Chavela

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

La mujer que fue más grande que la vida de una artista única.

No era tarea fácil condensar a semejante personaje en solo 93 minutos. Y sin embargo la coproducción entre México, España y Estados Unidos consigue reflejar la vida de
Bigger than life es el término con el que en inglés se define a personalidades tan excesivas, tan desmesuradas, tan únicas, que parecerían estar más allá de la vida misma. País de desmesuras, México cuenta a lo largo de su historia con unxs cuantxs bigger than life, desde aquellos Villa y Zapata que tomaron las armas en nombre del campesinado hasta Frida Kahlo, que se pintaba a sí misma atravesada por la barra de metal que la dejó discapacitada. Venida al mundo según se creía en Costa Rica, pero de acuerdo a lo que ella declara, en Cuba, Chavela Vargas es la más mexicana de las bigger than life nacidas en el extranjero, y una de las mexicanas (o no) más bigger tan life del siglo XX. Chavela, el documental que hoy se estrena en Argentina, la refleja por completo. Lo cual no es poco decir.

“No, a quién le importa eso”, reacciona Chavela al comienzo del documental, frente a una pregunta de la entrevistadora. “Hagamos algo más interesante: pregúntame por el futuro, por lo que voy a hacer, no por lo que hice”. Algo semejante hacía Marlene Dietrich –otra bigger tan life, icono de los films bigger tan life de Josef Von Sternberg– en el documental que también llevaba, como éste, el nombre de su estrella: intentaba arrebatarle la película al director. Marlene lo lograba, sustrayendo su cuerpo y limitándose a dejar su voz, emitiendo afirmaciones imperiales desde la habitación de al lado. Chavela debe haber sido menos generala que la estrella germana, porque no lo logra. “Bueno, pregunta lo que quieras”, acepta finalmente, entre la resignación y el desdén.

En el momento de la entrevista, a la que se sumarán otras mujeres no identificadas y que sirve como hilo narrativo, la señora Isabel Vargas Lizano, nacida en 1919 bajo el hiperartístico signo de la Cabra (el mismo de Buster Keaton, John Ford y Federico Fellini), tiene 71 años. “¿Mi edad verdadera?”, se cerciora antes de confesarla. Es una mujer mayor, se diría que una anciana. Va a vivir, va a cantar dos décadas más, y en esas décadas va a atravesar un collar de momentos consagratorios: su triunfal desembarco en España, su presentación en el Carnegie Hall, la primera de dos únicas actuaciones en un teatro mexicano. Hasta ese momento no había podido pasar de clubes nocturnos, único lugar admisible para una señora a la cual hasta sus propios padres rechazaron de chica, por su aspecto y modales tan poco femeninos. “Me escondían como a un perro rabioso”, dice Chavela, refiriéndose a lo que hacían sus padres cuando daban una fiesta. Como entrevistada, la señora Vargas es como en la vida: no se guarda nada.

¿Aspecto poco femenino? Las espectaculares fotos en blanco y negro (parecería que todos los mexicanos son Gabriel Figueroa, el fotógrafo que modeló blancos y negros para los melodramas del Indio Fernández, que vendría a ser bigger than bigger tan life) muestran a la Chavela treintañera como una par de María Félix y Dolores del Río. “No me sentía yo con vestido, tacones y pelo suelto”, dice ella, recordando su breve y fallido intento para salir así a escena. “Cuando levanté la mano se me cayó el strapless y quedé ‘pelada’. Quise bajar de una pequeña escalerita que me habían puesto, resbalé y me caí. Nunca más volví a vestirme así.” Una de las testimoniantes de Chavela, que tienen todas la inmensurable virtud de dar exactamente en el blanco de la persona, la leyenda o el mito, señala el grado de transgresión que representó en su momento la adopción, por parte de Chavela, de un aspecto de ranchero que sería definitivo. 

En Chavela todo se confunde, como se confundían el dolor auténtico y la cuasi parodia del dolor que practicaba en su show, donde el melodrama personal (desamor paterno, amores contrariados, soledad, melancolía) y el melodrama como estética codificada se fusionaban, se hacían uno. Véase por ejemplo su teatral interpretación de “Soledad”, con su llanto falso, que tal vez esté ahí para disimular el verdadero. Dirigido por las realizadoras Catherine Gund y Daresha Kyi, habrá quien achaque a Chavela el presunto convencionalismo de su forma, con su esquema de entrevista + shows en vivo + testimonios de terceros + material de archivo. Pero sucede que aquí todo es imperdible –la entrevista, los shows, los testimonios y el material de archivo– y todas las decisiones tomadas por las realizadoras son las mejores posibles, al dar la palabra, por ejemplo, a quien mejor puede usarla, a quien más la conoció. Entre otros Jesusa Rodríguez, Tania Libertad, la activista pro-derechos de las lesbianas Patria Jiménez Flores y Pedro Almodóvar, su introductor en España. 

El hijo del inmenso José Alfredo Jiménez, por ejemplo, cuenta sobre las míticas noches de ronda de Chavela y su padre, que vaciaban literalmente las existencias de alcohol de las tabernas. O la ex pareja que repasa sus mil amores, incluyendo a Frida y… la esposa de un Presidente de la Nación. O su colega Eugenia León, que define el estilo-Vargas como “el canto desesperado, el canto del alma, del fin trágico del amor”. Acá, en estos 93 minutos, está toda Chavela. La que puede capturarse terrenalmente, al menos. El resto es bigger tan life.