Dunkerque

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

La nueva película del director de “El caballero de la noche” e “Interestelar” se centra en uno de los rescates más dramáticos de la Segunda Guerra Mundial. Dividiendo su relato en tres escenarios (Tierra, Mar y Aire), Nolan arma una compleja estructura temporal para acercarse de una manera visualmente impactante a un hecho histórico pocas veces retratado en el cine.

La carrera de Christopher Nolan estuvo siempre atravesada por dos fuertes constantes: una innegable maestría para la composición visual y un apego a estructuras narrativas entre complejas e ingeniosas. Muchas veces, esos dos ejes han chocado entre sí, creando una especie de contradicción. Se trata de un cineasta capaz de poner en escena imágenes potentes y exquisitas pero a la vez es alguien que siempre las pone al servicio –las ata– a estructuras tan intrincadas que obligan al espectador a pasar más tiempo pensando en cómo todo se conecta con todo que en apreciar lo puramente cinematográfico que tienen sus películas.

Esa constante, en mi opinión, hace eclosión en películas como INCEPTION e INTERESTELAR, dos relatos visualmente potentes pero de estructuras narrativas tan rebuscadas (y solemnes) que a los personajes no les queda otra que explicarse entre sí (bah, a la audiencia) qué es lo que están haciendo y porqué. MEMENTO y THE PRESTIGE también tenían guiones armados en base a complejos juegos de tiempos y de memoria pero se los sentía más orgánicos a los temas de esos filmes. En los más recientes se siente como algo impostado, ajeno, innecesario, especialmente tomando en cuenta que son películas que apuntan hacia la respuesta emocional del espectador. Aparece una especie de combate interno, digamos, entre su parte más clínica y gélida (más Kubrick) y otra que podríamos definir como más cercana al cine de ciencia ficción de Steven Spielberg o Robert Zemeckis. Lamentablemente a Nolan esas influencias se le anulan entre sí.

Las películas de la trilogía de EL CABALLERO DE LA NOCHE son más simples en sus estructuras y su peor pecado –solo redimido en la segunda parte por la actuación descontrolada de Heath Ledger– es su extremo grado de seriedad, su “oscura impostura”, no llegar a entender que el cine de superhéroes puede ser también ligero y divertido. Pero pertenecen a un linaje diferente, más atado a un formato de tanque de taquilla al cual Nolan pudo darle un par de pinceladas propias. Se suele pensar que el “culpable” de los guiones de compleja relojería de su cine es su hermano Jonathan (la serie WESTWORLD podría probar esa tesis), pero películas como INCEPTION fueron escritas solo por Christopher. Así que tampoco es tan líneal el asunto.

Esta larga introducción es para entender cómo enfrentarse a DUNKERQUE, una película que tiene varias diferencias y algunas similitudes con la anterior obra del británico. Por un lado, es la primera que se centra en un caso real, por lo que hay límites respecto a lo que se puede “inventar” o ficcionalizar, ya que los hechos históricos (que no vamos a revelar en su totalidad porque aquí al menos no todo el mundo sabe qué sucedió ni cómo) son fácilmente chequeables en Wikipedia. Tampoco aparece Jonathan en el guión, lo cual acaso sea el secreto del éxito del filme. No por su falta de una estructura narrativa/temporal compleja –que la tiene– sino por la manera cinematográfica y no expositiva en la que se presenta.

DUNKERQUE se centra en un grupo de 400 mil soldados británicos que fueron corridos por los nazis en la Segunda Guerra Mundial hacia la costa del norte de Francia. Ellos debían esperar allí ser rescatados por los suyos (solo ubicados a unos pocos kilómetros cruzando el canal) en una operación sumamente riesgosa por lo descampado del terreno –una playa abierta– y los ataques de aviones enemigos que podían impedir fácilmente que los barcos de rescate pudieran llegar y salir de allí, además de otros problemas estratégicos que se irán revelando con el correr de los minutos.

Nolan divide la historia en tres escenarios (Tierra, Mar y Aire), pero lo que es más llamativo –y clásicamente “nolaniano”– es que cada escenario tiene un tiempo narrativo distinto, que no se corresponde al de los otros dos. En la playa, la narración ocupa una semana, y se centra especialmente en tres soldados (uno de ellos, el ex One Direction Harry Styles, en un muy sólido debut actoral) que intentan encontrar la forma de subirse a algún barco y escapar de allí como sea. En el mar, el eje es un barco privado, que lleva a tres personas (padre –Mark Rylance–, hijo y amigo de su hijo) hacia Dunkerque a rescatar soldados. Esa parte del filme cubre un día. Por último, el Aire: allí vemos más que nada a dos pilotos de la RAF (uno de ellos es Tom Hardy, otra vez hablando a través de una especie de bozal como en la tercera película de Batman) persiguiendo y siendo perseguidos por aviones de la Luftwaffe nazi mientras tratan de proteger a los soldados que están varados en la playa y a los barcos que se acercan a rescatarlos. El segmento “Aire” se expande a lo largo de una hora.

Esto genera una estructura mucho más compleja de lo que aparenta, ya que el montaje si bien parece paralelo en realidad no lo es, ya que por más que la historia pase continuamente de un escenario a otro, durante buena parte del relato los momentos narrativos no se corresponden entre sí. Este sistema, que vuelve a probar el gusto por las construcciones temporales intrincadas de Nolan –y que tiene ciertas similitudes con la estructura de INCEPTION en cuanto a la duración relativa y diferente de cada uno de los niveles de sueño– vuelve a la película por momentos un tanto difícil de seguir, cometiendo otra vez ese pecado de enredar innecesariamente una trama que, de haber sido más limpia y franca, podía haber alcanzado niveles “spielbeguianos” de emoción tomando en cuenta lo dramático de la situación en los tres frentes.

Pero en DUNKERQUE lo que Nolan no hace –y eso es lo que la transforma en una de sus mejores películas– es ahogar su trama en innecesarios textos expositivos/explicativos. Apenas un cartel al inicio explica la situación bélica y un simple texto nos dice cuánto dura lo que vamos a ver en Tierra, Mar y Aire. Y listo. A partir de ahí funciona como una película casi muda, con poquísimos y escuetos diálogos que son los mínimos necesarios para hacer funcionar algunas de las escenas dramáticas más potentes, que incluyen especialmente a los personajes interpretados por Kenneth Branagh, Cillian Murphy y Barry Keoghan. Es un espectáculo audiovisual que saca a la luz lo mejor que tiene el cine de Nolan (se recomienda verla en IMAX) y deja en segundo plano su costado de “ingenioso arquitecto”.

De todos modos, lo que le impide convertirse en una gran película –algunos hablan de una obra maestra, para mí está lejos de serlo– es que esa estructura lleva al espectador, otra vez, a despegarse de la potencia emocional de las escenas y lo lleva a pensar en cómo cada pieza se conecta con la otra, un rompecabezas que no es nada sencillo de resolver aunque parece estar muy bien armado. Si bien es cierto que ese condimento puede ser un atractivo extra para un espectador británico que estudió la batalla en la escuela y que, sabiendo todo lo que va a pasar, necesita un plus de interés para acercarse a los cines, Nolan podría también haber confiado en las específicas y seguramente ficcionalizadas situaciones dramáticas que se viven en los tres frentes –que son varias– para agregarle condimento a la temida lección de historia.

De todos modos el ingenio aquí no logra tapar la potencia de la película. Visualmente impecable e inmersiva, eligiendo muy bien qué recortes hacer en cuanto a lo que deja fuera de campo (ya lo verán) y esencialmente británica en su celebración casi por lo bajo de hidalguía en la derrota, DUNKERQUE aprovecha al máximo sus 106 minutos (casi un corto para Nolan) para meter al espectador en la desesperada y desesperante situación de los acorralados combatientes y de quienes, con mínimos recursos pero con un enorme grado de solidaridad, hacen lo posible por sacarlos vivos de allí. La manera en la que está incorporado el famoso discurso de Churchill para la ocasión (aquel de “lucharemos en Francia; lucharemos en los mares y océanos”, etc, etc) deja a las claras el tono que Nolan buscaba para el filme: épico pero contenido a la vez, con un eje emocional puesto más en la solidaridad de una nación con sus soldados en problemas que en un flamear de banderas y marchas militares. Más británico, imposible.