Clementina

Crítica de Eduardo Elechiguerra Rodríguez - A Sala Llena

Hay dos preguntas en Clementina que atraviesan la historia y no tienen una respuesta sencilla: ¿Quién es Clementina y qué le pasó a Juana antes de llegar al comienzo de la película? Ambas incertidumbres, la segunda menos evidente que la primera, permiten cierta fluidez en el ritmo a pesar de que el guión posea muchas sorpresas sin asidero.

La respuesta a lo primero puede intuirse por ciertos detalles fuera del foco de la trama. Aunque es el nombre que lleva el film, el guión se preocupa más por apurar sustos que nos permitan entender qué está pasando en el entorno o en la mente de Juana (Cecilia Cartasegna). Tales sustos no son particularmente ingeniosos. Se podrían conseguir en cualquier película de terror genérica. Sin embargo, cierto juego con las sombras y la repetición de los marcos de las puertas nos sugieren el asomo de una historia más perturbadora.

Por otro lado, el departamento donde vive Juana tiene una significación fundamental en la película. Poco a poco se va volviendo clara la disposición de las habitaciones y cómo la protagonista se relaciona con ellas. Fuera de dos o tres escenas, casi todo transcurre ahí. Esto hace el deterioro del sitio más palpable y cónsono con el proceso lento de desesperación de Juana. Incluso Olga, la vecina, parece parte de este decorado inquietante. Ella misma recuerda a la Ruth Gordon de El bebé de Rosemary (1968), pero menos macabra. La propia aceptación de Olga (Susana Varela) por la presencia de almas después de la muerte está bañada de una calma desconcertante, porque Juana está buscando respuestas y Olga parece mostrar una certeza aislada a pesar de ser un personaje muy breve.

Escenas como el cenital de Juana entrando a la habitación para acostarse transmiten una sensación de soledad que, si bien la película en su conjunto falla en transmitir, bastan planos donde se juegue con las sombras, el color rojo, las líneas y las curvas para que la imagen nos interpele. No estamos ante una película de terror, por más que la música lo sugiera por momentos. Y tampoco estamos ante un drama. Es más bien una conjugación de ambos géneros donde se matizan la maldad y la inocencia con un suspenso leve para responder la segunda pregunta.

Que la película cierre de la manera como temíamos no le resta fuerza a lo visto hasta ese momento. Si bien nos hace desear un final más complejo o menos sórdido, también caemos en cuenta de las complejidades de Juana como un personaje de una evidente dicotomía que antes apenas nos habían sugerido. De esta manera, independientemente de si Cecilia Cartasegna nos convence o no en la totalidad de su actuación, su presencia frágil nos hace tomar partido por ella incluso a pesar del dilema moral planteado al final.