Dolor y gloria

Crítica de Denise Pieniazek - Puesta en escena

"El Deseo"
Después de tres años desde su regreso al melodrama de madre con Julieta (2016), Pedro Almodóvar nos presenta una película totalmente diferente: Dolor y Gloria (2019), estrenada en el reciente Festival de Cannes. Una interesante y conmovedora historia imperdible para ser contemplada dignamente en una sala de cine.

Por Denise Pieniazek

“Por suerte, la naturaleza me ha dotado de una
curiosidad irracional hasta para las cosas más nimias.
Eso me salva. La curiosidad es lo único
que me mantiene a flote. Todo lo demás me hunde.
Ah! Y la vocación. No sé si sería capaz de vivir sin ella"
Pedro Almodóvar

Desde el sistema de créditos Pedro Almodóvar, suele adentrarnos en el clima del filme, Dolor y Gloria (2019) no es una excepción a ello, sólo que en este caso no entenderemos el significado del fluir de la pintura líquida de los mismos hasta el final de la película (comprenderemos luego que la pintura y su materialidad tiene que ver con el “primer deseo” del protagonista). Dolor y Gloria narra de forma anacrónica la vida de un director de cine –Salvador Mallo- interpretado sentida y convincentemente por Antonio Banderas. Salvador es reconocido y exitoso, aunque se encuentra en un periodo de estancamiento, se supone que es por “dolores físicos y del alma”, pero mediante la inteligente dosificación de la información que realiza el guionista y director del largometraje entenderemos que lo que necesitaba recuperar era la pasión.

El relato inicia con Salvador sumergido en una pileta y a continuación un primer flashback producto de su pensamiento, un primer recuerdo de su infancia (o aparente flashback pues en este relato éste recueros poseerá un doble estatuto de recuerdo y representación). Ese zambullirse en el agua en el que vuelve a su infancia, no es casual porque seguramente es una metáfora del vientre maternal. La película si bien no es un melodrama de madre como otros de los filmes de Almodóvar, posee algunos rasgos del mismo como la importancia del personaje de la madre del director en su vida. Además, cuenta con algunos elementos del melodrama genérico como el paso por el hospital -también presente en Hable con ella (2002) y Todo Sobre mi Madre (1999) o la secuencia de las imágenes radiográficas, es decir la cuestión de la enfermedad. Sin embargo, hay una reescritura o ruptura fundamental con la regla máxima del género y a su vez varios momentos cómicos.

Respecto a lo mencionado anteriormente en cuanto al vínculo maternal, el paralelismo es inevitable: hay varios elementos que permiten pensar a Mallo como un alter-ego de Almodóvar incluso de forma más íntima que en otras obras suyas en las que también aparecían directores de cine La ley del deseo (1987) y La mala educación (2004). Su amor por el cine se traslada a su personaje, el gesto de coleccionar las figuritas de estrellas femeninas de cine clásico. Así como también la transmigración de su infancia, una madre con carácter y fuerte y su apego con ella.

Retomando el argumento, a partir de allí a través del punto de vista de Salvador, la enunciación alternará entre el pasado y el presente. Por ende, el pasado y el presente parecen homologarse como un todo en el cuerpo de nuestro protagonista quien dejará que transitemos junto a él su reconciliación con el pasado. En dicho sentido, inicialmente pensaremos que esta fragmentación y rememoración de los recuerdos corresponde al cercano fin de su vida tal como sucede salvando las distancias en Frida, naturaleza viva (Paul Leduc, 1986), película sobre la artista plástica Frida Kahlo que también padecía de dolores corporales y del alma como Salvador.

Un primer recuerdo, de un niño rodeado de mujeres junto a su madre interpretada por Penélope Cruz –otra vez encarnando un rol maternal como en Volver (2006) otra de sus películas situada en La Mancha, ciudad natal de Almodóvar- permite vincular una vez más a Salvador, con su creador volviendo Dolor y Gloria cada vez más personal, sin llegar a lo autobiográfico. Además de otras similitudes como la pasión de ambos por el cine y la escritura, el coleccionismo de obras de arte y su expresa homosexualidad.

Después de “volver” de cada recuerdo y el vínculo de éste con su presente, Salvador no es el mismo. El devenir y estatuto del personaje están armoniosamente y al mismo tiempo dinámicamente articulados, con sutiles vueltas de tuerca constantes, pues todo el filme en sí mismo consiste en conocer al protagonista, al mismo tiempo que él mismo se conozca.

Dolor y Gloria como bien sintetiza su título, oscila entre constantes antagonismos que atraviesan el sentir del protagonista y funcionan dialécticamente: Eros (pulsión de vida) y Thanatos (pulsión de muerte), pasado y presente, niñez y adultez. Todo el relato puede sintetizarse en una mirada distinta de Salvador sobre su pasado, como cuando volvemos a ver una película, le otorga otro sentido. Primero las marcas de la infancia, luego el ego laboral, un amor que no se ha olvidado, y finalmente el duelo para después de todo eso recuperar el deseo.

Al igual que el título del filme hay otros aglutinadores de sentido como los nombres de las creaciones de Salvador su exitosa película “Sabor” (cuya estética del afiche remite a Luis Buñuel cuya estética, a su vez, remite al estilo de algunos posters de filmes de Buñuel mixturado con un estilo Pop Art), “Adicción” (por los excesos y las intensidades) y “El primer deseo”. Este último es fundamental, pues puede leerse de forma literal como el primer despertar sexual del personaje o como el deseo, la pasión por la vocación artística de Salvador, como el mismo dice “sin rodar mi vida carece de sentido”. Palabras similares a la cita con la que comienza dicha crítica que permiten una vez más pensar a Salvador como una extensión de Almodóvar, recordemos que su productora se llama “El Deseo”.

Ese “deseo” que hace que con solo ver un fotograma y ver la oposición entre el celeste y el rojo de la estridente y personal ambientación sepamos que una película es suya. Porque sus historias y su estética siempre llevan el sello de originalidad Pedro Almodóvar. Así como también esas sutiles metáforas en la que el techo de la sala de espera del hospital y su enrejado, es igual al cuadriculado de la única abertura cenital de la casa de la infancia de Salvador.

En consecuencia, mediante este juego de vaivenes temporales y estructurales estamos frente a un relato cíclico que en su desenlace vuelve al inicio y sin embargo este no es igual, esta resignificado. Lo cíclico como metáfora de la vida, pero también de un devenir, debido a que el solitario y apesadumbrado Salvador ya no será el mismo y tampoco nosotros después de tan conmovedora y bien contada historia.