Clementina

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Una mezcla de sueño y realidad

La directora yuxtapone géneros cinematográficos, registros y verosímiles para exponer una historia sobre violencia de género.

“Un drama real y cotidiano como lo es la violencia de género narrado con elementos sobrenaturales”, dice, sin ninguna coma, la gacetilla de prensa de Clementina, ópera prima como realizadora y coguionista de Jimena Monteoliva, productora de films de género como Kryptonita y Mujer Lobo. La yuxtaposición de géneros cinematográficos, registros y verosímiles que intenta la realizadora es riesgosa y a la larga fallida, ya que ese pasaje –porque de eso se trata, en tanto la película va del fantástico al realismo, y de ahí a un atisbo de cine gore– no está dado de modo que los distintos elementos puedan fusionarse, sino que conviven uno al lado del otro, en compartimentos estancos. 

Ganadora de la sección Blood Window de Ventana Sur en 2016 y enviada al Marché du Film de Cannes al año siguiente, la primera película de Monteoliva va de mayor a menor. Comienza con un encuadre magnífico, calibrado en detalle, en el que todos los elementos específicamente cinematográficos se potencian: la generación de una incógnita, dada por un fuera de campo que se intuye peligroso, y la preeminencia de las sombras –sobre todo la de una figura que va tomando forma en el fondo del cuadro–, sumada al uso del silencio y la extensión temporal del plano. 

Lo que sobreviene de allí en más es una apuesta difícil, en tanto está enteramente jugada a las percepciones de una mujer, sola en un antiguo PH. Ideal como para que empiecen a cerrarse puertas y ventanas, oírse pasos y ponerse en funcionamiento ciertos mecanismos  –un televisor, un juguete a pilas– que parecerían haber cobrado vida. Tras haber perdido su primer embarazo por culpa del brutal ataque de su marido, Juana (Cecilia Cartasegna) intenta superar el trauma, retomando su trabajo en un estudio jurídico y habituándose a vivir en esa casa a medio instalar. Entre el desorden, algunos muebles arrumbados, la habitación para el bebé sin tocar y escasas luces (elemento indispensable para la generación de misterio), a Juana se le mezclan sueños y realidades. Como indica el canon genérico, nunca se sabe del todo si lo que oye y ve está en la casa o en su cabeza.

Si bien padece de cierto estiramiento, en el terreno formal esta zona del relato está muy bien manejada por Monteoliva. Los planos y escenas duran lo necesario, la información va siendo suministrada con cuentagotas (el hecho de que la protagonista se niegue a asumir lo que sucedió no hace más que prolongar el trauma) y se recurre a elementos estéticos clásicos para generar una inquietud sostenida. Sobre todo las zonas vacías en el encuadre, que podrían llenarse con la presencia de lo temido, y algunas figuras borrosas al fondo del plano. Basta que una de esas figuras tome consistencia para pasar a una película enteramente distinta, en la que el más craso realismo impera: un “malo” obvio y subrayado, discusiones y gritos durante la cena, el artificioso fraseo, falsamente realista, del actor que hace del marido y una locura demasiado explícita, teniendo en cuenta que todo el tramo previo se había jugado por la insinuación.

Pero el modo en que la realizadora echa mano, en toda la primera parte, de palancas específicamente cinematográficas, autoriza a guardar expectativas con respecto a sus próximos trabajos. Sobre todo si logra articular un relato a la altura de ese dominio estético.