El bosque de Karadima

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Abuso de confianza

El filme busca el escándalo más que ahondar en el contenido del abuso de un cura a menores.

El protagonista cuyo apellido está en el título de esta película chilena es un cura que entre las décadas de los ’80 y ’90 tanto acercó jóvenes con vocación de servicio a su parroquia como abusó de ellos.

Hombre observador y a la vez manipulador, se aprovechó de la nobleza de los niños y jóvenes, se diría que para provecho de la Iglesia y del suyo propio.

El coprotagonista es Thomas (Benjamín Vicuña cuando es adulto), quien vive atormentado por lo que le sucedió, y estaría dispuesto, aunque tardíamente, a denunciarlo.

Pero El bosque de Karadima no es un filme de denuncia: no precisamente hace centro en la acusación.

El director Matías Lira opta por el drama de Thomas, las casi increíbles -si no fueran ciertas- decisiones que toman los personajes y la inteligencia del cura para embrollar a Thomas, hacerlo sentir culpable y, de nuevo, sacar ventaja de las dudas del joven.

A la manera de El crimen del padre Amaro, con Gael García Bernal, El bosque... busca ante todo el escándalo. Las escenas de masturbación, felación y violación que le practican a -y en algunos casos, practica- Thomas seguramente es de lo que los chilenos hablaron al salir del cine, más que del contenido del filme.

Hay, claro está, una crítica al comportamiento de la institución eclesiástica que encubre al párroco que se sabe poderoso entre los suyos y se siente, sin comillas, intocable.

Pero hay mucho de caricatura en la presentación de Karadima, de la madre de Thomas y de Amparito, su novia, y así se desanda el metraje sin mayor interés que el de saber si finalmente hará o no la denuncia pertinente.

Como dijimos, el filme se basa en un hecho real, que conmovió a la comunidad chilena, que por lo tanto conoce qué sucedió. De este lado de la cordillera, no tanto, y es más lo que resta interés la manera en que se encauza, se orienta, el relato que el tema en sí mismo.

Vicuña luce menos creíble que en otras ocasiones -en La celebración, en teatro, tenía mayores oportunidades de lucimiento en un rol también muy dramático-, y Luis Gnecco logra con buenas armas hacerle sentir al espectador, tras esos primeros momentos caricaturescos, que ese monstruo imprevisible que interpreta puede ser real y acechar en cualquier momento.