El cisne

Crítica de Matías Gelpi - Fancinema

CONFUSIONES Y UNA ALEGORÍA

Hay una idea pedagógica bastante popular acerca de cómo los ambientes duros y un poco hostiles forman el carácter. Esta piedra angular del pensamiento educativo de los conductores de camionetas y diversos defensores de la colimba, esconde alguna certeza más o menos útil: nosotros los millennials urbanos, criados entre algodones, no estamos bien preparados para algunas verdades de la vida que en el ambiente rural nos explotarían en la cara, como por ejemplo tener que matar un animal que criaste y con el que tenés un vínculo para luego cometerlo.

Algo así piensan los padres de la niña protagonista de El cisne que, por un acto vandálico menor, es enviada a la granja de unos tíos a trabajar a modo de castigo. A todo esto, al principio la pedagogía de la crudeza funciona, la niña aprende las bondades del trabajo manual y el contacto directo con la naturaleza. Es que la tareas simples, duras y gratificantes no son el problema, el problema son las berretas complejidades humanas.

La película de Ása Helga Hjörleifsdóttir se empeña en exponer el subsuelo de la en apariencia simple pareja rural que alberga a nuestra protagonista. Una pareja disfuncional, con una hija disfuncional y con un empleado cama adentro disfuncional. Su principal acierto es sostener hasta el final el punto de vista de la niña, que navega entre la frustración y la confusión. El cisne muestra bien el pasaje entre el mundo infantil simple y autentico y el mundo adulto contradictorio solapado e infeliz.

Y en esta última idea creo que también radican los problemas de la película: la directora idealiza la infancia hasta el hartazgo y no encuentra posibilidad alguna de redención para la adultez; piensa ambas categorías como antagónicas no necesariamente complementarias; ninguno de los arcos argumentales de los personajes cuestionan este preconcepto. Los cuatro personajes adultos están todo el tiempo regodeándose en su cinismo, desesperanza y pose Emo, mientras nuestra protagonista presencia un montón de cosas que no sabe qué significan y su única liberación es la alegoría medio extraña acerca de un cisne mítico que supuestamente anda por ahí. Lo cual nos lleva al otro problema de El cisne: su vocación poética artificial. Esa necesidad ridícula que tienen algunos artistas de poner una voz en off que nos lea un texto grave y las imágenes de territorios áridos hermosos y vacios, una impostura que agrede la inteligencia y no le suma más que belleza vacua a una narración incompleta.

Ya estamos grandes y sabemos que la belleza es bella pero no significa nada más que eso, no hace falta forzar interpretaciones para subrayar la importancia de lo que se está diciendo, o para tapar que no se está diciendo nada. Quizás la verdad de El cisne no sea tan categórica como lo anterior, pero por ahí andan las razones de por qué no llega a ser un film óptimo.