El acto en cuestión

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Una obra inspirada y avasallante

Hubo que esperar más de veinte años para que esta gran película de Alejandro Agresti se estrene comercialmente. Radicado durante años en Holanda, Agresti forjó una filmografía vasta e irregular que hasta incluye una estación en Hollywood, con Keanu Reeves y Sandra Bullock como protagonistas (La casa del lago, de 2006). Son muchos los cinéfilos que todavía recuerdan aquel revelador ciclo organizado por la Sala Lugones en 1996, armado en base a sus notables primeros largos argentinos y un puñado de los que filmó en Europa. Todavía no había irrumpido aquella ola renovadora que luego se conocería como "Nuevo Cine Argentino" (Pizza, birra, faso es de 1998) y el cine de Agresti lucía moderno, atrevido, distinto. El acto en cuestión es parte de ese cuerpo de obra rupturista y anticipatorio, es también una de las mejores películas de Agresti y probablemente de lo más inspirado que produjo el cine argentino en su rica historia.

Su protagonista es Miguel Quiroga (notable trabajo de Carlos Roffé, fallecido en 2005), un bicho bien porteño, ladronzuelo de libros que puede determinar el año de cada edición apelando apenas al olfato. Vive en una modesta y pobladísima pensión con una mujer con la que se lleva a las patadas (Mirta Busnelli) y parece condenado al oprobio sentimental y económico. Pero de pronto descubre en un ignoto libro de ocultismo una fórmula para hacer desaparecer objetos, primero, y personas, después. Su primera reacción es buscar trabajo en un circo, pero de allí, gracias a la astucia del ambicioso dueño del lugar, salta a una vida fenomenal, se vuelve rico, famoso y admirado, emprende exitosas giras por Europa y conquista bellas mujeres hasta que el fracaso y la paranoia reaparecen fatalmente en su vida.

Todo ese periplo es narrado por la omnipresente voz en off de un fabricante artesanal de muñecas (Lorenzo Quinteros) que el destino unirá con el fantástico protagonista de la historia. A lo largo de un relato de ritmo sostenido y cargado de humor, Agresti pone en juego decenas de referencias claves para su formación intelectual (Arlt, Borges, Bioy Casares, Spinetta, el tango, Lacan, Tolstoi), ataca al machismo, se burla de Hitler, alude lateralmente al peronismo y, sustancialmente, edifica una poderosa alegoría sobre el siniestro programa de secuestro y desaparición de personas en la última dictadura argentina equilibrando a la perfección acidez con melancolía. Todo apoyado por una pregnante banda sonora del japonés Toshio Nakagawa y un trabajo de puesta en escena prodigioso que respira identidad porteña a pesar de no tener un solo plano rodado en Buenos Aires, y que remite tanto a Georges Meliès como a Orson Welles. Una película avasallante, inolvidable.