El acto en cuestión

Crítica de Julieta Bilik - EscribiendoCine

La oveja negra del cine original

El acto en cuestión (1993) podría definirse como la película argentina menos argentina de los años 90. Única, indescifrable y frenética, no se parece a ninguna otra del período ni se inscribe en ninguna tradición nacional. Es una especie de “oveja negra” que, filmada en 1993 en Italia, Bélgica, Holanda, Francia e Israel nunca, hasta ahora, había sido proyectada en el país. Alejandro Agresti, un exiliado cultural en Holanda al momento del rodaje, es el director de la pieza. Entonces era un joven cineasta de 32 años que solo había filmado tres películas y por cuya ópera prima, El amor es una mujer gorda (1987), había obtenido el premio al mejor director novel en el Festival de San Sebastián. Una promesa.

Y parte de esas expectativas sobre el director se ven reflejadas en una película vitalizante, joven y arrolladora que recupera el espíritu de la literatura fantástica, el arrabal y lo más conventillesco del ser porteño. Un cine con personajes de variedades, nutrido de ilusiones -tanto en su puesta en escena como en el contenido de su trama- y que pretende el entretenimiento.

La versión que se estrena, remasterizada por iniciativa de la revista especializada Haciendo Cine, ofrece, veinte años después de su aparición en el mundo, una relectura lúdica de aquella película mitad maldita/mitad de culto cuyo tema central es la desaparición. Hoy, con la herida un poco más sanada, el público argentino puede aproximarse al tema sin la sensibilidad ni los reduccionismo de otros tiempos.

El acto en cuestión es “una bomba”, según la define el director argentino Daniel Burman. Una película abrumadora por su ritmo, desopilante por su historia, irremediablemente atractiva por su manera de estar filmada. Una cámara inquieta -que el propio Agresti operó-, en un registro grotesco que muy bien sabe llevar el elenco elegido. Inolvidables, Carlos Roffe -como el porteño devenido mago Miguel Quiroga, “el hombre con pajaritos en la cabeza”-, la extraordinaria Mirta Busnelli en un registro que le queda como anillo al dedo y Lorenzo Quinteros, como el fabricante de muñecas, en un rol que oscila entre narración y comentario.

Con una estructura delirante, espiralada y caótica, El acto en cuestión pone en desequilibrio al espectador. ¿Cómo pensar en los desaparecidos de una manera no política? ¿Cómo alivianar un término asociado a tanta violencia y muerte? ¿Por qué abordarlo desde su costado fantástico? Y más allá del desconcierto, la pregunta latente: La película de Agresti, ¿de verdad piensa en los desaparecidos? Más que como reflexión histórica o denuncia, toma el tema como quien rescata de cierta atmósfera lo que sobrevuela, lo que anda por ahí. Así, Agresti se apropia de la desaparición -que en la Argentina siempre remitirá a los desaparecidos por la última dictadura cívico militar- pero desde otra perspectiva que, aunque no se pretenda política, siempre lo será.