El amor menos pensado

Crítica de Jessica Johanna - Visión del cine

La película dirigida y escrita por Juan Vera reúne a Mercedes Morán y Ricardo Darín para narrar la historia de un matrimonio que decide separarse tras veinticinco años juntos.
El amor menos pensado comienza con su protagonista (Ricardo Darín) rompiendo la cuarta pared en la Biblioteca Mariano Moreno. Hablando de Moby Dick y de esa necesidad de lanzarse al mar que, en algún momento, a todos nos llega. Allí, la película promete aprovechar un recurso que no siempre funciona pero que no deja de ser válido. Y sin embargo eso no sucede. Hay alguna incursión algo caprichosa de su contraparte (Mercedes Morán) hablándole también a la cámara en cierto momento, pero sólo una vez y parecería de manera azarosa. En lugar de imprimirle un aire documental o de permitir un mayor acercamiento a los personajes, la ruptura de la cuarta pared acá simplemente sobra, hace ruido, molesta.

“Para escribir hay que ir a los bifes. Para vivir también”, enseña en sus clases el personaje de Ricardo Darín. A la larga lo mismo que enseña Hebe Uhart a través de Liliana Villanueva: “Todo lo que sirve para la literatura, sirve también para la vida”. No obstante, más allá de algunas referencias literarias no hay un gran aprovechamiento de la literatura como metáfora, algo que parece insinuarse cuando el film empieza. Así, la película termina desaprovechando casi todo aquello de lo que utiliza como procedimiento o tema.

Marcos y Ana son un matrimonio que ya llevan veinticinco años de casados. Entre ellos existe cierta complicidad que les permite reírse juntos y poder hablar de una amplia gama de cuestiones. Sin embargo cuando su hijo viaja a estudiar al exterior y el nido queda vacío, se reencuentran solos y se dan cuenta de que entre ellos hay de todo pero no hay amor. ¿Es ésa una razón válida para separarse? Y de repente, sin una aparente razón para sus círculos de amistades, deciden intentar seguir cada uno por su lado.

Pasa un buen rato hasta que sucede aquello que ya sabemos que vinimos a ver: la separación. Y a partir de ese momento, Juan Vera sigue a sus personajes probando e intentando nuevas relaciones. Hay algo interesante en el tema de volver al ruedo después de cierta edad, de los mecanismos para la conquista, de cómo se empieza una nueva relación en esta etapa. Allí, Vera consigue resultados desparejos y, sin dudas, funciona mejor cuando se pone un poco más serio. Esto se puede ver con dos ejemplos en medio del desfile de participaciones especiales: la de Juan Minujín resulta ridícula y no aporta demasiado y Andrea Pietra aparece para darle un poco más de entidad a la trama con una mujer que llegó a la adultez siempre sabiendo qué quería.

La película se va sucediendo, el tiempo va pasando, ellos se van reencontrando en el medio, entre incipientes relaciones y nuevas separaciones. Alrededor de ellos sucede un poco lo mismo con una pareja amiga y allí Vera introduce el tema de la infidelidad.

La cuestión de la duración de la película no es un tema menor. Porque las más de dos horas y cuarto que dura comienzan a sentirse y mucho, sobre todo en el último tercio cuando amenaza varias veces con terminar antes de hacerlo finalmente. Es probable que la razón principal se deba a que Vera quiere abarcar demasiados temas en su película y no sabe hacerlo de manera concisa y redonda. Quiere abarcar casi todos los tipos de relaciones (heterosexuales) posibles, si no lo hace a través de sus personajes, lo intenta a través de los secundarios, incluido el hijo de sus protagonistas. Pero no sólo de amor y relaciones se vive, sino que también se hacen pinceladas sobre el paso del tiempo (divertida escena de reunión entre ex compañeros), los roles padres e hijos (linda y amable participación de Norman Briski), y la necesidad de volar y también la de no cortar alas (la historia con el hijo y un proyecto que no es el que ellos tenían pensado para él).

Algo que no se puede negar es la química que existe entre ambos protagonistas (y que también suele verse con el resto de los actores secundarios). Entre Morán y Darín se siente esa idea de complicidad que pretenden retratar con sólo verlos juntos, conversando, comiendo empanadas o bailando después de unas copas de vino.