El Ártico

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Sobreviviendo

Mads Mikkelsen protagoniza esta película como un hombre que queda aislado en medio de la nieve.

Son casi un género en sí mismas las películas sobre supervivencia. Sus protagonistas, por lo general, solos, deben soportar el aislamiento o el desamparo, y valer de sus propios medios par no desfallecer.

Recordemos Enterrado (con Ryan Reynolds), 127 horas (James Franco) o All Is Lost (Robert Redford). Convengamos que aquello de que no es bueno que el hombre esté solo, en este tipo de películas en las que de sobrevivir se trata, tiene otra interpretación.

Más dura.

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Overgard (Mads Mikkelsen) no la pasa muy bien que digamos en casi ningún momento de El Ártico. Tripulaba una nave que se estrella allí, y está solo. Resiste las condiciones climáticas, el hambre y el ataque de un oso como puede. Pero el hombre se ha armado una rutina. No sólo para no aburrirse. Ni porque el hombre es un animal de costumbre.

Hizo un SOS enorme en el suelo, esperando que algún avión pase por allí en tren de rescatarlo. Se fija que los hilos de pesca en un agujerito sin fin estén bien, para intentar alimentarse. Cada tanto se acerca a la tumba con piedras que le hizo a un compañero. Y, perseverante, trata de encender una baliza para, por si alguien pasa, lo vea.

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Y sí. Alguien pasa, pero por una tormenta de nieve, el helicóptero se estrella. Y no es que no sólo no lo salvan sino que se debe hacer cargo, no ya del piloto, que fallece, sino de una mujer que lo acompañaba.

El Ártico es una película de One man show, porque cuando Overgard decida emprender un viaje hacia algún lugar llevando a la herida a cuestas, todo le costará el doble.

Y la cámara del brasileño Joe Penna (es su opera prima) descansa, es una manera de decir, en Mikkelsen.

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El actor que fue el malvado de Casino Royale y el querible (va en gustos) Hannibal Lecter en la serie de TV, soporta todo el peso del filme. Porque está siempre en ángulo de cámara, porque la atención siempre recae en él, y porque es un intérprete talentoso, que es capaz de hacer un mínimo gesto de dolor y causarnos esa misma sensación desde nuestra platea más cómoda.