Caño dorado

Crítica de Miguel Frías - Clarín

La ley de la calle

Una violenta y vertiginosa historia suburbana, con grandes actuaciones.

Eduardo Pinto, director de Palermo Hollywood , trasladó su estilo vertiginoso, expresionista y violento al conurbano bonaerense y, también, al río: los ámbitos en donde transcurre Caño dorado . Contó, en este caso, con actuaciones de alto nivel, en especial la del dúctil y talentoso Lautaro Delgado, como Panceta, marginal que vive con su madre (Tina Serrano), trabaja de herrero y fabrica armas caseras para venderlas. Despojado de miradas morales y de maniqueísmos, el personaje se mueve en un ámbito ríspido, opresivo, acaso con la única redención posible de su vínculo con una chica joven (Camila Cruz, gran revelación) en medio de la naturaleza.

Caño dorado -título que no remite a un cabaret sino a las escopetas que fabrica Panceta y a su deseo de pescar dorados- combina la eléctrica estilización de Pinto (propicia para el ambiente que describe) con un realismo sucio que remite, al menos en la construcción de personajes, al cine de Adrián Caetano. La trama, que no condesciende a la mera denuncia social, incluye acción, suspenso y un romanticismo intenso y rústico, como les cuadra a estos personajes. Delgado compone a un ser que sólo puede fugar(se) hacia adelante, cargado, siempre, de adrenalina.

Con música de Pity Alvarez, Karamelo Santo y Estelares, Pinto se regodea -al estilo Ciudad de Dios , sí, pero también al estilo Palermo Hollywood - con frenéticos planos secuencia, extraños encuadres y reencuadres, deliberados desenfoques y bruscos cambios de ritmo, que incluyen la ralentización extrema. Entre calles sórdidas, peligrosas bailantas, y alusiones a la devoción por el Gauchito Gil, los personajes transitan -en realidad parecen atrapados- un mundo duro y excesivo. El modo que tiene Pinto de crear ficciones.