Circo sin brillos Ariel Soto se inmiscuye dentro de la gran carpa del Circo Niguita y crea un documental que observa minuciosamente la superficie del maquillaje y todo lo que guardan las caras que hay debajo. El documental observa detenidamente la naturaleza de este pequeño universo en Bolivia, con carencia material y riqueza humana. Las pocas entrevistas ofrecen puntos de vista y miradas diferentes pero con mucho encanto y hacen que sea fácil entrar en esa sensación de cariño que engloba toda la película. Nigua y su familia circense parecen vivir una aventura impulsada por un sueño de verano que los transformó en nómades, en Días de circo (2018) se pueden reconocer todas las cosas que cada uno de ellos deja atrás y también todos los prejuicios que tienen que derribar para sentirse artistas, fundamentalmente el no ser aceptado por la propia familia o caminar bajo la mirada ajena de los pueblos chicos que muchas veces conservadora los acusa de diabólicos y brujos. Esos son los momentos con mayor carga de tristeza, cuando en palabras de los protagonistas sus deseos pasan por el ser aceptado, ser aplaudido y reconocido como alguien con la capacidad de crear un espectáculo que deslumbre, pero uno como espectador los ve lejos y en dificultades. Los momentos más alegres tienen que ver con el entrenamiento y los ensayos, donde además tienen mucho protagonismo los más chiquitos y todo se vuelve más un juego. El alma de Días de circo está condensada en un momento en el que juegan todos en el río, donde aunque la diversión sea genuina, pero el agua de río no puede ser separada de la mala prensa y el prejuicio.
Un documental de Juan Ariel Soto Paz, que recibió la tutoría del Sundace Festival y fue reconocido en distintos festivales del mundo. Es una coproducción de Argentina y Bolivia que se centra en el devenir de un hombre joven que maneja un circo modesto de humor y música que recorre pequeños pueblos. El protagonista, Nigua, cuenta su historia, se fugó cuando solo tenía 6 años para unirse a la vida y a la familia de estos trashumantes, su único núcleo de pertenencia. Todo el trabajo del director nos permite introducirnos con delicadeza en la dinámica del grupo, sus dudas, logros, sueños. Pero también los ensayos y como los más chiquitos comienzan con sus primeros pasos como acróbatas. Hasta la intimidad de un festejo que organizan todos para un cumpleaños de l5 que le permite a la protagonista volver a reunirse con su padre que tiene otra vida. Con encanto y curiosidad, un mundo distinto que tiene no pocas sorpresas al final.
Días de circo es un documental que cuenta como es la vida alrededor de un pequeño circo en Bolivia que viaja por los pequeños pueblos de ese país. El protagonista Nigua, que desde niño escapó de su casa para sumarse a un circo ambulante. Tiene sueños, esperanzas, pelea a diario en un mundo que parece no tener futuro. No está solo, otros personajes viven con él este proyecto circense. La película no logra profundizar en cada uno de los personajes y prefiere centrarse en el derrotero alrededor del circo mismo. Hay un juego de expectativa, el de saber si veremos finalmente una función, si podremos concretar que tan lejos está la visión de Nigua de la realidad que lo circunda. La película brilla en los detalles y el tono terminal de ese universo que parece crepuscular, al borde de su final. Intencionalmente pequeña, la película no intenta elevarse, ni en su estructura ni en su tono, por encima del universo que elige retratar. Esto habla de una mirada sincera y respetuosa, pero a la vez termina limitando el resultado.
Con el director boliviano Ariel Soto conocemos el pequeño circo ambulante de Nigua. Nigua es un muchacho que quiso tener uno y al que encontramos trece años después siguiendo su breve aventura latinoamericana. No vemos cómo comenzó todo, pero la historia empieza cuando ya se excavan los pozos para sentar las bases de una modesta carpa que necesita arreglos pero se va irguiendo a pesar de los vientos y la aridez del suelo de cualquier pueblo rural de los alrededores de Cochabamba. Todo ocurre antes de una función. Mientras transcurre la vida de los cirqueros se escuchan las conversaciones de los que integran el que alguna vez fue el sueño de Nigua, ese chico que se escapó de una casa violenta, que no conoció a sus padres y que en este momento rueda con el campamento integrado por un grupo tan particular como él. Son testimonios breves, reales, que hablan de gente que quiso salirse de un mundo chato. Que quiso "subir a lo grande, que aplaudan por lo que uno hace", como dice Eunice, una de las escasas mujeres del grupo. Todo, mientras repiten abdominales en medio de la nada y otro cirquero recuerda a payasos venidos de Cochabamba que suponemos hicieron mejor papel que el de los que tiene el Circo Niguita. Palabras que cuentan el pasado de este sueño que, como dicen, los acerca a los gitanos, los convierte al decir de familias, ya lejanas, en gente ligada al diablo, aunque ellos sólo traten de mejorar sus rutinas de malabares. UNA HISTORIA REAL Ruedas al aire libre en que se proyectan pequeños cuadros con el pomposo título de "La pasada del sombrero" y donde el humor popular se salpica con los pasos que las "chicas de la compañía" (hijas de los trashumantes, pequeñitas y vivarachas) aprendieron en un viejo televisor que viaja con ellos. Charlas en las que se exige la autocrítica para lo que se hace, en que se reconoce la necesidad de la perseverancia como condición para mejorar en saltos en altura, juegos de malabares, intercambios con el público. "Días de circo" cuenta el porqué de la elección de esa utopía que llega a lugares pobrísimos, muestra cómo una desvencijada camioneta desde la que se oye la voz de Nigua promociona la estadía del circo, mientras es seguida por perros pulgosos y chiquilines alborotadores. Después vendrá la representación (en un fuera de campo) y quedará en el olvido lo que dijo Nigua a su gente: "Quiero comprar una carpa bien bonita". El final (que no contamos) nivelará otra vez a los que quisieron cumplir un sueño diferente. Un filme mínimo, real, que intenta contar la posibilidad de vivir un sueño sin lograrlo totalmente, pero aproximando al espectador a una querible utopía.