Causas y consecuencias

Crítica de Miguel Fainstein Day - Leedor.com

La película “Causas y consecuencias” nos es presentada en Argentina con este título tan poco inspirado, desde el inglés “The company you keep”. Si, se podría hablar mal de prácticamente todas las traducciones de títulos, pero en este caso particular, el original hubiera servido de ayuda para comprender las intenciones de la película, al menos un poco mejor de lo que la película logra en sí misma.

Jim Grant (Robert Redford) es abogado y padre soltero de una nena de 11 años, con la que tiene una relación que la mayoría de los padres envidiaría. Comparten desayunos, tienen chistes internos y se entienden con una mirada. Él está en edad de ser un abuelo de varios nietos, quizás sea por esto que puede llegar de esa manera a su hija, haciendo de la experiencia no algo intimidante, sino una forma de sabiduría que inspire confianza. Pero esto resulta no ser tan así: no solo no fue siempre el mismo Jim Grant, sino que no fue Jim Grant en absoluto. Hace treinta años su nombre era Nick Sloan, un militante de la Weather Underground, un grupo de izquierda que se oponía a la guerra de Vietnam. Una vez descubierto, su conflicto no solo será escapar, sino definirse a sí mismo como Jim Grant o Nick Sloan. El trabajo de la película, suponemos, será hacérnoslo saber.

Este grupo revolucionario hizo su entrada sobre finales de los años 60, comienzos de los 70. Tomaron su nombre de una canción de Bob Dylan, “Subterranean Homesick Blues”, que dice: You don’t need a weatherman to know which way the wind blows. Y así, de esta referencia, y no solo del contexto histórico, se vale la película para filtrar uno de los varios temas de interés: el periodismo y los medios.

Ben Shepard (Shia LeBeouf) es el periodista encargado de convertir a Jim Grant en Nick Sloan. Al principio se presenta como un engreído que no tiene mucho de que alardear. Su apariencia lo hace pasar como salido de otros tiempos. Es algo inexplicable que sucede entre su pelo, los anteojos y la corbata, que llevan de fondo una de esas camisas tan básicas que podrían haber sido usadas en cualquier época y pasar desapercibida. Pero con la expectativa generada por tener la responsabilidad de hacer las revelaciones que conlleva la noticia, su arrogancia encuentra lugar en la ambición. Ahora este humilde diario local no va a poder contener su presunta grandeza. Esta listo para sumarse a Berstein y Woodward.

Las consecuencias de su investigación conducen también a una persecución policial. En el medio se desatan algunos de todos los temas que conciernen a la película: la familia y la paternidad, que se hacen más importantes después de que Nick tenga que abandonar a su hija, dejándola en manos de su hermano, al que hacia otras tantas décadas que no le hablaba; el problema de la aceptación o la negación del pasado; la moral en los actos cometidos; la moral del periodismo al revelarlos con el frio distanciamiento que el paso del tiempo concede. Sobre este último punto, cabe decir que es una generalización injusta sobre el periodismo. Al trabajar solo en este ángulo de presente sobre el pasado, la película nos da pistas de cómo las cosas podrían, o deberían, haber sido, pero no sobre cómo esta realización debería influir en tratamiento actual, presente sobre presente. Como sea, el tema de los anacronismos corre por la película.

El problema de Shepard empieza con seguir las pistas y armar el caso, la noticia. Pero al adentrarse, se encuentra con que ni siquiera Nick Sloan era el que se pensaba. Quizás ya no haya Nick Sloan que borrar en Jim Grant. El dilema de Shepard está en su condición de periodista. Estuvo trabajando en piloto automático sobre su ambición desde el principio, y ahora no sabe porque hace lo que hace. Nick también pisa en falso sobre sí mismo. El problema de la película no es esto – esto es trama -, el problema es que nosotros, los espectadores, hasta entonces no sabemos que es lo que está en juego para estos personajes. Las acciones no parecen acumular su peso en las emociones. Es difícil interpretarlos. Es difícil anticipar ideas y escenas.

Hay un personaje que trae el pasado de Nick a flote más que todo lo que Shepard pueda haber descubierto: Mimi Laurie (Julie Christie), una compañera militante de Nick. Los delitos cometidos por la Weather Underground van desde el robo de bancos hasta el asesinato. Mimi estaba involucrada en ambas áreas. Así todo, ella no da cuentas de haber cambiado de opinión. No encuentra razón a preguntas sobre la moralidad de sus actos, sobre esa verdad que creían defender. Todavía se alimenta de seguir creyendo en algo, como si eso le diera un derecho privilegiado, una suerte de moralidad superior como medalla por el compromiso eterno.

Esta detenida en el tiempo. Durante todos estos años ha construido su fe a través de la acción, y en el camino no encontró momento para detenerse en espejos o calendarios. No es que las carreras por la libertad – o por la fuga, depende el punto de vista- solo le pertenezcan a los jóvenes, pero es inmaduro seguir haciéndolas solo para evitar cosechar lo sembrado. Resulta impropio de la edad.

Aunque hay tiempo de auto-evaluación para Shepard y Nick, es difícil para nosotros saber dónde esos nuevos pensamientos irán a parar. No podemos predecir sus realizaciones porque la película nunca nos deja tomar una completa idea de quienes son estos personajes. Esta sensación se hace más grande sobre el final, donde hay escenas que dan la sensación de que podrían haber tenido una mejor posición en el principio. Le conceden poco a la estructura, y lo que dicen de los personajes es inteligible para nosotros por la falta de lo primero. Si hay un final construyéndose, todavía estamos esperándolo. Los elementos están ahí, esperando por ser conectados. Una cosa es segura, la película no guarda esperanzas por el periodismo, y quizás en ese punto este sugerido un paralelo con la partida de perpetuación eterna que juega Mimi.

Robert Redford dirigió la película. Redford es “The Sundance Kid”, personaje por el que le dio nombre al Festival de Sundance, es Bob Woodward en “All the President’s men”, Johnny Hooker en “The Sting”, y el tipo por el que Woody Allen prefiere ser confundido en Annie Hall. Como director no pudo superar su primera película, “Ordinary People”, pero esta ya era mucho decir para un director primerizo. Sus últimas películas tienden a dispersarse, son buenas pero de a partes. Las escenas son sólidas, pero las partes que las conectan no. Los temas quedan siempre a la vista, pero es difícil extraer sus ideas y conclusiones. Y así también es difícil criticar búsquedas de este tipo; el que nos quedemos queriendo un poco más significa que fuimos sugestionados lo suficiente como para que eso pase. Es innegable la atracción que se siente por un personaje que se escapa por la tangente porque quiere decir mucho, y no porque prefiere escapar irresuelto. Esa es su leyenda.