Camino a La Paz

Crítica de Julieta Aiello - Indie Hoy

Las road movies siempre tienen ese toque de aprendizaje a través del viaje y las peripecias, el reconocimiento de uno mismo a partir de los espacios, del otro y de un tránsito particular como metáfora del tránsito de la vida. La nueva película de Francisco Varone muestra el cambio que se da en la vida de Sebas a partir de la entrada en su vida de Khalil, quien lo embarca en una absurda pero divertida historia.

Sebas (Rodrigo de la Serna) oficia de taxista de manera azarosa, sus días transcurren de modo abúlico, no presenta grandes aspiraciones a largo plazo, consume cigarrillos de manera compulsiva y tiene un humor algo efervescente, con mañas típicas de un viejo (a pesar de no serlo). Al recibir una propuesta fuera del molde, sus hábitos irán modificándose paulatinamente: su pasajero frecuente, Khalil (Ernesto Suárez), un musulmán entrado en años y de salud delicada, le pide que lo lleve en su “taxi” hasta La Paz, Bolivia, para encontrarse con su hermano y hacer un viaje a La Meca. Desconcertado pero apremiado por su situación económica, Sebas accede. Como es de esperarse esta aventura comprenderá un abanico amplio de situaciones y emociones: el acercamiento de estos dos personajes desde una relación de amistad, el conocimiento propio y del otro que los lleva a forjar un vínculo de padre e hijo, a partir del cual vivirán situaciones de riesgo, cómicas y tristes.

La historia es bastante simple y emocional, lo cual la hace efectiva. Lo que la hace realmente atractiva son las actuaciones en conjunción con la narración: la progresión de los personajes es perfectamente natural, el relato sostiene el vínculo entre Khalil y Sebas y los actores hacen que este vínculo brille. La transformación más importante es tal vez la de Sebas, quien a medida que pasan los kilómetros va dejando sus rabias en el camino y se deshace de aquellas cosas que más lo definían como persona: fuma cada vez menos, su temperamento se amansa, se desprende de bienes materiales, abre su cabeza a nuevas experiencias y principalmente encuentra lugar en su vida para otra persona que no sea él mismo; de a poco, el bienestar de Khalil empieza a ser su objetivo primordial. En esta transformación también se deja ver el ciclo de la vida del que tanto escuchamos hablar: cuando los viejos comienzan a necesitar ser cuidados por sus hijos y se comportan como niños. En relación a esto choca las maneras desesperadas y acartonadas de Sebas frente a la pasividad y actitud relajada de Khalil, con un dejo de esa sabiduría que solo otorgan los años. Como es de esperarse, entre estos dos personajes se va dejando ver una relación padre/hijo casi indispensable.

La película recorre hermosos paisajes al ritmo vintage de Vox Dei; transita situaciones ocurrentes y giros inesperados. Una road movie con todas las letras y una buena historia para contar, relatada del modo justo, con personajes que se meten de lleno y no nos hacen dudar ni por un segundo.