Cold War

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

La nueva película del director de “Ida”, la ganadora del Oscar a mejor filme extranjero, tiene una similar búsqueda estética a la de ese filme para contar otra historia de la posguerra polaca, una ligada a un romance complicado entre un músico y una cantante en medio de una difícil situación política.

La estética no es exactamente igual pero de todos modos resulta muy similar a la de IDA, la anterior película del polaco, ganadora del Oscar a mejor filme extranjero: contrastado y bellísimo blanco y negro, pantalla de formato clásico, casi cuadrada. El tema es también parecido: las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial en Polonia. Pero son las diferencias —algunas notables, otras no tanto— que transforman a COLD WAR en un filme distinto a aquel.

La historia arranca en 1949 con dos músicos recorriendo ese país e investigando sobre intérpretes de canciones populares, un poco a la manera de los Folkways Records en Estados Unidos. Iremos escuchando a distintos tipos de cantantes y músicos hasta entender qué hay detrás de todo esto. Ellos dos, a las órdenes de un burócrata polaco, están juntando cantantes y bailarines para una suerte de academia musical, la Mazowske Troupe, en donde algunos serán elegidos y pasarán a formar parte del plantel estable de una suerte de cuerpo nacional de baile y danza.

Wiktor (Tomasz Kot) pone sus ojos en Zula (Joanna Kulig), una bella mujer y muy buena cantante que lo atrapa. Es una chica con calle y, como rápidamente nos damos cuenta, viene de duras experiencias de vida. “Me confundió con mi madre y usé un cuchillo para que entendiera la diferencia”, le dice a Wiktor cuando él le pregunta por el rumor de que Zula estuvo en la cárcel por matar a su padre. Enseguida empiezan una historia de amor a escondidas que crece con el paso del tiempo, cuando la compañía empieza a salir de gira representando la supuesta esencia de una nueva Polonia en otros países del bloque comnista.

Pero él no está nada contento con la dirección más politizada y stalinista que los burócratas le han dado a su troupe musical por lo que planea fugarse en pleno Berlín de los años ’50, acompañado por ella. Pero ahí las cosas se complican y lo que el filme cuenta es esa extraña y dolorosa historia de amor, desamor, alcohol, música y geopolítica en, como el título mismo lo dice, el marco de la Guerra Fría.

Si bien el formato es parecido al de IDA en este caso es un tanto más clásico, con composiciones de cuadro no tan curiosas y experimentales como las que tenía aquel filme. La referencia es más el Hollywood clásico, del que Pawlikowski toma evidentes referencias, espencialmente cuando arranca la parte del filme que transcurre fuera de Polonia. CASABLANCA, fundamentalmente, parece ser la matriz, pero muchos otros clásicos filmes de posguerra que transcurren fuera de los Estados Unidos se reflejan en el filme.

La historia es un tanto más clásica también y menos potente que la de IDA, acaso por que esas figuras genéricas (músicos, exilio, alcohol, problema de alcoba y líos amorosos con la política de fondo) han sido más utilizados, como por ejemplo en las películas de Christian Petzold. Pero de todas maneras el filme funciona muy bien, yendo de la intimidad de la complicada relación de esta pareja a asuntos más ligados a la historia de la Europa de los ’50, especialmente la que pasaba detrás de la Cortina de Hierro.

Otro elemento que ayuda mucho al disfrute del filme son sus dos protagonistas. Kulig ya es candidata para un premio aquí por su notable interpretación de esa cantante intensa, de fuerte personalidad y bellísima voz, que se lleva puesta la atención de todos tanto dentro como fuera de la ficción. Kot funciona más en plan tipo Bogart, un hombre que desconfía de las fuerzas políticas en su país, pero que no puede evitar volverse a meter en problemas por amor. Acaso el final no esté a la altura del resto de la trama pero eso no le quita peso ni fuerza a esta historia de amor y de canciones que hablan de ese tema.