Dead End. Un film de arte sonoro

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

LA BANALIDAD DEL CINE EXPERIMENTAL

Dead end se define a sí mismo con un “film de arte sonoro”, una frase que encierra toda la pomposidad con la que el cine experimental nos quiere convencer que detrás de sus signos hay algo (ahondar en otros detalles de la sinopsis oficial sería demasiado). Pero detrás de este documental de Fernando Laub que recorre buena parte de la mítica Ruta 66 no hay nada, apenas una serie de imágenes de rutas, paisajes, cielos, montañas que intentan conceptualizarse por medio de una música envolvente. Y no lo logran.

El documental de observación no es ninguna novedad; es una forma de representar la realidad por medio de una serie de códigos audiovisuales que ya lucen, a esta altura, agotados. Lo que en algún momento fue ruptura, se ha convertido en fórmula y repetición. Y también en un lugar cómodo que goza de la indulgencia de cierta crítica y de la imperturbabilidad de su apuesta: ¿porque desde qué lugar encontrar las fallas de una película que nunca se define y se refugia en gestos solemnes? Lo que sucede en Dead end es elocuente: la cámara avanza por caminos polvorientos, rutas con excesivo tránsito, se detiene en algunos espacios simbólicos, sobrevuela el desierto norteamericano mientras constantemente nos abruma un trabajo sonoro que se pretende hipnótico y no hace más que confirmar la distancia con las imágenes. Supongamos que abordar la Ruta 66 es cruzarse con un emblema de la Norteamérica profunda, y que a partir de lo que se encuentra a la vera de ese camino se pretende reflexionar sobre aquello que constituye al país: pueden ser los casinos de Las Vegas (con su capitalismo kitsch) o una suerte de depósito de aviones y helicópteros (que parecería ser una referencia al militarismo). Sin embargo las imágenes de Laub carecen de peso simbólico, son mayormente banales y en muy pocas ocasiones poderosas, como en los neones y luces de aquellos casinos o en la prepotente repetición de aviones en el desierto. Las imágenes de Dead end no construyen relato, porque en verdad prefieren exhibirse como una experiencia. Y la misma es bastante poco satisfactoria como tal.

Dead end se estrena durante abril en el Centro Cultura de la Cooperación, con música en vivo. Tal vez allí, con la propuesta sonora en un plano cercano al espectador, la cosa se vuelva más sugerente y envolvente. El problema es que el cine no debe precisar de estos aditamentos para involucrarnos emocional e intelectualmente.