Depredadores

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Tensión sin prótesis artificiales

Un gran comienzo, un epílogo casi a la misma altura, una premisa como de programa de juegos de televisión y un final un poco a los apurones definen esta nueva prolongación del viejo Depredador. Producida por ese revitalizador de la clase B que es Robert Rodríguez y dirigida por el estadounidense de familia húngara Nimród Antal, Depredadores, con sus más y sus menos, está por encima de cualquiera de las secuelas anteriores. Más allá de limitaciones y lastres de género, Antal confirma aquí lo que ya evidenciaba en las anteriores Kontroll (2003, filmada en Hungría) y Asalto al camión blindado (2009): el hombre sabe construir tensión a base de buen pulso, sin depender de efectos y otras prótesis artificiales.

La película empieza con Adrien Brody cayendo al vacío. El paracaídas no le funciona y el espectador es agarrado del cuello en cuanto apoyó el traste en el asiento: no hay mejor manera de arrancar una película adrenalínica. Ni mejor manera de seguir: con un segundo caído del cielo, que no es otro que Danny Trejo, dueño del rostro más poceado del mundo e icono por excelencia del cine de Rodríguez. Después caen un tercero, un cuarto y así hasta nueve. Alice Braga, hija de Sonia, es una oficial israelí. Brody, un mercenario yanqui. Trejo, sicario del Cartel de Tijuana. Los otros: un yakuza japonés, un soldado ruso, un guerrillero de Sierra Leona, un psicópata condenado a la silla eléctrica y un médico (Topher Grace, ex protagonista de la serie That 70’s Show).

¿Cómo cayeron allí, por obra de quién o de qué, por qué ellos y para qué? Las dos primeras preguntas se responden con el Manual Lost de asalto a la razón en la mano, las dos últimas son más prácticas. El Manual Lost desbarata la lógica de la realidad y eso está bueno, porque acerca el asunto a una dinámica de pesadilla, en la que por puro terror se cae de la nada y sobre la nada. ¿Por qué ellos? Porque todos se dedican a la producción de muerte ajena y ahora va a tratarse de la propia. ¿Qué selva es ésa? ¿El Amazonas, Africa, Centroamérica? No precisamente, se trata de algo bastante más distante. Ahora bien, ¿qué tiene que hacer un médico en medio de ese grupo de asesinos profesionales? No se sabe bien, tal vez no había un papel mejor para Topher Grace. En ese caso, ¿no le podrían haber buscado uno más apto a Brody, que tiene tanta pinta de mercenario como de estibador portuario?

Entre los lastres de la película, uno tiene que ver con la dinámica cazador-cazado, que más que dinámica es mecánica. Otro problema son los monstruos del título, demasiado antropomórficos para asustar como se debe. Demasiado pocos, además: a diferencia de Aliens, Depredadores no hace buen uso del plural. Ni de los personajes: más allá de algún buen chiste (el psicópata sueña con salir de esa pesadilla algún día, para volver a violar mujeres más tranquilo), son poco más que muñequitos en la selva. Pero la tensión no decae, la fotografía mantiene la dosis justa de oscuridad y el remate, en el que dos rivales se reconocen como camaradas, está a la altura de Howard Hawks.