Delfín

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Cuando se es chico –de edad-, una manguera y un embudo pueden ser un perfecto instrumento musical para ensayar mientras se espera por uno real. Eso es lo que hace Delfín, el niño de 11 años que es el protagonista de esta película de Gaspar Scheuer, sobre esa etapa de la vida en la que los sueños y las ansias por hacer lo que uno desea pueden chocar con la dureza de las realidades que lo circundan.

La vida de Delfín no es sencilla. Vive con su papá, que trabaja del alba a la noche en la construcción, en una casita muy humilde en un pueblito no muy lejos de Junín. Hasta allí quiere viajar Delfín, para probarse como músico en una orquesta juvenil que se está formando. No tiene plata para viajar, tampoco el instrumento, un corno francés, con el que practica en la escuela. Pero no se lo prestan, porque es considerado algo así como una reliquia.

Scheuer no hace de las penurias económicas un eje, aunque está clarísimo que es por ello que el deseo de Delfín tal vez no pueda cumplirse, como tampoco la promesa de su padre. Opta y se centra en esa relación, de afecto, de paternidad, y las de solidaridad que podrán encontrar ambos por separado.

Porque Delfín trabaja, siendo apenas un niño, en una panadería cuando no va a la escuela. Hay alguien que está reclamando algo, y no tiene que ver con la cordialidad.

Delfín es el tercer largometraje de Scheuer, tras El desierto negro y Samurai. Es un realizador que le gusta el ascetismo, pero que boceta a sus personajes con cariño y entereza. Nunca están borroneados. Son personas, y eso en el cine no suele ser algo muy fácil de detectar.

También viene de la rama del sonido en su formación y trabajo cinematográfico, y no es solo este rubro el más elogiable. La composición de la imagen y el manejo de los actores -el niño Valentino Catania, y Cristian Salguero como su padre- son otros aspectos para destacar en esta pequeña película que conmueve y entretiene con las mejores armas, y que merecía una salida comercial más amplia que la de, solamente en Buenos Aires, la sala Gaumont y el Malba.