Causas y consecuencias

Crítica de Manuel Yáñez Murillo - Otros Cines

El pasado que vuelve

“Somos historia antigua que hoy se explica a los niños en la escuela”. Esto es lo que le dice Jim Grant, el personaje que interpreta Robert Redford en Causas y consecuencias, a un antiguo compañero de militancia política encarnado por Richard Jenkins. En realidad, la historia no es tan remota: los protagonistas del último film dirigido por Redford son antiguos miembros de Weather Underground, un grupo de extrema izquierda que, en los años ‘70, emprendió el camino de la violencia en su lucha contra el imperialismo yanqui. Frente a estas ‘viejas glorias’ del progresismo norteamericano –herederos de los movimientos en favor de los derechos civiles–, encontramos la figura de Ben Shepard (el siempre sobreactuado Shia LaBeouf), un joven periodista que destapa el gran secreto de Grant –lleva más de 30 años viviendo bajo una identidad falsa– y que remite de forma directa a la figura de Bob Woodward, el célebre periodista al que dio vida Redford en Todos los hombres del presidente.

El mapa de Causas y consecuencias se completa con dos figuras femeninas que encarnan la cara más audaz del film. Dos mujeres, interpretadas con serena maestría por Julie Christie y Susan Sarandon, que se niegan a renunciar a los valores y a la lucha que marcó su juventud. En una época en la que el cine norteamericano parece alérgico al debate político –tomando por incorrecto cualquier planteamiento ajeno a la lógica del sistema– resulta reconfortante encontrar un retrato honesto y desprejuiciado de personas (mujeres) comprometidas con el radicalismo de izquierda.

Pese a todo, Causas y consecuencias no se atreve a hincar el diente en la heridas ideológicas y las consecuencias políticas que dejó a su paso el fracaso de las utopías políticas de los años ’60 y ‘70 –una cuestión tratada con mayor lucidez en una película como Los condenados, de Isaki Lacuesta–. A la postre, lo que le interesa a Redford es, sobre todo, explorar los dramas privados de los protagonistas y, al mismo tiempo, dignificar a toda una generación invocando una cierta nostalgia no carente de ingenuidad. Persiguiendo este objetivo, el director/protagonista nos presenta a un personaje/guía (Grant) con el que resulta muy fácil identificarse: su nobleza resulta incuestionable. Un pilar demasiado luminoso para un thriller político supuestamente sombrío.