Cementerio de animales

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

En esta era dominada por innumerables remakes y secuelas (muchas innecesarias, síntoma evidente de la falta de ideas originales), una nueva versión, 30 años después, del film de Mary Lambert con guión escrito por el propio autor de la novela original de 1983, Stephen King, parecía otro despropósito. Pero, por suerte, todavía queda margen para “reciclajes” que pueden verse también como relecturas o reinterpretaciones inteligentes.

Esta Cementerio de animales modelo 2019 no es una obra maestra (tampoco lo era la de Lambert), pero se sostiene con argumentos sólidos y peso propio: una precisa puesta en escena, logradas atmósferas ominosas, sólidas actuaciones y un espíritu clásico que se destaca entre tanto cine de terror actual dominado por el sadismo, el golpe de efecto y el impacto efímero. Dicho de otra manera, sin los iPhone, los smart TV y las búsquedas en Google, esta película podría transcurrir (y haber sido filmada) hace tres, cuatro o cinco décadas.

Los codirectores de pequeños films como Absence y Starry Eyes dan el gran salto con una historia típica, pero con inesperadas derivaciones. Louis Creed (el australiano Jason Clarke), un médico de Boston, su esposa Rachel (Amy Seimetz), su hija Ellie (la talentosa Jeté Laurence), el bebé Gage y el gato Church (“personaje” no menor, ya verán), se mudan de la gran ciudad a una casona de Maine ubicada en medio de un bosque (aunque demasiado cerca de una ruta) en busca de menos estrés, una vida más relajada y holgada. Lo que no saben es que ese bucólico paraje está pegado al cementerio de mascotas del título y, un poco más allá, a un terreno aún más riesgoso.

No conviene contar nada más para los que no vieron la película de Lambert (aunque hay varios cambios en esta nueva versión), pero sí que el gran John Lithgow se luce con el papel secundario (pero esencial) de Jud, un veterano vecino que introducirá a los Creed en los secretos más oscuros y tenebrosos de la zona. Un actor de raza para una película noble. En el contexto del terror actual no se trata de un logro menor.