Creed II: Defendiendo el legado

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

UNA LECCIÓN DE HISTORIA

Desde que Sylvester Stallone se decidió a reflotar su saga de Rocky, cada una de las películas -de Rocky Balboa a Creed II: defendiendo el legado– es una suerte de mapa surcado por la experiencia de las películas anteriores (usted dirá que esto es obvio, pero no sucede en todas las sagas y menos de la manera en que Stallone construye cada paso). Es como si Rocky fuera una suerte de biblioteca del saber universal a donde tenemos que dirigirnos para conocer cuál es el origen de los traumas de cada personaje. Pero en Creed II: defendiendo el legado esa sensación se multiplica en subtramas y en capas que se adosan a los protagonistas: porque la historia personal de Balboa sigue fantasmagórica, pero Adonis Creed suma lo suyo al enfrentar al hijo del boxeador que mató a su padre, a la vez que los Drago cargan con sus culpas y miserias, todo resumido en rastros que podemos indagar en las primeras cinco Rocky. Si cada escena tiene su rebote en el pasado, los personajes miran viejas peleas que no son más que viejas escenas de las otras películas, y los relatores de cada combate instalan constantemente links a escenas, momentos, recuerdos. Sin duda el mayor logro de esta saga, y algo de lo que se hace cargo en especial esta secuela, es dejar en claro que Rocky Balboa trascendió la pantalla de cine y se convirtió en algo real: Balboa existió, su épica deportiva (y humana) es contrastable en los libros de historia, su banda sonora se convirtió en la banda sonora de un deporte.

También digamos que Creed II: defendiendo el legado es una película imperfecta, menos virtuosa cinematográficamente que su antecesora y muy despareja en la complejidad con que se construye a los personajes. Está claro que Ryan Coogler es un director con más recursos que Steven Caple Jr., aunque este recupera (de la mano del enorme -en términos de volumen- Florian Munteanu) la animalidad del boxeo y del combate cuerpo a cuerpo. Sin embargo, cuando Balboa sale de escena (cómo ingresa en pantalla es sencillamente maravilloso) todo se apaga un poco y se vuelve más vulgar. Por ejemplo en el vínculo que tienen los Drago, padre e hijo, hay una superficie áspera que merecía mayor desarrollo o profundidad, hay algo que queda en el camino y se resuelve medio a las apuradas. E incluso la villanía sin matices de Iván Drago (un Dolph Lundgren al que la vejez le sienta bien) busca rememorar aquella fantochada ochentosa de las viejas Rocky pero no encaja -y hace ruido- en la atmósfera mucho más solemne y concentrada de esta nueva saga. Por su parte, Adonis (un Michael B. Jordan que sigue incapaz de generar carisma) es parte de los límites de esta revival de Rocky: si su origen aristocrático contrasta con los orígenes plebeyos de Balboa, la necesaria conversión a un underdog (algo indispensable en la épica deportiva) necesita forzarse demasiado; y así y todo, la empatía no termina por llegar.

Con todo esto, lo que volvemos a tener en Creed II: defendiendo el legado es un Balboa soberbio e imponente, al que Stallone ya no compone sino que simplemente habita con un nivel de nobleza que emociona. Así como su corazón volvía desparejas aquellas peleas, porque nos poníamos irremediablemente de su lado y odiábamos a los contrincantes, su corazón y su sabiduría desbalancean un poco a la película y hacen demasiado evidente su ausencia en aquellas escenas en las que no está. Es que ya no precisa estar moribundo para que su sombra se imponga de manera magnética; un consejo suyo, una palabra, es suficiente. Balboa es la prueba del tipo que es buenísimo para los demás, pero pésimo para resolver sus problemas. La inteligencia de Stallone está en hacer de ese tipo irresoluto y torpe con las emociones algo verosímil, sin aspavientos. Algo decididamente popular, donde la sabiduría brota desde las acciones. Tal vez el mayor aprendizaje de Balboa (y del mismo Stallone dentro de la industria) es aceptar el lugar que va ocupando. Hay un plano increíble en ese sentido: la pelea entre Adonis y Drago terminó, y la cámara se queda con Balboa, que se acomoda el sombrero, que mira todo a la distancia justa, especialmente la gloria de los otros. No he visto cosa más hermosa en mucho tiempo. Por lo que fue, por lo que fuimos y por lo que invariablemente somos. Creed II: defendiendo el legado es una amable lección de historia.