El acto en cuestión

Crítica de Emilio A. Bellon - Rosario 12

Cómo atrapar las huellas del pasado

El film fue recibido con entusiasmo en Cannes, en 1993, pero llegó recién al público argentino después del fervor que despertó en el último Bafici. Este relato de pasión libresca tiene una estructura de cuento tradicional.

Si bien fue presentada en el Festival de Cannes en el 93, en la sección Una cierta mirada logrando aplausos por gran parte de la crítica, junto a films de Agnes Varda, Pilar Miró, Tony Gatlif, Francesca Archiburgi, entre otros, El acto en cuestión debió esperar más de veinte años para estrenarse en nuestro país. Y fue a raíz del admirable recibimiento que mereció en la última edición del Bafici de este año que, finalmente, la podemos conocer hoy.

Tan errático y viajero incansable como el personaje de este film, un tal Miguel Quiroga del barrio de San Cristóbal, Alejandro Agresti se mueve entre las ciudades de Holanda y Los Angeles, como asimismo su espacio natal, Buenos Aires. Y El acto en cuestión, si bien es un film que destila el perfume del porteñismo, con ecos de la obra de Roberto Arlt y Raúl González Tuñón y con alusiones a motivos de la obra de Borges y Bioy Casares, no fue filmada en momento alguno en esta mítica ciudad.

Esta suerte de construcción de un espacio ilusorio apunta a otros lugares de rodaje, tales como Praga y Budapest, Munich y Bologna, París, Karlovy Vary, Sofía, Ghent y algunas más. Y sin embargo, desde sus más reconocibles motivos, asoma una Buenos Aires con música de tango y milongas, del mismo Spinetta y desde un lunfardo que se derrama desde la boca de sus personajes. Igualmente, en este caleidoscopio de figuras cambiantes, que se mueven al son del deseo de su protagonista, desde una voz en off que lo va modelando conforme su oficio artesanal, El acto en cuestión nos lleva a los mismos orígenes del cine, a esa ensoñación que nos viene acompañando desde ese primer día en el que ingresamos a una sala.

Historia de una pasión libresca, que captura fechas de ediciones desde el olfato, el enigmático personaje de Miguel Quiroga, interpretado por el recordado Carlos Roffé (Pobre mariposa de Raúl De la Torre, El impostor de Alejandro Maci, otros films del mismo Agresti y tantos más), se nos presenta como un pícaro que se lanza, tarde tras tarde, a visitar librerías de segunda mano. Y ya en el interior, dando rienda suelta a su estratégica picardía, pone en acto su pasión por robar. Sí, robar esos ejemplares que lo llevan a burlar la mirada del librero, a salir de ese santuario y perderse por las calles.

En un ángulo de un barrio de San Cristóbal, Miguel Quiroga habita con su vociferante mujer, de nombre (con la letra equívoca) Azusena, un destartalado cuarto en uno de los pisos de esa pensión, en la que los libros pueblan cada uno de los rincones. Una pensión que nos es transfigurada como una casa de muñecas y que nos lleva a recordar, por ese corte vertical con que se nos muestra, a esa gran casona en la que se mueve, ordenado por miles de mujeres, el personaje que interpretaba Jerry Lewis en el film de principios de los sesenta, El terror de las chicas.

Desbordante de una feliz cinefilia, El acto en cuestión es una obra de una hipnótica megalomanía, como la que pasará a experimentar su personaje a partir del momento en que ponga en acto lo que ese libro ahora, esa tarde, le comienza a proponer, desde su título: Magia y Ocultismo. Por un crescendo de ciegas ambiciones, Miguel Quiroga abrirá desde su propia escena un espacio para apostar a su más auténtica y creativa originalidad, debiendo para ello, en un primer instante, deshacerse del mismo texto, controlar que el mismo no esté en librería alguna, anular toda huella fundacional. Y es aquí, donde desde una ironía manifiesta, y siempre desde la voz de quien lo narra, como si de un marionetista se tratara, asoma este acto en cuestión de que lo que somos hoy tiene que ver con todo aquello que nos ha precedido.

Así, sobre este planteo conceptual, Alejandro Agresti nos ofrece una de las obras más audaces y creativas de la historia de nuestro cine, en la que, tras los pasos de los artistas circenses y tantos personajes funambulescos asoman los trazos de la memoria misma del cine. Narrada desde un blanco y negro que nos lleva a evocar ese clima onírico que nos sorprende insomnes, "El acto en cuestión" rinde homenaje al cine de los años veinte (tiempo después, se estrenará esa gloriosa apuesta que es "El artista"), se interna por los callejones del cine negro y se redescubre continuamente en los toques de la comedia.

Pero, igualmente, desde su gran capacidad metafórica, esta atípica obra de nuestra cinematografía, desde el devenir de su personaje, desde sus propias acciones, engaños y ardides, alude a los comportamientos de los sistemas totalitarios desde una línea que va desde los tiempos del fascismo europeo hasta la Argentina de los años de la dictadura. Desde ese instalado truco en su personaje, engreído y autosuficiente, que encadena a los otros a su despótica voluntad, la palabra "Desaparecido" quiebra toda aparente calma.

En su alternancia de tonos, El acto en cuestión asoma desde la voz del narrador, Rogelio, (en la figura de un destacado Lorenzo Quinteros), como una gran novela modelada a la luz de los cuentos tradicionales, con cierto aire de leyenda y de libro de memorias. Un film que se eleva por encima de historias repetidas, que se levanta por encima de los techos bajos y que proyecta su omnipresente figura desde su frágil condición mortal. Una obra fraguada y creada en los talleres de un alquimista, de un constructor de catedrales, de un desafiante creador.