Dóberman

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Azul Lombardía allá por el 2013 presenta “DÓBERMAN” en el ciclo de “Óperas Primas” en el Centro Cultural Ricardo Rojas y se convierte en un éxito del “off” que luego recorrió, hasta 2018, otras prestigiosas salas del circuito independiente como el Teatro Anfitrión, Espacio Callejón o Timbre 4.
Es así como después de su extenso recorrido teatral, tanto la directora y dramaturga como las actrices de la puesta original se unen para trasponerla al cine, sin negar en ningún momento este origen netamente teatral, haciendo algunas pequeñas modificaciones como para que pueda “airearse” un poco más en su versión cinematográfica.
En las primeras escenas vemos como las dos protagonistas van desarrollando su cotidiano: mientras una recorre en bicicleta las calles del pueblo, la otra habla incansablemente por teléfono conectando una banalidad con otra, con una verborragia que el mismo Puig admiraría, con esas charlas de vecinas, de chisme en chisme que tanto le gustaba incluir en sus novelas.
Estas primeras escenas nos pintan de cuerpo entero a Mercedes, una empleada pública, algo frustrada, que es una virtuosa en el arte de la charla, donde despliega todo su resentimiento, su envidia, su ironía y su humor cargado de veneno. Ella es una típica representante del “pueblo chico, infierno grande” donde cada dato anecdótico cuenta, para saberse de memoria y mejor que nadie, con lujo de detalles, los movimientos de todo el pueblo.
En esta tarde con una cadencia aparentemente tranquila, la bicicleta de Mirna termina frenando en la casa de Mercedes, y una visita que tiene un tono casual y de charla de vecinas terminará alterando la “tranquilidad” de Mercedes. Nada puede hacer sospechar que esta visita de Mirna tiene un claro objetivo y que su llegada, desatará la tormenta que se avecina entre ellas.
Azul Lombardía construye a sus personajes con una mirada minuciosa mirada, con un ojo entrenado en la observación del universo femenino y le da una entidad preponderante al poder de la palabra, para describir ese microcosmos, ese universo femenino que reverbera en cada una de las actrices.
Mercedes y Mirna, a partir de esos diálogos que suenan triviales, cotidianos, que en un primer momento se van desgranando en un tono que pareciese de comedia costumbrista, van dando lugar a pequeños cambios de registro hasta que surge un chispazo entre ellas y nada podrá frenar la bola de nieve que han echado a correr.
Tal como ese tuco que Mercedes viene preparando en una hornalla de la cocina a fuego lento, todo empieza a tener su punto de ebullición y desencadenará en una pequeña tragedia hogareña.
El punto fuerte de “DOBERMAN” es, más allá de la dramaturgia teatral convertida en guion cinematográfico, la entrega y el conocimiento que tienen las actrices de sus personajes, de haberlos transitado en escena y de conocer a sus criaturas a fondo y encarnarlas con una soltura y una naturalidad admirables.
Son dos grandes actrices, con una extensa trayectoria teatral, que han trabajado con los directores más prestigiosos de la actualidad y que suelen no temerle al riesgo que pueden presentar los textos más vanguardistas, alejados de las puestas más tradicionales.
Maruja Bustamante es Mirna: con su manejo perfecto para los registros que se escapan de todo lo convencional, muchos la reconocerán por su personaje delirante en “Permitidos”, por su papel en “Mamá se fue de viaje”, por sus participaciones televisivas en “100 días para enamorarse” o “Tiempos Compulsivos” y aquí en “DOBERMAN” hace gala de su talento para componer personajes atípicos, fronterizos, que aparecen en su propia dramaturgia (“Adela está cazando patos” quizás sea su obra más emblemática) o en sus diversos trabajos en el teatro independiente como “No me pienso morir”, “Y ahora que estoy re sola” o “Todo tendría sentido si no existiera la muerte” de Mariano Tenconi Blanco.
Mónica Raiola, una eterna referente del teatro de Rafael Spregelburd con el que ha compartido “Tres finales” “La paranoia” “Remanente de invierno” o “La terquedad”, entre tantos otros trabajos, compone a Mercedes con su típico nervio, su voz con esa carraspera que la hace única y que en este personaje moldea una arquetípica “mina de barrio”, chismosa, mediocre, burlona pero querible.
Con su fraseo, con su manera particular de decir cada bocadillo del texto, Raiola se luce una vez más con estos personajes que parecen escritos exclusivamente para ella.
La química que entablan ambas actrices es explosiva y hacen que la dirección de Lombardía fluya fácilmente y todo se sienta armónico: el trabajo preciso de ambas, hace que esta versión cinematográfica valga la pena para volver a ver brillar a dos talentosísimas actrices, siempre arrancándonos una sonrisa cuando juegan al borde del ataque de nervios.