secuencia de Puccio yendo a darle de comer a su víctima. Lo que queda claro es que algo corroe el alma de los personajes, un angustia ontológica cuya irradiación alcanza también al espectador, que asiste a ese espectáculo montado como un circo lúgubre, oscuramente incomprensible. En definitiva, la película podría estar cobijando la tesis de que las relaciones que sostienen la sociedad son una farsa, una mascarada. Pero como no se exploran los vínculos de victimas y victimarios no sabremos si no es algo que no se construye porque se da por hecho, como si el espectador ya supiera eso y no hubiera necesidad de demostración alguna. Uno podría preguntarse, entonces, para qué está la película, si una proposición tan audaz, en caso de que exista, se da por supuesta. En un plano culminante de Familia rodante, una comedia del director jugada aparentemente en tono costumbrista, la abuela de la familia miraba hacia el fuera de campo con ojos inescrutables durante largos segundos en los que se adivinaban los restos melancólicos de una fiesta de la cual parece ser la única sobreviviente lúcida. En El clan, Trapero no tiene a nadie que mire de esa manera, con semejante expresión de desencanto y perplejidad, o que aporte una mirada ambigua que resignifique lo que se ha visto, que eche una luz, aunque sea dudosa, sobre lo que antecede a ese momento. El hecho menos acreditado y acaso más inquietante de su película es que sus personajes ahora son animales sin capacidad de reflexión ni sorpresa, son criaturas mecanizadas acerca de los cuales nadie piensa tampoco. Un mundo negro e inexplicable en el que la película parece sumergida sin remedio.
Historia de una familia con “un toque” de locura La siniestra historia del “clan Puccio” es presentada en cine por la mano magistral de Pablo Trapero y con un elenco que se juega entero. Todo comenzó en 1982, terminaba la guerra de Malvinas y estaba próximo el advenimiento de la democracia. Arquímedes Puccio, contador público, miembro de la SIDE y ex diplomático vinculado al reciente gobierno militar, vio en un plan siniestro el medio para hacerse del dinero que le permitiría mantener en adelante su nivel de vida acomodado. El secuestro extorsivo y la muerte de empresarios cercanos a su entorno se convirtió en la base de la economía de su familia, partícipe necesaria en diversos grados de estos crímenes perpetrados entre el 82 y el 85, puesto que las víctimas fueron retenidas en el seno del hogar de los Puccio, hasta la mismísima noche del 23 de agosto de 1985, cuando la empresaria automotriz Nélida Bollini de Prado fue rescatada con vida del sótano de la casa que habitaban en San Isidro, con la consiguiente detención de los responsables de éste y otros tres hechos, los responsables y sus cómplices. El vínculo de Arquímedes con su hijo mayor, Alejandro, y la cotidianeidad de ese núcleo completado por la esposa, Epifanía, y los restantes herederos, Maguila, Silvia y los menores, Guillermo y Adriana, es el punto de abordaje que Pablo Trapero realiza de esta historia que no tiene desperdicio como ficción. La locura de Arquímedes, pero también la enfermedad grupal, indispensable para que este macabro modo de vida se sostuviera, es reflejada de manera escalofriante por el director y un dedicado trabajo del reparto. Al frente se coloca a un Guillermo Francella indispensable y a un Peter Lanzani que impresiona para bien. Pero nobleza obliga a destacar a Lili Popovich, en el rol de una esposa y madre manipuladora; y también de Giselle Motta y Gastón Cocchiarale, como otros hijos insertos en la patología criminal. Los climas creados, la música y la composición de época son muestra del cuidado del equipo de producción.
El horror con la impronta del padre La película de Pablo Trapero subraya con un alto sentido del suspense la protección que recibía Arquímedes Puccio, integrante de la Side, y cómo esa familia se configuraba alrededor del patriarca que imponía el miedo. Quienes lo conocieron, quienes lo veían todas las mañanas en la puerta de esa rotisería familiar que escondía un pasadizo que conducía al mismo infierno, lo llamaban "El loco de la escoba". Siempre a la misma hora, se entregaba de manera serena a esa labor, cuando aún las persianas no estaban totalmente levantadas. Su actitud mesurada, su perfil distante y un tanto ajeno, despertaban en sus vecinos un sentimiento respetable y al mismo tiempo cierto recelo. Todos conocían su antigua profesión: contador. Una primer máscara de identidad, que ocultaba sus relaciones con el Servicio de Inteligencia del Estado, en los años de la dictadura. Y es en un pasaje del film, cuando él, Arquímedes Puccio, se va abriendo paso de manera altanera entre quienes esperan; mostrando de forma desafiante su credencial. El caso de la familia Puccio hoy forma parte de los anales del crimen en la historia de nuestro país, de esos hechos delictivos amparados por funcionarios que ocupaban cargos en delegaciones institucionales. Atento a todo un seguimiento de comportamientos sociales, Pablo Trapero, nacido en San Justo, partido de La Matanza, en octubre de 1971, nos hace llegar un film que partiendo de la crónica policial se interna, como su filmografía así lo acredita, en los pasillos laberínticos de ciertos sectores que se manejan de manera especulativa y cómplice, ligados a espacios del poder. Es notable ver cómo Trapero modela esta historia en ese espacio de transición entre la declinación de los años de la dictadura y la recuperación de los tan esperados tiempos democráticos. Al respecto, su realizador no olvida ni el patético y beligerante discurso de Galtieri en la hora final de la guerra de Malvinas; ni los que escuchamos de boca del siempre admirado Raúl Alfonsín, saludando aquel celebratorio momento de aquel diez de diciembre de mil novecientos ochenta y tres. Si Arquímedes Puccio pudo actuar de manera directa, con impunidad, en el secuestro y extorsión de personas de gran nivel económico, allegadas particularmente a su hijo Alejandro, fue precisamente, como algunos momentos lo subrayan, porque se podía apoyar en la protección que le brindaban ciertos nombres que aún se movían y circulaban en los ámbitos oficiales. Por eso, a manera de crónica, el film revisa esa proyección de esos hechos delictivos en el marco de esas articulaciones, que revelan una maraña de intereses superpuestos y que parece no cesar. Sobre la biografía de cada uno de los miembros de esta familia, de apariencia honorable, que reza sus oraciones antes de la hora de la comida, agradeciendo "el pan nuestro de cada día", que se mueve en la cotidianeidad como si allá abajo nada ocurriera, el film nos ofrece un perfil y una semblanza que, igualmente motiva a los espectadores sobre ese querer conocer más. Si en el espacio de la cocina, la madre, hacendosa y obediente, prepara un nuevo plato, todos saben que una de esas porciones no quedará allí sobre la mesa; sino que la recibirá con solemne atención el nuevo prisionero, el cautivo con el rostro cubierto, quien será sometido al tormento de escribir con sus manos heridas y sangrantes una carta a sus familiares, dictadas por el jefe de esa familia, vigilado por los guardaespaldas de ese siniestro clan. Y ante estos hechos, que ocupan un lugar central en este electrizante film, necesito detenerme en un elemento central, que aún permanece en mis oídos. Una carta que comienza a ser escrita por ese prisionero que fue víctima de una emboscada, por ese personaje que estaba a pocos metros del tan querido hijo mayor, Alejandro, integrante de un club de rugbiers, motivo de admiración de todos sus compañeros. Sí, esa carta que cada uno de los secuestrados escribe, tal como la va dictando el mismo jefe del clan. Y es una voz, una calibrada y penetrante voz; es esa voz que se escucha en ese medio tono el que oficia como un motivo dominante. Es la voz que escucha el prisionero, es la voz que escucha algún familiar de la víctima; es esa voz que despierta un temor paralizante, la que también nos alcanza a nosotros. Al caracterizar esta voz, que pasa a un primer plano, que se corresponde con los ojos vidriosos y salientes de su personaje principal, amo, patriarca y señor, debemos apuntar que es ella misma la que va pautando los momentos de mayor suspense. Y es la que identifica al actor Guillermo Francella, quien cumple en este film, tal vez, el rol más logrado en su trayectoria cinematográfica, tras su paso por Los Marziano de Ana Katz y en el tan controvertido, polémico y rechazado por mí El secreto de sus ojos; brindándonos ahora un más que relevante trabajo de composición, lejos de tantos otros personajes que llegaron a asimilarlo a un cierto estereotipo. Su inicio en el espectáculo data de principios de los años 70 en producciones de uno de los magnates, Sofovich, pasando a interpretar repetidos personajes en series fílmicas de bañeros, tiburones, pilotos, caballeros de camas redondas y exterminators. Era muy difícil pensar entonces que algún día este actor de la comedia fácil y de la burda picaresca pudiese llegar a componer otro tipo de roles. Y mucho menos, actuar junto a uno de los grandes de todos los tiempos, Alfredo Alcón, en esa notable comedia de Neil Simon, Los reyes de la risa. Sin olvidar, claro está, su rol en la comedia dramática de Daniel Burman, El secreto de la felicidad, en la que comparte cartel con Fabián Arenillas, Inés Estevez y Alejandro Awada. Pablo Trapero, admirado por el director de programación del Festival de Cannes por considerar que su filmografía goza de una inusual coherencia, por el modo en que puede presentar un diálogo entre el registro documental y los hechos que se narran, logra en El Clan ofrecernos un retrato en negro de un accionar siniestro. En una atmósfera de aparente calma, este grupo familiar que habitaba en una modesta vivienda de San Isidro, integrado por padre, madre y cinco hijos, asoma entre nosotros en un espacio de sordidez, de cinismo, de mandatos y silencios. Particularmente, la progresión de este film se va marcando entre el severo padre y ese hijo mayor, quien nos es mostrado en sus permanentes contradicciones, rol que interpreta Peter Lanzani. Y llega a su punto más alto de confrontación en un espacio clausurado, en uno de los momentos cercanos al desenlace del film, cuando la tensión estalla ante nuestros ojos, frente a otro engranaje manipulador. Entre los productores de este recomendable film del director de Mundo Grúa (su opera prima), El bonaerense, Elefante blanco, encontramos los nombres de Telefé y la de los hermanos Agustín y Pedro Almodóvar. Y en el mes de septiembre, El Clan se presentará en el Festival de Venecia en la Sección Oficial e igualmente en Toronto y en San Sebastián. La crítica en nuestro país, en su conjunto, tal como venimos leyendo le ha sido muy favorable y el nombre del primer actor es garantía en la taquilla. A lo largo de sus casi dos horas, El Clan va delineando un thriller que se mueve en diferentes ámbitos tomando como centro radial el mismo espacio que habita esta familia. Una familia que nos es mostrada en el transitar de los días, un clan que prefiere silenciar lo que el jefe de la misma ha dictaminado. Una familia cómplice y presa de un creciente temor. Un grupo que acepta esos actos y que se mueve sin ofrecer resistencia; casi todos ellos, menos uno. En el film de Trapero, el pasaje de los diferentes momentos, el mismo transcurrir temporal se reconoce en las tapas de los diarios y revistas, en la emisión por tevé de una entrevista a los miembros de la Conadep en relación con los hechos criminales de los años de la dictadura hasta la visión de algunos films, tales como En Retirada de Juan Carlos Desanzo y Darse cuenta de Alejandro Doria, ambos estrenados en 1984; un año antes de que el clan de la familia Puccio fuera localizado, encarcelado y sometido a juicio. Film que abre a debates en relación con la revisión de los hechos del pasado desde una perspectiva múltiple, El Clan reviste, no obstante, en ciertas secuencias, su formato de cine ligado a un perfil de taquilla. Y entre las observaciones que puedo señalar ahora es la de una sobreactuación en el campo de la banda sonora, que lo acerca sobre todo a un film de género, particularmente, al de aventuras, de terror. Y en algunos momentos, un golpeante y estridente montaje por corte, en situaciones que se juegan de manera paralela, vuelve obvio aquello que se pudo haber sugerido, para evitar así un efecto de repetición y de literalidad.
Basada en el famoso caso policial de los años 80, sobre la familia Puccio y una serie de secuestros y asesinatos que llevaron a cabo detrás de su fachada como familia privilegiada en el barrio de San Isidro, que contaba con la fama de uno de los hijos de la familia, Alejandro Puccio (Peter Lanzani), jugador de rugby en el club CASI y en Los Pumas, para mantener en secreto sus actividades mientras seleccionaban a gente de su entorno como víctimas, y el padre de la familia, Arquímedes Puccio (Guillermo Francella), como la mente detrás de los operativos. Acerca de la responsabilidad, menos probada, de otros miembros de la familia, se creó un silencio que se extendió a su exclusión en las condenas, pero que al mismo tiempo habla de estructuras de poder dependientes del silencio, ya sean patriarcales o estatales. Pablo Trapero sostiene el relato sobre las vías de la crónica policial, traducida a thriller cinematográfico, manteniéndose alejado de cualquier hipótesis que pueda descubrir la lógica interna de la familia, sobre la que insinúa su involucramiento a través de personajes secundarios o de la propia ambigüedad de Alejandro. Esta doble observación de Trapero entre lo que sucedió, como fue contado, y lo que va a quedar sin saber, admite sus limitaciones y se repliega en el cine de género favorablemente, mientras sobre esos límites queda de pie el espectador, convocado a una discusión sobre los eventos, como detenido en los años 80, cuando la historia también era conocida como El Clan Puccio, una denominación que reconoce a todos sus miembros como participes y cómplices, que Trapero parece adoptar para titular su propia película mas para reflejar como fueron conocidos los hechos cuando sucedieron que para intentar resignificarla. En El Clan, obtenemos lo que esperamos del director, esta vez con la historia más interesante y compleja que ha tenido entre manos. Las escenas de sexo furtivo, los montajes de dos escenas, uniendo sexo y violencia, de música pop y violencia -que no debe ser confundida con por una simple ironía ya que marca una música inocente en los años 80, con tracks de Wadu Wadu o Just a Gigolo, como un velo de entretenimiento que oculta lo que nació en la oscuridad de la cúpula del poder y a la oscuridad debe pertenecer para no ser insoportable. La crudeza cautivante de la combinación de dialogo, las calles, los crímenes. Más aún, en El Clan obtenemos lo que no esperamos (o no sabemos cómo esperar), a Guillermo Francella como un hombre de temer, a Peter Lanzani encarnando al indefinible Alejandro, y resulta ser una conquista de los dos actores que pone en vergüenza algunos prejuicios. Así las cosas, El Clan ya forma parte del nuevo canon de películas que dieron lugar a la fe renovada del público por el cine nacional, fe que no es ciega, ya que se sostiene de una combinación de actor conocido (no importa el medio) y director reconocido internacionalmente, y todavía no ha dado lugar a obras inesperadas. Pero también vemos otra vez a un Trapero atraído por realizar grandes escenas, una mente tan clásica para un talento tan independiente, que lo lleva a poner sus mejores esfuerzos alrededor de algunas fórmulas genéricas (maestro-aprendiz en Elefante Blanco) que sin dudas son las que atraen a sus actores, pero por las que él mismo sacrifica parte de su visión (intelectual) sobre algunos temas de interés. En la película conocemos a los Puccio a través de la relación entre Arquímedes y Alejandro, en los momentos más importantes de la vida del hijo, ensombrecidos por la dominante y pervertida mente de la figura paterna, razón por la que Arquímedes es el personaje que más se beneficia del guion de Trapero, en toda su pregnancia y tenebrosidad. Alejandro interpretado por Lanzani es lacónico, ambiguo, y bien podría uno verlo con cierto desapego, como si fuera un personaje de Robert Bresson que empieza, solo empieza, a cuestionarse a sí mismo. Al rehusar los cargos de su condena, Alejandro hace de cuentas que también está rehusándose, retroactivamente, a su participación en los crímenes. Arquímedes niega los crímenes aceptando su condena, como un mártir siniestro.
EN EL NOMBRE DEL PADRE Los países utilizan al cine como un relato de la historia, como si la puesta en escena y el retrato de años trágicos y furiosos redimieran los pecados por el sólo hecho de poner su debate en la agenda. Y así encontramos a diversos países de Europa central tratando de darle un lado humano a las guerras mundiales en La Caida (Oliver Hirschbiegel, 2004), El Niño del Pijama a Rayas (Mark Herman, 2008) o La Cinta Blanca (Michael Haneke, 2009). También podemos mencionar a la maquina hollywoodense sobándose la espalda a sí misma sobre la esclavitud en Historias Cruzadas (Tate Taylor, 2011), y la sobrevaloradísima 12 Años de Esclavitud (Steve McQueen, 2013), clarísimo ejemplo propagandístico de cómo poner un tema en boga. Y así es como en el prólogo de su (intento por ahora) historia como industria, el cine argentino parece fascinado con el período de la dictadura. Una de las obligaciones que exigen las historias reales es que generalmente son populares, o por lo menos accesibles, sabidas por todos. O sea que no hay sorpresas ni giros de tuerca que no veamos venir, ya sea en el argumento o el clímax del relato. La historia de los Puccio no escapa a esto, sabemos quiénes son, sabemos que hicieron, y sabemos cómo terminaron. Esto representa de manera obligatoria un énfasis en los recursos narrativos y en la construcción de personajes, Trapero falla de alguna forma en ambas situaciones. La inclusión del material real en algunos tramos abre el tratamiento, junto a la visión de Trapero sobre la dictadura en una película mucho más masiva (producida por 20th Century Fox) que las demás de su filmografía. Pero esta inclusión se torna anecdótica en el mejor de los casos porque el director de Mundo Grúa nunca termina de cerrar el concepto. el-clan-trailer Más acostumbrado al retrato de la humanidad en lo marginal, Trapero relataba historias donde la redención no pasa por escapar de esos submundos injustos y despiadados, sino por saber adaptarse, sobrellevarlo, y valorar la humanidad en ello, y hacía del desarrollo de los protagonistas su arma principal. Sin embargo, hay algo de esto último en el Alejandro Puccio de El Clan, quizá el personaje con mayor potencial de matices -algo que Peter Lanzani logra solo por algunos momentos-, por saberse que existió en él una transición de la aprobación paternal (a cualquier precio literalmente en este caso) hacia el humanismo tranquilizador de la consciencia, cuando planea escaparse del “negocio familiar”. Sin embargo, como con el resto de la familia, aquí no hay transiciones. No hay explicaciones de porque el núcleo familiar va de la pasividad cómplice al horror sorpresivo. Allí radica el principal fallo de El Clan, en que es consciente que los dilemas personales por omisión (Arquímedes Puccio, un correcto Guillermo Francella) o por presencia (Alejandro Puccio) serían el tractor del relato. Y elige no ahondar en las motivaciones ni en las razones particulares para semejante tragedia. Sin embargo, se enfatiza de manera torpe y lineal en la dinámica de la familia al retratar su frialdad mostrando como pueden cenar tranquilamente con un tipo atado de pies y manos en el baño. Como el Trapero de El Clan.
Realismo, hostilidad y desesperación Como Elefante blanco, como Nacido y criado, El clan es una de las películas inestables de Pablo Trapero. De esas que parecen pegar extraños volantazos. Películas con humor cambiante. No porque haya mucho humor en El clan -aunque sí hay un tinte del negro, intermitente- sino porque es un relato taciturno por momentos y en otros se pone comunicativo, a veces inclusive hasta didáctico. Eso sí, es siempre áspero, espinoso, bastante malvado. El clan es una película que prueba diversas formas cinematográficas de acercarse al mal. Formas que prueba Trapero, un director muscular, de los que desde el comienzo, en el siglo XX, se despegaron de cualquier idea de estatismo. Ya Mundo grúa -y ya Negocios, el corto germinal- eran películas sobre el hacer, o el no hacer como imposibilidad, como carencia. La acción, el cambio, la violencia modificatoria sobre las cosas y sobre la gente: presencias en el cine de Trapero, el cineasta que fue la gran estrella local del primer Bafici con Mundo grúa, allá por 1999. El clan es una película cuyos personajes son de Gran Buenos Aires zona norte: Trapero se muda del Oeste del GBA. Y al mudarse enfatiza las maneras de la zona norte de los actores secundarios. Es un énfasis coherente, mayormente con cohesión, pero las actuaciones más apagadas de Guillermo Francella, Lili Popovich y Peter Lanzani se destacan por no sobresalir. Actuaciones clave. Francella avanza de forma sinuosa, es una actuación-serpiente, en la que la locura y el mal se sostienen con una mirada apagada, yerma. Lanzani, y no es lo habitual en el cine argentino aunque sí en el americano -Matt Damon es un maestro de esta variante- actúa desde los hombros, desde la espalda, y así logra literalmente cargar el peso del mandato familiar, soportar el yunque paterno. Entre las formas está también una suerte de crónica detallista, un poco en loop. Por momentos, la repetición del accionar delictivo opera contra la fluidez, aunque también aporta inmersión en lo ominoso, en lo opresivo. Da la sensación de que no se va a poder salir del Clan. Otra forma es la musicalización y el montaje en contrapunto: Virus, sexo y muerte, entre otros intérpretes. Y hay más musicalización, más canciones que rompen el clima, o que generan otro distinto, uno quizás aún más incómodo. No logro decidirme si es una utilización de canciones osada e inusual para el cine argentino (en la línea scorsesiana), o una ostentación de presupuesto innecesaria y que el film podría haber evitado cualquier tipo de musicalización y haberse enaltecido. No lo sé. Tal vez por eso es inestable la película, justamente por exponer sus formas, o sus opciones formales, en un plano muy frontal. La película parece moverse a gran velocidad, después detenerse, empantanarse, y luego golpear con una fuerza impensada, imprevista e intempestiva: el asesinato de Naum, por ejemplo. O “la caída” -no entro en detalles por si alguien no sabe a qué me refiero exactamente-, que es sencillamente uno de los mayores logros de verismo, vértigo y acción del cine argentino en mucho tiempo. Hay algo muy prometedor y reconfortante en un cine argentino que puede planificar una escena tan breve con esta enjundia, con esta contundencia. Son segundos, sí, pero segundos clave, que echan una luz de fortaleza sobre el resto del relato. Hay también una forma política, un esqueleto a cubrir. Arquímedes Puccio fue un oportunista, un peronista de derecha nacionalista, con relaciones fuertes con la dictadura y también funcionario en gobiernos anteriores (hay mucha información disponible en Internet sobre su CV). Pero en la película no se explicitan varios de esos datos, aunque quedan sugeridos con claridad: en la conversación de Puccio con Aníbal Gordon dejan bien en firme su desprecio por los radicales, a quienes les auguran un gobierno corto. La película deja saber que los Puccio caen cuando ya “no los pueden bancar más” desde arriba, cuando la presión por saber la verdad es insostenible. Aunque sea por ese dique de encubrimiento que logra finalmente resquebrajarse El clan, película de caranchos en un país carancho, es un ápice menos negra la terminal Carancho. De todos modos, el retrato de la Argentina de las últimas películas de Trapero es parejamente hostil y desesperante. Y a Trapero siempre se lo ha considerado un cineasta realista.
La casa del horror El esperado film de Pablo Trapero, que inquietaba de la misma forma en que motivaba con lo que se podía apreciar en su tráiler, no decepciona. Esencial resulta la mano del director de Carancho para que la narración conserve el interés y mantenga netamente enfocado al espectador. En la balanza, pesa mucho más lo positivo, y dentro de ello vital importancia encuentra el rubro técnico. El rodaje y lo sonoro acaban resultando dos de los aspectos mejor trabajados en la aberrante crónica acerca de la familia Puccio. Basada en hechos reales y ambientada en la década del ochenta (con determinados apartados que van remarcando el contexto y la época), El Clan introduce al observador en lo que probablemente haya representado uno de los casos policiales más estremecedores de la historia de la sociedad argentina. Arquímedes (Guillermo Francella) es el padre de cinco hijos y esposo de Epifanía. En el interior de la familia Puccio, de apariencia unida y formal para quienes ven desde afuera, se esconde un oscuro clan dedicado al secuestro extorsivo y asesinato de personas. Todo bajo la estructurada, fría y horripilante planificación de Arquímedes, acompañado por dos de sus hijos, Alejandro (Peter Lanzani) y “Maguila”, el militar retirado Rodolfo Franco y sus amigos Guillermo F. Laborde y Roberto Díaz. El Clan funciona principalmente por la forma en que Trapero nos sumerge en los acontecimientos a través de un pulso narrativo firme. La proyección no requiere de un relato desbordante de nervio para intrigar y cautivar. Su ritmo, en ocasiones pausado, no se presenta como un obstáculo para el visionado de la obra, sino más bien como un ejercicio dotado de misterio que despliega un apreciable halo de magnetismo, producto también de la atmósfera siniestra y del carácter perverso, propio de cada uno de los sucesos que se van exhibiendo. Destacable es el papel desempeñado por Guillermo Francella, quien incluso después de su rol en El secreto de sus ojos continuó, para muchos, encasillado como un actor cómico. Francella supera altamente el desafío impuesto para encarnar al inescrupuloso Arquímedes. Las dudas que se acumulan al comienzo del film sobre la performance de nuestro intérprete central, se van disipando conforme los minutos pasan hasta evaporarse por completo desde la segunda mitad hacia adelante, instancias en las que el psicópata padre de familia nos muestra, con mayor voracidad, su lado más vil y repudiable. Por otra parte, entre algunos secundarios quizás de tibia labor, el que realmente convence a través de su interpretación es Peter Lanzani. El empleo de la cámara no es un detalle menor en El Clan. Pablo Trapero se encarga de deleitarnos con algún que otro elegante y sugerente plano secuencia (como el que se puede visualizar en el tráiler) para darle continuidad a una escena, añadirle una pizca de suspenso y a la vez descubrir un determinado hecho. Además, muchos de los pasajes de la cinta ganan puntos extra gracias a un excelente soundtrack (suena desde Wadu Wadu de Virus hasta Tombstone Shadow de Creedence) que se fusiona gratamente con las situaciones que se exponen, otorgándole un nivel más alto de dinamismo y de enlace, algo que contagia y además entusiasma al público. En un 2015 en el que tal vez no nos hayamos topado con piezas cinematográficas descollantes, El Clan emerge como una apuesta fuerte, que se vale de una historia narrada sólidamente y poseedora de un final sobrio, admirable. LO MEJOR: el relato, la gran interpretación de Guillermo Francella. La música combinada con la maestría de rodaje de muchas escenas. El desenlace. Interesante labor de Peter Lanzani. LO PEOR: algunos roles secundarios modestos, aunque no del todo convincentes. PUNTAJE: 8,6
Casualmente vi hace muy poco la rara película que aparece de modo fugaz en una escena de El Clan de Pablo Trapero: En retirada de Martín Desanzo, película del año 1984, es decir ni bien se recuperaba la democracia luego de la última dictadura militar. Di con ella siguiendo la pista de películas guionadas por José Pablo Feinmann. En realidad, me enteré que era una escena de En retirada la que aparecía en el televisor de los Puccio (la familia protagónica de El Clan) al leer una nota de la revista “Hacerse la crítica” sobre la última de Trapero, de José Miccio, en que el crítico se detiene bastante a analizar este homenaje explícito de Trapero a una película más antigua. El propio Miccio repasa muchos de los elementos coincidentes entre una y otra obra. Ambas historias transcurren ni bien termina la dictadura de 1976 y hablan de verdugos del régimen autoritario que siguen utilizando sus viejas prácticas encontrándose cada vez más cercados en el nuevo contexto político y social. El Puccio recreado por Franchella, Arquímedes, es “El oso” de Rodolfo Ranni en En retirada. También lo señala Miccio: la naturalización de la violencia alrededor de estos oscuros personajes se refleja en los serenos hábitos de herborista de Ranni, que cuida sus plantas como si no pasara nada raro a su alrededor, o en las conversaciones que mantiene Francella con sus hijos varones, preguntándoles si está todo bien mientras les pide que sean cómplices en las prácticas de secuestro, extorsión y asesinato que orquesta meticulosamente. También cuando reza con su familia en la mesa o cuando ayuda a su hija a hacer las tareas de la escuela. La gran diferencia es que una de las películas es de 1984, es decir contemporánea al fenómeno que relata, y la otra es una mirada del pasado que además agrega el hecho de contar un caso real. La mirada de Trapero es más sociológica, más distanciada, más prolija en la reconstrucción de elementos que configuraban ese universo social de los Puccio, a mediados de los años ochenta. Un tipo de enfoque sociológico o antropológico que puede rastrearse en el cine de Trapero aún cuando el director aborda historias situadas en el presente. El distanciamiento con lo que cuenta también se expresa en el uso que hace El clan de recursos de la comedia, como cuando trata de alivianar con música ochentosa y pasatista la violencia que se describe. La película de Desanzo es más visceral, más comprometida con mostrar una criatura despreciable nacida de la cultura autoritaria, es más maniquea si se quiere. En retirada, ya lo dije, tenía como uno de sus guionistas a Feinmann y por lo tanto la mirada era la del exmilitante político que había sido perseguido por los mismos verdugos que iba a retratar en la ficción. Hay algo de testimonial y también de pasiones de la época a flor de piel. Según wikipedia es la primer película que habla expresamente del tema de los desaparecidos luego de la dictadura. En lo personal, En retirada me parece una obra intensa por lo que cuenta, por cómo lo cuenta y en el año que lo cuenta. Me fascinó esa crudeza para hablar de una de las peores violencias que habíamos vivido como sociedad, aún cuando se trataba de una violencia tan reciente. La mirada llena de odio de Ranni cuando pasa al lado de jóvenes cantando la marcha peronista, en tiempos de Alfonsín, configuran escenas de antología para nuestro cine. A esto hay que sumar que actúa mi abuela (cosa que descubrí después de verme fuertemente sacudido por la propuesta de la película, debo aclarar), como la mujer que le alquila la pieza a Ranni cuando tiene que esconderse porque el padre de un guerrillero secuestrado por él lo reconoce en la calle. Una oscura fascinación producen también las escenas en que este padre reconoce al “Oso” en el andén de enfrente mientras espera el subte, sube a la calle corriendo, cruza la avenida y baja al otro andén, subiendo en el mismo tren que el verdugo y comenzando una obsesiva vigilancia de días en la puerta de su casa. Miccio remarca el hecho de que con El clan Trapero pasa de un cine más independiente a otro más adaptado a los requerimientos del gran público, más comercial digamos. Cita a otro autor para argumentar que el principal problema no es que Trapero se haya pasado a un cine adaptado a las lógicas mercantilistas, sino que la película es poco audaz y tiene taras del viejo cine. En primer lugar, es cierto que es una película adaptada a los cánones de la industria cinematográfica, no acuerdo sin embargo con el juicio de valor negativo hacia esa posición del cineasta. No creo que eso sea malo. Incluso me parece sano que un director busque masificar sus propuestas estéticas. Es un acto de compromiso con el cine argentino, dado que se busca que llegue a más personas, que sea valorado y que tenga calidad. Que las películas aspiren a ser distribuidas afuera también es un acto de compromiso con lo nacional, en la medida en que se busca posicionar a nuestras obras en los circuitos internacionales, para que se invierta desde afuera, para que las obras tengan más dinero para producción, los directores más prestigio, que la actividad se siga profesionalizando, que los espectadores apuesten también concurriendo a las salas, etc. Hay otra tesis de Miccio, según la cual la elección de En retirada como película para homenajear es fallida, dado que se trata de una película (la de 1984) con demasiadas taras y defectos del viejo cine argentino. El crítico sugiere que hay cierta intencionalidad en El clan de proclamar que el actual cine argentino ha progresado en lo técnico, pero que sigue reconociendo audacias del pasado. Lleva más lejos la tesis, afirmando que El clan también incurre en taras del viejo cine argentino y (no lo dice expresamente pero se desprende) por lo tanto caería en pedantería. En mi opinión, el rescate de Trapero de En retirada es interesante. Puede que ambas películas tengan deficiencias técnicas, desprolijidades más o menos marcadas, un montaje que puede gustar más o menos. Creo sin embargo que ambas búsquedas son legítimas, similares temáticamente pero muy distintas en cuanto a las condiciones en que fueron hechas. En retirada es una película de barricada, de denuncia de un pasado reciente, mientras El clan es de entretenimiento y divulgación de un tema histórico al mismo tiempo. Una posee una estética mucho más cruda, mientras la otra es producto del meticuloso trabajo técnico de un cine que ya tiene años de perfeccionamiento y profesionalización. Vale decir también que El clan recurre a un hecho histórico para hablarnos de una época y una realidad que no había sido prácticamente abordada por el nuevo cine argentino. Me refiero a que, de los noventa para acá, se hicieron muchas películas sobre la dictadura, que transcurren en pleno proceso autoritario, desde muchos enfoques y contando varias cuestiones. Incluso se hizo El secreto de sus ojos que habla del comportamiento autoritario de la sociedad argentina antes del golpe. Pero el nuevo cine argentino no había hablado todavía (al menos que yo tenga registro) de la post-dictadura, de la estela que deja ese autoritarismo. Aún cuando formalmente se asume un modelo democrático, las pautas de comportamiento social siguen presentes y es el gran problema con el que debe lidiar la democracia naciente. En fin, El clan me atrapó y también me dejó pensando. Disfruté viendo cómo uno de nuestros directores más consagrados mantiene una actitud exploratoria de nuevas estéticas para nuestro cine. Creo que son méritos de la película más que suficientes y razones de sobra para festejar el éxito de taquilla que está teniendo.
Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más. ¡No te lo pierdas!
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Si hay algo que en primera instancia se puede destacar alrededor de la figura del cineasta Pablo Trapero es su regularidad; ningún film suyo podría ser considerado flojo o de bajo nivel artístico o expresivo. Recorriendo su variada y relativamente nutrida filmografía, se encuentran títulos excelentes como Leonera (su gran obra), Elefante Blanco, El bonaerense y Carancho; y otros igualmente magníficos como su ópera prima Mundo grúa (un tanto sobrestimada), Nacido y criado y Familia rodante, estos dos últimos no tan valorados por la crítica, pero sumamente atrayentes y singulares. Su estatura narrativa y cinematográfica no decrece, y la prueba palpable es su nueva película, El clan. De movida sorprende el alcance delictivo que tuvo esta familia aparentemente ejemplar y acomodada de la zona norte del conurbano. La doble vida de Los Puccio era realmente digna de ser llevada al cine en el plano policial, sin embargo Trapero no se conforma con una simple semblanza biográfica en formato de thriller: ahonda en los pormenores y patologías de esta dinastía siniestra, que internamente no coincidía de manera unánime en sus ambiciones y actos criminales. Y se persuadió que en esa historia había otras para contar, incluyendo apuntes y metáforas acerca de una época en la que el respeto por los derechos cívicos y por la vida misma estaba claramente depreciado. Tanto la trama como la reconstrucción de época resultan fascinantes, para un film que se preocupa fundamentalmente por sostener sin pausas su pulso narrativo, con algunos quiebres dentro una estructura mayormente lineal. El sórdido, subyacente y trágico derrotero de ese grupo familiar dedicado al delito, está descripto de manera lúcida y desacomplejada. Presentando por un lado a unos inobjetables y respetables vecinos de San Isidro y por otro a esa misma prole en una faceta deplorable e indigna, muchas veces en una misma escena. Para alcanzar estos méritos era esencial que el elenco estuviera consustanciado con el clima dramático de la apuesta, y eso sucede en todo su metraje. Especialmente su hegemónico protagonista, cuya típica sonrisa francelliana no se dibuja en su rostro en ningún momento del film, lo que no significa que predominen en este fenomenal actor gestos adustos o graves. Al contrario, Guillermo Francella deja traslucir muchas miradas amables y bonachonas que acentúan a puro contraste el carácter tenebroso de su personaje. El resto del reparto de ajusta admirablemente a las necesidades de cada rol, como por ejemplo Peter Lanzani, Lili Popovich y Gastón Cocchiarale, entre otros. En todos sus rubros El clan se muestra impecable, incluyendo una banda sonora que incluye, con una impronta perturbadora, canciones clásicas de la época.
Los vecinos siniestros La esperada nueva película de Pablo Trapero bucea en uno de los casos policiales más resonantes de la década del ochenta: una familia (los Puccio) de la residencial zona de San Isidro, que se dedicaba al secuestro extorsivo de personas cercanas a su propio entorno. Todo film de Trapero transita por momentos de fuerte realismo e impronta documental, entonces, por su propia naturaleza, la trama se presenta inmejorable para el director de “Mundo grúa”, “El bonaerense”, “Leonera”, “Carancho” y “Elefante Blanco”, quien ratifica su solidez narrativa con esta reconstrucción de la sórdida historia de los respetables vecinos de un barrio tradicional que llevaban una doble vida, impensada para sus allegados. Precisamente, la confianza que despertaba esta familia fue lo que le permitió marcar a muchos conocidos adinerados, entre el final de la dictadura militar y los primeros años de la democracia. El film expone el momento histórico para ubicar temporalmente, y coloca la lupa sobre la doble condición de este grupo que en microescala demostró funcionar como la dictadura, con un permanente mecanismo de negación acerca de los males propios y una externa demostración de virtudes y religiosidades. La doble faz entre la afectividad familiar y la oscuridad criminal es lo más perturbador a la hora de mostrar cómo funcionaba la familia dentro de las paredes de su residencia, mientras en el sótano o en el baño tenían a las víctimas secuestradas. La película muestra hasta qué punto era coherente la conducta esquizofrénica de todos. Por acción u omisión. La vida cotidiana coexistía con el horror de los secuestros pero sin conectarse, como el que pone alta la radio para no escuchar o mira hacia otro lado para no ver, porque ésa era la consigna que bajaba desde la autoridad del padre-patrón interpretado magníficamente por Francella, que compone a un psicópata de dos caras, esgrimiendo una autoridad incuestionable. El frío manipulador coexiste con el pater familias que colabora en las tareas domésticas y escolares y después redacta notas extorsivas en la soledad de su escritorio, donde luce su diploma universitario y un retrato sonriente de Perón. Momento bisagra Si bien Trapero realiza un recorte de la actividad delictiva de los Puccio (se concentra en los casos comprobados y judicializados), expone una compleja estructura que va y viene en el tiempo, entre fines de la dictadura militar y la primavera alfonsinista, apoyándose en algunas imágenes de archivo. Fragmentos de discursos de Galtieri y de Alfonsín alternan con la mención a Malvinas y un panorama sobre las bandas paramilitares que operaban con la cobertura de las propias fuerzas de seguridad. La línea del romance entre el hijo estrella de rugby y su novia sueca junto a la banda sonora aportan un vitalismo que contrasta con la deshumanización (la escena de los jóvenes haciendo el amor en el auto va en montaje paralelo con un secuestro). La música cumple un rol importante dentro del film. Al contrario de lo habitual, la banda sonora no intensifica sino que suaviza la tensión. Canciones ochentistas de Virus, Seru Girán o David Lee Roth, a la vez que estilizan el relato, lo vuelven menos denso y claustrofóbico. Al respecto, la escena en que el personaje del joven Lanzani (revelación actoral) echa mano a un respirador de buzo, sintetiza la textual falta de aire ante la permanente presión paterna, porque la película descarga en Arquímedes toda la fuerza del mal y muestra a su entorno más bien victimizado. Profundidad y entretenimiento La película tiene un innegable profesionalismo en todos los rubros, aunque recién cerca del final alcanza su mejor ritmo. Nos comparte la perturbación ante esa extraña mezcla de familia falsamente ejemplar y su siniestra mezcla de fama, respetabilidad, dinero, deshumanización y delincuencia. Múltiples capas del relato que no siempre funcionan con la misma fluidez pero que igualmente con una dimensión que va más allá del simple policial y trasciende la mera animación de un recorte periodístico de aquellos años de transición. Trapero vincula, expone, saca a la luz datos desconocidos para las nuevas generaciones y para ser rememorados por quienes atravesaron tiempos más oscuros. Filmada con un pulso clásico y sobrio, “El clan” es un film comercial y al mismo tiempo profundo. Con una gran producción en todos los niveles, además de excelentes actuaciones que devuelven al cine argentino la posibilidad de acercarse a hechos verídicos y trágicos, de una manera inteligente, sin excluir la fascinación del espectáculo.
La nueva película de Pablo Trapero cuenta una historia real de horror, ante todo macabra: aquella de la familia Puccio, que durante la década de los ’80 en Argentina se dedicó a al secuestro, tortura y asesinato de grandes empresarios. Ya desde el tráiler se erige la propuesta de que la realidad supera la ficción, premisa que aparece en casi toda la obra de Trapero. Desde ese lugar, lo que horroriza es saber que (no hace tanto tiempo atrás) en nuestro país, en el seno de una familia convencional, todo aquello que parece una fantasía hollywoodense, de hecho sucedió. A pesar de que Arquímedes Puccio participó activamente en la dictadura militar del ‘76, y que fuera miembro de la Triple A, el film hace un recorte histórico a partir de la recuperación de la democracia, incluso recopilando discursos de Alfonsín, como medio de verosimilización y de dejar sentado el carácter de realidad. En el fervor y la emoción que significó para muchos el gobierno de Alfonsín, tras bambalinas, algunos ex militares, seguían ejerciendo el horror: la captura en un baúl, la permanencia en condiciones inhumanas, la extorsión a los familiares y finalmente la muerte. Este escenario macabro está montado detrás en una familia “convencional”. Católicos, unidos, educados, con costumbres burguesas, roce social… todas características aparentes de “normalidad”, que sostienen la tranquilidad de no levantar sospechas, incluso mantienen relación cercana con las víctimas. La madre maestra, cocinera, “madrasa”, ella y su marido prestando gran atención a la educación de sus hijos; familia numerosa, hijos ejemplares. Así es que la historia se maneja sobre el constante contraste: son varias las escenas donde vemos a la familia reunida por el ritual de la cena (siempre carne), las peleas cotidianas de hermanos, los problemas de trabajo de la madre, etc. Es decir, dentro de un mismo espacio se desarrolla la vida común de una familia tipo argentina, mientras, detrás sucede el horror, producto de las elucubraciones sin piedad de un espeluznante clan. Si bien la historia que se cuenta es harto impactante y morbosa, Trapero se encarga de usar un estilo llevadero y presentar las sesiones de tortura y secuestros musicalizadas por un soundtrack diverso y que convierte a la extrema situación en una contundente escena de humor negro que hasta nos hace sonreír. “Encuentro con el diablo” de Serú Giran actúa como leit motiv de la obra, y refuerza la fuerte idea de villano que se maneja en el personaje de Guillermo Francella. Si bien representa a un personaje de la realidad, Puccio está confeccionado como el típico villano detestable, de temperamento frío y calculador, figura de padre autoritario que permite entrever la conflictiva relación con sus hijos, sobre todo con Alex, uno de los principales cómplices. Para muchos fue una sorpresa encontrar que unos de los roles principales estaba a cargo de Peter Lanzani, el ex Casi Ángeles; se puede decir que, si bien su actuación no deslumbra, está a la altura de lo que el personaje exige, mostrando una interesante transformación a medida que avanza la historia. Guillermo Francella, con una caracterización llamativa encarna al perfecto asesino, uno de los mejores elementos del film.
Ante el interrogante de quienes son los referentes al momento de plasmar cinematográficamente de la forma más fidedigna el sentir bonaerense y su gran cantidad de historias, sin lugar a dudas uno de los nombres de esa lista será Pablo Trapero. Esta vez embarcado en la empresa de retratar a una de las mayores, sino la más, familias delictivas de la historia Argentina. Ubicados en el nacimiento de la nueva democracia reinante, entre los últimos vestigios de la dictadura y el florecimiento del gobierno radical, los Puccio también enfrentaron cambios. Arquímedes, la cabeza familiar interpretado más que correctamente por Guillermo Francella, no es la construcción de un “villano” común y corriente, no es líder nato que sobresale entre la multitud, y esa es la cualidad necesaria para llevar adelante la cantidad de secuestros extorsivos seguidos de asesinatos que realizó con la ayuda de su familia y, como bien es representado en el film, sus contactos políticos de esa tensa época. Gran desafío para Francella, en esta nueva etapa de su carrera actoral, es el hecho de interpretar a un tipo como Arquímedes, un personaje viciado y amoral que en ningún momento del film encuentra redención, ni siquiera en el fatídico desenlace. Pero lo que sí encuentra Guillermo es uno de los picos más altos de su actuación: el monologo carcelario previó al instante final, junto a un Peter Lanzani que no se quedó atrás y en ningún momento desentona con su dupla. En cuanto a la realización, la narrativa no está abocada desde una visión exterior moralista o en la búsqueda de un antagonista, sino en la construcción de los lazos y la vida familiar. No se representa explícitamente el hecho de que los Puccio acepten su estilo de vida, el espectador es quien debe descubrir los distintos vínculos familiares y desidias que unen a los siete integrantes del clan Puccio: resignación, aceptación, entendimiento, sufrimiento y un espíritu de unión familiar ensamblados por finos hilos tendientes a fragmentarse en cualquier momento. Que el suspenso y la tensión provengan desde el seno mismo de los victimarios y no de las víctimas conlleva a la no caricaturización de Arquímedes, uno de los mayores logros del film. El trabajo de fotografía y de cámara encuentra el tono justo que evoca la época en que se desarrolla, no hay dudas que estamos en los 80´, aún sin los archivos televisivos que nos ubican. La cámara en mano y el movimiento están a la orden del día, hay dos planos secuencia –sin spoilear- que van a quedar en la retira indefectiblemente: uno de ellos al final del anteúltimo acto, en un secuestro que no termina del modo deseado, en el cual vemos cómo el plano va desde el interior del automóvil hacía el exterior con total fluidez; y el segundo de ellos, el cual da culmine a la película de un modo majestuoso es para verlo varias veces si fuera posible en el cine. Por su parte, la banda sonora no cae en el cliché de ser sólo música de la década –aunque sí suene Virus-, el tema representativo es Sunny Afternoon de The Kinks que se puede escuchar en dos momentos esenciales del film, el tono justo entro lo beat y lo siniestro. Justamente eso fue lo más llamativo y representativo del “éxito” mediático en el caso del clan Puccio, el tono justo entre lo pop y lo funesto. Trapero lo supo y logró ilustrarlo.
Una Familia Nada Normal Cuando uno acaba de ver la última peli de Pablo Trapero, inmediatamente recurre a su memoria cinefila y repasa filmes criollos basados en casos de renombre, pseudo testimoniales como: Pasajeros de una Pesadilla -Caso Schoklender-, El Caso María Soledad -sobre Ma. Soledad Morales-, todas hechas por el extinto Fernando Ayala para ARIES, aquella productora exitosa, esto por dar unos meros ejemplos históricos. Ahora tomando un relato contundente y siniestro como el del denominado núcleo familiar de los Puccio, donde todos los componentes participaron de secuestros y asesinatos, el realizador de "El Bonaerense", "Leonera", y "Carancho" no escatima vigorosidad de formato thriller ni de ofrecer una buena reconstrucción de época necesaria para la propuesta (los años 80). Deja ver la frialdad obsesiva del padre a cargo de un Francella contenido en lo actoral, y casi lo mismo ocurre con el resto de los roles, como así sorpresivo es Peter Lanzani como Alejandro Puccio -el hijo mayor-, un filme lineal, subrayado en lo morboso como el claro momento donde el montaje muestra un secuestro violento confundiéndose con una escena sexual en un auto, destaca también que casi siempre apoya fotogramas en temas musicales conocidos y a la vez contundentes (Just a Gigolo por David Lee Roth, Wadu Wadu por Virus, etc), quizás mucho de esto hace del filme hoy un suceso exitoso de boletería. La pregunta del millón hoy es...a partir de ahora Trapero recorrerá los senderos del cine testimonial potentemente taquillero..??? En un reciente reportaje aseguró que tiene en sus manos otro caso memorable por filmar.
Abordar lo infilmable A treinta años de la detención policial de Arquímedes Puccio (ver nota referida al clan Puccio) es que surge esta impactante recreación de época dirigida por Pablo Trapero (Mundo grúa, Nacido y criado, Leonera, Carancho) uno de los más renombrados e importantes directores argentinos en actividad. Había que animarse a hacer algo así: no se trata solamente de una producción abultada para los presupuestos argentinos (detrás de este proyecto se encuentran productores como los hermanos Almodóvar y Telefé), sino que entra de lleno en un tema particularmente sensible para la población: el secuestro y la extorsión por parte de paramilitares a civiles durante los últimos años de dictadura argentina y los primeros de democracia. Era necesario entonces un rigor histórico soberano, un esmero específico en darle al abordaje la profundidad pertinente y proveer a los personajes de las ambigüedades necesarias para evitar convertirlos en villanos de manual. Lo curioso, considerando todo esto, es que tanto esta película como la serie simultánea Historia de un clan, en vez de estructurar sus relatos como una investigación policial o plantear los sucesos enfocados en las víctimas, optaron por la opción más complicada y controversial de todas: contar la historia desde la óptica de los mismos secuestradores y asesinos. Es así que El clan entra sin anestesia en uno de los territorios más escabrosos de la historia argentina reciente: la casa perteneciente a la mismísima familia Puccio. Más específicamente, la anécdota se estructura en el vínculo paterno-filial de Arquímedes Puccio (Guillermo Francella en el papel más oscuro de su historia) líder y cerebro del clan, con su hijo Alejandro (Peter Lanzani, a la altura), un joven repleto de inseguridades que accede a los más inaceptables mandatos de su padre. Trapero se confirma una vez más como un gran narrador, y si bien la película transcurre con cierta predecible linealidad y sin mayores vuelos cinematográficos, el ritmo es envidiable y la anécdota está colmada de pequeños y sutiles elementos que llevan a comprender hasta qué punto la impunidad y la omnipotencia estaban metidas en la cabeza del patriarca y su banda, o la forma en que los no implicados de la familia hacían la vista gorda y los oídos sordos a una realidad ineluctable. Hay escenas que sobresalen: los planos secuencia en que los secuestros son filmados desde el asiento trasero del auto y otros tramos oscuros, musicalizados con las desconcertantes "Sunny Afternoon", de los Kinks, "I'm Just a Gigolo", de David Lee Roth, "Wadu-Wadu" de Virus, entre otros alegres temas. La cinefilia de Trapero se vuelca de forma patente en escenas que homenajean a varios de los mejores tramos de Él de Buñuel y de Buenos Muchachos de Scorsese, con un oficio a la altura. En semejante propuesta, la decisión más llamativa es la de buscar la empatía del espectador por el personaje de Alejandro, un muchacho al que vemos participar, en escenas tan duras como sorpresivas, en horrendos secuestros. Pero lo que puede parecer una opción formal profundamente cuestionable se encuentra muy bien resuelta, ya que Trapero se encarga de mostrar que Alejandro tiene plena responsabilidad, es consciente de sus actos y hasta es libre de elegir. Lo vemos en la escena en la que, como en contraposición, su hermano menor decide escapar del núcleo familiar, o en esa otra en la que el padre logra tentarlo con grandes sumas de dinero; por si quedara alguna duda, su responsabilidad se confirma en su decisión de ser juez y verdugo de sí mismo, inmediatamente después de un último y determinante diálogo. Sólida por donde se la mire, El clan es de esas películas necesarias que parecerían estar allí para cumplir un rol, sea historiar, denunciar (aunque sea tardíamente), proponer una mirada, un diálogo con el pasado. Es además un éxito de taquilla descomunal, lo cual en este caso parece algo festejable.
Ayer, con una sala en donde no sobraba un solo lugar, asistí a ver esta nueva producción de Pablo Trapero, que asumió el riesgo de dirigir un hecho verídico contando la historia de la familia Puccio, que como se ve en la ficha técnica, directa o indirectamente los integrantes de la misma estaban vinculados con el secuestro de personas y posterior pedido de dinero por el rescate. Hablando un poco de los protagonismos, sin duda destacamos a Francella y su papel de Arquímedes Puccio, con un perfil de jefe de familia, autoritario, frio ( no piensen ver una sonrisa de parte de él), ambicioso, meticuloso y hasta psicópata, dejando una actuación soberbia en el buen sentido como nos tiene acostumbrados, siendo el estratega principal de los secuestros. Seguido en protagonismo viene Peter Lanzani y su papel de Alejandro Puccio, aquel reconocido Rugbier de los Pumas. Un personaje raro, ni bueno ni malo, indeciso y sentimentalmente cambiante . El resto de las actuaciones no vale la pena extenderse mucho ya que no son muy preponderantes, por un lado la familia que si bien están constantemente en las escenas, su estado de concientización es lo que realmente sorprende, y por otro lado personajes ajenos a la familia ( victimas y cómplices) con aun menos protagonismo, pero no menos importancia con los sucedido. Los escenarios no son muchos, la casa, unas calles, un parque, un bar, un aeropuerto y algún edificio gubernamental, pero están cuidados hasta el más mínimo detalle, no dejando lugar a que percibamos algo que no cierra con la época del hecho, situado en los años 80, tan así que lo único que me llamo la atención es el uso en algunas escenas de vehículos que parecían de colección quizás por la complejidad de encontrar rodados de la época en uso en la actualidad. Acompañando a la escenografía a tan alto nivel también esta la banda sonora. Apelando a música de la época, como Serú Girán, Virus y hasta Creedence, en el lugar y momento justo generando en la mayoría del publico ese pequeño movimiento en nuestras piernas que indican una tensión natural por lo que esta por pasar o lo que se viene, mas haya de que sepamos la historia. No hay mucho para criticar, salvo muy pequeños detalles de algunas escenas, como por ejemplo una en donde Arquímedes y Alejandro discuten y hay un par de cosas que no cuadran con lo que pasa, pero no más que eso. La película avanza haciendo uso constantemente de escenas con saltos de tiempo que en cierto momento encajan a la perfección en el final, ademas de vídeos y audios originales de la época, principalmente de Alfonsín, que hacen notar el perfil político de Arquímedes, además de la ideología religiosa donde lo podemos ver en varias oportunidades con una fuerte creencia en Dios, un dato no menor si revisamos las creencias de algunos de los miembros de la dictadura. El Clan es una historia realmente escalofriante desde principio a fin, mostrando un fuerte papel de vinculación, aunque muchas veces sin nombres de pila, de personajes de mucho poder, que en lugar de garantizar la seguridad de la gente proveían protección a personas como los Puccio, con información, contactos, zonas libres, para dar rinda suelta a los secuestros y asesinatos que sucedieron durante una de las épocas más nefastas de la democracia Argentina y que luego continuaron de forma privada. Al principio mencione algo sobre correr un riesgo al realizar una historia verídica y se preguntaran porque, si al ya tener la historia todo es mas fácil. Esto es muy subjetivo, pero considero que una producción de un hecho verídico, ya sea para los que están interiorizados con la historia o los que no, debe dejar algo mas allá de la simple reproducción de un hecho y que por eso no se puede hacer una película de cualquier cosa, y es ahí donde Pablo Trapero dio con el clavo. El Clan, con una hora y casi cincuenta minutos que dura, y que realmente se pasan volando, sin duda va a ser una de las mejores y más taquilleras películas de nuestro país, y esperemos de la región, ya que una producción nacional de tal calibre merece triunfar.
Uno siempre, siempre, tiende a mirar hacia afuera. ¿Serán vestigios de aquella europeización tan deseada por Sarmiento y compañía? ¿Serán deseos de pertenecer a las grandes metrópolis primermundistas que siempre están en el centro de atención de las noticias? ¡Quién sabe por qué tenemos esa tendencia! Lo que sí sabemos, es que (muchas veces) es un error. Solemos conocer la historia de asesinos seriales o grandes criminales a lo largo y ancho de todo el mundo, algunos de ellos de otro siglo incluso, como Jack el Destripador, pero poco sabemos de los ejemplares autóctonos de esa raza de perversiones. Arquímedes Puccio es uno de ellos. Y si bien el apellido puede sonarte, es muy poco probable que estés enterado, al detalle, de todas las aberraciones que ha cometido. Es entonces el director Pablo Trapero (Carancho, Leonera) el encargado de llevar a la pantalla grande la historia de Arquímedes. Y de su familia, a secas, el clan. La historia transcurre entre los años 1982 y 1985 de nuestra historia argentina; años cruciales, de inflexión, de transición entre la más sangrienta dictadura que hemos sufrido y la llegada de Ricardo Alfonsín junto con la democracia que aún hoy disfrutamos. En la localidad de San Isidro vive, con su esposa y sus hijos, Arquímedes Puccio, un contador muy relacionado con el gobierno de facto, ex diplomático, que, con su fachada de vecino anciano completamente inocente, se dedica al secuestro extorsivo de jóvenes empresarios y el consecuente rescate millonario por su liberación. Pero, aunque cobre el dinero, Arquímedes no duda en matar a sus víctimas. A sangre fría, a pesar de no ser él mismo quien gatilla las armas. El patriarca de la familia cuenta con el principal soporte de su hijo Alejandro (Peter Lanzani) a la hora de cometer los secuestros. La sociedad entre los Puccio (si bien son padre e hijo los activos, el resto de la familia oficia como cómplice al guardar absoluto silencio ante las evidencias de gente cautiva en su propia casa) y sus dos ayudantes funciona aceitadísima: eligen una víctima, diseñan el plan, cobran el rescate e, indefectiblemente, asesinan a dicha víctima. Arquímedes engatusa a su hijo constantemente, agradeciéndole su apoyo y premiándolo con grandes sumas de dinero, recalcando que, sin su ayuda, nada sería posible. Cuando Alejandro conoce a una joven y se enamora, decide abrirse del negocio. Un primer intento de secuestro sin él falla, y su padre no duda en hacerle cargar toda la culpa del fracaso. Pero él permanece inamovible en su postura de no participar más. En lo personal, no conocía la historia de los Puccio. Creo que por ese mismo hecho es que la película me enganchó tanto y, para no arruinarles la experiencia, dejaré la sinopsis en ese punto. El Clan es una historia oscura. Arquímedes Puccio es un psicópata, un manipulador. Se muestra siempre frío, tranquilo, como si planear un secuestro fuera lo mismo que planificar si ir primero a la panadería o a la carnicería. Alejandro se muestra más humano, más terrenal, con más contradicciones, y son esas mismas contradicciones las que hacen entrar en crisis al clan. La película hace gala de una excelente edición. Ya sea en el ritmo de sus secuencias o en la alternancia con la que muestran en claro contraste situaciones en paralelo, el montaje lo es todo. No busca efectismos, no busca incomodar: busca transmitir la misma frialdad con la que Puccio actuaba. Y vaya que lo logra con creces, sustentada con una gran musicalización que, lejos de ser un mero acompañamiento, va más allá, jugando al contrapunto, logrando una gran profundidad en cada secuencia. La ambientación temporal es simplemente impecable: sitúa a la película correctamente en los años '80, pero, a la vez, lejos del fluorescente colorido característico de la época; posee más bien un clima de oscuridad que acompaña adecuadamente todo el desarrollo de la acción. Las actuaciones son (a excepción de algunos bolos y dudosas entonaciones de voces en off) impecables. Guillermo Francella está muy lejos de aquel jocoso y bigotudo Guille de Bañeros 2. Y, si bien lo extrañamos y tememos haberlo perdido para siempre, celebramos de todo corazón el enorme crecimiento actoral que tuvo en estos últimos años. Compone con cada palabra, con cada parpadeo, con cada movimiento del músculo más pequeño a un villano dignísimo de temer. Porque Puccio, según se cuenta, era un señor adorable, tranquilo, completamente inocente a simple vista, pero que podía fulminarte e inducirte a un temor insospechado con su mirada. Y Francella lo hace. A la perfección. Literalmente se come la película. Es todo lo que Trapero necesitaba a la hora de contar la historia: se arriesgó al elegirlo. Y ganó. Supo ver en Francella lo que el actor hace tanto viene reclamando y, desde El Secreto de sus Ojos, viene confirmando: tirar miradas pícaras a cámara al grito de "si es una nenaaaa" no es lo único que sabe hacer. Guille sella rotundamente su consagración como un señor actor de drama. Entre nosotros... era obvio, chicos. Hacer reír es mucho más difícil que lo que parece. Aquel que sabe hacer reír está capacitado para generar cualquier otra sensación. Y si Guille sólo tuvo que desprenderse de su bigote para lograrlo, la inversión ha sido ampliamente positiva. VEREDICTO: 9.0 - ¡IMPACTO! La historia de los Puccio es completamente cinematográfica: intrigas, planes oscuros, crueldad y frialdad a la orden del día. Trapero y compañía saben aprovecharla con creces para darnos una gran película. La sala estaba llena. Y, realmente, deseo que en las próximas proyecciones lo siga estando: El Clan es un enorme proyecto que merece que lo acompañemos como espectadores. En Argentina también se pueden hacer películas brillantes. Porque, claro, también tenemos excelentes historias locales que ameritan ser bien contadas.
La nueva película de Pablo Trapero (Elefante Blanco, Carancho) se centra en la familia Puccio, y su historia entre 1982 hasta la fecha en la que fueron arrestados. La cinta comienza con el declive de la dictadura militar originado por el final de la Guerra de Malvinas, situando a Arquímedes Puccio dentro de la famosa “Mano de obra desocupada”, mientras aplica los conocimientos que adquirió durante los años de plomo en la SIDE (Secretaria de Inteligencia Del Estado) para organizar una suerte de PYME familiar que se dedicaba a los secuestros. No hay grandes secretos sobre la trama, siendo que la mayoría de los acontecimientos son de dominio publico, pero la película ahonda en las relaciones familiares, y a su vez, las relaciones de Arquímedes con el poder, y el arropaje de protección que los pasillos de la usina militar le dieron. Si bien Trapero aparenta abandonar la denuncia social que viene teniendo en sus últimos proyectos, de alguna manera están presentes en este nuevo guión, siendo que la mayoría de la gente, ignoraba la relación del patriarca de los Puccio con los militares. La sociedad, en su mayoría, hacia hincapié en el hecho de la familia de clase media que secuestraba a personas dentro de su circulo social, pero desconocía que básicamente lo que hizo este hombre bestial, es privatizar lo que otrora hacía para el estado. La factura técnica de la película es indudable, teniendo tal vez una de las escenas que mas me han impactado en los últimos años en el cine (me encantaría describirla, pero no vale la pena el spoiler). Sinceramente creo que el hecho de no estar tan pendiente de hacer algo tan de denuncia, le permitió a Trapero contar una historia y enfocarse mas en la manera de contarla que en el contenido. En lo personal, no me agradó la banda de sonido en Inglés, creo que se ha desaprovechado la oportunidad de hacer muy familiar y cercana la historia y desentona con la “Argentinidad” que tiene el metraje completo, pero tal vez tenga que ver la distribución internacional de la cinta a cargo de Twenty Century Fox Internacional. En pocas palabras, y sacando la suerte de lavada de cara que le da al resto de la familia, es una gran película, con extraordinarias actuaciones de Francella, Lanzani, Popovich y elenco. Súper recomendable.
El horror de los Puccio "El Clan" nos narra la nefasta historia de los Puccio, una familia "bien" de Buenos Aires que para compensar la falta de trabajo del cabeza de familia, Arquímedes Puccio, puso en marcha un sistema de secuestros extorsivos que, cuando salieron a la luz, conmocionaron al país entero y a su entorno que no sospechaba nada de lo que estaba realmente pasando puertas adentro. En la dirección de esta historia encontramos a Pablo Trapero quien dirigió algunos films muy buenos como "Leonera", "Mundo Grúa" y "Carancho". Personalmente creo que este es uno de sus mejores trabajos, en el que logra transmitir las sensaciones tórridas del caso y desplegar a full sus habilidades de dirección. La historia de por sí tiene su atractivo, sobre todo para la sociedad argentina que vivió el caso de cerca y que venía de la convulsionada década del 70 en la que los secuestros extorsivos eran moneda corriente. De todas maneras no era tarea fácil hacer un film tan duro como este, en el que se debía mostrar la psicopatía de un personaje tan extraño como Arquímedes Puccio y los momentos desesperantes que hizo vivir sus víctimas, y a la vez lograr que la película fuera tan buena y de aceptación masiva como lo terminó siendo. Creo que Trapero es un director experimentado, que sabe cómo crear los climas adecuados en pantalla y sacar lo mejor de los actores. En este sentido los dos protagonistas máximos, Guillermo Francella ("El secreto de sus ojos") y Peter Lanzani ("La Dueña"), hacen un muy buen trabajo, creíble y contundente. Logran transmitir muy bien la locura y la desesperación respectivamente, pero sin exagerar, sin teatralizar demasiado. La combinación de dirección y buena interpretación de a poco nos va involucrando con la historia y terminamos finalmente hipnotizados, al menos la mayoría de los espectadores. Lo más logrado de la película es la relación enfermiza de Alejandro (Alex) y Arquímedes, cómo este último manipula siniestramente a su joven hijo y cómo el hijo cuando se pudre todo se propone arruinar a su padre. Otra cuestión que me gustó mucho fue cómo se manejaron la secuencias de violencia, tanto la física como la verbal. El efecto que genera ver como mezclaban valores cristianos con la delincuencia es algo fuerte. "El Clan" no es una propuesta efectista, por el contrario, nos va llevando al clímax de a poco y naturalmente; esto la hace más sofisticada. Una propuesta para disfrutar de buen cine argentino, que en los últimos años ha crecido muchísimo y el reconocimiento internacional lo está poniendo en evidencia. Muy recomendable.
El Clan que va a dar el gran golpe La nueva película de Pablo Trapero no hace sino confirmar que el realizador se supera filme a filme. Además de un Francella impagable, se luce Peter Lanzani. El cine policial es uno de los géneros de mayor éxito en la filmografía nacional. Acaso por el hecho de que no se necesita un gran presupuesto para contar una historia atrapante o tal vez por la gran cantidad de consumidores de novelas de Raymond Chandler, los mayores éxitos de taquilla pertenecen a películas de este corte. Pablo Trapero, por su parte, es un cineasta que ha recorrido en los últimos 15 años un camino que fue de convertirse en uno de los preferidos de la crítica, con discretos éxitos de taquilla, a uno de los más convocantes a las salas porteñas. Tan sólo Elefante Blanco, su último filme hasta el momento, convocó 150 mil espectadores en un centenar de salas en su fin de semana de estreno y llevó un total de 700 mil almas a los cines locales. Para El Clan, Trapero subió la apuesta y decidió contar una historia más afincada en la realidad, la de los secuestros llevados a cabo por Arquímedes Puccio y su familia durante la década de 1980 que sacudieron al país por su crueldad y sadismo. Para llevar a cabo esta obra, que ya antes de su estreno va camino a convertirse en un clásico del cine argentino, Trapero convocó no ya a Ricardo Darín –protagonista de Elefante... y Carancho- sino a otro actor que sorprendió al público con su faceta dramática: Guillermo Francella. En efecto, Francella no podría haberse convertido en mejor elección para el papel ya que la audiencia no lo tiene identificado en este tipo de papeles –sólo hay dos antecedentes en Vidas Robadas (2008) e Historia de un Trepador (1984)-y por eso resulta sorpresivo apreciar su versión del afamado delincuente. Interiorizado por la riqueza que contenía en su interior un personaje tan controvertido como Arquímedes Puccio, Francella logra sacarle hasta la última gota que las dos horas del filme le permiten. La otra gran sorpresa del filme radica en la presencia de Peter Lanzani, un multifacético actor que está más que dispuesto a dejar atrás el rótulo de "Made in Cris Morena" y que a tan sólo un año de culminar la segunda temporada de Aliados ya protagonizó la obra musical Camila, estrenó recientemente en teatro Equus (que popularizó en la década de 1970 Miguel Ángel Solá y hace poco tiempo atrás Daniel Radcliffe, el actor de las películas de Harry Potter) y ahora se pone en la piel del traumado Alejandro Puccio con una versatilidad asombrosa. Quien subestima a este actor, mejor que vea este filme para redescubrirlo. La trama del filme, brillantemente planificada, retrotrae al espectador a una zigzagueante narración que va y viene entre los primeros cinco años de la década de 1980 que convirtió a los Puccio en un clan dedicado al crimen, muy a pesar de la reticencia de algunos de ellos a participar de los secuestros. Sorprende también la ambientación ya que, si bien la casa donde se filmó la película no es la que originalmente utilizó la familia como vivienda – aguantadero, se han cuidado los looks de los actores, los vehículos utilizados, los decorados e incluso los billetes que utilizan los personajes son pesos de la vieja denominación. Claro que además de estos tres puntos, hay infinidad de causas para ir a ver El Clan pero en el cine lo que importa, o lo que debería importar, es la historia, y este filme presenta una narración impecable sobre un caso que atrapó a la sociedad argentina que no podía creer –y de hecho todavía hay vecinos de los Puccio que no lo creen- que una familia de clase alta se dedicara a un crimen tan aberrante como el secuestro y el asesinato para mantener su nivel de vida. El Clan, en definitiva, es un filme más que recomendable para ver y analizar, en contraposición con los tiempos que corren
La obra maestra de Trapero. Pablo Trapero es, junto a Adrían Caetano, uno de los grandes revolucionarios del cine ríoplatense. Él ha sido un protagonista indiscutible de la evolución del arte dramático de nuestro país, contribuyendo a perfeccionar el modo en que se cuentan nuestras historias más sentidas en la pantalla grande, y El Clan es, para mí, su gran obra maestra a la fecha. Detrás de las mejores cámaras y de la mucho más refinada edición subyace el estilo cinematográfico que supo hacer célebre a Pablo Trapero, quien siempre demuestra que, con muchos o pocos recursos, lo que él sabe hacer es contar historias. El potencial del director ya no es una especulación sino una contundente realidad, y esta quizás sea la pieza de su cinematografía que mejor lo ejemplifica. El Clan es un escalofriante thriller basado en una historia real cuyo ritmo es poco menos que impecable. Y es que, haciendo alusión a lo mencionado anteriormente acerca de la escasez de presupuesto, Trapero ya no necesita apelar casi exclusivamente a la calidad actoral de sus dirigidos, sino que ahora puede invertir en imágenes y en su posterior edición como un modo alternativo de perfeccionar la experiencia. El resultado es soberbio. El Clan no sólo consta de sólida sustancia dramática, sino que también incorpora recursos narrativos variados que dinamizan la adaptación de un muy buen guión. Hay escenas brillantes y para todos los gustos; planos secuencia y planos fijos maravillosos, siempre acompañados por una edición de sonido prácticamente simbiótica. Y por supuesto están Francella y Lanzani, quienes han superado cualquier umbral de expectativas. Esto último es un mérito ya conocido de Trapero, quien suele arrancarle lo mejor a sus actores. No exagero cuando digo que El Clan es una de las mejores películas argentinas que vi en mi vida. Toma una historia real que supera a la ficción y la traduce visualmente con un talento poco usual en la industria. Es un orgullo del cine nacional, sin lugar a dudas.
Familia o Clan: donde las apariencias engañan El Clan es un largometraje escrito y dirigido por Pablo Trapero –autor de Mundo grúa, Leonera, Carancho, Elefante Blanco, entre otras- que narra el caso policial de la familia Puccio, la cual se dedicaba al secuestro extorsivo. La película, ambientada principalmente en la década del ´80, desenmascara lo más íntimo de esta familia, compuesta por Arquímedes (líder de los operativos), su esposa Epifanía y sus hijos Alejandro (el colaborador más activo), Daniel (“Maguila”), Silvia, Guillermo y Adriana. Al tratarse de golpes delictivos complejos (secuestro de personas adineradas y poderosas), la banda operaba con cómplices por fuera del círculo familiar, entre ellos Roberto Díaz. Asimismo, no todos los integrantes de la familia colaboraban con su accionar concreto, sino que algunos lo hacían desde su silencio y complicidad. Comenzaron con los secuestros en los ´70, época en que estaban protegidos por simpatizantes de la dictadura militar. Este caso criminal fue difundido por los medios de comunicación en su momento y despertó el interés del público, así como también el del director, quien tras una larga investigación decidió llevarlo respetuosamente a la pantalla grande. El Clan con un contexto histórico que involucra uno de los periodos más dolorosos de la historia argentina, expone la crueldad de los secuestros y en algunos casos sus asesinatos, concientizando al espectador acerca de dichos acontecimientos, que por mucho tiempo fueron desconocidos por gran parte de la sociedad. Incluso no todos saben que los secuestros extorsivos a gente adinerada ya eran frecuentes previo a la dictadura militar. En consecuencia, se considera valorable el hecho de que Trapero haya decidido filmar esta temática incluyendo imágenes y audios de archivo que nos ambientan en la época. De igual modo operarán la escenografía y la caracterización de los personajes. Un decorado que junto con los planos-secuencia (un estilema recurrente en el cine de Trapero) enfatiza la división entre el mundo de las apariencias y el universo criminal, separando así el adentro del afuera y el arriba del abajo, la familia y las víctimas (apresadas en el hogar Puccio). En una familia donde el padre es también jefe -interpretado de forma muy bien lograda por Guillermo Francella- el orden patriarcal parece difícil de subvertir. Con actitudes manipuladoras, Arquímedes involucra a casi toda su familia en el universo criminal, contra el cual algunos de sus hijos se atreverán a revelarse. La tensión entre ellos puede observarse, por ejemplo, en las escenas en que comparten la mesa familiar, la cual es, según Ricardo Manetti, un elemento enriquecedor para analizar gran parte de la historia del cine nacional y sus contextos. Es impactante ver cómo este matrimonio sumergió a sus hijos desde temprana edad a convivir con el crimen, tal es así que parecen haberlo naturalizado. Los silencios y gestos cómplices de Epifanía (Lili Popovich) serán claves para comprenderlo.
El Clan, crímenes y taquilla La última película de Pablo Trapero (Mundo Grúa, Carancho, Leonera, Elefante Blanco) se basa en un caso real, los crímenes y asesinatos protagonizados por la familia Puccio en años 80. Ficción y realidad conquistan la taquilla. La publicidad de la última película de Pablo Trapero, El Clan, lleva el slogan "la realidad supera la ficción". En este caso la película hace posible una inmersión en un caso policial famoso de comienzos de los años `80. Detrás de una típica familia de San Isidro, dueña de un local comercial y con hijos que juegan al rugby, se oculta una banda criminal dedicada al secuestro y asesinato. El objetivo es económico, la búsqueda de recompensas millonarias por parte de las adineradas familias de las víctimas. La acción familiar está a tono con el contexto social. Afuera de la casa de los Puccio, transcurren los últimos meses de la dictadura genocida, responsable de secuestros masivos, desapariciones y asesinatos. Crímenes privados y estatales comparten métodos y entrelazan colaboraciones. ¿Cómo plantear una historia en la que los espectadores conocen su desarrollo y su final? Más allá de quienes no fueron contemporáneos, decenas de notas periodísticas y programas de investigación abordaron estos hechos, entonces ¿Cómo contar una historia que mantenga el suspenso, que atraiga toda la atención? La ficción de Trapero desarrolla la trama a través de la construcción de los personajes. La narración emerge y crece a través de los distintos movimientos al interior de la familia. El suspenso pasa por descubrir hasta dónde llegará cada uno, cuáles serán sus grados de cinismo y complicidad. Una mesa servida, el mantel de tela, la clásica discusión entre hermanos, la comida de mamá. Un padre que prende la tele, reza en la mesa, da las indicaciones para todos, barre la vereda, saluda a los vecinos. Una familia normal. Un hombre es llevado en el baúl del auto, encierro, ojos vendados, llamadas extorsivas, disparos, millones de dólares. Es esta misma familia normal. Esta doble realidad de los Puccio es la que moldea la construcción de los personajes de El Clan. Arquímides y Alejandro son los principales protagonistas, y el clan se completa con Epifanía, la esposa y sus otros cuatro hijos: Guillermo, Maguila, Silvia y Adriana. Todos son parte de un mecanismo de encubrimiento y barbarie. Conscientes, cómplices o confundidos, sólo un hijo logra huír del mandato paterno. Guillermo Francella se destaca en la interpretación de Arquímedes Puccio, el padre de El clan, el patriarca que dirige el negocio familiar. El personaje está omnipresente para imponer su orientación. Conquista cómplices y logra obediencia perfecta. Tiene lazos con integrantes del gobierno militar y sus bandas afines. Las miradas, los detalles y comentarios dirigidos a cada uno de los integrantes de la familia aportan siempre al mismo fin, "el clan unido como pantalla del horror". En la trayectoria del famoso actor encontramos distintos "padres de familia", esta interpretación contrasta con todas las anteriores que lo tuvieron como protagonista de tiras cómicas y livianas. Como ya había sucedido en El secreto de sus ojos, en esta ocasión, se puede destacar en otro tipo de papel que valoriza su trabajo como actor. Peter Lanzani interpreta a Alejandro, el hijo de Arquímides, un personaje complejo, un cómplice con sentimiento de culpa que participa en las operaciones con su padre. El desarrollo de esta relación padre-hijo es un eje central de la película. El actor, conocido por sus papeles en programas para adolescentes, logra una buena interpretación del joven campeón de rugby que esconde una vida de crímenes familiares. El trailer de difusión de la película presenta una escena central que retrata a la familia. Arquímides Puccio, abraza a su esposa y toma una bandeja con comida recién hecha. Está en pijama y camina por su casa seguido por un gran travelling. Le habla a sus hijos, organiza la vida y camina con la bandeja. Como si todos o nadie supieran hacia donde se dirige, sube las escaleras hasta abrir la puerta de una oscura habitación en donde un joven secuestrado intenta gritar o pedir ayuda. Rodeado del calor familiar, un joven espera su muerte. Travellings y acciones paralelas son recursos utilizados en la estructura narrativa. Más allá de las valoraciones técnicas, en algunos momentos los montajes alternados se vuelven reiterativos o forzados. La ambientación de época, está muy bien lograda, sin olvidar que cuenta con un presupuesto millonario. La inversión en éste área, junto a la elección de actores famosos, y un amplio despliegue de publicidad son los factores en donde se asienta este nuevo éxito de taquilla. Otro recurso que busca la empatía del público es la utilización de música de época, en este sentido se tiende a una reiteración de videoclips que no aportan al conjunto de la película. Al igual que en Relatos Salvajes, muchos secretos detrás del éxito se pueden medir al contado y por millones. Su estreno en 267 pantallas instala esta historia en todos los rincones del país y contrasta con los estrenos de cine independiente a los que se destinan tan sólo 1 o 2 pantallas por película. La utilización de archivo televisivo aporta al contexto temporal. Trapero retrata el final de la dictadura en la historia de esta familia. Los criminales de estado caen y poco después cae en desgracia el Clan Puccio. Las imágenes de archivo de la democracia coinciden con la caída del clan. Como toda película es siempre un recorte, si ampliamos la mirada histórica, el caso Puccio es también un ejemplo de lazos entre crimen y estado, que hasta el día de hoy persisten. Las denuncias de las redes de trata, narcotráfico y múltiples crímenes que actúan con complicidad de fuerzas policiales, intendentes, funcionarios y sectores de la justicia están presentes en las noticias de estos días para recordarlo.