Cristiada

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

La Guerra Cristera, en México, (también conocida como Guerra de los Cristeros o Cristiada) fue un conflicto armado entre el gobierno de Plutarco Elías Calles (famoso por su anticlericalismo) y milicias de laicos, presbíteros y religiosos católicos, que resistían la aplicación de una legislación y políticas públicas orientadas a restringir la participación de la Iglesia Católica sobre los bienes de la Nación. Se inició1926 y finalizó en 1929. Algunas estimaciones ubican en miles el número de personas muertas, entre civiles, fuerzas cristeras y Ejército Mexicano, durante los tres años que duró la guerra,
La Constitución mexicana de 1917 estableció una política que negaba personería jurídica a las iglesias, les privaba derecho a poseer bienes raíces e impedía el culto público fuera de los templos, prohibía la participación del clero en política, quitaba el derecho de registro de nacimientos y fallecimientos, y sobre todo el poder que ejercían sobre la educación. El presidente Plutarco Elías Calles y José Fernando Rodríguez Rojas, general revolucionario, promovieron la reglamentación del artículo 130 de la Constitución que suprimía la participación de las iglesias, en general, de la vida pública, y el fue causante del inicio la guerra.
La Guerra Cristera fue muy tortuosa. Porque en ella se unieron a los católicos, grupos villistas y zapatistas, desarticulados luego de la revolución mexicana, y población civil, que intentaban derrocar al presidente Calles. Finalmente, a diferencia de muchos grupos armados en el transcurso de la revolución y con anterioridad, durante el siglo XIX, el mercado estadounidense estuvo- al menos formalmente- cerrado para este grupo, por lo que no pudieron adquirir armas o municiones y debían depender del armamento de descarte (en parte excedente de la Revolución de 1910-1920) y con escasa munición. Las revoluciones en México estuvieron desde el inicio de su independencia alternadas entre cortos o largos períodos de paz, en los que se afianzaba el poder de la iglesia.
México posee un increíble material fílmico sobre sus revoluciones, en documentales como ficción, realizada tanto por directores mexicanos como extranjeros: “La revolución mexicana- 1910-1920”, documental que recopila en cine silente todas las acciones de guerra del ejército y revolucionarios, “¡Qué Viva México!” de Serguéi Eisenstein (1932), “Viva Zapata” de Elía Kazán (1952), “Reed, México insurgente” de Paul Leduc (1973), “Campanas rojas, México en llamas” de Sergei Bondarchuk (1982), entre otras.
El filme “Cristiada”, ópera prima de Dean Wright (creador de algunos efectos especiales de “The Lord of the Rings y Narnia”), con guión de Michael Love, basada en textos del historiador Jean Meyer, toma esos acontecimiento para ofrecer al espectador una versión “ligth” de la historia. El bisoño realizador intentó, según sostiene en el sitio de internet de la película, contar “la historia de México que te quisieron ocultar”. Tal aseveración no es cierta ya que después de 83 años de aquellos sucesos en México la contaron de variadas formas en ensayos, novelas, filmes como: “Sucedió en Jalisco (Los cristeros)” de MrAngelo (1947), “Los últimos cristeros”, de Matías Meyer (2012) y decenas de documentales sobre el tema.
La producción de “Cristiada” tuvo un costo de alrededor de 11 millones de dólares superando el presupuesto de “Arráncame la vida” de Roberto Sneider (2008), que había alcanzado los 7 millones, convirtiéndose en la película mexicana más cara de los últimos tiempos. La inversión por otra parte se ajusta a los parámetros del cine americano de bajo presupuesto, lo que permite suponer que la intención de los productores fue abarcar el mercado latino y también, por qué no, uno más amplio al incluir un reparto internacional.
La historia comienza en 1927, cuando el presidente Plutarco Elías Calles promulga una serie de medidas para limitar, y luego prohibir, las prácticas públicas religiosas. En consecuencia, algunos grupos religiosos deciden tomar las armas, y al grito de ¡Viva Cristo rey! y ¡Viva Santa María de Guadalupe! ¡Viva México!, inician una guerra contra el ejército nacional. Dean Wright sigue personajes que apoyaron el movimiento desde la ciudad o pelearon en el campo de batalla. En particular perpetúa las vicisitudes de algunos de ellos: padre Christopher (Peter O'Toole), colgado en la plaza; Victoriano Ramírez “El Catorce” (Oscar Isaac), al que lo presenta como una máquina de muerte, algo así como un Rambo de principios de siglo XX; general Enrique Gorostieta Velarde (Andy García), ex colaborador de Victoriano Huerta (que una gran mayoría de mexicanos detesta) que había sido contratado por “Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa”, para organizar a los alzados; su mujer Tulita Gorostieta (Eva Longoria) se la muestra en forma anodina sometida tanto a su marido como a la religión; José (Mauricio Kuri), un preadolescente cuyo fervor alcanzó para beatificarlo. Pero también se asiste a los momentos de decisión del Presidente Calles (Rubén Blades, con más acento panameño que mexicano), y a sus encuentros y desencuentros con el embajador de los Estados Unidos en México, Dwight Morrow (Bruce Greenwood), enviado desde Washington a proteger los intereses americanos en el ámbito petrolero, bajo la apariencia de intermediación en la paz.
“Cristiada” a medio camino de la verdad fue pensada y concebida como un proyecto que reproduce los patrones del cine de época al estilo Hollywood (como “The robe” – El manto sagrado (Henry Koster-1953), o “Ben Hur” (William Wyler - 1959), conformada con un reparto multinacional y hablada en inglés, con algunos toques de español. Su textura fílmica fue patinada de luminosidad para resaltar a los heroicos cristeros que se vieron violentados en su fe y creencias por un presidente que de la noche a la mañana se le ocurrió borrar a la Iglesia Católica del mapa mexicano, deportar a los sacerdotes extranjeros y asesinar a los curas que no obedecieran sus órdenes; pero dejando de lado las propias acciones de los cristeros que mataban a maestros y llegaron a quemar vivos a algunos en las plazas públicas. Así, cuando los cristeros (en el filme) queman un tren (apenas un fueguito) y provocan la muerte de civiles, de las víctimas sólo se escuchan algunos lamentos. Pero cuando los militares martirizan a José, se ve una secuencia de casi primerísimos primeros planos y en detalle sobre su tortura.
Este mecanismo le da al filme un toque de irrealidad, dado que no es posible creer a personajes que se asemejan a figuritas de una historieta de “Billiken”. Por eso suena extraño o a cine fantástico ver a los rancheros de Michoacán o Jalisco mantener una gestualidad no propia al hablar un idioma que no les pertenece. Otro tanto sucede con la geografía que recuerda a los western de los años ‘40 o ‘50, a los que se prestaron los bellos escenarios naturales de los estados de Durango y San Luis Potosí: Matehuala, Real de Catorce, Santa María del Río, Villa de Reye.
También fueron ignorados el contexto y las circunstancias que llevaron al presidente Plutarco Elías Calles a emprender semejante acción bélica y su personaje fue reducido al de un hombre enceguecido por el odio, dominado por una mente maquiavélica que fanáticamente creía que cerrar iglesias era su mayor emprendimiento presidencial.
Según el guión de Michael Love, la respuesta de la población no sólo fue inmediato sino generalizado, cuando se sabe, y el propio Meyer lo dice, se trató de un movimiento de resistencia localizado y no uniforme. En esa revuelta que la cinta de Wright colma intencionalmente de mártires, e instala a un personaje fundamental no solamente en la Guerra Cristera sino en de la Revolución Mexicana: el general Enrique Gorostieta Velarde (agnóstico), y a éste le adjudica ideales de libertad que lo acercan a los cristeros y lo despoja de ambiciones políticas. Nada más lejos de la verdad ya que Gorostieta estaba obsesionado por derrocar a Calles y construir su grupo de poder y llegado el momento gobernar México (única causa real, además del dinero que cobraría, por la que aceptó convertirse en el general de la revuelta).
Tampoco se muestra el hambre y la desesperación que llevó a cientos de personas a pelear con los cristeros para poder comer después de cada batalla; ni la condena y el abandono a su suerte de los sacerdotes por el Vaticano, en ese momento presidido por el Papa Pío XI; ni tampoco la creación de otro movimiento católico enfrentado al cristero y al Vaticano, que era el de los campesinos y maestros.
Es evidente que el maniqueísmo fue el artilugio utilizado, por Dean Wright, para presentar una realización en la que se omiten verdades históricas y se presentan a mártires y villanos en un espectáculo estereotipado y cargado de lugares comunes, acompañados por la cuasi omnipresente música de James Horner (“Titanic”-1997- y “Avatar” – 2009-), entre otras), y del abuso de la cámara en mano.
El final además de melodramático es reiterativo y sensiblero en el que prácticamente se agradece a los cristeros por garantizar las libertades de las que hoy goza México y le permite ocupar el lugar que tiene en el concierto de naciones, ignorando movimientos, armados, religiosos, y otros que no lo fueron, pero que aportaron su sangre a la apertura y grandeza de dicho país.