Cómo entrenar a tu dragón 3

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Utopía de paz e igualdad

En su momento Cómo Entrenar a tu Dragón (How to Train Your Dragon, 2010) constituyó toda una rareza dentro del enclave de la animación mainstream porque ofreció una historia insólitamente sensata de iniciación en el mundo adulto por parte de un joven vikingo, Hipo/ Hiccup (Jay Baruchel), junto a su dragón mascota -de la raza Furia Nocturna- llamado Chimuelo/ Toothless, lo que incluía una impronta muy fuerte de proteccionismo animal y esas típicas aventuras con toques de comedia de las obras de DreamWorks. La segunda parte del 2014 fue un film sumamente digno que seguía la misma línea y hasta oscurecía el devenir, reforzando la idea de que la saga no esquivaba la introducción de “realidad dura” en el desarrollo (mutilaciones, muertes, fanatismo ideológico, genocidio, etc.). Hoy Cómo Entrenar a tu Dragón 3 (How to Train Your Dragon: The Hidden World, 2019) funciona como la frutilla del postre ya que resume y profundiza los planteos narrativos anteriores.

Convertido en líder de la Isla de Berk y a posteriori de lograr que los lugareños acepten a los dragones como sus amigos en vez de considerarlos una amenaza que debe ser eliminada cuanto antes, Hipo, su novia Astrid (América Ferrera) y sus cofrades/ compinches se dedican a liberar a dragones capturados por cazadores varios, circunstancia que lleva a una sobrepoblación de animales alados en Berk que pone al sitio muy al descubierto como un santuario de dragones a ojos de los asesinos de turno, ahora comandados por Grimmel (F. Murray Abraham), un cazador experto e hiper fundamentalista que pretende la extinción de los dragones porque los ve como un peligro para los humanos (y como una suculenta fuente de ingresos en su rol de mercenario, por supuesto). Así las cosas, el villano libera a una hembra completamente blanca de Furia Nocturna para enamorar a Chimuelo y manipular a la distancia a Hipo y los suyos, a la que los muchachos de Berk llaman Furia Luminosa.

Influenciados por la intimidación de Grimmel, todos los habitantes de la isla abandonan el lugar con sus mascotas/ medios de transporte en busca de un “mundo oculto” legendario donde los dragones viven en autonomía y bien lejos de la maldición de la constante persecución por parte de los insoportables seres humanos. La trama trabaja de un modo maravilloso y con gran inteligencia por un lado el descubrimiento de esta utopía de paz e igualdad para las criaturas aladas y el naciente amor entre Chimuelo y Furia Luminosa, y por otro lado la necesidad de Hipo de ya no depender más de su amigo -y de todos los dragones en general, a decir verdad- para en buena medida hacer frente a Grimmel con sus propios recursos. Otro de los elementos inusuales que caracterizan a la saga es que las tres películas estuvieron a cargo de Dean DeBlois, un director y guionista canadiense que supo adaptar las creaciones literarias originales de Cressida Cowell de manera coherente y respetando con sumo cariño a los personajes, a quienes les dio un arco de crecimiento muy interesante, en verdad multifacético y hasta plagado de detalles humanistas esplendorosos.

En una época en la que dominan la uniformidad y las soluciones berretas en el séptimo arte y especialmente en su vertiente industrial, resulta un soplo de aire fresco que films como Cómo Entrenar a tu Dragón 3 apuesten más al corazón de la historia de turno y su sustrato artesanal que a la pomposidad por la pomposidad en sí, dejándonos con escenas excelentes como las dos centradas en los rituales de apareo -la primera en tierra, de tono cómico, y luego en aire, más cerca del lirismo- de Chimuelo y Furia Luminosa. La propuesta subraya lo imprevisible, estúpido y dañino que suele ser el ser humano y cómo la protección de las especies animales y vegetales amenazadas siempre queda en manos de un puñado de valientes solitarios que se autoimponen la tarea de defender la vida de nuestros semejantes ante cualquier psicópata armado ocasional, un esquema trágicamente urgente en el que los dragones se comportan como animales reales -no hablan ni generan chistecitos cada cinco segundos- y en el que la intervención de los secundarios es crucial porque le da un marco de epopeya social al relato y aporta dinamismo gracias a esas idiosincrasias chocantes…