El árbol de peras silvestre

Crítica de Karina Botello - Las 1001 Películas

El árbol de una vida.

La esperada película turca de Nuri Bilge Ceylan El árbol de peras silvestres, requerirá de tres largas horas de nuestra vida para atender a la del renegado e introvertido Sinan (Dogu Demirkol), un joven escritor quien, al regresar a su pueblo luego de estudiar en la universidad, busca patrocinar la publicación de su primera novela. En medio de esa ardua búsqueda se encontrará con lo que creyó viejo y lejano pero que siempre lo acompañó y, sobre todo, lo que entonces no podía y ahora ve pero le cuesta aceptar.

El filme plantea la metáfora del árbol en la trayectoria de un aprender/desaprender, de desilusiones y atravesar inviernos crudos para madurar y dar el fruto más dulce de la escritura. Ya desde la imagen del árbol en el afiche de la película se juega con la idea de cuánto de las ramas en realidad son raíces, y abre la curiosidad sobre ese árbol solitario y deforme encarnado por Sinan, que parece seco como el pozo de agua en el que tanto se esmera y hasta empecina su padre Idris, brillantemente interpretado por Murat Cemcir. La figura del padre es un signo de interrogación para los espectadores: por un lado vemos que es un maestro frustrado —es muy interesante seguir en paralelo el drama de las profesiones en el mundo turco, la escasa posibilidad laboral y la resignación a pertenecer al ejército o la policía— pero que a la vez arruina a la familia con las apuestas. En un momento, Sinan intenta imitar aquella docencia casi como para redimir a Idris, entre el desprecio, la pena y el amor.

Sinan, personaje que parece tener siempre una comprensión más acabada que el resto del elenco sobre lo que transcurre, se posiciona casi como un extranjero y a veces un etnógrafo de la cultura turca. Esto no es menor si pensamos que la locación elegida por Ceylan es una de las costas donde se encuentran Asia y Europa. Aquel entendimiento que parece habérselo dado a Sinan el irse de su lugar natal y cuestionarlo desde las enseñanzas académicas —de lo cual reniega también— será matizado por el afecto, las pasiones y la sensibilidad que despierta el paisaje y los habitantes entrañables de su terruño: la verdadera sabia del árbol que va desplegando la narrativa.

Estéticamente preciosa, esta película apuesta por los planos y composiciones campestres donde la fotografía es magistral. Se muestra el pueblo y los rostros de forma bella y amorosa, fuera de la típica imagen agreste y hostil de Turquía, pero también en los viajes a la ciudad de Çanakkale para rendir como docente, para encontrarse con otro escritor, el canal que atraviesa la ciudad parece una especie de París. Así, entre la Gran Literatura, los best-sellers y la escritura mínima, Sinan encontrará su modo de expresarse.

Algunos cuadros de la película, de todas maneras, resultan un poco saturados de metáforas, señaladas al espectador como con una flecha gigante, obvias. Y tampoco colabora la utilización del mismo segmento musical —violines— en toda secuencia reflexiva; a veces es realmente insoportable. Se generan diálogos efectivamente de gran profundidad, pero también es fácil perderse por el ritmo del idioma y el intento de hacer de todo una cuestión filosófica o teológica…lo cual quizás resulta innecesario y/o sobreentendido.

De este modo, llamará la atención el contrapunto que se da entre la tradición y lirismo de la escritura, y el avance de la tecnología sobre el contexto rural y casi atemporal donde transcurre la acción: una moto o un mensaje de texto que llega para romper la atmósfera nostálgica de un joven que no busca escribir la gloria ni la decadencia de su pueblo, sino la intimidad y maduración de su mirada sobre ese mismo lugar.