Capitán América: Guerra civil

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

El fracaso –no del todo comercial, pero sí artístico– de BATMAN VS. SUPERMAN terminó generando otra impensada contra para los paladines cinematográficos de DC Comics: la revalorización de los productos de su rival, Marvel. De golpe, la repetitividad marketinera con la que la compañía venía avanzando en los últimos años pasó a ser un problema menor y los críticos redescubrieron (redescubrimos) que no era tan sencillo hacer una película de superhéroes y que se podía caer más bajo, mucho más bajo. Uno podría decir que después del film de Zack Snyder todas las películas de Marvel subieron un punto. Por default, por estar competentemente hechas, por no pifiarla tan groseramente casi nunca.

Esto no quita que a veces es mejor tomar riesgos que conformarse con la eficiente medianía de una máquina de productos, pero el riesgo a DC por ahora no le está resultando (tal vez sí le resulte en el futuro). Lo más parecido al riesgo que podía tomar Marvel fue contratar a dos totalmente inexpertos directores de películas de acción como los hermanos Joe y Anthony Russo, quienes solo habían dirigido un par de comedias (y de episodios de series como COMMUNITY y ARRESTED DEVELOPMENT) a la hora de hacer CAPITAN AMERICA: EL SOLDADO DE INVIERNO. La película funcionó muy bien y no solo los llamaron para la siguiente sino que, ante el agotamiento creativo (cansancio, peleas con Kevin Feige, vaya uno a saber qué pasó ahí) de Joss Whedon, algo que ya era notorio en AVENGERS: LA ERA DE ULTRON, les encargaron las últimas dos películas de la nave insignia del contingente.

Los hermanos Russo le otorgan al universo Marvel algo que no aparece en casi ninguna de sus otras películas: la capacidad que la acción, el suspenso y la comedia se integren de manera fluída y se combinen en una trama comprensible y atrapante que nunca se deja dominar por el “circuito cerrado” del chiste interno para fanboys. Uno puede entrar a CAPITAN AMERICA: CIVIL WAR, casi, como un “civil” cualquiera. Es cierto que se perderá algunas cosas pero nada que impida el disfrute del filme. La ingeniería puesta en funcionamiento es clara y generosa: es una película de espionaje internacional con la única diferencia que nuestros agentes especiales están un tanto mejorados biológicamente.

No es fácil hacer una película como CIVIL WAR, con una docena de protagonistas, con conexiones a películas previas, futuras y laterales, con una trama específica a desarrollar y otra, más general, que la liga a todo el Marvel Cinematic Universo (MCU). Pero lo más difícil no es tanto la combinación de elementos narrativos sino de tonos: que el suspenso, la acción, el humor y los temas de la película funcionen de manera, si se quiere, sinérgica. Lograr que uno no domine o pise al otro, que no funcionen por líneas paralelas y competitivas, sino que se retroalimenten en función de un todo que es la película. Y los Russo lo logran casi todo el tiempo en una película que se extiende casi por dos horas y media pero que parece más corta que otras de Marvel que duraban menos.

Que todo eso funcione no hace más que remarcar la diferencia con BATMAN VS. SUPERMAN, sí, pero también con la sobredimensionada y abrumadora AVENGERS: ERA DE ULTRON. A la primera la une el tema: aquí también es la historia de dos superhéroes (Capitán América y Iron Man) enfrentados entre sí por diferencias respecto a qué grado de control o independencia este tipo de criaturas superpoderosas deben tener. Ese tema, Snyder lo llevaba a una pomposa, operística y bizantina discusión acerca de Dioses y Mitos. Aquí, los Russo lo mantienen en un ámbito de discusión post-9/11: ¿se puede operar por la fuerza más allá de un control político? ¿Y qué pasa cuando ese control político es dudoso y cuestionable?

La película no ofrece respuestas claras –Iron Man encabeza el club de los que creen que los Avengers deben ser controlados mientras que Capitán América, quien viene de experiencias problemáticas en ese sentido de la película pasada, prefiere actuar independientemente–, pero plantea el debate y pronto lo deja en suspenso para ponerse en acción. Y la acción implica, además de la separación en bandos de los Avengers presentes (faltan Thor y Hulk), la persecución de un nuevo y muy humano enemigo que los tiene entre ceja y ceja, y que –por una vez– no quiere que el mundo explote en mil pedazos usando algún tipo de fluído o arma intergalácica sino algo más plausible y efectivo.

CIVIL WAR tiene notables escenas de acción en varias locaciones internacionales a la manera de las películas de Bond o Bourne, todas ellas narradas con un nivel de organización formal envidiable, especialmente para directores sin tanta experiencia en el cine de acción que tienen que lidiar con más de una docena de personajes en uniformes de spandex o metal que se pelean entre sí y que, en algunos casos, hasta cambian cada tanto de bando. Agregan además a dos personajes nuevos –Black Panther y Spiderman– y lo hacen de manera muy efectiva, especialmente en el caso del segundo, que se gana los momentos más graciosos de la película superando al propio Iron Man y al todavía fresco Ant-Man. A los más veteranos, el divertido reencuentro entre Downey y Marisa Tomei (que interpreta a la tía de Peter Parker) le generará una extraña sensación de retorno a los ’90, a la vida pre-Tony Stark del entonces controvertido actor.

De las películas grandes y multitudinarias de Marvel tengo la impresión que CIVIL WAR es la mejor (ANT-MAN y WINTER SOLDIER están en similar o superior nivel pero no tienen el pack casi entero de superhéroes) y la prueba de que los directores que vienen de la comedia pueden llegar a ser los más aptos para manejar este tipo de películas por más que suene raro. ¿Por qué? Porque son capaces de otorgarle no solo la previsible chispa cómica sino una cierta ligereza a los procedimientos para que no se tornen abrumadores. Además, queda claro que las escenas de acción (las que en principio podrían ser su punto débil) en grandes producciones como las de Marvel ya se hacen con una cantidad de expertos, especialistas y efectos como para que raramente fallen. De hecho, lo bueno de este tipo de directores es que no se engolosinan con ellas tanto como lo hacen los Snyder o Michael Bay del mundo, quienes suponen que todos tenemos ganas de ver 45 minutos seguidos de permanente combate y destrucción.

A CIVIL WAR la ayuda, además, ser una de las películas que quedó bajo el paraguas de un renacido debate en el mundo de los superhéroes (y en el nuestro también): el de los daños colaterales. Hace no muchos años, los AVENGERS por aquí y el primer SUPERMAN de Snyder por allá destruían ciudades enteras con tal de atrapar a los villanos de turno y las consecuencias no parecían importar. A los nuevos filmes les tocó en suerte lidiar con los residuos y discusiones de esa destrucción en sus tramas, pero también en sus respectivas facturas, por los que los espectadores –que fuimos víctimas colaterales del mecánico espectáculo de la destrucción permanente y del reinado de la idea “rompamos todo ahora que podemos hacerlo con CGI”— también resultamos beneficiados de esta especie de autocontrol y mesura. No sólo de nuestros superhéroes sino de quienes los construyen y los ponen a enfrentarse entre sí.