Un héroe anónimo de la Argentina profunda El Chino -así se lo menciona durante toda la película (nunca sabremos su nombre verdadero)- es uno de esos héroes anónimos de la Argentina profunda y desconocida. Es, sí, un médico, pero ante todo un luchador, un revolucionario, un "loco lindo", un idealista... En este documental que Pepe Salvia rodó con paciencia, esmero y fascinación por su protagonista entre 2000 y 2006, vemos cómo El Chino va ampliando una sala de primeros auxilios en Villa Elena, un barrio desgarradoramente pobre de La Matanza. Con alguna ayuda privada y un casi nulo aporte público, fue montando una red de contención social en un contexto dominado por la drogadicción, los robos, el desempleo o la desnutrición. Allí donde el Estado está ausente, este delirante e incansable cincuentón se dedica a atender a decenas de pacientes por día, a alimentar al barrio, a trabajar en la rehabilitación de los adictos y hasta a formar cientos de agentes sanitarios que recorren la zona para tratar de mitigar los efectos de la progresiva degradación de los vecinos. Salvia sigue a El Chino en el día a día, vemos algunas imágenes del barrio (familias numerosas que sobreviven apenas como cartoneros) y escuchamos algunas anécdotas durísimas, pero el director jamás cae en la bajada de línea subrayada ni cede a la pornografía de la miseria sino que opta por exponer (exaltar) con sencillez y sensibilidad una gran historia de vida. No se trata, precisamente, de un mérito menor.
De cómo las cosas pueden llegar a cambiar Contrariamente a lo que el estadounidense Michael Moore presentaba en Sicko (2007) y su forma de denunciar al sistema de salud norteamericano, el cineasta argentino Pepe Salvia nos ofrece un relato en el que no hay denuncia de manera explícita aunque en él se manifiestan claramente las falencias del sistema sanitario argentino. Como un film coral Cuento chino, clasista y combativo (2009) va articulando una cadena de historias que se ramificarán en sólo una. “El Chino” es un médico que atiende en una salita de un barrio de bajos recursos como podría ser cualquiera del conurbano bonaerense, aunque la elegida sea una de La Matanza. “El Chino” ve que las cosas no funcionan como deberían y que la salud es uno de los principales desatinos de los gobiernos de turno. Así es que decide hacerse cargo de lo que sucede a su alrededor y tratará de cambiar las cosas, aunque más no sea algunas. Cuento chino, clasista y combativo tiene muchas aristas y puntos de lectura, pero la principal es la de mostrar todas las fallas de la salud en Argentina y lo que los hombres pueden hacer y lo que los gobiernos no (o no quieren) para modificar la realidad. La cámara de Salvia va documentando cada una las líneas narrativas que la historia de “El Chino” va abriendo y es así como construye un film coral con diferentes matices, en él que una variedad sin igual de los más ricos personajes/personas van ofreciendo sus propias historias frente a la vida. Poco a poco vamos conociendo a la señora que se encarga de dar los números para los turnos y que termina convirtiéndose en enfermera, las madres que traen a sus hijos y hacen lo imposible para ser atendidas, el joven que se drogaba y terminó sacando de la droga a los chicos del barrio y un sinfín de anécdotas que tarde o temprano confluirán en el “Dr. Chino”, como lo llaman en el barrio. Sin amarillismo, ni especulaciones, con una simple cámara y un grupo de actores sociales que no decidieron quedarse de brazos cruzados viendo como la realidad los desbordaba, Cuento chino, clasista y combativo es un hallazgo dentro de un género que hacía tiempo no nos mostraba nuevas aristas estéticas y narrativas, como las de los mismos personajes que decidió retratar.
Desde la trinchera, siempre Documental sobre un médico tenaz y altruista. Cuento Chino, Clasista y Combativo (CCCC) es, en más de un sentido, un documental de trinchera. Un filme de personaje, sí, pero también un fresco social de vastos sectores oprimidos. Una película hecha con deliberada precariedad: coherente con el mundo que retrata. En el centro, un médico, El Chino (jamás sabremos su nombre), que atiende a multitudes de pacientes en una salita de un barrio carenciado, casi sin apoyo estatal. Dice él a cámara: “A veces siento que este lugar es el centro del mundo; otras, me doy cuenta de que somos casi inexistentes”. Usa el nosotros . Lo vemos, casi siempre, trabajando: superado, ampliamente, por la realidad. Como bien explica la gacetilla: destinado de antemano a derrota, pero sabiendo que la mera lucha es una victoria en sí. El Chino combate y, por lo tanto, triunfa: le gana espacios al nadie nunca nada. Pero aclaremos: el que espere una historia feliz, o al menos luminosa, deberá ver otra película. El Chino es, efectivamente, luminoso; no el mundo que pretende cambiar (muchas veces sin éxito). En una de las tantas secuencias sencillas pero no convencionales, lo vemos hablando con jóvenes marginales, adictos. El Chino no intenta imponerse sino comprender. La escena, del lado de los muchachos, transcurre entre el cariño, la empatía y la burla. El protagonista sabe esto último, como también sabe que no lograría nada con autoritarismo ni con didáctica vacía. Pero, entre “derrotas” (que lo hacen más tenaz), él obtiene grandes logros a pequeña escala. Algunos: los cursos de “agentes de salud” que les da a vecinos que quieren colaborar. El tendido de redes sociales, la creciente solidaridad, la emoción de los que reciben los diplomas conmueven al espectador, aunque esa conmoción no es ingenua. Sin intervención del Estado, será imposible un destino digno. Con subtítulos que subsanan el caótico sonido, y ensayos estéticos a pesar de la precariedad, Pepe Salvia sigue el derrotero de un hombre común capaz de actos nobles. Los vecinos pobres lo consideran un héroe. Pero, bien pensado, el Chino no hace más (ni menos) que ayudar a aquellos marginados que reciben el castigo suplementario del odio o la desidia.
Cuando la medicina es una simple epopeya En un barrio de La Matanza todo es pobreza y desolación. La salud es uno de los problemas más trágicos que deberán enfrentar los seres de triste presente e incierto futuro que viven allí. Sin embargo, entre las calles de barro y los carros que transportan lo más indispensable para la subsistencia, se levanta una pequeña sala atendida por Néstor Olivieri, un médico que, dejando de lado su confortable consultorio, se dedica a brindar asistencia tanto a pequeños con enfermedades derivadas de su desnutrición como a mayores que llegan hasta él con la confianza de que su salud pueda ser recuperada. Además, Olivieri, a quien todos llaman El Chino, regala libros sobre la maternidad a las embarazadas, ayuda a jóvenes drogadictos, entrega diplomas a vecinas que concurren a un curso de salud inventado por él y, en su destartalado automóvil, se encarga de repartir medicinas que logró rescatar de los laboratorios. El director Pepe Salvia fijó su atención en ese personaje y, casi en soledad y con una cámara que fija su objetivo en ese micromundo de desolación, logró un documental de enorme valor emotivo que es, al mismo tiempo, la radiografía de una porción de seres humanos alejados de la comodidad y de la simple alegría de todos los días. El guión se va armando a medida que el barrio muestra sus diversas aristas y se van superponiendo historias individuales y grupales que giran en torno del médico. En este relato, El Chino es un revolucionario que halló su lugar en ese territorio en el que la humildad de sus habitantes le sirve para demostrar que todavía es posible ayudar a sus semejantes en medio de la estrechez de sus medios económicos.
Modesta, sencilla, pero sincera mirada a una realidad que no se puede ocultar Las paredes, algunas revocadas, otras con el ladrillo pelado, dan marco al llanto de una mujer gorda sentada en una esquina. Otra, una canosa, espera sola y angustiada en otro rincón. Un mudo hiperactivo pasa cargando cajas de leche que se reparten entre niños y madres. Todos aferran la leche a su cuerpo como un tesoro preciado. El Chino atiende a un enfermo terminal en la cocina; luego, se pone la bata de médico, come un sándwich de milanesa, le regala un libro sobre la maternidad a un drogadicto-delincuente en recuperación y se dispone a la entrega de diplomas del curso de salud que él mismo inventó. Las mujeres del barrio reciben llorando de alegría sus diplomas de Agentes de Salud. El Chino -así se lo menciona durante toda la película (nunca sabremos su nombre verdadero)- es uno de esos héroes anónimos de la Argentina profunda y desconocida. Es, sí, un médico, pero ante todo un luchador, un revolucionario, un "loco lindo", un idealista... En este documental que Pepe Salvia, que rodó entre el 2000 y 2006, vemos cómo El Chino va ampliando una sala de primeros auxilios en Villa Elena, un barrio muy pobre de La Matanza. Con alguna ayuda privada, y un casi nulo aporte oficial, fue montando una red de contención social en un contexto dominado por la drogadicción, los robos, el desempleo o la desnutrición. Allí donde el Estado está ausente, se dedica a atender a decenas de pacientes por día, a alimentar al barrio, a trabajar en la rehabilitación de los adictos y hasta a formar cientos de agentes sanitarios que recorren la zona para tratar de mitigar los efectos de la progresiva degradación de los vecinos. Es un interesante documental, modesto, sencillo, bien estructurado, más allá de sus deficiencias, que nos recuerda cómo es la vida hoy por hoy para un gran segmento de los argentinos. Como la vida misma Pepe Salvia es el mejor cronista de este tiempo en una realización que merecemos ver los argentinos para saber –o recordar- dónde estamos parados, y despertar –o reactivar- conciencia auténticamente humanitaria y social. Lamentablemente no se encontrará entre los diez títulos más vistos el fin de semana, por su muy modesto lanzamiento, la reducida cantidad de salas en las cuales se exhibe, y los espectadores muy poco afectos a mirar, ver y reconocer una realidad que está a la vuelta de la esquina. Pepe Salvia cumple en reflejarla, ¡ojalá! adultos y adolescentes se sientan movidos a mirar y reflexionar sobre la realidad reflejada.